Sunday, December 07, 2008

Neogasoleros

En 1998, yo contaba 28 años y mi madre y mi abuela materna, con quienes convivía en un caserón boquense, eran devotas seguidoras de la serie televisiva Gasoleros, emitida por Canal 13. Esta última, uno de los programas televisivos más taquilleros de la época, pretendía reflejar en clave afectiva las vicisitudes de unos argentinos a la sazón inmersos en la crisis global del neoliberalismo, iniciada en 1995 con el "efecto tequila". Aún faltaba mucho tiempo para el pronunciamiento cívico de 2001, que obligaría a nuestros gobernantes a desechar la polémica receta neoliberal.
En 2002 el gobierno del presidente interino Eduardo Duhalde dio, en el caso argentino, el primer paso decisivo hacia su superación, al derogar la controversial Ley de Convertibilidad. Con la asunción presidencial de Néstor Kirchner, formalizada el 25 de mayo de 2003, el enmohecido paradigma neoliberal pareció alejarse raudamente. Menem ya estaba viejo y semirretirado. De la Rúa y Cavallo, condenados a un tristemente merecido exilio permanente en su propia patria. La seguidilla de "efectos" (tequila, vodka, arroz, caipirinha, tango, dominó) parecía haberse convertido felizmente en cosa del ayer. Los argentinos pudimos volver a sonreír. Empero, los fantasmas del aciago pasado reciente parecían acecharnos. Voces bienintencionadas y autorizadas se preguntaban cuánto duraría la nueva bonanza.
A principios de 2008, llegaron las primeras señales inquietantes provenientes del exterior. Las economías española y estadounidense se empantanaron. Las dificultades macroeconómicas obligaron a José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno hispano a lanzar un severo ajuste, cuya implementación dificultó considerablemente la victoria del partido gobernante de turno en los comicios hispánicos de marzo del año en curso. En pocos días, el gobierno estadounidense debió colocar en el mercado la friolera de medio billón de dólares para evitar un colapso catastrófico del sistema de créditos hipotecarios del Gran País del Norte. En un artículo publicado por esos días en el matutino porteño Página/12, Marcelo Zlotogwiazda vaticinó un inminente "efecto hot dog".
El 11 de marzo último pasado, Martín Lousteau, nuestro entonces ministro de Economía, promulgó la célebre Resolución 125, que disponía aumentar en nueve puntos porcentuales las retenciones agropecuarias. Esa medida fue categóricamente rechazada por los productores rurales. El 24 de abril Lousteau dimitió, tras un infructuoso intento de promover un programa económico alternativo. Durante cuatro largos meses se sucederían multitudinarios actos oficialistas contra la derogación de la disposición gubernativa, exigida por las entidades del campo, con la presencia de la mismísima presidenta de la República y contrapunto de eficacia variopinta contra los masivos actos ruralistas a favor de la supresión de la normativa. El 18 de julio, el gobierno nacional debió ceder y derogó la Resolución 125 para descomprimir la situación social.
La paz pareció regresar a estas latitudes. Pero no por mucho tiempo. Hacia finales de septiembre, las noticias macroeconómicas provenientes del exterior se tornaron dramáticas. En las economías más poderosas del planeta, la recesión pintaba inminente. Descomunales instituciones bancarias y crediticias estaban a un paso de la bancarrota. Los gobiernos estadounidense, alemán y británico impulsaron programas de salvataje por cifras astronómicas. El gobierno chino promovió un ambiciosísimo régimen de estímulos económicos. El gobierno ruso temió lo peor. Ni siquiera la pequeña economía islandesa, ingenuamente autoconvertida en paraíso fiscal, parecía estar a salvo del tembladeral. En México, cuya economía se hallaba ligada a la estadounidense vía NAFTA, se temió una reiteración del Tequilazo. Disminuyó drásticamente el monto de las remesas monetarias giradas hacia su patria por los mexicanos radicados en los Estados Unidos, una de las principales fuentes de ingresos de la nación azteca. La brutal caída en los precios internacionales del petróleo pareció presagiar un inminente estancamiento de la economía venezolana, cuyo principal pilar radicaba en las exportaciones petroleras. En ese angustioso contexto, parecían perder eficacia los consabidos discursos "antiimperialistas" del presidente venezolano Hugo Chávez, débilmente refrendados desde su lecho de enfermo por el octogenario ex presidente cubano Fidel Castro, mentor ideológico del polémico mandatario venezolano. En Brasil, la más poderosa economía latinoamericana, parecía temerse un segundo efecto caipirinha, lo cual impelió al presidente Luiz Inácio Da Silva a anunciar la implementación de un multimillonario plan anticrisis, análogo al menos ambicioso proyecto anunciado días atrás por nuestra presidenta Cristina Fernández, quien, ante la augusta asamblea neoyorquina de la ONU, había resaltado la buena marcha de nuestra economía del último quinquenio, anunciado un ambicioso megacanje de títulos de nuestra deuda externa y acusado al gobierno estadounidense de promover un "efecto jazz". El presidente francés Nicolas Sarkozy recomendó públicamente renunciar a la ingenua pretensión de un mercado acérrimamente desregulado. Se sucedían febrilmente las cumbres anti-crisis de jefes de Estado. La débâcle global pintaba inminente.
Muchos estadounidenses, acechados por el fantasma de la recesión, optaron, en dicho contexto, por reducir preventivamente su tren de vida. Surgió así el movimiento de la "Nueva Frugalidad" (New Frugality). Sus adeptos adoptaron el nombre genérico de "Nuevos Frugales" (New Frugals). Lo que en nuestra jerga vernácula podríamos bautizar, respectivamente, con los nombres de "neogasolerismo" y "neogasoleros". Empezaron a gastar menos, a hacer sus compras en tiendas más baratas, a comprar ropa usada, a reducir sus compras de electrodomésticos, a restringir el empleo de sus automóviles para ahorrar combustible. Incitaron a sus hijos de corta edad a moderar sus expectativas de regalos navideños.
¿Deberemos los argentinos, ante la actual crisis económico-financiera global, dejar de ser los "monos recolectores" de la fiesta kirchnerista para convertirnos en "neogasoleros"? De ser así, el inminente 2009 podría ser un año aciago en estas latitudes. A los argentinos nos encanta consumir. Sufrimos cuando los tiempos de vacas flacas nos obligan a moderar el consumo. Sin embargo, debemos admitir que los tiempos de "plata dulce" pueden convertirse en tiempos de "plata amarga", hasta que el inicio de una nueva bonanza permita volver a endulzarla. Debemos ser previsores. Como la hormiga de la fábula de Esopo, debemos hacer acopio de reservas para la mala estación. Nada impide ser gasolero vitalicio. Podemos sufrir de tener que viajar apretujados en el Roca. Pero en este último se viaja por monedas, de las cuales se suele disponer. Los tiempos de "plata amarga" son más duros para aquellos que, de la noche a la mañana, se quedan sin dinero para la patente y el combustible de un costoso y superfluo automotor individual.
Mi abuelo Alfredo, hombre de costumbres muy austeras y orígenes muy humildes, me incitó alguna vez a acostumbrarme a vivir con poco, advirtiéndome que, de malacostumbrarme a vivir con mucho, me sería más difícil, en caso de mala racha, acostumbrarme a vivir con menos. Y tenía razón.

1 Comments:

Blogger renato said...

excelente resumen de los ultimos tiempos y mejor aun el vaticinio que haces..por suerte con recomendacion incluida..(no innovar!!!!) no?

9:15 AM  

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