Sunday, November 16, 2008

“Sin medios y sin Estado”

Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Ministerio de Educación
Escuela de Capacitación Docente
Centro de Pedagogías de Anticipación (CEPA)
Sede Liniers
Curso Docente 2º Cuatrimestre 2008 “Violencias mediáticas. Medios de comunicación masiva y construcción de subjetividad”
Docente: Prof.Pablo Erramouspe

“Sin medios y sin Estado”
Trabajo Práctico Final del Curso


En 1892, Ernesto De la Cárcova plasmó sobre el lienzo un clásico de la plástica nativa: Sin pan y sin trabajo, cruda denuncia del régimen de expoliación impuesta a nuestro incipiente proletariado industrial, fruto de la Gran Inmigración, que veintisiete años después expondría su lógica indignación en la Semana Trágica.
Entre la caída de Juan Manuel de Rosas y el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen , nuestra dirigencia política tradicional había sabido convertir a un inmenso desierto en “uno de los Estados más progresistas del mundo” . Esa rutilante imagen de nación halló su paradójica contracara en la versión argentina de las “instituciones de encierro” postuladas por Michel Foucault y Gilles Deleuze .
El vasto perímetro del Parque Las Heras albergó durante largas décadas un cabal ejemplo vernáculo de dichas instituciones: la Penitenciaría Nacional, inaugurada en 1877 y demolida en 1961 .
Ocho años después de la erradicación del citado penal, Adolfo Bioy Casares publicó su novela Diario de la guerra del cerdo , relato de un imaginario gerontocidio, extendido durante una agobiante semana y perpetrado por elementos juveniles en las inmediaciones del Parque Las Heras.
Durante esos candentes días, el jubilado Isidro Vidal, principal protagonista del relato de Bioy, y sus cogeneracionales, uno de los cuales figurará entre las víctimas fatales del enfrentamiento intergeneracional, pergeñarán con suerte variopinta distintas estrategias de supervivencia. Vidal y sus amistades soportarán con cambiante estoicismo las vicisitudes de un conflicto suscitado en un contexto barrial desprovisto del foucaultiano régimen de “buen encauzamiento” otrora encarnado en el personal de la Penitenciaría, cuya existencia evoca Vidal, con elíptica nostalgia, en un tramo del relato . La patética frase “Nosotros no podemos hacer nada, pero la policía, ¿para qué está?” , pronunciada por Vidal ante el occiso de un añoso diariero, masacrado en la vía pública por jóvenes gerontófobos , parece denunciar la drástica reducción de la presencia estatal provocada cerca del lugar del macabro hecho al demolerse el célebre penal, que alguna vez albergó figuras como Severino Di Giovanni y su subordinado Paulino Scarfó , Simón Radowitzky , el Petiso Orejudo , los generales Benjamín Menéndez y Juan José Valle y el futuro presidente Héctor Cámpora.
Presencia estatal que los “vidalistas” sólo parecen aceptar en su versión represiva (apreciación perfectamente plausible en la Argentina golpista de la época). De allí su solapado desdén hacia un gobierno que parece “haber tomado cartas” ante el despiadado enfrentamiento intergeneracional. Hacia un gobierno que incurre, según los “vidalistas”, en un acto descarado al pretenderse capaz de asegurar el orden con el mero emplazamiento de vehículos policiales en las calles porteñas . Hacia un gobierno que, corporizado en la figura de un médico de hospital público, parece estar dispuesto a socorrer bienintencionadamente al “vidalista” Lucio Arévalo, agredido en la vía pública por elementos gerontófobo-juveniles. Gobierno del cual los “vidalistas” sólo parecen esperar una cierta regularidad en el pago de sus haberes previsionales. El apenas disimulado “antiestatalismo” del entorno “vidalista” impele a este último a descartar la posibilidad de radicar una denuncia policial contra el presunto secuestro de un “vidalista”, denotando una desconfianza hacia el elemento policial de dolorosa actualidad.
En el Diario, la presencia estatal apenas se ve eclipsada por la presencia mediática. Esta última se ve reducida a escuetas informaciones publicadas en diarios, a la radio paterna jamás llevada a reparar por el hijo de Vidal (gerontófobo sindicado como traidor por sus ejecutores, que siempre extravía el diario destinado a su padre), a la esporádica presencia o mención de algún televisor, a la alusión a unos decrépitos teléfonos públicos y domésticos seguramente instalados por la telefónica estatal Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL).
Esa debilidad de la presencia mediática no resulta extraña si consideramos que, al publicarse la primera edición del Diario, aún no se ha consolidado, en el ámbito de la imagen, el control de esa “Media” definible, según Hakim Bey, como un informe objetivo de la realidad, como “parte de una condición objetiva o natural de la realidad” o como la posibilidad de surgimiento de un observador capaz de reflejar y representar la realidad como un objeto. Ciñéndonos a Dominique Worton, podríamos sostener que el grupo “vidalista” parece preguntarse si la comunicación debe estar regida por valores e ideales (o, en su defecto, por los intereses y el comercio). Todos los “vidalistas” (Vidal incluido) parecerían jurar por la primera opción, excepto Leandro Rey, cuyo hispánico pragmatismo no le impide exudar, a su modo, una cierta ternura.
El Diario parece anticipar ese triste fenómeno actual encarnado en el desplazamiento (postulado por Worton) de la “dimensión humana y social” de la comunicación por su fría “dimensión técnica” . Releídas en esta época de tiranía mediático-tecnológica, cabe preguntarse si las páginas de Bioy no intentan prevenir premonitoriamente contra los riesgos implícitos en la proclividad a conceptuar la presencia tecnológica como la “condición de acercamiento entre los seres humanos”. Actualmente, costaría creer en las chances de éxito de la propuesta “vidalista” de calidez y trato directo, contrapuesta al descarnado modelo comunicacional promovido por sus jóvenes victimarios. El rupturismo de estos últimos parece desdeñar (sin el auxilio de esas “tecnologías individualizantes” asiduamente empleadas por la actual juventud con propósitos cuestionables) esa perenne posibilidad de una convivencia armoniosa imputable a la cultura y democracia de masas. El relato de Bioy (publicado poco antes del gerontocidio de Aramburu, inicio de una era de violencia armada juvenil) parece recordar la necesidad de un modelo comunicacional susceptible de compatibilizar recíprocamente los “tres aspectos fundamentales de la comunicación” postulados por Worton (el sistema técnico, el modelo cultural dominante y la organización económica, técnica y jurídica del conjunto de las técnicas de comunicación). En su era “pre-mediática”, los “vidalistas” intentan humanizar saludablemente la comunicación.
En el Diario, el “sin pan y sin trabajo” de De la Cárcova es desplazado por el “sin medios y sin Estado” impuesto a unos “vidalistas” consiguientemente aferrados a sus ancestrales sistemas de valores. La facción “vidalista” intenta combatir a sus enemigos desde su defensa de la lealtad paterno-filial, desde sus tertulias de truco y aperitivo en un café de la zona (aparentemente impensables en nuestros días), desde la donación de una corona fúnebre para el velatorio de Néstor padre (amigo eliminado por elementos “anti-age”), desde el abundante desayuno de amigos compartido en casa del españolísimo “vidalista” Leandro Rey. Este último, panadero de oficio, renuente a retirarse (pese a su sesentena y la insistencia de sus hijas) constituye una muestra cabal de la procastrinal ética laboral benedictino-protestante, anticipada por Hesíodo y contrapuesta por los “vidalistas”, en versión hispano-argentina, a la cuestionable ética laboral patrístico-preprotestante aparentemente refrendada por la juventud gerontofóbica. Juventud caracterizada por ese apego a la “vida apasionada” tan atribuible a la ética laboral protestante como a esa ética laboral hacker postulada por Pekka Himanen. Históricamente, esta última aún no ha efectuado su aparición al redactarse el Diario. Ciñéndonos a Himanen, la juventud gerontofóbica del Diario no sería hacker, sino craker: intenta romper el cerrojo de la “jaula de acero” promovida por el severo código ético de sus mayores . En nuestros tiempos, los jóvenes gerontófobos del Diario…, no sólo serían crakers, sino también anti-hacker, pues, a simple vista, se niegan a realizar el duro esfuerzo exigido por las éticas laboral protestante y hacker, lo cual explica, en cierto modo, el triunfo de unos “vidalistas” aparentemente proclives a refrendar la célebre sentencia de Thomas Alva Edison: “There is no substitute for hard work”. Desprovistos de la pseudo-protección “panóptica” otrora brindada por las instituciones de encierro y actualmente impuesta sin piedad por el elemento mediático-tecnológico, los “vidalistas” encaran con valentía su ancianidad, buscando saludables caminos alternativos hacia la felicidad individual y social .

Prof.Ernesto Sebastián Vázquez
Buenos Aires, noviembre de 2008

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