Friday, March 28, 2008

¡Kalimera!

En marzo de 2003 visité Grecia. Tras algunos días en Atenas inicié una amplia recorrida automovilística por el Peloponeso, recalando en distintas ciudades griegas, entre ellas Olimpia. En mi hotel de esta última localidad, bajé una mañana a desayunar en el comedor de mi alojamiento. En mi trayecto una señora griega de edad avanzada me saludó muy sonriente, deseándome buenos días en su lengua: ¡Kalimera! Fue el saludo matinal más bello que haya recibido hasta la fecha.
Entre nosotros un saludo así suena poco probable. Quizá ello nos venga de los españoles. Digo eso con plena conciencia de mi genética, mayoritariamente hispánica, de la cual me enorgullezco por otros motivos. Nunca recuerdo haber recibido un saludo más hosco que el que recibí de un español en el tren París-Madrid. Corría una mañana de marzo de 1989. Había abordado el susodicho ferrocarril en la Gare d'Austerlitz, en la noche del día anterior. Mi convoy se acercaba a la capital hispana. Me dirigía al vagón-comedor con la saludable intención de desayunar. En mi trayecto desde mi camarote, me crucé con un español de torvas facciones. Con mi mejor acento argentino le dije "Buen día", tal como lo haría con mis compatriotas. El hispano correspondió de mala gana a mi saludo de cortesía.
Reconozco que alguna vez omití saludar. En julio de 1999 visité Nueva York con mi padre. Nos alojamos en un departamento cercano al Edificio Dakota, alguna vez habitado por Yoko Ono y John Lennon. Nuestro locador, propietario de varios inmuebles similares, era un judío estadounidense, muy servicial, llamado Shaen. Un íntimo amigo de mi familia, miembro de la colectividad judeo-argentina, había sido su inquilino y nos había recomendado sus servicios. Corrían los años del 1 a 1 y ello le permitía tener abundante clientela de mi nacionalidad. Mi edificio parecía una embajada argentina. Supongo que, posteriormente, el señor Bin Laden y nuestro presidente Eduardo Duhalde habrán obligado al buen Mr.Shaen a buscarse otros medios de subsistencia. Una mañana, tras desayunar, mi progenitor, deseoso de saldar cuentas con nuestro atento anfitrión, me indicó que pidiera a Mr.Shaen que acudiese a nuestro departamento. Lo encontré departiendo amistosamente con otros de sus inquilinos, compatriotas míos. Siempre reconforta hallar algún connacional lejos de casa. En mi mejor inglés expliqué la situación al simpático dueño de casa, cuyo sonriente "Good morning" me recordó que había omitido el saludo matutino de rigor. Avergonzado, me excusé por mi momentánea descortesía. Minutos después, Shaen, saludablemente desmemoriado para los rencores, conversaba cordialmente con mi padre en el inmueble asignado a quien suscribe.
Saludarse es una buena costumbre. Hay quienes lo hacen deseándose mutuamente la paz (Scholem aleijem, en hebreo; Salaam aleikum, en árabe). En la misa católica, el oficiante invita a los feligreses a hacerlo. Otros lo hacen uniendo las palmas, como los hindúes y budistas. Otros hacen reverencias, como los japoneses. Otros, con un beso en cada mejilla, como los franceses. Es una buena forma de demostrar afecto y consideración. Así me lo recordó una anciana griega en una modesta localidad helénica.

2 Comments:

Blogger MRB said...

Me ha encantado vivir tus viajes por medio de la importancia de los saludos. Hace muy poco tiempo, descubrí otra palabra que seguro ya sabrás: "Namasté", que según recuerdo, quiere decir "saludo al Dios dentro tuyo". Linda manera de saludar, ¿no crees? Y esta es la palabra que también emplea mi maestra de yoga al finalizar la clase.
Síguenos deleitando con tus viajes y escritos. Lo haces muy bien, felicitaciones,

Shanty

4:14 PM  
Blogger Ernesto said...

Querida Shanty: muchas gracias por tus comentarios. Celebro que te gusten mis escritos. Hasta siempre,

Ernesto

6:49 PM  

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