Sunday, November 23, 2008

Mundo loco (3)

Va yéndosenos despacito este alocado 2008. Estoy cansado, así que para descansar el carburador me voy a dejar de joder con las boludeces seriotas con las que inundo a diario este blog. Voy a escribir boludeces como la gente.
Al 2008 se le están agotando las baterías y su recargador pronto dejará de responder. Mierda, se nos viene encima el penúltimo fin de año de la primer década del siglo XXI y tercer milenio. Cómo se va la vida. Parece que fue ayer que recibí el 2000en casa de mi hermana. Hacía un calor que derretía las piedras. El Turco acababa de calzarle la banda al Chupete. Don Fernando debía ser aburrido, nomás. El mundo tiraba la casa por la ventana y acá, bien, gracias, algún rompeportón y a otra cosa. Con un 18% de desocupados, un 60% de pobres e indigentes, con 100 mil palos verdes de deuda externa, ¿quién estaba para festejos? Aún faltaba mucho para que viniesen Néstor y Cristina a enderezar tamaño entuerto, que De la Rúa dejaría mucho peor. ¿Recuerdan la Navidad de 2001? En vez de sidra y pan dulce, cartoneros y el país cambiando de presi como de camisa. Pero, ¿a santo de qué seguir amargándonos? Prometí boludeces como la gente. Gracias al Cabezón y a los pingüinos la cosa se ha ido encaminando. La cagada es que celebraremos la Navidad del 2008 con el monstruo de los efectos acechándonos nuevamente. ¿Se acuerdan de los efectos tequila, vodka, arroz, caipirinha y tango? Bailarse un tangazo con tanto chupi encima no fue tarea fácil. Pero el esfuerzo valió la pena. ¿Qué efecto se viene ahora, de la mano del Tío del Norte? ¿El efecto hot-dog vaticinado por Marcelo Zlotogwiazda hace nueve meses? ¿El efecto jazz postulado por la Presi ante la ONU? No es mal menú: superpanchos con arrocito al vapor y, para bajarlos, un tap digno del difunto Fred Astaire. Qué desastre el elenco saliente de la Casa Blanca, con Jorge II a la cabeza. Espero que con el Morocho del Abasto (versión yanco-keniata) la cosa ande mejor. Un mulato en el Salón Oval. El fundador del Ku-Klux-Klan debe estar removiéndose en su tumba. Hace sesenta años, un yanqui de color debía bajar de dorapa en el bondi y después mear y morfar sandwiches al pie de la ruta, como el chofer de Miss Daisy. A los restaurantes no entraba ni con recomendación de Dios. Se acabaron esos tiempos de mierda. Ahora no hace falta ser rubio de ojos azules para ser presi de USA. Miren cómo nos ha ido con el felizmente saliente primer mandatario del Gran País del Norte, más blanco que la leche y más dolobu que el agua de los fideos. Que los blanquitos limpien los inodoros de la Casa Blanca, mientras los no tan blanquitos deciden cómo poner punto final al circo iraquí y al bolonqui socioeconómico generados por su benemérito antecesor texano. Que Jorgito se vaya a hachar árboles en su ranchito texano, como hacía antes de entrar a la Casa Blanca por la ventana, tras su carnaval electoral de Florida, mientras don Barack ve cómo evitar su hachado en el resto de la infinita geografía yanqui o resistirse a las visitas de una segunda Mónica Lewinsky.
En fin, esperemos que, en estos arrabales del mundo, la sangre no llegue al río. Ya llegó de la mano del Orejudo, del Turco y del Chupete y casi nos ahogamos bailando sobre la cubierta del Titanic. Esperemos que esta vez sepamos esquivar el iceberg. Eso sí, ya que no nos hunde, que por lo menos nos permita enfriar el chupi para brindar por la penúltima Navidad pre-Bicentenario. ¿El Bicentenario de qué? De la Patria, nena. ¿De la Patria de quién?, se preguntó don Ernesto Sábato en las páginas de Sobre héroes y tumbas, publicada 47 años antes de que le desvalijaran su casa de Santos Lugares. ¿Por qué no decir de la Patria de todos? Suena lindo, ¿no?

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