Wednesday, March 25, 2009

Nuestra atroz indiferencia

En el día de ayer, 24 de marzo de 2009, se conmemoró, en medio de una atroz indiferencia social y mediática, el Día de la Memoria, fijado en 2006 en el aniversario del golpe militar más fatídico de la historia argentina. El Día de la Memoria, teóricamente concebido como un Viernes Santo y Yom Kippur laicos, fue interpretado, por muchos argentinos, como una excusa perfecta para un día de holganza y jubileo. Mi onerosa señal de televisión satelital, cuyo nombre ocultaré por discreción, ni siquiera atinó a propalar la clásica película documental La República perdida.
Durante la era golpista de 1930-1983, una atroz indiferencia (alarmantemente acompañada de un cándido júbilo) impidió detener los derrocamientos de los presidentes constitucionales Hipólito Yrigoyen, Ramón Castillo, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Illia y María Estela Martínez de Perón. Gobernantes a veces ungidos de manera cuestionable (la fórmula Roberto Ortiz-Ramón Castillo ostentó el estigma del "fraude patriótico" de la Década Infame y los binomios Arturo Frondizi-Alejandro Gómez y Arturo Illia-Carlos Perette ostentaron el estigma de la proscripción del peronismo, del crónico divisionismo radical y de la tutela castrense). Pero fueron, así y todo, gobernantes mucho más legítimos que los ungidos por los artífices de su deposición.
En 1930 y 1955, la Plaza de Mayo se vio abarrotada por sendas multitudes peligrosamente enfervorizadas por la entronización de los dictadores José Félix Uriburu y Eduardo Lonardi. Nadie la colmó para repudiar la defenestración de Yrigoyen, ni siquiera algunos de sus numerosísimos votantes de 1916 y 1928. Nadie la colmó para repudiar la defenestración de Perón, ni siquiera sus propios seguidores, que, durante diez años, la habían colmado en supuesto son de defensa incondicional de su líder y de la segunda esposa del Gran Conductor (o, tras el temprano fallecimiento de la Primera Dama, de la memoria de la Abanderada de los Humildes). El 31 de agosto de 1955, con el recuerdo del atroz bombardeo aéreo de Plaza de Mayo seguramente fresco en su memoria, millares de peronistas habían ovacionado el nefasto "5 x 1" acuñado por el General en el último discurso presidencial pronunciado por el Primer Trabajador en dieciocho años. Menos de un mes después, Perón abordaba una cañonera paraguaya, emprendiendo un largo exilio en medio de la llamativa indiferencia de sus numerosísimos supuestos defensores. La señora de Perón y los doctores Frondizi e Illia fueron derrocados en medio de la mayor indiferencia por parte de sus conciudadanos, pese a la anticipada convocatoria electoral lanzada por el gobierno isabelino como discreto reconocimiento de su incompetencia gubernativa. El derrocamiento de Illia fue alentado por los más prestigiosos órganos mediáticos de su tiempo y figuras de la talla intelectual del doctor Mariano Grondona. No es casual que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner esté promoviendo, a título de tardío y simbólico resarcimiento histórico, una ley de contralor mediático y una convocatoria electoral para el día del aniversario del derrocamiento de Illia.
Nuestra atroz indiferencia nos ha costado caro. Recién pudimos deponerla, en lo tocante al golpismo, durante la Semana Santa de 1987, habiendo padecido en carne propia la desaparición de 30 mil personas y la execrable política socioeconómica procesista. Recién pudimos deponerla, en lo inherente al neoliberalismo, durante la crisis de diciembre de 2001, con una sociedad y nación arrasadas por doce años de estragos neoliberales, ingenuamente avalados, por quien les habla y muchos otros electores, en los comicios presidenciales de 1995 y 1999.
Nuestra atroz indiferencia del Día de la Memoria de 2009 quizá tenga su explicación. En el último año han llegado a nuestras costas alarmantes noticias internacionales sobre un progresivo deterioro macroeconómico global, cuyo impacto negativo acusan ostensiblemente, por estos días, los habitantes de naciones supuestamente más consolidadas, en el terreno económico, que la nuestra. Quizá el Día de la Memoria del año en curso sea el último que podamos conmemorar, durante un lapso cronológico considerable, en medio de un clima de bonanza análogo al aún experimentado, gracias a Dios, en estas latitudes. Y, quizá por ello, se haya optado por conceptuarlo como una fecha de jolgorio, aún siendo, estrictamente hablando, una efemérides luctuosa.