Wednesday, July 09, 2008

"Jóvenes Lucas"

Días atrás, un ignoto adolescente, a quien ciertas fuentes sindicales denominan escuetamente "Lucas" y otorgan 16 años de edad, proveniente de una familia de clase baja y alumno de una escuela media estatal del barrio porteño de Caballito, saltó a la notoriedad cuando los mass media difundieron las borrosas imágenes, captadas por las filmadoras de los teléfonos celulares de sus condiscípulos, de la pesada broma gastada a una recatada profesora por el corpulento adolescente, próximo a convertirse en el padre prematurísimo del niño gestado en el vientre de su novia, matriculada en el mismo establecimiento educativo. La cobertura mediática de ese episodio aparentemente banal instigó la inmediata intervención del renombrado pedagogo Mariano Narodowski, actual titular de la cartera educativa del gobierno porteño, quien se pronunció claramente a favor de la separación del travieso teenager de la nómina de educandos matriculados en la citada institución educacional.
Al referirse a Lucas, el conocido matutino porteño Clarín no sólo destacó su corpulencia, travesura, status socioeconómico y condición de inminente padre adolescente. También subrayó su carisma, revelado por su calidad de delegado estudiantil de tres cursos de su escuela y líder de las sucesivas protestas del alumnado de su establecimiento educativo contra las superables deficiencias infraestructurales del inmueble ocupado por dicha institución educacional. Todo ello no sólo pinta a Lucas como el poseedor de una cierta vocación política. También parecería negar que la actual juventud argentina carezca totalmente de sensibilidad política, como ya se pretendía durante mis lejanos años de estudiante secundario, cronológicamente coincidentes con el periodo presidencial del doctor Raúl Ricardo Alfonsín, poderoso despertador de mi conciencia cívica, en cuyo decurso era común referirse a los adolescentes y adultos jóvenes argentinos como seres abúlicos y políticamente descerebrados por la execrable dictadura procesista, concluida hacía pocos años.
A lo largo de nuestra historia, se ha verificado una frecuente liaison entre la política y los argentinos menores de 40 años. La Revolución de Mayo halló sus líderes e ideólogos en jóvenes figuras provenientes de la élite criolla. Durante su kilométrica segunda gobernación, Juan Manuel de Rosas debió soportar la vivaz oposición a la distancia de los jóvenes, exiliados y politizadísimos intelectuales antirrosistas, entre quienes figuraban los futuros presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, habilísimos artífices de una magistral compatibilización entre las labores intelectual y político-gubernativa, frecuentemente tenidas por incompatibles. Durante la Revolución del Parque, ciertos elementos juveniles, entre quienes figuraban el futuro presidente Marcelo Torcuato de Alvear y el futuro dictador José Félix Uriburu, contribuyeron al desplazamiento del polémico presidente Miguel Ángel Juárez Celman, rápidamente seguido del advenimiento de la Unión Cívica Radical, nuestro primer partido político moderno. Por esos años, según Manuel Gálvez, Alvear y otros elegantes veinteañeros solían celebrar discretos almuerzos-consulta, en el suntuoso Café de París, con el futuro presidente Hipólito Yrigoyen, cuyos jóvenes contertulios veían en el sobrino de Leandro Alem un líder potencial más potable que el ya añoso tío del Peludo o el aún más anciano Bernardo de Irigoyen. Fueron jóvenes los protagonistas de la Reforma universitaria de 1918. Fueron jóvenes los "niños bien" de la alta sociedad que atacaron a los rusos judíos de Villa Crespo durante la Semana Trágica. Hubo una juventud socialista que rodeó e idolatró a Alfredo Palacios. Hubo una juventud demócrata progresista cerca de Lisandro De la Torre, cuyo protegé Enzo Bordabehere, colega del "solitario de Pinas" en la Cámara Alta, dio su vida para evitar que su mentor sucumbiera bajo las balas homicidas disparadas en su contra en pleno recinto senatorial. Hubo una Unión de Estudiantes Secundarios (UES), organizada en torno al Perón de la segunda presidencia. Hubo una "gloriosa JP" estructurada en derredor de un Perón cercano a la muerte, a la cual sigue jactándose de haber pertenecido la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Fueron jóvenes las víctimas de las Noches de los Bastones Largos y de los Lápices. Hubo una juventud alfonsinista: imposible olvidar esa Juventud Radical, esa Franja Morada y esa Coordinadora montadas, en actos multitudinarios, en derredor del legendario dirigente chascomusense, antes y después de su asunción presidencial. Hubo una juventud liberal: recordemos esa delegación universitaria de la UCD corporizada en la UPAU.
Entre 1966 y 1969, el dictador Juan Carlos Onganía promovió una absurda e inviable despolitización de la juventud argentina. Le salió el tiro por la culata. Hubo una juventud ligada al Cordobazo, contundente principio del fin para el Onganiato. Con todo, el intento de despolitización efectuado por la Morsa supo a poca cosa al lado del brutal operativo de despolitización y desintelectualización de la juventud argentina promovido por la dictadura procesista. En la película La fiesta de todos (solapado autoelogio cinematográfico del Proceso), nuestra peor dictadura parecía preconizar, como arquetipo de juventud argentina, a esos jóvenes de aspecto manso retratados sobre el celuloide como partícipes del nutrido acto de apertura de la Copa Mundial de Fútbol de 1978 (verdadera tapadera de los atroces actos de tortura perpretados, contra "subversivos" frecuentemente jóvenes, en la tenebrosa Escuela de Mecánica de la Armada, sita a corta distancia del estadio mundialista de River Plate). Una juventud "patriótica", orgullosa de su argentinidad y saludablemente alejada de las ideas disociadoras de la "subversión internacional", obligada a autoinmolarse, cuatro años después, en el gélido archipiélago malvínico, en una defensa desesperada de una dictadura indefendible.
Durante el larguísimo periodo neoliberal de 1989-2001, muchos argentinos, jóvenes o no, se llamaron políticamente a rebato, limitándose a votar y refunfuñar. Fueron los años de la "plaza vacía" postulada por Maristella Svampa y Danilo Martuccelli. Pese a los duros mandobles propinados en su contra por el neoliberalismo, el argentino promedio se retrotrajo a la vida privada. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, castigadas por las tristemente célebres "leyes del perdón", fueron la única presencia relevante de la "plaza oficial" de ese inacabable periodo. Ni siquiera el ritual arriamiento crepuscular, oficiado por los Granaderos, de nuestra endiosada enseña patria, izada en el mástil de la Plaza Mayor, parecía despertar la aletargada conciencia cívica de los apresurados transeúntes merodeados por el fantasma de una recesión aparentemente insuperable, que, a lo sumo, condescendían en alimentar a las palomas con los granos de maíz tostado expendidos a precios de pobre por taciturnos vendedores ambulantes.
Esa prolongadísima monotonía estalló violentamente en diciembre de 2001, cuando el pueblo ganó enardecidamente las calles para protestar con justa indignación contra los evitables abusos del agonizante neoliberalismo. La juventud (harta de ver injustamente cercenado su ingreso en el proceso social) no fue ajena a dicha situación. Dos jóvenes piqueteros, llamados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, fueron abatidos por las balas policiales disparadas en su contra en las inmediaciones de la estación ferroviaria de Avellaneda, después rebautizada extraoficialmente en su honor.
En marzo de 2004, con el neoliberalismo aparentemente retrotraído hacia el pasado, la injusta muerte de otro joven, llamado Axel Blumberg, motivó la realización de la primera marcha multitudinaria presenciada por las calles porteñas desde las épicas jornadas de la Semana Santa de 1987. Ciento cincuenta mil personas, encabezadas por el acongojado padre de la víctima, brindaron un marco imponente a las arterias céntricas de la capital argentina, al recorrerlas silenciosamente, con sus manos engalanadas por modestas velas encendidas. En diciembre del mismo año, la atroz muerte de casi doscientos jóvenes, provocada por el devastador incendio desatado en el local bailable porteño República de Cromañón, desató una prolongada crisis política, rematada por la destitución del doctor Aníbal Ibarra como jefe del gobierno capitalino, decretada por la Legislatura metropolitana en marzo de 2006.
Durante el anteaño, quien suscribe cursaba sus últimas materias del profesorado de Historia en una institución terciaria del gobierno porteño. Lector impenitente e internauta reticente, bajé, del website del célebre diario chileno El Mercurio, información sobre el pronunciamiento del estudiantado secundario transandino contra el gobierno de su patria, que una altiva docente mía menospreció antológicamente como una "excusa para no hacer nada".
Excusa para no hacer nada... ¿Acaso los adultos hacemos algo para lograr que nuestros jóvenes se sientan mejor? ¿Cómo escandalizarnos ante la ocupación del Pellegrini, ocurrida el año pasado, a raíz de la decisión de separar de su cargo al rector Abraham Gak, promotor de una saludable democratización de una escuela elitista? ¿Cómo escandalizarnos ante los recientes "frazadazos" del estudiantado secundario estatal porteño, si en invierno este último tirita de frío en sus escuelas sin calefacción?
Hubo (y hay) "jóvenes K", funcionales al actual poder político, cuya aparición apenas ha escandalizado. ¿Cómo escandalizarnos ante la aparición de los "jóvenes Lucas", producto lógico de la arbitrariedad absurda de sus mayores? Dr.Narodowski, ¿no habrá sido eso lo que le molestó del joven Lucas?

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