Saturday, June 28, 2008

Taxis a contramano... de la época

Los actuales taxistas porteños no son dignos de sí mismos. No son los "taxis" de la homónima familia telepostal europea del siglo XVI, que recorrían a revienta caballos los polvorientos caminos de la Europa del Quinientos, portando sacas postales pletóricas de documentos emitidos por los Austrias mayores. Tampoco son los taxistas parisinos de principios del siglo XX, que, al volante de sus vehículos, requisados por el ejército francés, contuvieron, al estallar la Primera Guerra Mundial, el avance alemán en el frente del Marne. Tampoco son los cocheros del Londres tardovictoriano, que transportaban velozmente a Sherlock Holmes y al doctor John Watson en pos de los malhechores perseguidos por encargo de la clientela del inolvidable dúo detectivesco creado por sir Arthur Conan Doyle. Recuerdan más bien al perturbado taxista-veterano de Vietnam encarnado por Robert De Niro en Taxi driver. A los cocheros franceses y alemanes decimonónicos, ávidos de gastar en la taberna sus propinas, acertadamente llamadas, por dicho motivo, pourboire en Francia y Trinkgeld en Alemania (términos traducibles como "dinero para beber"). A esos cocheros ingleses del 1830 que Mr.Pickwick, el inmortal personaje de Charles Dickens, recompensaba con una moneda para el consabido vaso de aguardiente con agua servido en la posada más cercana. A esos decadentes cocheros porteños del 1920 retratados por Leopoldo Marechal en las páginas de Adán Buenosayres, que rezongan contra el poco respeto recibido por su declinante gremio de los habitantes de la Buenos Aires de su tiempo, signada por el rápido avance del transporte motorizado sobre los rutilantes vehículos de tracción a sangre de épocas ya pretéritas. A ese anacrónico cochero italiano del 1940 retratado por Ernesto Sábato en Sobre héroes y tumbas, que, según su hijo, se encoleriza vivamente ante la prudente sugerencia de un colega, que insinúa la conveniencia de aggiornar su business comprando a medias un taxímetro.
Los actuales taxistas porteños despotrican empecinadamente contra el colectivo, sin recordar que este último fue inventado, ochenta años atrás, por un grupo de taxistas porteños, que, deseosos de acrecentar la rentabilidad de su negocio, optaron por ampliar la capacidad de sus vehículos, cobrando por pasajero en vez de hacerlo por viaje. Ocho décadas después, siguen, quizá sin saberlo, repudiando esa "traición" de sus predecesores.
Los actuales taxistas porteños no parecen advertir que las grandes urbes occidentales de nuestro tiempo ya no admiten transportes de élite, sino de masas, necesidad ya advertida, en la Inglaterra decimonónica, por George Stephenson, inventor de la locomotora a vapor. Quien suscribe ha recorrido, a lo largo de las casi cuatro décadas transcurridas desde su nacimiento, su Buenos Aires natal y otras once grandes ciudades occidentales (Montevideo, Londres, Roma, París, Madrid, Ciudad de México, Santiago de Chile, Nueva York, Frankfurt, Estambul y Atenas) haciendo uso, mayoritariamente, del transporte público. En 1908, Henry Ford I creyó haber revolucionado la historia al lanzar su célebre modelo "T", primer vehículo particular de masas, magníficamente satirizado en las películas mudas de Harold Lloyd y producido hasta 1927, que llegó a vender 15 millones de unidades a lo largo de esos casi dos decenios. Logro empalidecido ante el crecimiento del transporte público de masas, que, en el caso de los colectivos porteños, ha hecho crecer la recaudación de su fabricante Mercedes Benz.
Por estos días, los taxistas porteños protestan contra la decisión del gobierno porteño de excluir al taxi ocupado de los "carriles reservados", limitando su empleo al colectivo y al taxi desocupado. Sin embargo, flaco favor hacen los taxistas porteños en estos tiempos de imperiosa necesidad de asegurar transportes para vastas capas poblacionales y no vehículos particulares al alcance de bolsillos privilegiados. Y no sólo los taxistas porteños. Quien suscribe tiene a su abuela paterna, de 88 años, internada, desde hace cinco meses, en un hogar de ancianos de la localidad bonaerense de Temperley. Durante su primer trimestre de internación en dicho establecimiento, yo solía apearme del Ferrocarril Roca en la estación de Temperley, donde abordaba un taxímetro hasta el susodicho geriátrico, cuya portera me reservaba telefónicamente un desvencijado remise para recorrer el mismo camino en sentido inverso. ¡Cada visita a mi abuela me importaba, en concepto de transporte, la escandalosa cifra de $ 19,10, de los cuales 16 se me iban en mis trayectos ridículamente cortos a bordo de los deplorables taxis y remises de Temperley! Hará un par de meses, al retirarme del geriátrico, la solícita portera me informó, previa consulta telefónica, que las remiserías de la zona no disponían en ese momento de vehículos, sugiriéndome, en consecuencia, ¡oh bendita intuición femenina!, que abordase un colectivo zonal hasta la estación ferroviaria de Lomas de Zamora, donde quien les habla podría abordar su tren de regreso a la Capital Federal. Los susodichos $ 19,10 se redujeron a ¡$ 5.90! Sé que los taxistas y remiseros tienen tanta necesidad de parar la olla como los colectiveros, maquinistas ferroviarios y conductores de subterráneos. Pero operan en la Argentina, no en el principado de Mónaco. ¡Bien podrían poner las barbas en remojo!

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