Wednesday, December 10, 2008

Democracia, pese a todo

El 10 de diciembre de 1983, hace hoy 25 años, la asunción presidencial de Raúl Alfonsín marcaba el inicio de la más prolongada restauración democrática iniciada hasta la fecha en territorio argentino. Atrás quedaba un periodo dolorosísimo, signado por tremendos padecimientos. Ante este último se abría un largo periodo cronológico de sufrimientos de envergadura nada menor. Pero ahora el soberano era el pueblo, no un poder insolente impuesto por la fuerza. Dato nada menor.
Desde la tercera juramentación presidencial de Juan Domingo Perón, formalizada el 12 de octubre de 1973, el augusto recinto de la Cámara de Diputados de la Nación no había presenciado la asunción de un mandatario constitucional limpiamente designado por el electorado. En 1962, el derrocamiento de su correligionario Arturo Frondizi había obligado al flamante presidente a abandonar su banca en la legislatura bonaerense. En 1966, la defenestración de Arturo Illia, otro de sus camaradas de ideas, le había forzado a desocupar su despacho de diputado nacional. Diecisiete años después, el político de Chascomús se desquitaba ingresando en el nunca bien ponderado salón legislativo a tomar posesión de la más egregia magistratura de la República. Ante sí, dispuso situar dos sitiales de honor. Uno para Frondizi. Otro para la ex presidenta María Estela Martínez de Perón. Ambos se hacían presentes como los dos únicos mandatarios víctimas del golpismo militar aún supérstites. Tras el discurso de rigor, el flamante mandatario y su esposa recorrieron la Avenida de Mayo hacia la Casa Rosada, a bordo del añoso Cadillac de Perón, otra víctima del golpismo, escoltados por granaderos otrora sentenciados al triste rol de custodios de gobernantes ilegítimos y ahora compensados, en lo tocante a dicho punto, con la restitución de su honroso status de acompañantes de jefes de Estado designados por la voluntad popular. Alfonsín, ubicable dentro de la segunda categoría, recorría la misma arteria atravesada hacía más de ochenta años por la Infanta Isabel de Borbón, invitada de honor de la oligarquía a los elitistas y aparatosos festejos del Centenario, cuyo ascensor utilizarían los invitados al acto de investidura presidencial en el solemne Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Entre estos últimos figuraría Felipe González, presidente del gobierno de una España realzada, tras medio siglo de iniquidad, por la astuta gestión del rey Juan Carlos I, sobrino biznieto de la Infanta.
No pretendo seguir abrumando a mis lectores con descripciones de la épica jornada vivida por la ciudadanía hace ya un largo cuarto de siglo. Los veinticinco siguientes años no serían fáciles. La erradicación de los últimos focos golpistas aún insumiría siete dificultosos años, cronológicamente coincidentes, en su tramo final, por una difícil coyuntura socioeconómica. Ese cuarto de siglo también se vería empañado por la implementación sin concesiones de un despiadado y érroneo paradigma económico-social (promovido por dos gobiernos paradójicamente ungidos por el electorado en comicios irreprochables), un virulento pronunciamiento cívico contra esa funesta receta y una sucesión presidencial con tufillo a nepotismo y bien ganancial. Pero también realzado por la activa presencia de un pueblo dispuesto a abjurar de los costados más reaccionarios de su pensamiento político en aras de la innovación saludable. En 1982, la Plaza de Mayo había albergado a una multitud ingenuamente decidida a aplaudir la decisión de un régimen ilegítimo de salvaguardar su pulverizado prestigio mediante un alocado operativo militar en un remoto y gélido archipiélago. Cinco años después, la colmó para repudiar, en plena Semana Santa, un turbio pronunciamiento castrense, señal de una rápida y saludable evolución en términos de mentalidad.
Estos veinticinco años del surgimiento de la actual democracia se conmemoran tras un sexenio de vigorosa redefinición de la vida socioeconómica de nuestra patria, aunque también en el marco de un marcado retroceso axiológico y de una crisis económico-financiera internacional posiblemente destinada a impactar negativamente sobre nuestra vida diaria. Pero, así y todo, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los argentinos del último cuarto de siglo, hemos tenido democracia, pese a todo. Celebremos dicho logro, nada desdeñable, sin dormirnos en los laureles.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home