Friday, December 19, 2008

Luces amarillas

El 19 de diciembre de 2008 (hace hoy siete años) comenzaba uno de los periodos más dramáticos de la historia argentina. Un pueblo enardecido reaccionó enérgicamente contra los abusos del neoliberalismo, superando una prolongada apatía política. Los ánimos empezaron a serenarse trece días después, con la designación del senador nacional Eduardo Duhalde como presidente interino de la República, dispuesta por una Asamblea Legislativa de la Nación constitucionalmente convertida en depositaria provisional de las facultades de un Poder Ejecutivo federal a la sazón inmerso en una virtual acefalía.
El nuevo mandatario encaró con ejemplar discreción la dura tarea que le imponía el Destino en esa hora dramática de la vida de su patria. Tras un doloroso año, la República pudo respirar aires saludables por primera vez en ocho años. La gestión presidencial de Néstor Kirchner, sucesor de Duhalde, profundizó vigorosamente el proceso de recuperación socioeconómica iniciado bajo el anterior mandatario. Pero al nuevo presidente le faltó la discreción de su predecesor, grave falencia en un gobernante. Kirchner la evidenció al promover la candidatura presidencial de su esposa, la senadora nacional Cristina Fernández, con su inequívoco tufillo a nepotismo, bien ganancial y construcción peligrosamente cerrada del poder, imprudentemente avalado por ocho de los diecinueve millones de votos validados en los comicios del 28 de octubre de 2007, sin que ello me induzca en absoluto a negar los indiscutibles méritos de la gestión gubernativa del matrimonio presidencial.
Durante el año en curso, el flanco débil de ese rígido modelo de gestión quedó en evidencia durante el prolongado conflicto entre el gobierno nacional y el sector agropecuario. Tres meses después, la profundización de la crisis económica internacional golpeó a las principales economías del planeta e indujo a numerosos gobernantes, entre ellos la presidenta Fernández, a preguntarse qué postura adoptar ante la nueva adversidad global, suscitada tras una prolongada bonanza.
Los pavorosos guarismos de sus megaplanes anticrisis deben inducir a los argentinos, lamentablemente propensos a engolosinarse con las supuestas panaceas socioeconómicas del gobierno nacional de turno, a pensar qué suerte les deparará el futuro inmediato. Aquí no pretendo promover conjeturas pedantescas. Lo cierto es que, tras cinco presuntos años de vacas gordas, la conmemoración del Diciembre Negro está nuevamente signada por el sello de la crisis internacional y su impacto local. Hace siete años, las luces rojas del Semáforo Nacional indujeron a los argentinos a detenerse a repensar profundamente las cosas. Eso se logró. Tal como se logró extraer buen provecho de las luces verdes emitidas por dicho semáforo desde enero de 2003. En este séptimo aniversario del Diciembre Negro, conviene prestar atención a la advertencia emitida por las luces amarillas del Semáforo Internacional. Lamentablemente, los argentinos no suelen respetar las señales de tránsito.

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