Wednesday, May 14, 2008

El accidentado camino de la dignidad

El accidentado camino de la dignidad

El 14 de mayo de 1989 (hace hoy 19 años) se producía un hecho histórico: por primera vez desde la segunda elección presidencial de Hipólito Yrigoyen (1928), un gobierno constitucional argentino era ungido como sucesor de un gobierno similar en comicios intachables. Al derrocamiento del líder radical en 1930, había seguido una seguidilla de gobiernos de facto (los presididos por José Félix Uriburu, Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro J.Farrell, Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reynaldo Benito Bignone), el gobierno fraudulento encabezado por Agustín P.Justo y los gobiernos tutelados de Roberto Ortiz, Arturo Frondizi, José María Guido y Arturo Illia. En 1946 Juan Domingo Perón se convirtió en sucesor constitucional de un presidente de facto; en 1952, en sucesor de sí mismo. En 1974, su tercera consorte, María Estela Martínez, asumió la primera magistratura federal a raíz del deceso de su cónyuge y predecesor. La endeblez del andamiaje político-institucional argentino no desapareció en mayo de 1989: motivaría que en 1995 Carlos Saúl Menem se convirtiese en sucesor de sí mismo. Motivaría que la caída de Fernando De la Rúa, materializada en diciembre de 2001, se viera seguida de una dantesca sucesión de presidentes interinos designados por los escasos 262 miembros de la Asamblea Legislativa nacional. Motivaría que en 2007, Néstor Kirchner fuese reemplazado en la presidencia por su esposa Cristina Fernández.
Este nuevo aniversario de los históricos comicios de mayo de 1989 sorprende a la Argentina inmersa en el conflicto entre el gobierno nacional y el agro. O, mejor dicho, entre un gobierno políticamente anacrónico y una sociedad (o sector social) políticamente evolucionado. Si el siglo XIX argentino fue el siglo de los caudillos y el XX el de los grandes partidos políticos, el XXI promete ser, para nuestra sufrida patria, el siglo de la democracia directa, de un pueblo que ya no necesita de la tutela paternalista del Estado. Ello no significa promover la anarquía promovida por Noam Chomsky en sus Escritos libertarios. Implica resignificar al pueblo y sus dirigentes tradicionales.Implica reconocer la capacidad de maduración cívica de una sociedad.
Los dirigentes rurales no sólo demuestran el retroceso de la dirigencia política “clásica”, sino la existencia de un pueblo inmerso en ese accidentado camino de la dignidad patentizado en nuestra historia nacional. El que recorrió mi bisabuelo inmigrante al venir a nuestra patria a “hacerse la América”, probablemente aleccionado por mi tatarabuelo europeo. El que recorrió mi abuelo criollo al tratar, desde sus humildes comienzos, de consolidar su posición dentro de nuestra sociedad. El que recorrieron mis padres argentinos al tratar de aventajar honradamente a sus mayores en términos de status socioeconómico. El que pretendo recorrer yo, en mi calidad de ciudadano del mundo. Se podrá argüir que en la Argentina hay muchos corruptos. Ello es innegable. Pero también lo es la existencia de muchos hombres y mujeres de bien afincados en nuestro territorio.
El 14 de mayo de 1989 reviste para mí una cierta connotación autobiográfica y afectiva, porque en esos comicios intachables emití mi primer voto. Había mucho de fantasía infanto-juvenil en la mente del muchacho de 19 abriles que era yo en ese momento. Mi cosmovisión de aquel entonces pecaba de una inevitable ingenuidad. Mucha agua ha corrido bajo el puente de mi vida desde entonces. Mi edad actual duplica la de entonces. Un hombre cuasi-cuadragenario no ve (o no debe ver) las cosas con los ojos de un semiveinteañero. Desde la emisión de mi primer sufragio han transcurrido casi dos décadas, signadas (en mi caso personal y a escala nacional y mundial) por múltiples y muy variopintos sucesos. Ciertas personas muy importantes para mí ya han dejado este mundo. Otras ya son ya ancianas o ya no son tan jóvenes. A través de experiencias directas, lecturas, estudios y viajes he intentado acrecentar mi acervo interior. Mis ojos han presenciado mutaciones, avances y retrocesos. Han contemplado, en otras palabras, el apasionante flujo de la vida humana.
La bandera de la dignidad es el único estandarte desplegable en todo momento ante la codicia de los poderosos, la incompetencia y vanidad de ciertos gobiernos, la descomposición más sombría. Es el pabellón que refleja la humilde astucia del hombre de bien a la falsa astucia del individuo fatuo. Es el emblema de lo más granado de la especie humana.

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