Saturday, September 13, 2008

Gran potencia acorralada

Los Estados Unidos se han convertido en una gran potencia acorralada. Jaqueados en la arena económica internacional por la aparición de nuevas potencias, jaqueados en términos de economía doméstica por una crisis de mercado capeada a duras penas por el gobierno federal, la potencia que ganó tres guerras mundiales en menos de ochenta años (la primera y segunda guerras mundiales y la Guerra Fría), que desestabilizó al gobierno más tiránico impuesto al Cercano Oriente en el último medio siglo, soporta actualmente duros cuestionamientos por parte de una Latinoamérica otrora sumisa a sus designios e, incluso, por parte de sus propios hijos, que se sienten abandonados por su supuesto padre.
Con un déficit billonario en las cuentas de su gobierno y la tasa de desempleo en ascenso, el presidente George Bush hijo transita por el espinoso tramo final de su accidentado mandato. La popularidad granjeada al mandatario por su reacción ante los bestiales atentados del 11 de septiembre de 2001 ha pasado a ser cosa del pasado hace tiempo. Su indiferencia ante la devastación causada por el huracán Katrina y las objeciones de sus propios compatriotas a la intervención en Irak lo privaron de la mayoría parlamentaria.
El gran error de Bush hijo ha sido el de no saber ponderar debidamente la capacidad de reacción de sus semejantes. Al sentenciar, días después de los sucesos del 11-S, que sólo se podía estar con su gobierno o con los enemigos de este último, incurrió en una apreciación signada por un simplismo indigno de un jefe de Estado. No existe peor error que un gobernante pueda cometer que el de suponer que sus compatriotas y demás seres humanos estarán incondicionalmente de su lado y que, de no hacerlo, serán pobres de espíritu, criminales de lesa humanidad, gente de poco corazón o infames traidores a la patria. Hasta un niño entendería que lo apoyarán en la medida de lo razonable. La Humanidad podrá dar señales de buena voluntad y supeditar el interés propio al interés general. Pero también podrá objetar. De hecho, lo hará. Y a veces con justa razón.
Todo gobernante debe conocer a sus gobernados y amoldarse a los mismos. El gobierno es el arte de dejar contentos a todos. Bush hijo no parece haberlo percibido. Puede que su partido continúe en el poder tras los comicios presidenciales del próximo 4 de noviembre. Pero los Estados Unidos del 2008 no son los del 2001. Tienen ante sí a una América Latina que está superando terribles padecimientos y encaminándose hacia un futuro mejor. Tienen ante sí a una China e India otrora signadas por la hambruna y ahora convertidas en potencias. Tienen ante sí a una Rusia que está superando las crueles iniquidades de los periodos zarista, comunista y post-comunista. Tienen ante sí a una Unión Europa actualmente jaqueada por graves dificultades internas. Atrás han quedado los días de unos Estados Unidos realzados por sus alunizajes y victorias militares.
Ahora los pueblos desean ser artífices de su propio destino. Y, entre esos pueblos, figuran muchos compatriotas del actual presidente estadounidense. Ojalá que su voz, actualmente signada por un justo deseo de un mundo mejor, se imponga, al acudir a los centros de votación, sobre la voz del statu quo.

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