Thursday, December 11, 2008

¿Por qué los subestimamos?

Por estos días, el mundo se ha visto conmocionada por las violentas manifestaciones de repudio motivadas por el trágico deceso del adolescente griego Alexis Grigoropulos, víctima del "gatillo fácil" de los efectivos policiales afectados al operativo de "seguridad" de una protesta callejera estudiantil en la capital helénica. La dramática muerte de Grigoropulos, teóricamente relegable a la crónica policial, ha sido el detonante de una crisis nacional reportada por la prensa mundial. Ha multiplicado las tomas de establecimientos educativos, los enfrentamientos con las fuerzas del orden y protestas contra la política socioeconómica del gobierno de turno, estas últimas vinculables con la actual crisis económico-financiera internacional.
¿Quién sería Grigoropulos a los ojos de los argentinos?
¿Un adolescente vago sin ganas de estudiar, escudado en causas nobles para no desempeñar debidamente sus funciones específicas?
Como docente secundario (actualmente no ejerzo por cuestiones burocráticas), me pregunto si la apatía y holgazanería imputadas por muchos argentinos adultos a sus compatriotas adolescentes no se deberán a la tendencia de los primeros a subestimar a los segundos, a suponer cínicamente que los segundos "no pueden hacer nada" y desdeñan olímpicamente la disciplina.
Algo de razón tienen. Pero los argentinos adultos no debemos generalizar érroneamente al respecto. Y, ante todo, no debemos incurrir en la paradoja de "no hacer nada" con adolescentes que, supuestamente, "deben hacer algo".
Durante este año tan próximo a terminar, nuestros mass media "bien pensantes" se han regodeado vendiendo, no sin cierto éxito, una imagen negra del actual adolescente argentino. Lo han pintado como un vago que, en vez de estudiar, martiriza a sus docentes y compañeros aplicados con la publicación en Internet de pesadas bromas filmadas por unos sofisticados teléfonos celulares paradójicamente empuñados por chicos provenientes de hogares humildes, donde, supuestamente, no se pueden invertir 900 pesos en un celular. O bien como un holgazán que, en vez de estudiar silenciosamente en la biblioteca de la escuela, como pretendían nuestras peores dictaduras, se dedica, con tal de "no hacer nada", a ocupar su edificio escolar en reclamo de mejoras edilicias e irrumpe en un solemne recinto legislativo, visitado en ese momento por un ministro de Educación, a reclamar a boca de jarro la ampliación de las becas y viandas escolares para chicos que van a la escuela con celulares carísimos, se llevan ocho materias a marzo y no rinden ni la mitad, se machetean en todas las evaluaciones, se ratean veinte días seguidos o repiten tres veces segundo año.
Grigoropulos no era argentino. Como era griego, los argentinos nos dolemos por él. Pero la comprensión bien entendida empieza por casa.
Argentinos adultos: no subestimemos a nuestros adolescentes. Por su bien (y el nuestro), pretendamos algo de ellos. No los demonicemos. Con la estigmatización perdemos todos.

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