Tuesday, November 25, 2008

Sabiduría popular

Fue un caluroso domingo de fines de noviembre de 1984. Para ser más precisos, el día 25 de dicho mes. Hace hoy 24 años. Quien suscribe era un cándido adolescente de catorce abriles. Hacía poco menos de un año que la Argentina había recuperado su democracia, habiendo soportado sucesivos regímenes de facto, entre ellos la más atroz dictadura de toda nuestra historia. Entre los terribles daños infligidos por esta última a la vida nacional, figuraba la promoción, felizmente infructuosa, de un absurdo conflicto armado entre dos naciones, Argentina y Chile, hermanadas por una geografía y cultura comunes. Conflicto afortunadamente evitado por la intervención del Papa Juan Pablo II, loada sea por ello su memoria.
El 10 de diciembre de 1983, el doctor Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la República en circunstancias dramáticas. La política socioeconómica del gobierno precedente había producido daños enormes a escala nacional. Sobre los ex jerarcas procesistas pesaban gravísimas acusaciones de violaciones de derechos humanos. La vida cultural se había visto tronchada por la feroz censura del régimen en retirada.
Chile, a la sazón sojuzgada por la abominable dictadura pinochetista, ostentaba, aunque a menor escala, un panorama similar. Un gobierno democrático no podía, a simple vista, pactar con un régimen de esas características. Pero aún faltaban seis años para la materialización de la restauración democrática chilena. El diferendo límitrofe argentino-chileno, geográficamente situado en la región del Beagle, ya era más que centenario. Al iniciarse el siglo XX, Argentina y Chile habían estado al borde de un conflicto armado en la zona en litigio, felizmente evitado por el arbitraje de la Corona británica. Nuestro gobierno no aceptó el laudo de Su Graciosa Majestad, postura probablemente atribuible a la ocupación británica del archipiélago malvínico, descabelladamente rechazada por las armas en 1982. Casi un siglo después, la historia amagó con repetirse. Afortunadamente, primó la cordura.
En 1984, la incompatibilidad de caracteres entre los gobiernos argentino y chileno parecía desaconsejar la celebración de un acuerdo limítrofe. El régimen del general Augusto Pinochet había causado daños en la vida socioeconómica chilena análogos a los infligidos entre nosotros por la dictadura procesista. Al presidente Alfonsín podía acusársele de jugar ajedrez en dos tableros. A simple vista, nuestro gobierno no tenía autoridad para pactar con una dictadura acusada de violaciones de derechos humanos análogas a las imputadas a los ex jerarcas procesistas sometidos por dicho motivo a los juicios civiles dispuestos en su contra por su sucesor constitucional.
Esas cuestiones fueron dejadas de lado en aras de la paz entre ambas naciones. El 25 de noviembre de 1984, el electorado argentino se pronunció mayoritariamente, en un reférendum ad-hoc, a favor de la resolución pacífica del diferendo, demostrando una evolución notablemente rápida en términos de mentalidad. Hacía menos de tres años había apoyado con ingenuo fervor la disparatada e hipócrita aventura malvinense de un régimen indefendible. Ahora apoyaba la decisión de un gobierno legítimo de alejarse de un añoso y absurdo discurso beligerante.
En 1988, el electorado chileno se pronunció mayoritariamente contra la indefinida prolongación de la peor dictadura de su historia. Dos años después, asumía el primer presidente constitucional chileno juramentado en casi dos décadas. La restauración democrática chilena, la solución pacífica del diferendo de los hielos continentales, la saludable continuidad institucional en ambas naciones y la superación de un erróneo paradigma socioeconómico han rematado dignamente la labor pacificadora iniciada hace casi un cuarto de siglo, en lo referente a las relaciones bilaterales entre ambos países, por el electorado argentino y su primer gobierno constitucional post-Proceso. Todo ello impide tildar de ociosa la evocación de esa notable expresión de sabiduría popular vertida en las urnas, por el electorado argentino, en el reférendum límitrofe del 25 de noviembre de 1984, día memorable de nuestra traumática historia reciente.

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