Wednesday, November 29, 2006

¿Fútbol en paz? Sí, es posible

El documental El día que Brasil estuvo aquí, actualmente difundido por la señal de TV por cable HBO, refiere la historia del amistoso de fútbol disputado el 18 de agosto de 2004 por los seleccionados brasileño y haitiano de fútbol, en Puerto Príncipe, ante el presidente brasileño Luiz Inácio "Lula" Da Silva y otros millares de personas de diversa extracción sociocultural y bajo el patrocinio de las Naciones Unidas y sus célebres "cascos blancos".
Haití es, como se sabe, un país pobre, pequeño, poco poblado e inmerso desde hace décadas en un convulsionado proceso socioeconómico y político-institucional. La prolongada dictadura dinástica de los Duvalier acentuó el deterioro de los estándares de vida del haitiano promedio. La caída de los Duvalier, en 1986, fue seguida de una prolongada inestabilidad político-institucional, arrastrada hasta los inicios del actual siglo. En semejantes condiciones, resulta difícil conformar un sólido plantel futbolístico haitiano. La televisión haitiana no transmitió en vivo una Copa Mundial de Fútbol hasta 1962. La selección haitiana de fútbol no ha clasificado para ninguna Copa Mundial desde 1974. El día que Brasil estuvo aquí demuestra que los graves problemas de su país no impiden al haitiano promedio conceder al soccer algún lugar en su azarosa vida.
El documental en cuestión también demuestra que las rivalidades futbolísticas entre planteles y/o nacionalidades no deben necesariamente conducir a los reiterados episodios violentos periódicamente suscitados en nuestros estadios futbolísticos, netamente contrapuestos a la enorme popularidad del fútbol en nuestro medio, como los que impelieron recientemente a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) a decretar infructuosamente una preventiva limitación temporal en el ingreso de público a los eventos futbolísticos. Los haitianos exhibidos en El día... no pierden sus estribos ante la humillante (y predecible) derrota de su humilde selección ante el poderoso Penta-campeao, no arrojan objetos contundentes contra los futbolistas brasileños, no insultan al árbitro. Y, como si ello fuera poco, reciben fervorosamente al seleccionado brasileño en el aeropuerto de la capital haitiana, pugnando por obtener autógrafos de los grandes astros del futebol, como Ronaldo, Ronaldinho o Roberto Carlos. No tienen inconveniente en agitar simultáneamente banderas haitianas y brasileñas.
Esa situación cuasi-idílica pinta irrealizable en nuestro convulsionado ámbito futbolístico. Sin embargo, no lo es. Basta (a falta de otra cosa) con buena voluntad y sentido común.

Saturday, November 25, 2006

Argenchile

En el plebiscito del 25 de noviembre de 1984, el grueso del electorado argentino se pronunció a favor de una solución pacífica del centenario diferendo límitrofe argentino-chileno sobre el canal de Beagle. Semanas después, en el Vaticano, los cancilleres argentino y chileno firmaban el acuerdo límitrofe ante Juan Pablo II. A fines de 1978, poco después de su nominación, el papa Wojtyla había enviado al cardenal Antonio Samoré como mediador ante las dictaduras argentina y chilena, estúpidamente empecinadas en lanzar una guerra fratricida, análoga a esa "guerra antisubversiva" responsable de la desaparición física de millares de argentinos inocentes. En 1978, el dictador argentino Jorge Rafael Videla había intentado consolidar su insostenible imagen con un costoso campeonato mundial de fútbol, cuya final se disputase cerca de esa Escuela de Mecánica de la Armada poblada de "subversivos" situados por sus sicarios entre la vida y la muerte y de un conurbano bonaerense pauperizado y desindustrializado por la política socioeconómica del mal llamado "Proceso de Reorganización Nacional", análoga a la lanzada por la fratricida dictadura pinochetista allende los Andes.
El diferendo resuelto en 1984 era de larga data. En su muy cuestionable biografía de Juan Manuel de Rosas, Manuel Gálvez acusa al exiliado Domingo Faustino Sarmiento de haber preconizado la ocupación chilena de las tierras magallánicas, en abierto desafío a la política exterior de una dictadura rosista a la sazón jaqueada por la coalición entre el unitarismo y el poder político-militar anglo-francés. En 1895, al asumir la presidencia, José Evaristo Uriburu se topó con la amenaza del rearme chileno, de un conflicto armado entre ambas naciones y de la intempestiva conducta del representante chileno en Buenos Aires, con su consiguiente decisión de reforzar preventivamente las defensas militares argentinas, continuada desde 1898 por el presidente Julio Argentino Roca y su ministro Pablo Riccheri, quienes en 1901 instauraron preventivamente la detestada conscripción obligatoria, felizmente abolida en 1995. El laudo arbitral de la Corona británica impidió la guerra, aunque fuese rechazado por un gobierno argentino actualmente aún enfrentado con las autoridades inglesas por la irresuelta cuestión malvínica, debiéndose finalmente apelar al imprevisto arbitraje papal.
En 1984 yo tenía apenas catorce años. Aún me faltaba un lustro para emitir mi primer sufragio. Dos años antes, había participado ingenuamente del fervor patriótico desatado por la estúpida aventura malvinense impulsada por la abominable dictadura procesista y la indignación popular provocada por la derrota militar argentina en el remoto archipiélago meridional y la ineptitud y pusilanimidad del gobierno de facto instaurado en 1976. Mi pueril simpatía por el presidente Raúl Alfonsín me impelía a apoyar la iniciativa gubernamental de acabar pacíficamente con el fastidioso diferendo. Recuerdo nebulosamente las enjundiosas intervenciones públicas del canciller Dante Caputo (que apenas podía entender mi mente adolescente) y la indignación de la ex presidente María Estela Martínez de Perón ante la supuesta beligerancia del polémico dirigente peronista Vicente Leónidas Saadi.
Ciertos argentinos aún prorrumpen ocasionalmente en invectivas contra los chilenos: que no nos quieren, que desean arrebatarnos la Patagonia y otras expresiones similares. Durante mi viaje a Santa Cruz y Tierra del Fuego, en febrero de 1994, navegué por el canal de Beagle desde el puerto de Ushuaia. Pocos días antes, en Calafate, un cordobés, que venía de recorrer Tierra del Fuego, me había comentado indignadamente: "Cuando recorra el Beagle, usted verá la base aeronaval chilena de Puerto Williams. ¡Sobre la orilla argentina no hay ni un vigilante!" El cordobés tenía razón, pero, casi trece años después, ningún efectivo militar chileno ha osado, en honor a la verdad, hollar inescrupulosamente nuestra ribera del bellísimo canal fueguino.
Tales expresiones pintan netamente anacrónicas en una Argentina actualmente enlazada con un democratizado Chile por el Mercosur. La constitución de un "Argenchile" debería ser la actual prioridad de la diplomacia argentino-chilena. Hora es ya de zanjar diferencias anticuadas, absurdas y peligrosas.

Thursday, November 23, 2006

Personalismo vs.democracia directa

Desde el advenimiento del rosismo (producido hacia 1830), la política argentina ha sido marcadamente personalista. Su accidentada trayectoria se ha visto reiteradamente signada por la presencia de los fuertes liderazgos de figuras como Juan Manuel de Rosas, Julio Argentino Roca, Hipólito Yrigoyen, Agustín P.Justo, Juan Domingo Perón, Ricardo Balbín, Raúl Alfonsín, Carlos Menem o Eduardo Duhalde. El "partido militar" contribuyó (con suerte variopinta) a alimentar esa tendencia, a través de figuras como Juan Carlos Onganía o Alejandro Agustín Lanusse. El antipersonalismo de figuras como Bernardino Rivadavia, Nicolás Avellaneda, Marcelo Torcuato de Alvear, Arturo Frondizi o Fernando De la Rúa se reveló netamente impotente ante esa tendencia.
A fines de 2001, se intensificaba la grave crisis socioeconómica y político-institucional prolongada desde el "efecto tequila" de principios de 1995. En ese álgido contexto, el personalismo empezó a perder terreno ante innegables expresiones de democracia directa, como lo corroboran los movimientos sociopolíticos sucedidos desde la dramática caída del ex presidente Fernando De la Rúa (piqueteros, ahorristas, las marchas por la seguridad lideradas por Juan Carlos Blumberg, el renacido activismo sindical, el asambleísmo ecologista de Gualeguaychú).
La actual dirigencia política parece ir a contramano de esa nueva tendencia, como lo revelan las anacrónicas tendencias personalistas del presidente Néstor Kirchner, acertadamente cuestionadas por figuras como Roberto Lavagna, monseñor Joaquín Piña, Mauricio Macri y Ricardo López Murphy. Bueno sería que el primer mandatario advirtiera esa riesgosa falencia de su discurso político, susceptible de desembocar legítimamente en una restauración neoliberal u otras desaconsejables opciones. Como bien advirtió años atrás el reconocido constitucionalista García Lema, los liderazgos de una democracia deben ser claros y evitar situaciones de anarquía y totalitarismo. Pero no debemos confundir los liderazgos claros con el personalismo hegemónico imputado a Kirchner, pasible de consecuencias igualmente graves. La necesaria claridad de liderazgo debe condecirse plenamente con la legítima democracia directa actualmente preconizada por diversos estratos sociales.

Monday, November 20, 2006

Jornadas de Historia de España (Cuarta Parte)

Décimoséptima ponencia

Título: Influencia de los hispanojudíos sobresalientes en la vida cotidiana y en los logros de la comunidad durante el medioevo
Expositora: Susana Likerman de Portnoy (Fundación para la Historia de España)

En la Babilonia del siglo VIII se proclamó al Pentateuco como el único texto sagrado del judaísmo. Por esos años se desató una verdadera fiebre nacionalista entre los judíos de la Diáspora, quienes coincidieron con los musulmanes en el estudio del hebreo y árabe. Los califas de los siglos VIII y IX protegieron a los judíos españoles, quienes ocuparon altos cargos en las cortes califales de España. En Córdoba se creó una escuela filológica judía alejada del discurso judeo-babilónico. Los judíos españoles devinieron virtualmente en los máximos líderes espirituales de sus correligionarios europeos. Las escuelas talmúdicas españolas y marroquíes florecieron bajo los califas, quienes también protegieron a los judíos italianos, aunque no a los judíos del sur de Francia. Los judíos españoles del siglo XI aún conservaban esa privilegiada posición, pese al pogrom desatado circa 1013 por la invasión almorávide.
El pensamiento filosófico de Maimónides (1135-1204), máxima figura intelectual judeo-hispánica medieval, ejerció una innegable impronta sobre la intelligentsia cristiana europea de su tiempo y el pensamiento judío de siglos posteriores . Maimónides no fue ajeno a las vejaciones soportadas por sus correligionarios y sus consejos de tolerancia seguían siendo impartidos por la dirigencia sefaradí del siglo XV, aunque su racionalismo fue cuestionado por ciertos judíos místicos castellanos, coterráneos del misticismo judío, del principal libro de la Cábala y de esa coexistencia entre racionalistas y misticistas extendida hasta la actualidad. Empero, ningún judío actual niega la validez del pensamiento de Maimónides.

Décimooctava ponencia

Título: Don Ricardo Wall y Devreux: el ministro irlandés
Expositor: Diego Téllez Alarcia (Universidad de La Rioja, España)


El irlandés Ricardo Wall y Devreux, ministro y embajador de Felipe V, fue una polifacética figura diplomática, militar y gubernativa. Wall era hijo de irlandeses forzados a abandonar su patria a raíz de la represión del pueblo irlandés decretada tras la entronización del monarca inglés Guillermo de Orange. Wall llega a España desde Francia y, como muchos europeos errantes de su tiempo, logra ubicarse en el aparato estatal español, gracias a una carta de recomendación remitida por la duquesa de La Vendôme al cardenal Alberoni, influyente ministro de Felipe V, quien lo eleva al rango de secretario de Estado.
La historiografía española decimonónica no simpatizaría con ese mercenario extranjero, injustamente tildado de negligente y oportunista por el conde Fernán Núñez, panegirista de Carlos III. El origen irlandés de Wall no podía agradar al inglés Coax, quien, conmovido por la anglofilia española posterior a la caída de Napoleón I, acusa equívocamente a Wall, típico anglófobo irlandés, de promover la ocupación hispánica del enclave inglés de Jamaica. Tampoco debemos suponer que el regalista Wall haya albergado una visceral antipatía por esos jesuitas apoyados por Ensenada (cuya destitución puede, empero, atribuirse parcialmente a la influencia de Wall), que promoviese la expulsión de los jesuitas afincados en los dominios hispano-americanos (preconizada por Campomanes y otros colaboradores de Carlos III) o que compartiese las tendencias masónicas erróneamente imputadas a su protegido Almada.

Décimonovena ponencia

Título: Francia y la restauración absolutista en España (1823)
Expositor: Braz Augusto Aquino Brancato (Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul, Brasil)

En 1820, Fernando VII aceptó jurar la Constitución española de 1812, en un marco político dividido en dos bandos no monolíticos (absolutistas y liberales), estos últimos divididos en moderados y extremistas. A Fernando VII se lo conoce por su duplicidad y torpe reacción ante la revuelta constitucionalista de 1820. Fernando VII siempre quiso ser un monarca absoluto, pese a esa propagación del ideario liberal en España e Italia que tanto inquietaba a las monarquías nucleadas en la Santa Alianza. Entre 1818 y 1821, la problemática liberal fue animadamente analizada en los congresos europeos reunidos en Aquisgrán, Verona y otras ciudades del Viejo Mundo. En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se conservan numerosas cartas sobre el particular remitidas por Fernando VII al rey francés Luis XVIII y otros monarcas europeos. Las potencias absolutistas acordaron sofocar los movimientos liberales, aunque no todos sus dirigentes apoyaban la intervención militar en España. El gobierno francés, su supuesto partidario, promovía una mediación destinada a lograr que las autoridades españolas aceptasen la necesidad de impulsar ciertas reformas político-institucionales en suelo hispano. La situación hispánica fue deplorada por Prusia, Gran Bretaña y otros miembros de la Santa Alianza, que, tras ensayar infructuosamente una solución diplomática, decidieron la intervención militar en una España consiguientemente invadida por las tropas francesas conocidas como los "Cien Mil Hijos de San Luis". La ambivalencia de Fernando VII no contribuía a mejorar la situación interna española. Con la invasión francesa se inicia una década habitualmente concebida como un periodo de plena restauración absolutista y gloria para Fernando VII, cuyo hermano Carlos María Isidro le imputaba, empero, una excesiva indulgencia hacia los liberales. En sus cartas al zar ruso Alejandro I y otros gobernantes europeos, Fernando VII acusa a sus enemigos internos de tratar de invalidar sus decisiones de gobierno y preconiza una intervención militar en Portugal, reino regido, desde 1826, por una Constitución liberal.

Vigésima ponencia

Título: Proyección cultural de España e interpretaciones de la crisis después del desastre de Cuba
Expositora: Ana Leonor Romero (UBA)

Desde el siglo XVI, España evidenció una cierta preocupación por la organización americana, perceptible hasta muy avanzado el siglo XIX y relacionada con las profundas mutaciones de la economía-mundo. La sociedad civil española decimonónica sugería ampliar el área geográfica del intercambio comercial hispanoamericano, propuesta condicionada por la renuencia del gobierno español a reconocer plenamente la independencia de varias repúblicas americanas y la hispanofobia de ciertos elementos sociales hispanoamericanos. Esa situación se revirtió progresivamente durante el último tercio del siglo XIX, debido al reconocimiento de la independencia hispanoamericana por parte de las autoridades hispánicas, a la nutrida inmigración española hacia América, al discurso liberal del gobierno español finisecular, a efemérides como el cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón, a la propuesta de reformular la vida política hispana y la imagen de España ante América planteada por un ámbito político-cultural español dominado por el Ateneo de Madrid. Dicha reformulación implicaba ese estrechamiento de los vínculos político-institucionales hispanoamericanos preconizado por la Unión Iberoamericana y el reemplazo de la leyenda negra de una España conquistadora de América por la imagen de una nación española concebida como colonizadora del Nuevo Mundo.
En 1898, España sufre el duro revés conocido como "la crisis del 98". Cuba (último baluarte hispanocolonial de América) proclama su independencia, apoyada por unos Estados Unidos inmersos en la carrera imperialista, que infligen rápidamente a España una humillante derrota militar. La guerra de Cuba promueve el surgimiento de un "regeneracionismo" hispanoamericano y el desplazamiento de la idea del dominio hispanocolonial por una noción de unidad hispanoamericana supuestamente destinada a ejercer una innegable influencia sobre la política internacional.

Fin de la transcripción

Sunday, November 19, 2006

Jornadas de Historia de España (Tercera Parte)

Décimoquinta ponencia
Título: Las uniones no matrimoniales en el derecho medieval español
Expositora: María Francisca Gámez Montalvo. Universidad de Granada (España)

El llamado "derecho medieval español" abarca, strictu sensu, las normas jurídicas promulgadas por las coronas castellana y aragonesa, verdaderos centros de poder político de la España medieval. Al aludir a la legislación conyugal española, abordamos en cierto modo una cuestión aún candente en suelo hispano, como lo explica la reciente y polémica legalización del matrimonio homosexual en España. Análogamente, la moral medieval hispánica censuraba las relaciones extramaritales, asimilándolas prácticamente a un rango tan delictivo como el ostentado por los hijos de padres solteros de la España medieval, catalogados como incestuosos. El monopolio conyugal de la Iglesia promovía la unión matrimonial como la única forma válida de relación de pareja.
La moral romana y visigótica autorizaba plenamente el concubinato, aunque no reconociese realmente su legitimidad. En el ámbito romano, sólo el poseedor de la ciudadanía romana tenía derecho a casarse, y a quienes no la poseían no les quedaba otra forma válida de relación de pareja que el concubinato, aunque la lex Julia (promulgada por Augusto circa 10 a.C.) intentó condenar la práctica del concubinato, posteriormente censurada por el derecho eclesiástico y justinianeo.
La moral hispano-cristiano medieval censuraba la práctica de la barraganía (relativa a las relaciones extramaritales de adultos jóvenes de sexo masculino con mujeres púberes, sin contrato conyugal y con una eventual procreación). Las Partidas de Alfonso X el Sabio intentó regular la práctica de la barraganía, aunque sin reconocer su validez moral. La práctica de la barraganía parece relacionarse con una cierta relajación moral de la sociedad castellana medieval y su consiguiente (y progresivo) alejamiento de las prácticas intersexuales ortodoxas.
Las Partidas negaban el derecho de barraganía a la doncella libre, a quien sólo permitía unirse al varón mediante el matrimonio, con la intención de asegurarle una situación jurídica más regular que la soportada por la sierva. Las Partidas permitían la práctica de la barraganía a varones y mujeres unidas por lazos de parentesco (hasta el cuarto grado de consanguinidad), aunque no entre nobles y plebeyos. La legislación castellana medieval censuraba más duramente la barraganía masculina que la femenina y, en plena sintonía con el discurso eclesiástico, condenaba severamente las prácticas barraganas entre clérigos.

Décimosexta ponencia
Título
: La Disputa de Tortosa. El Diálogo como imposición
Expositor: Juan Pablo García Martínez (UBA)

En 1391, muchos judíos de Tortosa habían sido cristianizados a la fuerza. El debate judeocristiano revelaba que, según el pensamiento talmúdico, no podía creerse en el mesianismo de Jesús por los medios de la razón lógica. El fraile converso Jerónimo de Santa Fe consideraba sofistas los argumentos rabínicos.
Circa 1400, la intelligentsia eclesiástica tortosana concebía a Constantino como un auténtico paladín del cristianismo. En ese contexto, un cronista castellano cristiano redacta el Diálogo, extenso relato sobre la polémica de san Silvestre con los judíos romanos del siglo IV, concluida con la resurrección milagrosa del toro revivido por san Silvestre y la cristianización de más de mil judíos y miembros de la familia imperial romana. Los contenidos del Diálogo no se condicen con la situación afrontada circa 1400 por la cristiandad europea, signada por la presencia simultánea de papas y antipapas y el apoyo de la nobleza y realeza al pontificado, que condenó a la hoguera a más de un ejemplar del Talmud, libro examinado por dominicos y franciscanos y posteriormente rehabilitado por el papado.
En la Tortosa de 1413, la colectividad judeo-hispana estaba dividida y privada de la protección regia. A principios del siglo XV, las escasas simpatías de la monarquía castellana por los judíos provocaron la cristianización forzosa de numerosos dirigentes y feligreses israelitas, de funestas consecuencias para la colectividad judeo-tortosana. La intelligentsia eclesiástica española del siglo XVII aún intentaba convencer dogmáticamente a sus antagonistas, como lo prueba ese fragmento del Quijote protagonizado por un clérigo deseoso de lograr que el héroe cervantino crea más en las bondades del pensamiento bíblico que en los contenidos de la literatura caballeresca.

Sunday, November 12, 2006

Jornadas de Historia de España (Segunda Parte)

Décimosegunda ponencia

Título: Las mujeres medievales en los reinos hispánicos: tres personajes en relación a la política y la literatura
Expositora: Diana Arauz Mercado (Universidad Rey Juan Carlos I, España)

Las Partidas de Alfonso el Sabio autorizaban una limitada educación alfabetizadora para la mujer, quien debía, ante todo, ayudar a repoblar los territorios capturados a los musulmanes. Ello no impidió el surgimiento de importantes figuras intelectuales y políticas entre las mujeres españolas cristianas de los siglos XIII a XV, entre ellas María de Molina, situada (tras su breve matrimonio con su pariente consanguíneo Sancho IV) al frente de la Corona castellana, en calidad de regente. María debió afrontar las consecuencias de un matrimonio contraído sin la acostumbrada dispensa papal, sin que ello le impidiera consolidar su posición dentro del Estado castellano. Poco después de la muerte de Sancho IV, el papa aprobó el matrimonio de María y Sancho, con la consiguiente legitimación de los hijos de la pareja. María (fallecida durante la minoría de edad de su nieto Alfonso XI) ejerció eficazmente sus funciones de regente de su hijo y nieto y administró inteligentemente su patrimonio, aunque debió afrontar una crítica situación social.
Leonor López de Córdoba debió afrontar la decapitación y expropiación del condestable de Calatrava y languideció tras las rejas entre 1371 y 1379, sobreviviendo a la peste castellana de 1374 y a la muerte de casi toda su familia. En 1379 Leonor fue puesta en libertad y se levantó el embargo sobre sus bienes, aunque el marido de Leonor nunca recuperó plenamente el control del patrimonio conyugal.
Leonor desempeñó un destacado papel en la corte de la reina Catalina de Castilla, que no tomaba ninguna decisión sin la previa aprobación de Leonor. En 1412, Leonor rompió relaciones con Catalina, y, a la edad de 50 años, abandonó la corte castellana en compañía de sus protegidos. Leonor dictó entonces sus memorias, produciendo uno de las primeras autobiografías en lengua castellana.
Religiosa, filósofa y escritora, proveniente de una familia de intelectuales judíos convertidos al catolicismo, Teresa de Cartagena es una de las principales escritoras religiosas del siglo XV español. Sordomuda desde su infancia, Teresa encuentra en la lectoescritura un medio de comunicación, una forma de eludir la vanidad de lo mundano, de entrelazar lo intelectual y lo místico. Basándose en el Antiguo Testamento, Teresa subraya la importancia de la virtud de la paciencia. Su doble condición de mujer y sordomuda la someterá a la renuencia de la intelectualidad masculina a reconocer la validez de su obra y a los prejuicios de época contra los discapacitados, concebidos como una expresión demoníaca.

Décimotercer ponencia

Título: Cultura política y rutina monástica femenina en León (ss.XII-XIII)
Expositora: María Filomena Coelho. Universidad de Brasilia (Brasil)

Propongo relevar una documentación monástica para abordar (desde la cultura política) la problemática monacal medieval. Un convento o monasterio medieval pretendía conciliar mutuamente lo terrenal y lo celestial y solía interrelacionar política y religión en pleno feudalismo.
En la Castilla medieval, la religiosa femenina se vio sometida a los prejuicios de época contra la educación de la mujer y relegada a un status intelectual inferior al ostentado por el clero masculino.
Al analizar la problemática monacal medieval, los historiadores suelen adoptar una postura economicista, atribuyendo al monacato medieval una función predominantemente económica, cuya existencia parece demostrar el status de administradores patrimoniales ostentado por el clero medieval. También debemos recordar cómo el pensamiento de la época pretendía visualizar toda la cotidianeidad a través del prisma religioso.
A la monja se le exigía ocupar permanentemente su mente con la oración y quehaceres estrictamente conventuales, con escaso margen para la labor intelectual. La intermediación de la plegaria clerical era muy importante para la sociedad laica de la época, renuente a aceptar la idea de un eterno Purgatorio. Muchos europeos medievales confiaban a las monjas el cuidado de sus almas, su bien más preciado.
Las abadesas medievales, aunque fiscalizadas por su comunidad, desempeñaban un rol destacado al decidir sobre la administración conventual y dispensar premios y castigos.
Cabe destacar la relación de las monjas cistercienses con la regla eclesiástica y el sistema de linajes de la época. El abrumador éxito del Císter no derivó (como se supone comúnmente) de su status innovador, sino del hecho de reproducir fielmente el orden feudal en el ámbito eclesiástico, con la consiguiente existencia de monjas de origen aristocrático.

Décimocuarta ponencia

Título: Notas para el estudio de la reforma religiosa iniciada en Castilla en el siglo XIV
Expositora: Silvia Mondragón (Universidad Nacional del Centro)

El 19 de junio de 1390, las autoridades eclesiásticas de Ávila promulgaron una ordenanza sobre la difícil situación financiera de su diócesis, que parecía reflejar una crisis religiosa. La reforma gregoriana del siglo VII había estrechado progresivamente los vínculos entre la Iglesia hispana y el papado y acentuado gradualmente la ingerencia obispal sobre la feligresía española, con el consiguiente debilitamiento del sentimiento religioso. En el siglo XIV, esa situación se vio agravada por la crisis demográfica y económica, los abusos nobiliarios sobre el patrimonio eclesiástico y el consiguiente empobrecimiento de la institución eclesial, también perjudicada por la creciente ingerencia de la monarquía castellana. Esa compleja situación se tradujo en un cierto relajamiento de la disciplina diocesiana y en una cierta equiparación económica entre las parroquias y el pauperizado campesinado español. Los presbíteros advertían la importancia de mejorar la instrucción catequística de la feligresía, ya advertida por las órdenes mendicantes del siglo XIII. No era extraño, por ende, que el episcopado avilés de fines del siglo XIV intentase estabilizar la crítica situación eclesiástica, también debida a los condicionamientos impuestos por el episcopado a la labor presbiterial y feligresía.
En el siglo XIV, la monarquía castellana había instado al episcopado a impulsar una reforma religiosa destinada a regularizar la prestación de los servicios litúrgicos. Dicha reforma se veía limitada por la escasa propensión de ciertos presbíteros a acatar fielmente las directrices de sus superiores y la considerable influencia de ciertos curas sobre la nobleza regional. Circa 1500, ello impelería a los Reyes Católicos a conceder ciertos privilegios a las jerarquías eclesiásticas, a cambio de la subordinación de la dirigencia eclesial al poder monárquico. Esa peliaguda situación se veía agravada por los enfrentamientos entre la nobleza conservadora y sus pares reformistas. La creciente ingerencia de la Corona castellana subsumió al poder eclesiástico, aunque la monarquía no pudo desconocer en absoluto a la autoridad eclesial y el peso de una religiosidad popular ocasionalmente ajena a un verticalismo episcopal relativizado por formas más laxas de moralidad.