Wednesday, December 24, 2008

Intolerancia

Anteayer, 22 de diciembre de 2008, la opinión pública se vio conmocionada por el asesinato del radical Raúl Seco Encina, intendente de la localidad santafesina de Vera, perpetrado por el empresario kirchnerista Héctor Tregnaghi, inmediatamente entregado de motu propio a la policía.
El homicidio de Seco Encina, cometido a plena luz del día, demuestra que la versión fratricida del espíritu faccioso puede reaparecer, aunque más no sea esporádicamente, en la vida política argentina. Tregnaghi no aceptó ser derrotado electoralmente por Seco Encina. Ignoró una norma fundamental de la vida democrática, consistente en el respeto por la decisión mayoritaria.
El señor Tregnaghi se equivocó de época. Olvidó que la violencia armada ya no es (y nunca debió ser) la regla dorada de la vida política argentina. Que esta última ya no se dirime a los balazos (y que nunca debió intentar dirimirsela así). Ahora deberá atenerse a las consecuencias del anacronismo de su lectura de la realidad nacional.
El 29 de julio de 2007 aludí, en este espacio, a esa denegación recíproca de legitimidad definida por Tulio Halperín Donghi como un mal permanente de la historia política argentina. La exacerbación del espíritu faccioso motivó que nuestras antinomias políticas llegaran a ser sangrientas. La horrorosa experiencia del Proceso de Reorganización Nacional incitó saludablemente a muchos argentinos a desechar la tendencia facciosa en el campo político y a sus dirigentes a mantenerla sin los ribetes sanguinolentos de épocas pretéritas.
Pero la intolerancia en nuestro país no se limita a lo político.
Veinticuatro horas antes del trágico deceso de Seco Encina, el cordobés Guillermo Joel Cáceres, de dieciséis años de edad, sucumbía a las heridas infligidas contra su cuerpo por sus agresores, adolescentes como él. A sus victimarios no parecía agradarles su adhesión a la tribu urbana flogger.
El joven Cáceres no había derrotado a nadie electoralmente. Aún no tenía la edad mínima reglamentaria para votar. Tampoco había negado a nadie la autorización para explotar un hipódromo, como parece haber hecho Seco Encina con su asesino. No tenía la potestad necesaria. Ser flogger no es, para mi gusto, la mejor opción para un adolescente. Pero ello no justifica la condena de un muchacho de dieciséis años a una muerte violenta.
La plausible reaparición de la intolerancia puede costarnos cara. La intolerancia del ayer nos costó una fortuna. No podemos darnos el lujo de pagar ese precio dos veces.

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