Wednesday, December 31, 2008

Nochevieja sombría

Esta Nochevieja se perfila como sombría. El mundo está inmerso en la mayor crisis socio-económico-financiera del último sexenio. El gobierno israelí se empecina en su cruel ofensiva militar contra la franja de Gaza. India y Pakistán parecen estar al borde de la guerra. En África, el pequeño Zimbabwe está inmerso en una crisis económica, social, política y humanitaria aparentemente desprovista de toda solución de continuidad. La veterana dictadura militar birmana no da el brazo a torcer en una nación arrasada por la inclemencia meteorológica. No lejos de Myanmar, el pueblo tailandés ha hecho oir su voz.
Los Estados Unidos (sindicados por la prensa internacional como la patria de la actual debacle económico-financiera supranacional) se encaminan hacia un inminente cambio de partido gobernante y la asunción de su primer presidente de color. Tras más de doscientos años de presidentes caucásicos, un mandatario blanco transfiere su cargo con su país sumido en la bancarrota y el desprestigio.
Esta Nochevieja no promete ser feliz. Al ingresar en su último año, el actual decenio parece presagiar un complejo inicio para la próxima década.
En la Argentina empiezan a percibirse los primeros síntomas del fin de fiesta. El año 2000 halló a nuestra patria sumida en la peor crisis socioeconómica de su historia, cuyo urticante correlato político-institucional no tardaría en emerger. El año 2010, año de nuestro primer bicentenario patrio de la próxima década, no promete hallarnos en mejor situación.
En el actual contexto nacional e internacional, cuesta decidir a quién creerle.
¿Quién tiene razón?
¿Los jefes de Estado, con sus sucesivas declaraciones y reuniones de emergencia?
¿Los gobiernos de las principales economías mundiales, con sus caudalosos anuncios y ambiciosos megaplanes anticrisis?
¿Los medios periodísticos, no siempre honestos?
¿Los economistas, no siempre descabellados?
Bartolomé Mitre decía: "Cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón".
Los heterogéneos pronunciamientos sobre la actual crisis internacional tienen sus aciertos y desaciertos. No es fácil separar la paja del trigo.
Por primera vez en cinco años, alzo mi copa de Nochevieja lamentablemente embargado de una cierta pesadumbre. Desgraciadamente, no me faltan motivos.

Tuesday, December 30, 2008

Autocuidado

El 30 de diciembre de 2004, hace hoy cuatro años, el pavoroso incendio del local bailable porteño República de Cromañón segó las vidas de 194 personas, mayoritariamente muy jóvenes. La tragedia de Cromañón impulsó el cierre preventivo de los locales bailables porteños, dispuesto por el jefe de Gobierno comunal, doctor Aníbal Ibarra, reelecto el año precedente y posteriormente destituido por mandato legislativo bajo graves acusaciones de negligencia ligadas a la catástrofe.
Durante el tórrido verano porteño de 2004-2005, los adolescentes capitalinos se vieron privados de sus adorados "boliches". A fines de dicho estío, el Gobierno porteño levantó la veda sobre los locales bailables, cerrados con la presunta intención de emplazar a sus propietarios a reforzar los dispositivos de seguridad en sus establecimientos.
Entrevistada por un conocido medio periodístico porteño, una adolescente dijo estar contentísima de la reapertura de los boliches, cuya momentánea clausura la había obligado a pasarse el verano encerrada en el ciber. Quiero suponer que la joven reporteada no se había llevado ninguna materia a marzo, pasado de año sin haberse rateado ni macheteado y ganado honestamente unas buenas vacaciones.
Tiempo después, el grupo musical Callejeros, actuante en Cromañón en la noche del infausto suceso y judicialmente imputado como responsable del hecho, pretendió ser social y artísticamente rehabilitado mediante un recital en la capital cordobesa, que el intendente municipal de La Docta fue formalmente emplazado a prohibir. Para el evento se vendieron 14.000 localidades, mayoritariamente adquiridas por un público de edades similares a las de las víctimas fatales de Cromañón y aparentemente más preocupado por seguir las actuaciones del polémico conjunto que por repudiar la tragedia de Cromañón.
Cuesta creer que a un adolescente piense más en el boliche, el ciber o un recital que en la trágica defunción de decenas de chicos y muchachos de edades semejantes a la suya. Pero, lamentablemente, así es la sociedad argentina. Por supuesto, hay excepciones. Pero pocas. Como la de la colectividad judía, que, a raíz de los ataques terroristas contra la embajada israelí y la AMIA, la mayor tragedia civil porteña pre-Cromañón, decidió, inteligentemente, reforzar la seguridad de sus edificios.
A diferencia de otras sociedades contemporáneas, como la estadounidense o las sociedades del oeste europeo, o de otras sociedades latinoamericanas, como la chilena o la uruguaya, la sociedad argentina carece, con la honrosa excepción de la sociedad mendocina, de una cultura del autocuidado. Los argentinos no sabemos cuidar de nosotros mismos. Nuestros gobernantes paternalistas de los siglos XIX y XX (Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, los gobiernos de facto posteriores a 1930, Arturo Illia) nos enseñaron que los argentinos no necesitábamos aprender a cuidarnos, porque para eso estaba el Estado: para cuidarnos o hacernos creer que nos cuidaría. Nuestros gobernantes liberales (Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio Argentino Roca, Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Frondizi, Carlos Saúl Menem y Fernando de la Rúa) y algún destacado colaborador suyo (como Domingo Felipe Cavallo) fracasaron estrepitosamente en su intento de morigerar el paternalismo gubernamental.
El tardopaternalismo kirchnerista-cristinista (con su inquietante tufillo a nepotismo, bien ganancial y construcción peligrosamente cerrada del poder, imprudentemente avalado por millones de votantes) no contribuye a mejorar esa irritante situación. La tragedia de Cromañón revela, en resumidas cuentas, que los argentinos no tendremos una sociedad y nación mejores mientras no nos desembaracemos responsablemente de esa fastidiosa férula. No será fácil lograrlo. Pero tampoco imposible. Ni, mucho menos, prescindible.

Monday, December 29, 2008

Ñoquis del 29, otra rara constante argentina

Según el website http://www.alimentacion-sana.com.ar/informaciones/Chef/noquis.htm, la costumbre de los “ñoquis del 29” nace de una leyenda del siglo VIII, referente a san Pantaleón, médico de Nicosia, pagano cristianizado y decapitado a raíz de la persecución anticristiana decretada por el emperador romano Diocleciano a principios del siglo IV. San Pantaleón habría practicado milagrosas curaciones en el norte de Italia, causales de su posterior canonización. San Pantaleón también parece haberse mostrado clarividente en lo referente a otras cuestiones. En cierta ocasión, unos campesinos vénetos lo invitaron a compartir su pobre mesa. Agradecido, san Pantaleón les vaticinó acertadamente un año de pesca y cosechas excelentes.
Un día 29, san Pantaleón fue consagrado patrono de Venecia, título compartido con san Marcos. El evento sería posteriormente recordado con platos de ñoquis emplazados sobre modestas sumas de dinero, expresión de deseo de nuevas dádivas.
Según el citado website, la costumbre de los “ñoquis del 29” nació en 1690, en un pueblito piamontés, cuyos habitantes, damnificados por una mala cosecha de trigo, decidieron comer parte de las papas reservadas, según la costumbre de la época, para alimentar animales. Esa difícil situación les impelió a crear los ñoquis de papa, cuyo consumo les salvó del hambre. A raíz de dicho episodio, los habitantes de dicho pueblito empezaron a celebrar las cosechas de papas con platos de ñoquis servidos en la plaza principal el día 29 de cada mes, número del día de la consagración patronal de san Pantaleón. Las raciones eran emplazadas sobre monedas repartidas entre los comensales tras el ágape, como augurio de prosperidad para los matrimonios celebrados ese día.
En la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina empezó, como es sabido, a recibir numerosísimos inmigrantes italianos, que celebraban con ñoquis las fiestas de san Pedro y san Pablo, solemnizadas el 29 de junio.
En 1979, ciertos periodistas gastronómicos de la capital argentina, rotándose como anfitriones, se reunían en sus hogares para saborear una comida preparada por el dueño de casa. Un día 29, la anfitriona de turno fue la gastrónoma Emmy “Monona” Molina, quien sirvió unos muy elogiados ñoquis de papa. La iniciativa de “Monona” estimuló la creación del “Club del Ñoqui”, que reunía mensualmente a numerosas figuras periodísticas, culturales y sociales de la Reina del Plata. La simpática costumbre fue rápidamente adoptada en muchos hogares y restaurantes.
El 29 de junio de 1988, el futuro presidente Carlos Saúl Menem encabezó un singular acto político-gastronómico, celebrado con los típicos ñoquis de la fecha. El ágape tuvo lugar en la República de la Boca, otrora baluarte de italianos seguramente aficionados a los ñoquis, a metros de la casa habitada por entonces por quien suscribe, a la sazón de 18 cándidos abriles. El tránsito vehicular fue desviado para albergar el peculiar evento callejero, documentado por la prestigiosa revista estadounidense Time.
Durante la presidencia de Alfonsín, se bautizó con el calificativo de “ñoquis” a muchos empleados estatales acusados de limitar su asistencia a su lugar de trabajo al día de pago de sus haberes, habitualmente liquidados el día 29 de cada mes.
La reforma menemista del Estado pareció lanzar una estocada mortal contra los “ñoquis” de la administración pública argentina y de las empresas estatales de servicios públicos privatizadas o concesionadas por el polémico gobierno del político de Anillaco. Los empleados estatales decidieron hacer buena letra para no perder el puestito. El trabajo tampoco abundaba en el sector privado, eventual ámbito de reinserción laboral de un empleado estatal cesanteado. Poner un almacén con la platita de la indemnización no tenía mucho sentido en la era dorada de los hipermercados, cuyos patios de comida servían ñoquis del 29 a precios de pobre.
Pese a ello, la simpática costumbre de los ñoquis del 29 se impuso sobre la “mala onda” socioeconómica del periodo 1989-2001, intensificada desde 1995. La reactivación económica iniciada en 2003 permitió a muchos argentinos volver a degustar relajadamente los ñoquis del 29, lamentablemente encarecidos por la retornada inflación.
En nuestra patria, la costumbre de los ñoquis del 29 no conoce, al igual que el hábito del mate o del café, distinciones de clases sociales. Algunos argentinos los consumen en elegantes restaurantes o se deleitan con los exquisitos ñoquis de La juvenil expendidos en los elegantes patios de comida del Patio Bullrich y de las Galerías Pacífico. Otros argentinos, menos pudientes, los adquieren en fábricas de pastas de barrio, los amasan en casa o compran ñoquis empacados de origen industrial en los supermercados chinos. Ese tipo de fenómenos no es exclusivamente argentino. En Gran Bretaña, la costumbre del five o’clock tea es seguida por la reina Isabel II y por el estibador portuario de Liverpool. En Italia, los spaghetti forman parte de la dieta del señor Berlusconi y del obrero de la Fiat. En China comen arroz el millonario de Shangai y su humilde operario.
Hoy, 29 de diciembre de 2008, corresponde engalanar las mesas argentinas con los últimos “ñoquis del 29” de este año de inminente final. La actual nueva crisis económica internacional puede hacerlos saber a crisis tras una prolongada bonanza. Sin embargo, podemos afirmar que los “ñoquis del 29” constituyen una de las raras constantes de nuestra cultura, como ese culto sanmartiniano mencionado en este espacio el 17 de agosto de 2008, bajo el título San Martín, una rara constante. Este es un país lamentablemente inconstante. Preservar los pequeños ritos puede constituir una buena forma de empezar a revertir saludablemente esa nociva tendencia.

Sunday, December 28, 2008

Que la inocencia no nos valga demasiado

En mi escrito Que la inocencia nos valga, publicado en este espacio el 5 de abril de 2007, defendí la necesidad de un espacio para la inocencia en el despiadado mundo actual. Por entonces soplaban vientos de bonanza sobre la vida mundial, especialmente a nivel socioeconómico y financiero.
En este Día de los Santos Inocentes de 2008, a raíz de la actual crisis económica internacional, la inocencia pinta casi subversiva.
El Día de los Santos Inocentes no es una efemérides jocosa, como suele suponerse. Es el aniversario de una matanza. Al menos según la Biblia. Ese día, según el Nuevo Testamento, el rey Herodes el Grande montó en cólera porque los Reyes Magos, contra la voluntad del monarca, no iban a decirle dónde había nacido Jesús, a quien Herodes decía querer adorar. Podríamos suponer que Herodes temió que el recién nacido “rey de los judíos”, buscado por los Reyes Magos, intentase en el futuro eclipsar al emperador romano, protector del rey-títere de Israel.
Según los Evangelios, Herodes mandó masacrar en represalia a todos los niños varones menores de dos años domiciliados en sus dominios. Herodes, aliado de Roma, parecía suponer que, entre los desdichados infantes, figuraba el futuro enemigo mortal del poder imperial romano.
Siguiendo con las citas bíblicas, podríamos sostener que el mundo actual ha entrado en un periodo de “vacas flacas”. Hay que ponerse serios. Se acabó la “fiesta loca”. Hay que sentarse con lápiz y papel, pergeñar preventivamente estrategias de supervivencia y ceñirse escrupulosamente a los nuevos planes de acción. Y, ante todo, promover la sencillez.
El promotor de la sencillez es mucho más inteligente que el promotor de la sofisticación. La propuesta del segundo sólo es viable en las épocas de “vacas gordas”. La propuesta del primero es viable en cualquier contexto histórico y geográfico. La propuesta del primero encierra mayores posibilidades de felicidad que la del segundo. El segundo exige mucho en el plano material y sufre cuando las circunstancias lo obligan a moderar sus pretensiones y, de no poder revisar su postura, a cometer actos ilícitos para materializar sus tontas fantasías. El primero sufre menos por ser una persona de bien que, en el plano material, se conforma con poco.
Ya que hablamos de Jesús de Nazaret, podríamos, en este incierto cambio de año, recordar las célebres palabras de Cristo a sus Apóstoles: “Os envío como corderos en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas”. El poder de Herodes el Grande era mínimo en comparación con el poderío de los actuales centros económico-financieros del capitalismo global. Dicho de otra forma: andémonos con cuidado. A la codicia opongamos la humildad. A la perversidad combátamosla con la inteligencia.

Saturday, December 27, 2008

Humanidad autoencarcelada

En su cuento El libro de arena, de 1975, Jorge Luis Borges refiere la historia de un ex empleado de la Biblioteca Nacional, dirigida por el autor de El aleph entre 1955 y 1973. El personaje borgeano reviste así un matiz netamente autobiográfico. Este último recibe la visita de un enigmático vendedor de libros, que le canjea un extraño volumen por una antigua Biblia inglesa y una modesta suma de dinero. El principal protagonista del relato toma así posesión de un opúsculo “infinito”, de un número incalculable de páginas. El exótico opúsculo amenaza con alienar a su poseedor, situación descrita por Borges en los siguientes términos: ”No mostré a nadie mi tesoro. (…) Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. (…) De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
”(…) comprendí que el libro era monstruoso. (…) Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.
”Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta. (…)”

Deseoso de desembarazarse del fastidioso mamotreto, el Prisionero del Libro borgeano finge extraviarlo entre los cientos de miles de volúmenes de la Biblioteca Nacional. Logra así desprenderse de su carcelero a un costo razonable.
A muchos seres humanos no les resulta sencillo liberarse de su actual carcelero: la tecnología. No logran vivir sin esos “aparatitos” y “aparatazos” proféticamente vaticinados por Nelly Fernández Tiscornia en 1987. Sin embargo, los actuales seres humanos no han sido encerrados en la “cárcel tecnológica” a raíz de un castigo divino o engendro diabólico. Se han autoencerrado en dicha cárcel. Y, a diferencia del Prisionero del Libro borgeano, no logran evadirse de la misma.
Recordemos el aviso publicitario promedio de la Argentina del complejo decenio de 1990. Instaba a priorizar el consumo de artículos de primera necesidad, producidos en grandes volúmenes, destinados a un público masivo y comercializados a bajo costo. El actual aviso publicitario promedio de la Argentina fomenta un consumo elitista de prescindibles artículos de tecnología de punta, a valores astronómicos. ¿Acaso la Argentina actual posee el PBI per capita de Mónaco? ¿Cuántos argentinos pueden comprarse celulares de 1800 pesos, personal computers de 3000, notebooks de 5000, televisores de 7000, autos de 60.000 o camionetas de 80.000? Sin embargo, se los ve en manos de argentinos supuestamente obligados a reservar su capital para cuestiones más prioritarias, debido al nocivo influjo de una agresiva campaña publicitaria, equívocamente focalizada en un público de alto poder adquisitivo.
La Argentina actual necesita una inyección de realismo y una enérgica redefinición discursiva y práctica a nivel axiológico. No podemos invertir 1000 pesos en comprar zapatillas y celulares a un adolescente domiciliado en una zona de alto riesgo, matriculado en una problemática escuela estatal y supuestamente requerido de becas estudiantiles, viandas escolares y boletos secundarios. Ni siquiera resulta imprescindible comprárselas a un chico de familia de clase alta, con sus necesidades básicas holgadamente satisfechas e inscrito en una carísima escuela privada. Ambos se las pueden arreglar magníficamente sin celular y con unas zapatillas abrigadas de 100 pesos para el invierno y unas alpargatas de 30 pesos para el verano. Pero preconizar tal conducta sonará a prédica en el desierto mientras se fomente el estúpido consumo de élites actualmente promocionado, en vez del consumo de masas propio del mundo actual.
La Humanidad autoencarcelada necesita esos crakers postulados por Pekka Himanen y mencionados en mi artículo Sin medios y sin Estado, publicado en este espacio el 16 de noviembre de 2008. Necesita seres humanos capaces de romper el cerrojo de la “jaula de acero” de la “cárcel tecnológica” evitablemente autoimpuesta a la actual especie humana.
La actual crisis económica global debería instarnos a elegir una vida mejor. La felicidad no pasa por despilfarrar nuestro dinero en artículos suntuarios. Está íntimamente ligada a la verdadera esencia de nuestro ser.

Thursday, December 25, 2008

Mundo loco (5)

Hemos llegado a la Navidad. El natalicio de don Jesús de Nazaret. ¿Quién le canta el feliz cumpleaños? Murió hace casi 2000 años, boludo. No, si los curas dicen que vivirá para siempre. Por estas fechas, los judíos, a quienes el Cristo ese colgó la galleta casi veinte siglos atrás, encienden las velas de Janucá, conmemorando el triunfo de sus antepasados del siglo IV a.C.sobre los paganos que pretendían convertirlos a sus creencias. Y al pobre Jesús nadie le enciende una velita en una torta de cumpleaños, para que la sople el Papa, su Vicario, durante la misa del Gallo en el Vaticano. ¡Don Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, me extraña de usted! Pero, ¿qué podemos esperar de un mundo donde los judíos celebran Navidad, el Año Nuevo cristiano, Reyes y Semana Santa, además de Roschaschaná y Pesaj, no encienden una puta vela de Janucá (salvo los ortodoxos, que hasta se mandan una choza de Sucot en el balcón) y en Yom Kippur morfan panchos, que yo no llamaría kosher, en vez de ayunar como Dios manda? ¿De un mundo donde los cristianos no van a la misa del Gallo y rinden más tributo a Papá Noel que al Niño Dios? Yo lo resolví fácil: me dije a mí mismo "creo en Dios" y regalé dos boludeces. Ni fui a la misa del Gallo, ni reventé mi tarjeta en el shopping. No tengo tarjeta de crédito, ni auto. Me cago en esas pelotudeces que emboban a mis compatriotas. Ya lo dijo Cortázar: la Argentina es un país desnudo que sueña con un frac.
Dejémosnos de autoengaños, conciudadanos. Nos autoengañamos con el golpismo y el neoliberalismo y terminamos en la mishiadura. Hasta que llegó el matrimonio de Calafate y proclamó a los cuatro vientos el nacimiento de una Nueva Argentina. Como había hecho en mil nueve cuarenta y pico don Juan Domingo Perón. ¿Lo tienen? El Pocho. Ese que en mil nueve siete cuatro, con un pie en la tumba, echó a los montoneros de la Plaza de Mayo. Con razón Cristina y Néstor no fueron al segundo entierro del Viejo. ¿Lo recuerdan? Un carnaval de aquellos, allá en San Vicente. Los sindicalistas entrechocando palitos de madera como japoneses practicando kendo. ¡Cómo los escracharon en la tapa de Debate! Al funeral no fue ni el loro. Y casi se morfan el manco occiso del General en asado, usando la madera del jonca como leña para el fuego. ¿Sabían que aún hay caníbales? Hace poco, en Rusia, unos pendejos de la tribu gótica cayeron en poder de una secta diabólica que los acuchilló a diestra y siniestra y se los morfó a la parrilla. ¿No les habrán caído medio pesados los pobres pibes?
Yo paso. En el país de las vacas, no voy a renunciar a un buen bife de lomo para comerme un mocoso de 17 años a las brasas. En Navidad, no voy a renunciar a la pavita y al vitel thoné de mi vieja, que está de rechupete, para mandarme un corazón de flogger a la portuguesa. A las tribus urbanas se las respeta. No hagamos como los aztecas, que achuraban pobres diablos en sus altares en honor a sus dioses. Seamos civilizados.
Vivimos en un mundo loco. Le hemos afeitado la chiva hasta al Cristo, como dice un viejo gotán. Pero a Papá Noel se la dejamos bien tupidita. No vaya a ser que le agarre frío al repartir regalos en su trineo con 40º bajo cero. En este mundo los moishes celebran Navidad y los goyem comparten su cena de Pésaj. Pero qué importa eso. A reventar la tarjeta, que se vienen tiempos difíciles. ¿No leen los diarios? Las Bolsas se fueron al joraca. Lindo entuerto le espera a don Barack Obama. Georgie Bush no dejó macana por hacer.

Wednesday, December 24, 2008

Intolerancia

Anteayer, 22 de diciembre de 2008, la opinión pública se vio conmocionada por el asesinato del radical Raúl Seco Encina, intendente de la localidad santafesina de Vera, perpetrado por el empresario kirchnerista Héctor Tregnaghi, inmediatamente entregado de motu propio a la policía.
El homicidio de Seco Encina, cometido a plena luz del día, demuestra que la versión fratricida del espíritu faccioso puede reaparecer, aunque más no sea esporádicamente, en la vida política argentina. Tregnaghi no aceptó ser derrotado electoralmente por Seco Encina. Ignoró una norma fundamental de la vida democrática, consistente en el respeto por la decisión mayoritaria.
El señor Tregnaghi se equivocó de época. Olvidó que la violencia armada ya no es (y nunca debió ser) la regla dorada de la vida política argentina. Que esta última ya no se dirime a los balazos (y que nunca debió intentar dirimirsela así). Ahora deberá atenerse a las consecuencias del anacronismo de su lectura de la realidad nacional.
El 29 de julio de 2007 aludí, en este espacio, a esa denegación recíproca de legitimidad definida por Tulio Halperín Donghi como un mal permanente de la historia política argentina. La exacerbación del espíritu faccioso motivó que nuestras antinomias políticas llegaran a ser sangrientas. La horrorosa experiencia del Proceso de Reorganización Nacional incitó saludablemente a muchos argentinos a desechar la tendencia facciosa en el campo político y a sus dirigentes a mantenerla sin los ribetes sanguinolentos de épocas pretéritas.
Pero la intolerancia en nuestro país no se limita a lo político.
Veinticuatro horas antes del trágico deceso de Seco Encina, el cordobés Guillermo Joel Cáceres, de dieciséis años de edad, sucumbía a las heridas infligidas contra su cuerpo por sus agresores, adolescentes como él. A sus victimarios no parecía agradarles su adhesión a la tribu urbana flogger.
El joven Cáceres no había derrotado a nadie electoralmente. Aún no tenía la edad mínima reglamentaria para votar. Tampoco había negado a nadie la autorización para explotar un hipódromo, como parece haber hecho Seco Encina con su asesino. No tenía la potestad necesaria. Ser flogger no es, para mi gusto, la mejor opción para un adolescente. Pero ello no justifica la condena de un muchacho de dieciséis años a una muerte violenta.
La plausible reaparición de la intolerancia puede costarnos cara. La intolerancia del ayer nos costó una fortuna. No podemos darnos el lujo de pagar ese precio dos veces.

Tuesday, December 23, 2008

¿Feliz Nochebuena?

Esta es, a mi entender, la víspera de Nochebuena más aciaga conocida por nuestra patria y planeta desde la víspera de Nochebuena de 2001, signada, en el caso argentino, por el dramático desenlace de la porfiada aplicación del paradigma socioeconómico neoliberal. En vísperas de la Nochebuena de 2001, el panorama internacional se veía, a su vez, empañado por la conmoción provocada por los brutales atentados terroristas perpetrados contra territorio estadounidense el 11 de septiembre de dicho año.
Siete años después, la víspera de Nochebuena se ve nuevamente ensombrecida a nivel internacional y nacional. A nivel internacional, por la profundización de la actual crisis socioeconómica global. A nivel nacional, por la amenaza de un nocivo impacto local de dicha crisis. Aún puede argüirse que la crisis en curso no ha afectado particularmente la situación socioeconómica argentina. Por ahora.
Algunas poderosas economías del orbe (como la estadounidense, la alemana, la suiza, la rusa o la japonesa) se han visto bruscamente jaqueadas por la actual debacle, pese a los onerosísimos megaplanes anticrisis de gobiernos como el estadounidense, el alemán, el japonés, el británico o el chino, las precipitadas cumbres internacionales anticrisis de jefes de Estado y los coherentes discursos anticrisis de gobernantes como el presidente francés Nicolas Sarkozy. La crisis en curso no sólo ha golpeado duramente a las principales economías del planeta, sino también a economías comparativamente secundarias, como la islandesa, la finlandesa o la austríaca, con menor capacidad de reacción contra la adversidad macroeconómica internacional.
Los efectos del actual desmadre global también empiezan a percibirse en Latinoamérica. México (país económicamente ligado a los Estados Unidos) ha visto recortarse una de sus principales fuentes de ingresos al menguar las remesas en dólares efectuadas por mexicanos emigrados a territorio estadounidense. Dichas remesas constituyen, junto con las regalías petroleras, el 40% del presupuesto del gobierno ecuatoriano. Este último ha debido, por dicho motivo, decretar un default parcial sobre la deuda externa ecuatoriana. El default ecuatoriano recuerda tristemente el dramático default argentino de diciembre de 2001. El default ecuatoriano se ve forzado por una catastrófica desvalorización internacional de la explotación del petróleo. Esta última podría jaquear duramente la continuidad del proyecto "bolivariano" del presidente venezolano Hugo Chávez, económicamente cimentado, en primer término, por las regalías petroleras. Las luces de alarma también se han encendido en Brasil, la principal economía latinoamericana, cuyo colapso sería obviamente funesto para América Latina.
En vísperas de un 2009 anunciado como difícil, el panorama nacional e internacional pinta menos prometedor que durante el periodo de bonanza iniciado (al menos en el caso argentino) en 2003. Las nuevas circunstancias parecen haber condenado a muerte a una etapa aparentemente rutilante.
Esta víspera de Nochebuena también se ve signada por una paradójica oleada consumista, netamente reñida con la actual situación socioeconómica global y la ética ascética de los primeros siglos de una religión fundada por un Jesús aparentemente relegado, en el actual imaginario popular, por la figura capitalista de Papá Noel. Oleada consumista delatora del alarmante retroceso axiológico de las actuales sociedades, al cual la Argentina no es en absoluto ajena.
La Nochebuena del año en curso no promete ser feliz. Como tampoco fue feliz, en el caso argentino, la Semana Santa de 1987, ensombrecida por un levantamiento militar, pese al célebre "Felices Pascuas" proferido por el presidente Raúl Alfonsín al capitular los amotinados. Pero la Nochebuena siempre constituye un buen espacio de reflexión y balance. La actual situación socioeconómica global induce a destinar a la Nochebuena de 2008 a pergeñar preventivamente estrategias de supervivencia para un futuro cercano y anunciado como adverso. Los argentinos deberían ser capaces de capear su amnesia histórica, a la luz de sus traumáticas experiencias de los últimos cuarenta años.

Saturday, December 20, 2008

Feliz Navidad sencilla

Nací en 1970. Recuerdo vivamente las Navidades ”con tutti“ de mi infancia. Esa ocasión no podía sino excitar superlativamente al niño que era yo en aquel entonces. La gran mesa familiar, el arbolito, el pesebre, la pavita, el vittel thoné, las copas de camarones, los turrones, el pan dulce, la fruta seca, el brindis de medianoche, los regalos, la pirotecnia del vecindario… A esa lista aparentemente inagotable se sumó, entre mis veintidós y veinticinco años, la faceta religiosa de la Natividad, ineludible para el católico practicante que era yo por entonces. Agregué al pecado de la gula las lecturas bíblicas, la Misa de Gallo, el tributo al Niño Jesús (exhibido en yeso en el oficio religioso), la bendición de la mesa de Nochebuena y la televisada misa papal.
Pasaron los años. Dejé de ser niño. Sigo siendo creyente y me gustaría volver a ser católico practicante, pero, por ahora, no lo logro. Otros asuntos han absorbido mi tiempo, energía e interés. Mi cosmovisión ha cambiado con el correr de la vida.
En mi adolescencia empezaron a agotarme los festejos aparatosos. En julio de 1987 se casó una prima hermana de mi padre. Esa indirecta parienta mía provenía de un hogar humilde, “de trabajo”. Había debido trabajar para pagarse sus estudios universitarios. Su prometido casi no tenía familia y tampoco nadaba en la abundancia. No había dinero para un casamiento “burgués”. Celebramos los esponsales en la casa de soltera de la novia, con sandwiches de matambre casero y una torta de casamiento elaborada por un tío abuelo mío, pastelero profesional.
Ese fue el mejor casamiento de mi vida (junto con las nupcias de una prima hermana de mi madre, celebradas en septiembre de 1988 con un simple, aunque sabroso, servicio de lunch servido en mi casa). En agosto de 1987 se casó otra prima hermana de mi padre. Provenía de un hogar más pudiente que la casada el mes anterior. Su fiesta de casamiento fue un plomazo. Un salón de fiestas chico, incómodo, mal alhajado, mal calefaccionado para el glacial invierno imperante en el exterior y peor iluminado. Fotógrafo y videasta especialmente contratados, con cara de aburridos a más no poder. Pista de baile del tamaño de un pañuelo, con luces de colores de 25 watts. Disc-jockey con una discografía más que mediocre. Un buffett olvidable. Una copa en el bar de la esquina del Registro Civil habría estado más divertida.
Los casamientos de julio de 1987 y septiembre de 1988 fueron, como decía, los mejores de mi vida. No fueron aparatosos. En ellos prevaleció la sencillez. Se celebraron con lo que se tenía y no con lo que, según una norma social estúpida, debía aparentarse tener.
Años después, sigo promoviendo fervientemente la sencillez, clave de una vida feliz. En Navidad se conmemora el nacimiento de un niño nacido en un establo, de madre lavandera y padre carpintero, no el de un niño nacido en una mansión y heredero de una pingüe fortuna. La Navidad no debería ser un pretexto para reventar la tarjeta de crédito, como se estila en los discutibles Estados Unidos de América. La actual situación macroeconómica del Gran País del Norte, harto compleja, impelió recientemente a una columnista del Washington Post a promover una Navidad austera, acorde con la filosofía de la New Frugality estadounidense, mencionada días atrás en este mismo espacio.
La vanidosa Navidad ”con tutti“ es muy tentadora. Conozco judíos (¡y hasta ateos!) que la celebran con entusiasmo. Una familia judía, amiga de la mía hace décadas, celebra la Navidad, el Año Nuevo cristiano y la Epifanía con tanta algarabía como las fiestas judías. La mencionada prima hermana de mi madre, tan anticlerical y no creyente como su difunto marido, organiza opíparos almuerzos navideños en su casa y celebra que le lleve regalos de Reyes a su hijo.
Hace más de veinte años que le escapo a esa tendencia engorrosa. Si con una modesta cena de amigos o un simple té de damas se la puede pasar bomba en cualquier momento del año, ¿a santo de qué embarcarse en un despilfarro y esfuerzo inútiles en diciembre, con el caballo cansado y toneladas de asuntos que finiquitar, recordando más a la presuntuosa figura capitalista de Santa Claus que a la humilde figura del Niño Jesús, que es, en realidad, la que debe evocarse? ¿Quién instituyó la Navidad? ¿Jesucristo o American Express?
No promovamos la sofisticación, fuente de una “felicidad” harto engañosa. Insisto: la gente feliz es la gente sencilla.
Feliz Navidad sencilla, eventuales lectores míos.

Friday, December 19, 2008

Luces amarillas

El 19 de diciembre de 2008 (hace hoy siete años) comenzaba uno de los periodos más dramáticos de la historia argentina. Un pueblo enardecido reaccionó enérgicamente contra los abusos del neoliberalismo, superando una prolongada apatía política. Los ánimos empezaron a serenarse trece días después, con la designación del senador nacional Eduardo Duhalde como presidente interino de la República, dispuesta por una Asamblea Legislativa de la Nación constitucionalmente convertida en depositaria provisional de las facultades de un Poder Ejecutivo federal a la sazón inmerso en una virtual acefalía.
El nuevo mandatario encaró con ejemplar discreción la dura tarea que le imponía el Destino en esa hora dramática de la vida de su patria. Tras un doloroso año, la República pudo respirar aires saludables por primera vez en ocho años. La gestión presidencial de Néstor Kirchner, sucesor de Duhalde, profundizó vigorosamente el proceso de recuperación socioeconómica iniciado bajo el anterior mandatario. Pero al nuevo presidente le faltó la discreción de su predecesor, grave falencia en un gobernante. Kirchner la evidenció al promover la candidatura presidencial de su esposa, la senadora nacional Cristina Fernández, con su inequívoco tufillo a nepotismo, bien ganancial y construcción peligrosamente cerrada del poder, imprudentemente avalado por ocho de los diecinueve millones de votos validados en los comicios del 28 de octubre de 2007, sin que ello me induzca en absoluto a negar los indiscutibles méritos de la gestión gubernativa del matrimonio presidencial.
Durante el año en curso, el flanco débil de ese rígido modelo de gestión quedó en evidencia durante el prolongado conflicto entre el gobierno nacional y el sector agropecuario. Tres meses después, la profundización de la crisis económica internacional golpeó a las principales economías del planeta e indujo a numerosos gobernantes, entre ellos la presidenta Fernández, a preguntarse qué postura adoptar ante la nueva adversidad global, suscitada tras una prolongada bonanza.
Los pavorosos guarismos de sus megaplanes anticrisis deben inducir a los argentinos, lamentablemente propensos a engolosinarse con las supuestas panaceas socioeconómicas del gobierno nacional de turno, a pensar qué suerte les deparará el futuro inmediato. Aquí no pretendo promover conjeturas pedantescas. Lo cierto es que, tras cinco presuntos años de vacas gordas, la conmemoración del Diciembre Negro está nuevamente signada por el sello de la crisis internacional y su impacto local. Hace siete años, las luces rojas del Semáforo Nacional indujeron a los argentinos a detenerse a repensar profundamente las cosas. Eso se logró. Tal como se logró extraer buen provecho de las luces verdes emitidas por dicho semáforo desde enero de 2003. En este séptimo aniversario del Diciembre Negro, conviene prestar atención a la advertencia emitida por las luces amarillas del Semáforo Internacional. Lamentablemente, los argentinos no suelen respetar las señales de tránsito.

Tuesday, December 16, 2008

Goodbye, Georgie

Ay, Jorgito. Peor no podrías estar redondeando tu mandato. Ese mamarracho que impusiste a tu país y planeta durante ocho años, empezando por el dudoso escrutinio de Florida que te sentó en el Salón Oral. Convertiste el 11 de Septiembre en el Día del Papelón. Mientras los argentinos celebrábamos el Día del Maestro, vos leías un cuentito en una escuela y Bin Laden te cagaba las Gemelas y el Pentágono, que estaban hechos un chiche. En mi país, los maestros se tiran un pedo y piden licencia, pero es mejor celebrar el Día del Maestro que el Día del Papelón, don't you think so, my dear?
Llevaste a tus amigotes Aznar y Blair a Iraq. A ambos les pusieron bombas. En las elecciones perdieron como en la guerra. El que se sacó la grande fue tu amigote Berlusconi. Romano Prodi resultó ser más salame que el salame de Milán. Te patinaste medio billón de verdes en Iraq. Habiendo tantos lugares lindos, te lo patinaste en el desierto iraquí, más fulero que E.T. y el Tiranosaurus Rex de Jurassic Park juntos. Pobre Spielberg: lo cagó su paisano Bernard Madoff. ¿De dónde va a sacar los morlacos para producir Volver al futuro IV? Te hubieras ido al desierto de Nevada a patinarte la guita de Iraq en las máquinas tragamonedas de Las Vegas, brother.
My friend, hubieras hecho como tu papi en Panamá, donde tu daddy se limitó a rajar a Noriega, o en Kuwait, donde tu viejo se conformó con fletar a los iraquíes. En lugar de una Mónica Lewinsky chupándote los huevos, tuviste un Katrina y dejaste Nueva Orleans más anegada que un millón de huevos pasados por agua. Y, pa'completarla, dejás a tu país en la lona y al resto del mundo peleándose por los botes salvavidas del Titanic II. ¿Te cobró mucho Leo Di Caprio? Ganaste dos elecciones y ahora un periodista de cuarta te convierte en un hazmerreír mundial al tirarte por la sabiola unos zapatos más fuleros que los borcegos de los pobres santos que le mandaste al Tío Saddam. ¿Los recordás? Aquellos que homenajeaste con un delicioso pavo de utilería para el Thanksgiving Day del 2004. Vaya regalo de despedida y Navidad te hizo don Muntadar al-Zaidi. En 24 horas se hizo más popular que vos en tus ocho años de White House.
¿Se celebra Reyes en tu país? De ser así, mirá qué bajo caíste. Tus acaudalados papis deben haberte dejado principescos regalos de Reyes junto a tus zapatitos de niño rico con tristeza, como decía un ex presi mío, bastante gomía de tu viejo, elegido por un pueblo al cual el gobierno saliente, alegando haberle hablado con el corazón, acusó de haber votado con el bolsillo. ¿A tu secretario del Tesoro no se le ocurrió emular en inglés a mi difunto compatriota Juan Carlos Pugliese, en vez de promover ese ridículo salvataje? ¡700 mil palos verdes, Jorgito! ¿Dónde viste tanta guita junta?
De zapatos de Reyes a zapatos de cuarta arrojados hacia tu incomprendida osamenta. Y mirá qué regalo de Navidad anticipado te hicieron tus compatriotas. Un presidente de color para un yanqui propiamente dicho como vos, más blanco que la nieve de diciembre que los homeless de tu patria combaten quemando embalajes de Wal-mart, antes de que quiebre el supermercado. ¿Tu señora ya empezó a hacer las valijas? ¿Dónde van a vivir? ¿En tu ranchito texano? Mejor mudate a alguna cueva del desierto de Arizona. A Chupete De la Rúa, el Bush hijo argentino, le bastó con su quintita de Pilar. A vos te quedaría chico el Empire State.
Goodbye, Georgie. Que te sea leve.

Sunday, December 14, 2008

Mundo loco (4)

Fin de año complicado. Los informes económicos internacionales siguen siendo aterradores. ¿Recuerda el milagro japonés de la segunda posguerra? Le presento su versión 2008: en apenas dos meses, el gobierno nipón ha lanzado megaplanes anti-crisis por valor de 555 mil palos verdes (sí, leyó bien). En Rusia la cosa no anda mejor: en vez de brindar con vodka, el pueblo ruso cierra el año con la muerte del patriarca de su iglesia y la economía en recesión técnica. Latinoamérica empieza a acusar el impacto: el 39% de la deuda externa ecuatoriana ha entrado en default. ¿Recuerda cuando Rodríguez Saá anunció a los gritos el default desde su butaca en el Congreso? ¡Por favor! Si ni siquiera las economías chicas se salvan de todo esto. Lea un poco los diarios en Internet. Se ahorrará el peluquero que le deje la sabiola onda punk. Finlandia, Islandia, Austria... Antes, en Suiza escondían todo lo que le robaban a los demás, como decía Perón. Ahora, los bancos suizos ya no reciben depósitos: despiden empleados. El Crédit Suisse anunció 7000 rajes.
En el Gran País del Norte, cuna de este zafarrancho mundial tamaño guardarropa, se pretende que el Estado gatille 15 mil palos verdes para las automotrices. Yo les pregunto: señores de la Chrysler, de la Ford, de la General Motors, ¿para qué quieren ese tocazo? ¿Para fabricar el Ford T del siglo XXI o para fabricar cochazos de lujo para Madonna? ¿Y por casa cómo andamos? No muy bien, gracias. En la patria del bondi, que te transporta por chirolas, nuestra Presi pretende que pelemos 30 lucas para comprarnos un 0 km de medio pelo, con la patente anual a ocho gambas y el litro de nafta a tres mangos. Si para ganar tres lucas hay que laburar a lo bestia, ¿cómo vamos a reunir treinta para comprar un auto al divino dope? Ay, Cris, Cris, aterrizá un poco, menos helicóptero, olvidate del tren bala, promové el "tren para todos", no estamos en Francia. ¿Tres mil palos verdes para un tren bala, en un país donde hasta en el Tren de la Costa se viaja de dorapa? Hacé que pongan más formaciones en el Sarmiento, en el Roca; no se puede viajar hasta Morón o Glew en el techo del vagón. Hacé que el San Vicente tenga más coches; no se puede viajar hasta Brandsen o Cañuelas en el guardabarros.
Pero ya se sabe; a los argentinos nos gusta reventar la tarjeta de crédito. Después llega la factura de Visa y nos agarramos de la cabeza. Y así se pudre todo. Este año se ha hablado mucho de las "tribus" de los pibes (emos, floggers, cumbios). Hijos y nietos de las "tribus" de antaño (petiteros, hippies, chetos, punks). En los Estados Fundidos de América ha surgido una nueva tribu, sólo que de gente grande, que trata de sumar a la misma a la purretada. Se llama los Nuevos Frugales. Muchos consternados padres yanquis ya han dicho a sus voraces hijos: este año Papá Noel anda pobre, honey. Nada de celulares último modelo, ni de laptops. Me quedé sin laburo, no sé hasta cuándo lo voy a tener, al tío Joe le remataron la casa por falta de pago de hipoteca, el auto al garage que la nafta está cara. Nuevos Frugales. Entre nosotros, gasoleros. Tras seis años de viva la pepa, tal vez debamos ajustarnos un poco el cinturón, argentinos y argentinas. Vamos, damas y caballeros, a consumir lo indispensable, que no se acaba el mundo. El Palais de Glace cerró hace rato. ¡Ya basta de tirar manteca al techo!

Thursday, December 11, 2008

¿Por qué los subestimamos?

Por estos días, el mundo se ha visto conmocionada por las violentas manifestaciones de repudio motivadas por el trágico deceso del adolescente griego Alexis Grigoropulos, víctima del "gatillo fácil" de los efectivos policiales afectados al operativo de "seguridad" de una protesta callejera estudiantil en la capital helénica. La dramática muerte de Grigoropulos, teóricamente relegable a la crónica policial, ha sido el detonante de una crisis nacional reportada por la prensa mundial. Ha multiplicado las tomas de establecimientos educativos, los enfrentamientos con las fuerzas del orden y protestas contra la política socioeconómica del gobierno de turno, estas últimas vinculables con la actual crisis económico-financiera internacional.
¿Quién sería Grigoropulos a los ojos de los argentinos?
¿Un adolescente vago sin ganas de estudiar, escudado en causas nobles para no desempeñar debidamente sus funciones específicas?
Como docente secundario (actualmente no ejerzo por cuestiones burocráticas), me pregunto si la apatía y holgazanería imputadas por muchos argentinos adultos a sus compatriotas adolescentes no se deberán a la tendencia de los primeros a subestimar a los segundos, a suponer cínicamente que los segundos "no pueden hacer nada" y desdeñan olímpicamente la disciplina.
Algo de razón tienen. Pero los argentinos adultos no debemos generalizar érroneamente al respecto. Y, ante todo, no debemos incurrir en la paradoja de "no hacer nada" con adolescentes que, supuestamente, "deben hacer algo".
Durante este año tan próximo a terminar, nuestros mass media "bien pensantes" se han regodeado vendiendo, no sin cierto éxito, una imagen negra del actual adolescente argentino. Lo han pintado como un vago que, en vez de estudiar, martiriza a sus docentes y compañeros aplicados con la publicación en Internet de pesadas bromas filmadas por unos sofisticados teléfonos celulares paradójicamente empuñados por chicos provenientes de hogares humildes, donde, supuestamente, no se pueden invertir 900 pesos en un celular. O bien como un holgazán que, en vez de estudiar silenciosamente en la biblioteca de la escuela, como pretendían nuestras peores dictaduras, se dedica, con tal de "no hacer nada", a ocupar su edificio escolar en reclamo de mejoras edilicias e irrumpe en un solemne recinto legislativo, visitado en ese momento por un ministro de Educación, a reclamar a boca de jarro la ampliación de las becas y viandas escolares para chicos que van a la escuela con celulares carísimos, se llevan ocho materias a marzo y no rinden ni la mitad, se machetean en todas las evaluaciones, se ratean veinte días seguidos o repiten tres veces segundo año.
Grigoropulos no era argentino. Como era griego, los argentinos nos dolemos por él. Pero la comprensión bien entendida empieza por casa.
Argentinos adultos: no subestimemos a nuestros adolescentes. Por su bien (y el nuestro), pretendamos algo de ellos. No los demonicemos. Con la estigmatización perdemos todos.

Cada día se recuerda peor

El 11 de diciembre de 1890, hace hoy 118 años, Berthe Gardes, humilde planchadora de la ciudad francesa de Toulouse, madre soltera, daba a luz a su hijo Charles Romualde Gardes, más conocido como Carlos Gardel. Tres años después, Berthe y su pequeño hijo atravesaban el Atlántico en procura de nuevos horizontes, como millares de inmigrantes de la época.
Veinte años después de su llegada a su adorada Reina del Plata, Gardel subía al escenario de un lujoso cabaret porteño, guitarra en mano, acompañado de su partenaire José Razzano. Fue el comienzo de una carrera triunfal.
El 24 de junio de 1935, en la cúspide de su éxito, un fatal accidente aéreo puso fin a su vida en la ciudad colombiana de Medellín. Moría el hombre. Nacía el mito. A lo largo de las décadas, Gardel, Carlitos, el Zorzal Criollo, el Mudo, el Morocho del Abasto, serían objeto de veneración y estudio.
Nací en 1970. Mi padre y mi abuelo paterno, tangueros de alma, tuvieron menos éxito en aficionarme al tango que mi madre y mi abuela materna en aficionarme a la ópera y la música de los grandes compositores europeos de los siglos XVII a XIX. En mi niñez, mi gusto por la música no pasó del cancionero infantil y algunos grupos anglófonos de música pop de moda por aquellos años.
Mi verdadero bautismo musical se produjo en marzo de 1985, en vísperas de mi décimoquinto cumpleaños. Revolviendo cassettes en Harrod's, descubrí un registro de la Quinta Sinfonía de Beethoven y la Sinfonía Inconclusa de Schubert, interpretadas por la Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de Leonard Bernstein. A semejantes maravillas siguió el primer concierto para piano y orquesta de Chopin, que, al día de la fecha, figura entre mis piezas musicales favoritas.
Mientras quien suscribe, tímido quinceañero de terrible acné, se iniciaba en el mundo de las musas, la Argentina conmemoraba el cincuentenario del fallecimiento de Gardel. Mi habitación pasó a lucir una colorida imagen del Morocho, obsequiada a este humilde escriba en la Feria del Libro, y el afiche publicitario en francés de un espectáculo tanguero ofrecido el año anterior en la ciudad natal del Mudo, traído de Europa a este humilde servidor por su abuela materna, hija de un nativo de la Francia meridional natal del Morocho. Recorrí una modesta biografía del Zorzal, recién publicada por un "gardelista" español, cuyo nombre he olvidado. Mi abuelo paterno, nacido en 1918, me contaba una y otra vez una anécdota de su infancia, cuando escuchara un concierto callejero gratuito, improvisado por el Mudo, seguramente consciente de sus humildes orígenes, en honor de un grupo de admiradores de escasos recursos, entre ellos mi abuelo, que, al carecer del dinero para la entrada, habían aguardado ansiosamente, en la vereda de un teatro, la aparición de Gardel, con la esperanza de tener un contacto directo con su ídolo a precio de pobre. Admiré la magnífica recreación cinematográfica de la figura del Morocho lograda por Hugo del Carril en 1939, televisada con motivo de la efemérides gardeliana.
En 1986, con el cometa Halley recorriendo el cielo porteño por primera vez desde el Centenario, asistí al estreno de El exilio de Gardel, notable película de Pino Solanas, singular homenaje al Zorzal. El film relata las peripecias de un grupo de argentinos desterrados a París por la despiadada dictadura militar instaurada en nuestra patria en 1976. Los sufridos personajes de Solanas, renuentemente dirigidos por un desconcertado coreógrafo francés encarnado por Philippe Léotard, intentan mitigar la dureza de su involuntario ostracismo mediante el montaje de una tanguedia, tragedia con música de tango, basándose en las caóticas anotaciones literarias borroneadas en servilletas de papel por Juan uno, escritorzuelo de poca monta refugiado en la literatura para sobrellevar lo mejor posible las inclemencias de la cotidianeidad de la Argentina procesista, quien, no sabiendo qué hacer con sus poéticos garabatos, los remite subrepticiamente a un amigo exiliado en esa Ciudad Luz idolatrada por el Zorzal. En una inolvidable secuencia, el memorable Lautaro Murúa, cruelmente relegado a la desnudez de su cuarto de expatriado, es despertado de su plácido sueño por la inesperada visita de dos prohombres de nuestra historia: Gardel y un añoso general José de San Martín. Mientras matean amigablemente, el Libertador pide a Gardel que cante un poco. Carlitos declina amablemente el pedido del Gran Capitán, alegando que él ya no canta e intentando contentar al Padre de la Patria con un registro discográfico de su insuperable voz de tenor abaritonado.
Fue el último gran homenaje brindado al Zorzal. En 1990, el centenario de su nacimiento, que debió constituir una verdadera efemérides gardeliana, pasó casi desapercibido. Corrían malos tiempos para la Argentina. La hiperinflación había hecho estragos. No estaban los tiempos para festejos. Durante la agridulce década menemista, los homenajes al Morocho escasearon. En un país jaqueado por el Tequilazo no parecía haber motivos para conmemorar los sesenta años del trágico deceso del Mudo, que más que mudo parecía amordazado. En esos años claroscuros, hubo, empero, algunos homenajes cinematográficos a Gardel.
En El día que Maradona conoció a Gardel, Rodolfo Pagliere imagina el encuentro de otro grande del ayer, Diego Armando Maradona, encarnado por el mismísimo Diez, con un Gardel congelado en su edad mortuoria por la tiranía de una misteriosa dama, que tampoco envejecerá y lo salva del sepulcro, junto con sus guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol, a cambio de un ininterrumpido recital, brindado sin otra presencia que la de su pseudo-protectora. Tras sesenta años de sometimiento a los designios de la insaciable fémina, Gardel se rebela contra los caprichos de su captora y logra huir de su presidio, dedicando una memorable interpretación vocal al ex astro futbolístico, a petición de este último.
En Sus ojos se cerraron, otro homenaje fílmico tributado al Morocho en esos segundos "años de plomo", coproducción cinematográfica hispano-argentina dirigida por Jaime Chávarri, Darío Grandinetti personifica a Renzo Franchi, imitador sin fortuna de su admirado Gardel. Franchi emprende a su riesgo una frustrada tournée sudamericana, desafortunado émulo de la gira final del Mudo por la América hispanófona. Famélico, Franchi llega a Colombia, a los pies del verdadero Gardel, quien desea interrumpir su extenuante periplo y descansar unos días en su Buenos Aires querido, al amparo de su adorada madre. Notando el asombroso parecido físico entre Gardel y Franchi, el entorno del Zorzal pide a su doble que suplante al Mudo en una de sus funciones en territorio colombiano, advirtiéndole que debe limitarse a entonar unas pocas canciones y excusarse ante su audiencia de seguir cantando, alegando el malestar en la garganta que el Gardel auténtico pretextará para justificar la discontinuidad de sus actuaciones. Deseoso de emular a toda costa al Morocho avant la lettre, Franchi desacata el pedido del círculo íntimo de su imitado, para desesperación de este último, que, ante la ovación tributada al falso Zorzal, sólo atina a embarcar al sosías del maestro en el vuelo de la muerte. En Buenos Aires, el verdadero Gardel trina de indignación al enterarse del inmerecido éxito de Franchi. Se dispone a redactar una nota de protesta cuando los mass media difunden la noticia de la trágica defunción de Franchi en Medellín, obviamente anunciada como el fallecimiento del auténtico Morocho. Lógicamente imposibilitado de desmentir su propio deceso, el verdadero Gardel decide reiniciar su carrera desde cero, con sus características facciones disimuladas tras un bigote y su verdadera identidad oculta tras un nuevo seudónimo, asistiendo de incógnito al multitudinario entierro de su usurpador, adquiriendo una modesta popularidad como cantor de cafetines de mala muerte y siendo confundido con su imitador por la viuda de Franchi, humilde costurera española y admiradora del Mudo, quien, cansada de la falta de sentido común de su consorte, abandonase a su cónyuge en el tramo inicial de la insensata gira artística de su consorte y regresase a Buenos Aires a consagrarse a la crianza de su pequeño hijo, bautizado en honor del Zorzal.
Fuera de los citados films, los homenajes a Gardel se tornaron escasos en la Argentina de la última década del siglo XX y segundo milenio. Esa pobreza de tributos pintaba perfectamente explicable en función de la difícil coyuntura socioeconómica argentina y mundial de la época, aparentemente peor que esa Gran Depresión fehacientemente incapaz de frustrar el culto al Gardel de los últimos años, incluso en la Nueva York natal del cataclismo económico corresponsable de la entronización del Führer, tan ídolo de muchos como su contemporáneo franco-rioplatense, sin que yo pretenda equiparar al Zorzal con el perverso dictador alemán.
En 1998, en sintonía con los nuevos tiempos, se habilitó un vistoso shopping center en un descomunal edificio, accesible desde una estación de subterráneo rebautizada en honor del Mudo y otrora ocupado por ese proletario Mercado del Abasto tan afín al Zorzal e inactivo desde la inauguración del Mercado Central, formalizada catorce años atrás. Imposible parecía pensar en homenajear al Morocho en esos años aciagos, signados, entre otras cosas, por la renuncia de su tocayo Chacho Álvarez a la segunda magistratura federal, presentada por el dimitente en señal de protesta contra el bochornoso intento de lograr mediante sobornos la aprobación senatorial de una polémica ley laboral. Imposible parecía proyectar honras póstumas al Zorzal, cuyo natalicio de 2001 se produjo nueve días antes de la vergonzosa dimisión del presidente Fernando De la Rúa, aceptada por la Asamblea Legislativa en vísperas de un nuevo aniversario del nacimiento de Jesús de Nazaret, hijo, como el Mudo, de madre pobre e inserta laboralmente en el rubro de la higiene de la indumentaria. Predicar el evangelio gardeliano equivalía por esos días a repetir, casi dos mil años después, la prédica en el desierto israelí de san Juan Bautista, primo segundo del Nazareno, en una Argentina cuasi-pulverizada, cuyo efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá, antes de ver su cabeza desangrándose en bandeja de plata ante una Herodías y Salomé vernáculas, optó por emular pobremente, en el marco de una frustradísima Natividad, la huida de la Sagrada Familia, mediante un precipitado retorno a su provincia natal.
No parecían pintar imposibles los homenajes tributables al Zorzal con motivo del septuagésimo aniversario de su deceso, a conmemorarse en junio de 2005, en el marco de la vigorosa y saludable redefinición de la vida socioeconómica nacional palpable en ese invierno porteño magistralmente musicalizado por Astor Piazzolla, otro ciudadano ilustre del Plata, quien, en su infancia neoyorquina, fuese distinguido por el Morocho con un papel cinematográfico. Sin embargo, tales honras no se produjeron. O apenas se notaron, si es que las hubo.
Tampoco parecen factibles los tributos al Zorzal en este nuevo natalicio del Mudo, cronológicamente coincidentes con un severo conato de crisis económico-financiera global, iniciado en esa Gran Manzana que alguna vez presenció el meteórico ascenso del Morocho al estrellato artístico mundial. La memoria de Gardel parece haber quedado relegada a los souvenirs destinados al aluvión turístico, cuya afluencia hacia suelo argentino pronto podría interrumpir la debacle económica en ciernes por estos días.
¿Nos acordaremos de Gardel en el marco de los bicentenarios patrios del próximo decenio? Sería de desear. Al fin y al cabo, Gardel es parte de nuestra identidad nacional. Pero, ¿será factible?

Wednesday, December 10, 2008

Democracia, pese a todo

El 10 de diciembre de 1983, hace hoy 25 años, la asunción presidencial de Raúl Alfonsín marcaba el inicio de la más prolongada restauración democrática iniciada hasta la fecha en territorio argentino. Atrás quedaba un periodo dolorosísimo, signado por tremendos padecimientos. Ante este último se abría un largo periodo cronológico de sufrimientos de envergadura nada menor. Pero ahora el soberano era el pueblo, no un poder insolente impuesto por la fuerza. Dato nada menor.
Desde la tercera juramentación presidencial de Juan Domingo Perón, formalizada el 12 de octubre de 1973, el augusto recinto de la Cámara de Diputados de la Nación no había presenciado la asunción de un mandatario constitucional limpiamente designado por el electorado. En 1962, el derrocamiento de su correligionario Arturo Frondizi había obligado al flamante presidente a abandonar su banca en la legislatura bonaerense. En 1966, la defenestración de Arturo Illia, otro de sus camaradas de ideas, le había forzado a desocupar su despacho de diputado nacional. Diecisiete años después, el político de Chascomús se desquitaba ingresando en el nunca bien ponderado salón legislativo a tomar posesión de la más egregia magistratura de la República. Ante sí, dispuso situar dos sitiales de honor. Uno para Frondizi. Otro para la ex presidenta María Estela Martínez de Perón. Ambos se hacían presentes como los dos únicos mandatarios víctimas del golpismo militar aún supérstites. Tras el discurso de rigor, el flamante mandatario y su esposa recorrieron la Avenida de Mayo hacia la Casa Rosada, a bordo del añoso Cadillac de Perón, otra víctima del golpismo, escoltados por granaderos otrora sentenciados al triste rol de custodios de gobernantes ilegítimos y ahora compensados, en lo tocante a dicho punto, con la restitución de su honroso status de acompañantes de jefes de Estado designados por la voluntad popular. Alfonsín, ubicable dentro de la segunda categoría, recorría la misma arteria atravesada hacía más de ochenta años por la Infanta Isabel de Borbón, invitada de honor de la oligarquía a los elitistas y aparatosos festejos del Centenario, cuyo ascensor utilizarían los invitados al acto de investidura presidencial en el solemne Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Entre estos últimos figuraría Felipe González, presidente del gobierno de una España realzada, tras medio siglo de iniquidad, por la astuta gestión del rey Juan Carlos I, sobrino biznieto de la Infanta.
No pretendo seguir abrumando a mis lectores con descripciones de la épica jornada vivida por la ciudadanía hace ya un largo cuarto de siglo. Los veinticinco siguientes años no serían fáciles. La erradicación de los últimos focos golpistas aún insumiría siete dificultosos años, cronológicamente coincidentes, en su tramo final, por una difícil coyuntura socioeconómica. Ese cuarto de siglo también se vería empañado por la implementación sin concesiones de un despiadado y érroneo paradigma económico-social (promovido por dos gobiernos paradójicamente ungidos por el electorado en comicios irreprochables), un virulento pronunciamiento cívico contra esa funesta receta y una sucesión presidencial con tufillo a nepotismo y bien ganancial. Pero también realzado por la activa presencia de un pueblo dispuesto a abjurar de los costados más reaccionarios de su pensamiento político en aras de la innovación saludable. En 1982, la Plaza de Mayo había albergado a una multitud ingenuamente decidida a aplaudir la decisión de un régimen ilegítimo de salvaguardar su pulverizado prestigio mediante un alocado operativo militar en un remoto y gélido archipiélago. Cinco años después, la colmó para repudiar, en plena Semana Santa, un turbio pronunciamiento castrense, señal de una rápida y saludable evolución en términos de mentalidad.
Estos veinticinco años del surgimiento de la actual democracia se conmemoran tras un sexenio de vigorosa redefinición de la vida socioeconómica de nuestra patria, aunque también en el marco de un marcado retroceso axiológico y de una crisis económico-financiera internacional posiblemente destinada a impactar negativamente sobre nuestra vida diaria. Pero, así y todo, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los argentinos del último cuarto de siglo, hemos tenido democracia, pese a todo. Celebremos dicho logro, nada desdeñable, sin dormirnos en los laureles.

Sunday, December 07, 2008

Neogasoleros

En 1998, yo contaba 28 años y mi madre y mi abuela materna, con quienes convivía en un caserón boquense, eran devotas seguidoras de la serie televisiva Gasoleros, emitida por Canal 13. Esta última, uno de los programas televisivos más taquilleros de la época, pretendía reflejar en clave afectiva las vicisitudes de unos argentinos a la sazón inmersos en la crisis global del neoliberalismo, iniciada en 1995 con el "efecto tequila". Aún faltaba mucho tiempo para el pronunciamiento cívico de 2001, que obligaría a nuestros gobernantes a desechar la polémica receta neoliberal.
En 2002 el gobierno del presidente interino Eduardo Duhalde dio, en el caso argentino, el primer paso decisivo hacia su superación, al derogar la controversial Ley de Convertibilidad. Con la asunción presidencial de Néstor Kirchner, formalizada el 25 de mayo de 2003, el enmohecido paradigma neoliberal pareció alejarse raudamente. Menem ya estaba viejo y semirretirado. De la Rúa y Cavallo, condenados a un tristemente merecido exilio permanente en su propia patria. La seguidilla de "efectos" (tequila, vodka, arroz, caipirinha, tango, dominó) parecía haberse convertido felizmente en cosa del ayer. Los argentinos pudimos volver a sonreír. Empero, los fantasmas del aciago pasado reciente parecían acecharnos. Voces bienintencionadas y autorizadas se preguntaban cuánto duraría la nueva bonanza.
A principios de 2008, llegaron las primeras señales inquietantes provenientes del exterior. Las economías española y estadounidense se empantanaron. Las dificultades macroeconómicas obligaron a José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno hispano a lanzar un severo ajuste, cuya implementación dificultó considerablemente la victoria del partido gobernante de turno en los comicios hispánicos de marzo del año en curso. En pocos días, el gobierno estadounidense debió colocar en el mercado la friolera de medio billón de dólares para evitar un colapso catastrófico del sistema de créditos hipotecarios del Gran País del Norte. En un artículo publicado por esos días en el matutino porteño Página/12, Marcelo Zlotogwiazda vaticinó un inminente "efecto hot dog".
El 11 de marzo último pasado, Martín Lousteau, nuestro entonces ministro de Economía, promulgó la célebre Resolución 125, que disponía aumentar en nueve puntos porcentuales las retenciones agropecuarias. Esa medida fue categóricamente rechazada por los productores rurales. El 24 de abril Lousteau dimitió, tras un infructuoso intento de promover un programa económico alternativo. Durante cuatro largos meses se sucederían multitudinarios actos oficialistas contra la derogación de la disposición gubernativa, exigida por las entidades del campo, con la presencia de la mismísima presidenta de la República y contrapunto de eficacia variopinta contra los masivos actos ruralistas a favor de la supresión de la normativa. El 18 de julio, el gobierno nacional debió ceder y derogó la Resolución 125 para descomprimir la situación social.
La paz pareció regresar a estas latitudes. Pero no por mucho tiempo. Hacia finales de septiembre, las noticias macroeconómicas provenientes del exterior se tornaron dramáticas. En las economías más poderosas del planeta, la recesión pintaba inminente. Descomunales instituciones bancarias y crediticias estaban a un paso de la bancarrota. Los gobiernos estadounidense, alemán y británico impulsaron programas de salvataje por cifras astronómicas. El gobierno chino promovió un ambiciosísimo régimen de estímulos económicos. El gobierno ruso temió lo peor. Ni siquiera la pequeña economía islandesa, ingenuamente autoconvertida en paraíso fiscal, parecía estar a salvo del tembladeral. En México, cuya economía se hallaba ligada a la estadounidense vía NAFTA, se temió una reiteración del Tequilazo. Disminuyó drásticamente el monto de las remesas monetarias giradas hacia su patria por los mexicanos radicados en los Estados Unidos, una de las principales fuentes de ingresos de la nación azteca. La brutal caída en los precios internacionales del petróleo pareció presagiar un inminente estancamiento de la economía venezolana, cuyo principal pilar radicaba en las exportaciones petroleras. En ese angustioso contexto, parecían perder eficacia los consabidos discursos "antiimperialistas" del presidente venezolano Hugo Chávez, débilmente refrendados desde su lecho de enfermo por el octogenario ex presidente cubano Fidel Castro, mentor ideológico del polémico mandatario venezolano. En Brasil, la más poderosa economía latinoamericana, parecía temerse un segundo efecto caipirinha, lo cual impelió al presidente Luiz Inácio Da Silva a anunciar la implementación de un multimillonario plan anticrisis, análogo al menos ambicioso proyecto anunciado días atrás por nuestra presidenta Cristina Fernández, quien, ante la augusta asamblea neoyorquina de la ONU, había resaltado la buena marcha de nuestra economía del último quinquenio, anunciado un ambicioso megacanje de títulos de nuestra deuda externa y acusado al gobierno estadounidense de promover un "efecto jazz". El presidente francés Nicolas Sarkozy recomendó públicamente renunciar a la ingenua pretensión de un mercado acérrimamente desregulado. Se sucedían febrilmente las cumbres anti-crisis de jefes de Estado. La débâcle global pintaba inminente.
Muchos estadounidenses, acechados por el fantasma de la recesión, optaron, en dicho contexto, por reducir preventivamente su tren de vida. Surgió así el movimiento de la "Nueva Frugalidad" (New Frugality). Sus adeptos adoptaron el nombre genérico de "Nuevos Frugales" (New Frugals). Lo que en nuestra jerga vernácula podríamos bautizar, respectivamente, con los nombres de "neogasolerismo" y "neogasoleros". Empezaron a gastar menos, a hacer sus compras en tiendas más baratas, a comprar ropa usada, a reducir sus compras de electrodomésticos, a restringir el empleo de sus automóviles para ahorrar combustible. Incitaron a sus hijos de corta edad a moderar sus expectativas de regalos navideños.
¿Deberemos los argentinos, ante la actual crisis económico-financiera global, dejar de ser los "monos recolectores" de la fiesta kirchnerista para convertirnos en "neogasoleros"? De ser así, el inminente 2009 podría ser un año aciago en estas latitudes. A los argentinos nos encanta consumir. Sufrimos cuando los tiempos de vacas flacas nos obligan a moderar el consumo. Sin embargo, debemos admitir que los tiempos de "plata dulce" pueden convertirse en tiempos de "plata amarga", hasta que el inicio de una nueva bonanza permita volver a endulzarla. Debemos ser previsores. Como la hormiga de la fábula de Esopo, debemos hacer acopio de reservas para la mala estación. Nada impide ser gasolero vitalicio. Podemos sufrir de tener que viajar apretujados en el Roca. Pero en este último se viaja por monedas, de las cuales se suele disponer. Los tiempos de "plata amarga" son más duros para aquellos que, de la noche a la mañana, se quedan sin dinero para la patente y el combustible de un costoso y superfluo automotor individual.
Mi abuelo Alfredo, hombre de costumbres muy austeras y orígenes muy humildes, me incitó alguna vez a acostumbrarme a vivir con poco, advirtiéndome que, de malacostumbrarme a vivir con mucho, me sería más difícil, en caso de mala racha, acostumbrarme a vivir con menos. Y tenía razón.

Monday, December 01, 2008

Manuel Dorrego y las raíces de nuestro golpismo

El 1º de diciembre de 1828, hace hoy 180 años, el gobernador bonaerense Manuel Dorrego era derrocado por el general Juan Lavalle, quien lo haría fusilar doce días después. En 1910, en vísperas del Centenario, ese acto sería repudiado vigorosamente, en las memorables páginas de El juicio del siglo, por Joaquín V.González, quien sindicaría al golpe de Estado de Lavalle como el allanamiento de la instauración de la dictadura rosista. Pero aquí no pretendo analizar detalladamente ese hecho puntual de nuestra historia.
El golpismo argentino no nació con el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen en 1930. Sus raíces son mucho más remotas. Fue exportado a nuestras tierras por los conquistadores españoles del siglo XVI. Los orígenes del golpismo hispano son extremadamente lejanos en el tiempo. En el siglo II a.C., como resultado de la derrota cartaginesa en las guerras púnicas, los romanos impusieron por la vía golpista sus gobernantes a España. En el siglo V d.C., a raíz de las invasiones bárbaras y del desmoronamiento irrefrenable del Imperio Romano de Occidente, los gobernantes romanos de nuestra Madre Patria fueron derrocados por los visigodos. A principios del siglo VIII, los gobernantes visigóticos fueron derrocados por los invasores musulmanes. En el siglo XI, el poder de los gobernantes islámicos de la nación hispánica empezó a retroceder ante el avance de los reconquistadores. En 1492, los Reyes Católicos consumaron el derrocamiento definitivo de los gobernadores mahometanos del suelo hispano. Ese mismo año, Cristóbal Colón, protegido de Isabel de Castilla, se convertía en el primer europeo en hollar suelo americano desde la visita de los normands del siglo X a la América septentrional.
En 1519, el joven Carlos de Habsburgo, nieto de los protectores de Colón, coronado tres años antes rey de España bajo el nombre de Carlos I, consolidaba su poderío al heredar la corona imperial romano germánica de su abuelo paterno, bajo el nombre de Carlos V. Ese mismo año, la llegada de Hernán Cortés a suelo mexicano no hizo sino acusar en territorio americano el anhelo expansionista de los Austrias españoles.
Transplantado al Nuevo Mundo, el golpismo español se tradujo, durante el largo reinado de Carlos I/Carlos V, en el brutal derrocamiento del emperador azteca Moctezuma y su homólogo incaico Atahualpa, dirigido por Cortés y Francisco Pizarro, enérgicos representantes de su soberano en México y Perú. Por obra del expansionismo golpista hispano, las más rutilantes civilizaciones americanas precolombinas se desplomaron como castillos de naipes en cuestión de décadas. Los gobernantes de la América prehispana por los virreyes designados por el monarca español de turno.
En 1808, España sufrió en carne propia los efectos del efímero golpismo expansionista francés encarnado en la figura de Napoleón I. Este último, producto del derrocamiento de la monarquía borbónica gala y del régimen directorial de su patria, había llegado al extremo de suprimir de un plumazo el milenario Sacro Imperio Romano Germánico.
En suelo español, Napoleón I derrocó al monarca hispano Carlos IV y su futuro sucesor Fernando VII, instalando en el trono español a uno de sus varios hermanos, quien usurpó la corona hispánica bajo el nombre de José I. Napoleón I parecía decidido a emular a su ídolo Luis XIV. Un siglo atrás, este último había logrado imponer en el trono español a su nieto Felipe de Anjou. La consagración de este último había insumido los trece implacables años de la guerra de sucesión española, desatada a raíz de la extinción de la rama hispánica de los Habsburgo. La paz de Utrecht, formalizada en 1713, consolidó el poder de Felipe V, primer representante de la rama hispana de los Borbones, reinante hasta la fecha en la nación ibérica.
En el ámbito rioplatense, la invasión napoleónica de España se tradujo en el derrocamiento del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros por los instauradores de la Primera Junta. Esta última sería reemplazada por la Junta Grande, desplazada por el golpe de Estado de 1812, instaurador del Triunvirato. Este último sería reemplazado por el Directorio, derrocado en 1820 por vía militar. El experimento institucional rivadaviano se revelaría impotente ante el avance del caudillismo personalista y autoritario, principalmente encarnado en la figura de Rosas.
España no iba por mejor senda. Al emanciparse del dominio francés, la nación ibérica volvió a ser gobernada por la dinastía borbónica. En 1829, Fernando VII, viudo y sin hijos, desposó a una sobrina suya, princesa de la familia italiana de los Farnesio, en un intento desesperado por engendrar un heredero masculino para el trono español. Falleció cuatro años después, habiendo concebido, con su última consorte, dos hijas mujeres y ningún vástago varón. Coronar a un monarca de sexo femenino habría constituido una afrenta difícilmente perdonable contra el acentuado machismo hispánico, que sólo veía en las esposas de los reyes una fábrica de sucesores. Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, exigió ser coronado como el nuevo rey de España, negando que su patria pudiese ser regida por su pequeña sobrina Isabel. Así estallaron las célebres "guerras carlistas", dirimidas en 1844 a favor de la hija mayor de Fernando VII, quien asumió la corona española bajo el nombre de Isabel II.
Isabel estaba destinada a conocer un destino tan infausto como su padre y su abuelo. En 1868, una rebelión en su contra la obligó a huir a Francia, siendo reemplazada por el príncipe Amadeo de Saboya, coronado rey de España bajo el nombre de Amadeo I. En 1873, la proclamación de la efímera Primera República Española obligó a Amadeo a resignar el trono hispánico.
Alfonso XIII, nieto de Isabel II, conocería un destino similar. El golpe de Estado español de 1923, liderado por el general Primo de Rivera, convirtió a Alfonso XIII en un monarca decorativo, tan cautivo del dictador como el monarca italiano Víctor Manuel III de Benito Mussolini. En 1931, la proclamación de la Segunda República Española obligó a la familia real española a exiliarse en Roma, donde pocos años después nacería el actual rey de España.
A los segundos republicanos españoles las cosas no les irían mejor. En 1936, un grupo de oficiales militares, encabezados por el general Francisco Franco, se pronunció contra el gobierno. Fue el inicio de una larga y sangrienta guerra civil, concluida tres años después con la consagración de Franco como amo y señor vitalicio de España. Franco manejó su propia sucesión a su arbitrio. Dispuso que, a su muerte, los Borbones reocuparan el trono español. Exigió ser sucedido por Juan Carlos de Borbón, nieto de Alfonso XIII, y no por el hijo del rey depuesto, sucesor inmediato de este último. En 1972, el casamiento de la nieta de Franco y un primo de Juan Carlos hizo temer que el dictador anulase la designación del futuro monarca como su sucesor para sentar a una descendiente suya en el trono. Fue una falsa alarma. Franco murió en noviembre de 1975. Poco después, Juan Carlos asumía la corona española, bajo el nombre de Juan Carlos I. Con la coronación de Juan Carlos I, terminó la España golpista. Así lo demostró la enérgica reacción del monarca contra la intentona golpista de 1981 liderada por el general Tejero.
En 1978, con una reforma constitucional en ciernes en España, Juan Carlos I y su esposa, la reina Sofía, efectuaron su primera visita oficial a la Argentina, a la sazón inmersa en la más atroz manifestación del golpismo, cuyos partidarios alguna vez tuviesen como mentor intelectual al comitente del rey. Seis años después, en lo que pareció una suerte de contrapeso, la augusta pareja recibía solemnemente en Palacio al presidente Raúl Alfonsín y su esposa María Lorenza Barreneche. Al año siguiente, Sofía y Juan Carlos visitaban por segunda vez la Argentina. El intercambio de cortesías entre los matrimonios Alfonsín y Borbón pareció querer expresar: "No más golpismo".
El estrepitoso fracaso del pronunciamiento militar argentino del 3 de diciembre de 1990, del cual se cumplen mañana 18 años, selló el átaud del golpismo en nuestra patria. Por esos días se cumplía, como al escribirse estas líneas, un nuevo aniversario del derrocamiento y fusilamiento de Dorrego. También se celebraba, como al redactarse estos párrafos, un nuevo aniversario de la restauración democrática más vigorosa registrada hasta la fecha en suelo argentino. Haber eliminado el golpismo (o, al menos, su amenaza de reaparición) no es poca cosa. Recordar la caída de Dorrego implica recordar el fatídico error implícito en la caída en la tentación de desplazar por la fuerza a un gobierno legítimo, más allá de la calidad de su gestión.