Friday, September 29, 2006

Jornadas de Historia de España (Primera Parte)

V Jornadas Internacionales de Historia de España "Espacio, Vida, Cultura" (Buenos Aires, Sociedad Científica Argentina, 7-8/09/2006)
Por Ernesto Sebastián Vázquez (comp.)

A continuación se sintetizan (en forma no textual) las ponencias escuchadas por quien suscribe durante las V Jornadas Internacionales de Historia de España.

Primera ponencia
Título
: El perfil del negociador medieval castellano (siglos XIV y XV)
Expositora: Laura Carbó (Universidad Nacional del Sur)
Al ponderar al caballero castellano de los siglos XIV y XV, conviene recordar que, en la Castilla de dichas centurias, las virtudes políticas resultan más preponderantes que las militares y que la nobleza castellana de la época es denunciada por abusos y mal gobierno.
La sabiduría (seguida de la prudencia) es una virtud muy apreciada en el noble castellano de la época. En la Castilla de los siglos XIV y XV también se observa una activa participación de los letrados. En ese contexto, se valoran particularmente la ostentación de raciocinio y el conocimiento cabal de los hechos en la toma de decisiones acertadas. En el caballero castellano de los siglos XIV y XV, también se valora particularmente la precisión en el uso de la palabra. Los cronistas de época subrayan la fuerza argumentativa y persuasiva de la palabra en los procesos de negociación. En el caballero castellano de los siglos XIV y XV, también se valoran particularmente la mesura y el buen juicio, desaconsejándose, por el contrario, la temeridad, conceptuada como un rasgo de imprudencia. En los procesos de negociación castellanos de los siglos XIV y XV, también se valora particularmente la superación justa de la diferencia.
En el caballero castellano de los siglos XIV y XV, también se valora particularmente la fortaleza ante la adversidad. En la Castilla de los siglos XIV y XV también se valora la fortaleza en el negociador, especialmente ante situaciones de conflicto inminente.
La templanza es otra virtud especialmente valorada en el caballero castellano de los siglos XIV y XV, expuesto a situaciones conflictivas, en cuyo contexto se aprecia especialmente que el noble haga gala de su buen humor y pulcritud en el buen vestir. En la Castilla de los siglos XIV y XV, las virtudes militares del noble son menos apreciadas que las políticas, y, por ende, la prudencia está bien vista en el caballero, aunque ese arquetipo no siempre se condiga con la realidad. A diferencia del consejero de los siglos XII-XIII (generalmente hombre de armas), el caballero castellano de los siglos XIV y XV es un consejero cortesano, y no suele vérselo inmerso en un rol castrense.

Segunda ponencia
Título
: Guerra, servicio y privilegio. La participación de la nobleza en la hueste real castellana en tiempos de Enrique IV Trastámara
Expositor: Hernán M.Garófalo (Universidad Nacional de Córdoba)


La nobleza castellana del periodo trastamarino se enlaza decididamente con las tensiones entre la monarquía y nobleza castellanas del siglo XIV, producto del rol de los nobles como sostenes de la monarquía.
Los Trastámara necesitaban una estrecha articulación con el estrato nobiliario superior. Los Trastámara lograron convertir al monarca en una suerte de dispensador de favores otorgados a la nobleza, cuya situación material era, empero, inestable. Bajo Enrique IV Trastámara se produce una cierta individuación de los nobles, a quienes el rey brindaba un trato desigual, pudiéndolos conceptuar indistintamente como un valido o como un doméstico de la casa real. Esa dualidad entre monarquía y nobleza explica la intención del monarca de cooptar a la nobleza, aunque también las restricciones impuestas por la nobleza a la libertad de acción de la monarquía. Esa candente situación explica la rivalidad entre los nobles o sus clientelas en pos de la obtención del favor real, objetivo perseguido por los distintos bandos políticos actuantes en la Castilla bajomedieval.
Esa compleja situación impulsa a Enrique IV Trastámara a inclinar premeditadamente la balanza del poder en beneficio de ciertos nobles y detrimento de otros. Sin embargo, la política de Enrique IV Trastámara no benefició realmente a la nobleza castellana, que recién obtendrá verdaderos beneficios de la Corona con la entronización de los Reyes Católicos.

Tercera ponencia
Título
: ¿Crítica antinobiliaria o literatura de facción? Castilla, siglos XIV y XV
Expositores: Miguel Ángel Barbero (Fundación para la Historia de España)
Jorge Trella (Universidad Nacional de Mar del Plata)

En el marco de la crisis generalizada en el Occidente tardomedieval, la nobleza (como otros sectores representativos allegados al poder político) es objeto de duras críticas contra su crecimiento patrimonial y su creciente cuota de poder político, formuladas por una literatura frecuentemente adoptada como marco referencial para el análisis de la problemática. El sensualismo y el tono cortés e italianizante de las fuentes literarias han impelido a ciertos investigadores a cuestionar su validez como herramientas para la reconstrucción de un determinado periodo histórico. Dichas fuentes deben contextualizarse apropiadamente y analizarse exhaustivamente. Las fuentes literarias "de protesta" de la Castilla tardomedieval deben ser analizadas con un cierto detenimiento si se pretende analizar debidamente las tensiones entre la monarquía y nobleza castellanas de la época. La nobleza castellana tardomedieval intenta legitimar su status social y reflejar el arquetipo de nobleza preconizado por la literatura de la época.
Las tensiones entre la monarquía y nobleza de la Castilla tardomedieval no impiden que los nobles castellanos reconozcan la importancia de obedecer fielmente a su rey, de cuyo favor depende su subsistencia en el convulsionado marco social, político y económico de la Castilla tardomedieval. Ciertas fuentes literarias evitan aludir a la deshonestidad de ciertos nobles, pues ello implicaría adoptar una postura antiseñorial. Sin embargo, no debemos analizar monolíticamente la deslealtad de la nobleza castellana a su rey. No puede afirmarse que la nobleza castellana haya podido materializar sus proyectos, debido al creciente autoritarismo de la monarquía. Tampoco pueden postularse enfrentamientos insuperables entre las distintas facciones nobiliarias de la Castilla tardomedieval. Por último, conviene aludir (aunque sea muy fugazmente) al estilo de vida señorial insinuado entre los nobles castellanos tardomedievales, así como negar el carácter popular y contestatario de las fuentes literarias utilizadas para estudiar la Castilla tardomedieval.

Cuarta ponencia
Título
: La importancia de María en la España medieval: el caso de la batalla de Covadonga
Expositora: Renata Barreto Jardim (Universidad de Caixas do Sul, Brasil)

La batalla de Covadonga (librada circa 725) constituye un simbólico fundacional de la España medieval. La Península Ibérica medieval es fruto del choque entre un norte cristiano y un sur musulmán.
En ese contexto se han denunciado apariciones milagrosas de la Virgen María. La batalla de Covadonga también marca, por ende, el nacimiento de la Castilla cristiana, cuyo culto a la Virgen parece provenir del culto pagano a las fuerzas fertilizantes. En la batalla de Covadonga se observa la intervención de la Virgen como numen por excelencia de la Iglesia medieval. La resistencia cristiana contra el invasor musulmán se produce bajo la advocación de la madre de Jesús, venerada en el epicentro de la batalla de Covadonga. Esta última ha sido concebida como un paso hacia la constitución de la identidad de la España cristiana medieval, como el primer triunfo de la España cristiana contra el poder musulmán, como el acto fundacional de la resistencia hispano-cristiana contra la ingerencia islámica, como expresión del debilitamiento del poder visigodo provocado por el avance musulmán. La pertenencia de la Virgen al género femenino nos recuerda la importancia de considerar el rol histórico (central o coadyuvante) de la mujer.

Quinta ponencia
Título
: Paremias y exempla sobre la vida conventual en el episodio de Dª Garoça
Expositora: Graciela Rossaroli de Brevedan (Universidad Nacional del Sur)

El Libro del Buen Amor (compuesto circa 1300 por Juan Ruiz, arcipreste de Hita) es una obra difícil de analizar, debiéndose considerar especialmente su subtexto religioso. Es destacar el extenso debate del Arcipreste con el Buen Amor, que pretende aludir a los pecados capitales mediante fábulas. Esa técnica narrativa, de origen oriental, tiene su génesis en la traducción castellana de ciertas fuentes literarias, originariamente redactadas en lengua árabe, aunque no todos los estudiosos han postulado un empleo frecuente de dicho recurso en la literatura europea medieval.
Juan Ruiz pretende advertir sobre los riesgos de la literatura "ejemplar". Al incluir a la monja aventurera en su texto, el Arcipreste alude a la importancia del clero femenino en la Europa medieval. Empero, el discurso del Arcipreste no debe conceptuarse literalmente. Juan Ruiz pretende develar la individualidad de la monja, las dificultades del clero masculino medieval para acatar fielmente el mandato de castidad y, en líneas generales, una innegable tensión espiritual entre la austeridad conventual y el hedonismo mundano. La ambigüedad del Arcipreste impide atribuir una clara orientación moral a Juan Ruiz, quien, empero, traza indudablemente una semblanza variopinta de la condición de la mujer de su tiempo.

Sexta ponencia
Título
: Trasposición paródica del espacio y manifestaciones proverbiales en el Libro del Buen Amor
Expositora: Carmen André de Urbach (Universidad Nacional del Sur)

Ciertos fragmentos paródicos del Libro del Buen Amor remiten al espacio rural de la España de principios del siglo XIV, rica en tendencias sentenciosas propias de la Europa medieval. Esas páginas del Arcipreste también denotan una cierta connotación carnavalesca, responsable de ciertas contraposiciones detectables en el texto de Juan Ruiz.
Las antítesis campo-ciudad y femenino-masculino, presentes en el texto del Arcipreste, concluyen con la victoria del segundo término sobre el primero. La amoralidad de las heroínas del Arcipreste parodian la exhortación paulina a vigilar la moral cotidiana, preocupación innegable en Juan Ruiz. El Arcipreste atribuye a campo y ciudad un interés común por la sabiduría popular, aplicada a la situación concreta, que Juan Ruiz pretende codificar en fórmulas de fácil transmisión. El Arcipreste apela al proverbio para intelectualizar experiencias pretéritas. Empero, el inhóspito mundo rural no se contrapone tan taxativamente con el "civilizado" mundo urbano, pues todos los personajes del Arcipreste comparten entre sí la preocupación por establecer ciertas pautas de conducta, aunque el mundo lisonjero, galante y urbano de Juan Ruiz parezca reñido con la desembozada idiosincrasia de la mujer campesina tratada por el narrador.

Séptima ponencia
Título
: El predominio de la compasión. El caso de la Vita et miracula sancti Rudesindi (Vida y milagros de San Rosendo)
Expositor
: Marcos Rubiolo Galíndez (Universidad Nacional de Córdoba)

El enfoque cuantitativista pinta inviable en el análisis documentado de la situación de las clases bajas de la España del siglo XII, y, en particular, de los "menesterosos", quienes, aún sin haber gozado de una situación material particularmente desahogada, se han visto visiblemente disminuidos en lo referente a su status socioeconómico.
Fuentes como la Vida y milagros de San Rosendo apelan a ciertos fragmentos bíblicos (como el relato de san Lucas sobre la resurrección de Lázaro) para contraponer una rica vida espiritual y la confianza en sí mismo del pobre a la angustia producida por el empobrecimiento material. Al relevar ciertas fuentes históricas sobre el medioevo español, detectamos ciertas bases para el protagonismo del santo y otros elementos sociales. En ese contexto, la caridad simboliza la postura eclesiástica ante el pobre y, en líneas generales, de toda una sociedad ante los males del prójimo. Empero, al analizar la situación del español pobre del medioevo, debemos evitar las lecturas categóricas, resultando recomendable adoptar el método indiciario y recordar permanentemente el carácter fragmentario de las fuentes disponibles. También debemos distinguir al pobre "involuntario" del siglo XII de la pobreza voluntaria preconizada por las órdenes mendicantes del siglo XIII y del "colectivo anónimo" implícito en el pobre mencionado por las fuentes de los siglos XIV y XV. Debemos así renunciar a elaborar un concepto unívoco del pobre. La articulación entre las distintas fuentes resulta fundamental en dicho contexto. También debemos recordar que las fuentes del siglo XII aluden al pobre más ambiguamente que las fuentes del siglo XIII, que denotan una incipiente criminalización del pobre, fenómeno alarmantemente agravado entre los siglos XIV y XVI.

Octava ponencia
Título
: Trovar y gobernar en la corte dionisina
Expositora: María Gimena Río Riande (Instituto de la Lengua Española, Madrid, España)

La ideología dominante de un periodo condiciona culturalmente a cualquier época histórica. En la corte de don Denis de Portugal (1279-1321), hallamos un microcosmos cortesano que denuncia el intenso proceso de secularización declarado en Portugal circa 1300. Los proyectos de don Denis (nieto de Alfonso X el Sabio) se vieron beneficiados por la política centralista del monarca portugués, concebida como una forma de reducir el grado de ingerencia de la nobleza lusitana, aunque también responsable de las querellas dinásticas suscitadas hacia finales del reinado de don Denis.
La corte dionisina denota los importantes cambios (a veces críticos) experimentados por el Portugal de la época. En el plano cultural cabe destacar la presencia de poetas trovadores en la corte del rey Denis, aspirantes a títulos nobiliarios. Algunos llegaron a detentar una posición realmente influyente en la corte portuguesa. Alfonso III (sucesor de don Denis) también admitiría trovadores en su corte.
Ciertas canciones parecen haberse traspapelado al confeccionarse los cancioneros de los trovadores de la corte dionisina. Empero, ello no implica desconocer la impronta ejercida por las mutaciones históricas sobre el arte juglaresco y trovadoresco portugués de los siglos XIII-XIV. La dislocación política experimentada por el Portugal del siglo XIV explica el giro hacia la prosa de la nobleza portuguesa, otrora decantada hacia la lírica. La práctica poético-nobiliaria de la corte dionisina pierde así su antigua relevancia.

Novena ponencia
Título
: ¿Un libro para una reina?: la configuración de una antología manuscrita medieval (Ms.Esc.h-I-13)
Expositora: Carina Zubillaga (Universidad de Buenos Aires)

La relación de la reina María de Molina con la escuela catedralicia de Toledo ejerció una cierta impronta sobre la producción literaria castellana del primer cuarto del siglo XIV, cuya principal destinataria parece haber sido la propia reina. Esta última no parece haber deseado eclipsar a su augusto consorte en lo referente a los asuntos de Estado. A la muerte de su esposo, doña María asumió la corona castellana como regente de su hijo menor de edad, cargo que posteriormente volvería a ejercer para su nieto.
Al analizar el "molinismo", percibimos la discreta e indudable ejercida por doña María sobre la vida del Estado castellano. Aquí cabe analizar un códice castellano del periodo molinista, conocido como Ms.Esc.h-I-13 y aparentemente dirigido a doña María y otras mujeres laicas. Dicho códice pinta a doña María como víctima de una persecución y otros avatares inconcebibles. El códice parece haber estado originariamente dedicado a doña María, aunque también estuvo indudablemente dirigido a un público más amplio.
El Ms.Esc.h-I-13 parece aconsejar un liderazgo femenino coadyuvante con la ingerencia (presuntamente débil) de ciertos monarcas varones de su tiempo. En el Ms.Esc.h-I-13, el liderazgo político de doña María y su hijo se enlaza con el discurso religioso de la época, este último promotor de un espíritu de santidad encarnado en la corte castellana. Esas preocupaciones político-religiosas sintetizan el espinoso camino recorrido por la cristiandad europea durante sus trece primeros siglos de trayectoria. La reina María aparece así como destinataria privilegiada de un discurso teológico dirigido a la mujer, en medio de los avatares de su tiempo.

Décima ponencia
Título
: Análisis comparativo de los ordenamientos generales de precios y salarios. Castilla, 1252-1462
Expositor: Octavio Colombo (CONICET- Universidad de Buenos Aires)
Los fenómenos mercantiles de la España de los siglos XIII-XV, ampliamente documentados, deben ubicarse en el crítico contexto socioeconómico de la Castilla de los siglos XIII-XIV y de la recuperación experimentada por la sociedad castellana durante el siglo XV.
El dirigista plan económico impulsado circa 1250 por Alfonso el Sabio pretende ordenar los precios y suprimir las prácticas monopólicas, aunque su éxito será relativo. La Castilla de la segunda mitad del siglo XIII sufre una grave crisis demográfica, una aguda escasez de mano de obra y una severa carestía. Durante la primera mitad del siglo XIV, dicha situación adquirirá ribetes verdaderamente dramáticos, agravados por las tendencias autoritarias del Estado castellano de la época, especialmente signadas por el proyecto de un control centralizado de precios y mano de obra. Empero, las severas regulaciones de precios y salarios impulsadas por la corona castellana recién serán aceptadas con naturalidad circa 1370. La extensión de las transacciones está atestiguada por la creación de mercados y la escasez de numerario, aunque no puede postularse ninguna acción gubernamental destinada a liberalizar la economía castellana del último tercio del siglo XIV.
En contraste con el ordenamiento de los siglos XIII-XIV, el escueto ordenamiento del siglo XV no proviene de las cortes y no pretende discriminar precios a escala regional, aunque amplía la potestad económica de los poderes locales, con la consiguiente renuncia de la monarquía castellana a sus pretensiones centralistas y homogeneizantes de los siglos XIII-XIV. Los consejos locales del siglo XV pretenden flexibilizar la rígida política impulsada por la monarquía castellana de los siglos XIII-XIV, como lo prueba su predisposición a admitir las fluctuaciones de precios. Numerosos ejemplos revelan el limitado poder de los consejos aldeanos castellanos del siglo XV, en contraste con la virtual omnipotencia de la monarquía castellana de los siglos XIII-XIV. Dicha flexibilización se ve impulsada por el creciente grado de complejidad y vulnerabilidad de las transacciones comerciales del siglo XV. Empero, el ordenamiento económico impulsado por la monarquía castellana de los siglos XIII-XIV parece más el fruto de una coyuntura crítica que de un proyecto de poder autoritario-centralista.

Décimoprimer ponencia
Título
: La alimentación: un estudio histórico-cultural
Expositora: Mariana Zapatero (Pontificia Universidad Católica Argentina-Fundación para la Historia de España
La alimentación constituye una necesidad primordial del género humano y se ha visto culturalmente condicionada a lo largo de la Historia. La historia de la alimentación no puede reducirse a una mera enumeración de menús o recetas de cocina (como pretende hacerlo el enfoque biologicista), pues los alimentos no sólo poseen una significación nutricional, sino también sociocultural. En lo referente a alimentos, calidad y cantidad aparecen estrechamente enlazadas. La austeridad preconizada por la cultura grecorromana no se condice con el alegre epicureísmo impulsado por la cultura germánica y céltica.
La producción alimenticia revela el dominio de una determinada cultura sobre la Naturaleza. Toda sociedad debe afrontar (en lo tocante al abastecimiento alimentario) un conjunto de adversidades susceptibles de comprometerlo.
El status de "pan de vida y cáliz de salvación" (otorgado a Jesús por la cristiandad medieval) guarda una cierta relación con el contexto sociocultural de la época. La moral medieval condenaba el exceso de comida y vino, aunque los monjes fuesen los principales viñateros europeos desde circa 1000. Las leyes eclesiásticas establecían alrededor de 180 días al año con prohibición de consumir carne, aunque esta última constituyese (junto con el pan y el vino) un componente esencial de la dieta española bajomedieval, amenazada, empero, por calamidades climáticas, demográficas, económicas y político-militares.





Tuesday, September 19, 2006

Oposición se busca

El presidente Néstor Kirchner desempeña la primera magistratura desde hace casi tres años y sin una verdadera oposición. No puede tildarse de tal al esquizofrénico discurso de los grupúsculos izquierdistas o a la insoportable moralina de la doctora Elisa Carrió. El radicalismo (otrora gran opositor del peronismo) ya casi no existe: muchos antiguos radicales se han acercado al ARI o a Recrear. Tras haber dado a la Argentina siete presidentes en poco más de ochenta años (Yrigoyen, Alvear, Ortiz, Frondizi, Illia, Alfonsín, De la Rúa), la UCR se ha convertido, en menos de una década, en un fósil, debido al ignominioso colapso de la Alianza y del gobierno delarruista. El Frepaso desapareció sin pena ni gloria, tras una breve trayectoria. El futuro de la Argentina parece estar enteramente en manos del peronismo. Se ha llegado a un extremo lamentable: un grupo de duhaldistas (si aún puede hablarse de tales) ha conformado, sin alejarse del peronismo, un bloque contrario al kirchnerismo. ¡Peronistas contra peronistas! ¿Es esa la actual oposición política argentina? Más de un gobernante de la Argentina tuvo una oposición realmente sólida. Juan Manuel de Rosas tuvo opositores de lujo, de la talla política e intelectual de Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi, quienes no sólo supieron oponerse al Restaurador, sino también generar proyectos de nación y Estado superiores al rosista. Manuel Quintana y José Figueroa Alcorta debieron afrontar el crecimiento del radicalismo yrigoyenista. Hipólito Yrigoyen orquestó contra Quintana la revolución cívico-militar de febrero de 1905, cuyo fracaso no impidió que los sucesores presidenciales de Quintana (Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña) debieran tener en consideración el avance radical y pactar con su máximo dirigente la célebre ley electoral de 1912. Durante sus dos presidencias, Yrigoyen debió soportar la briosa oposición del líder demócrata progresista Lisandro De la Torre y la oposición parlamentaria de dirigentes socialistas como Nicolás Repetto o Antonio De Tomaso. Si bien sus dos primeras presidencias intentaron acallar a la oposición, Juan Domingo Perón tuvo opositores prominentes, sobre todo por parte del radicalismo, donde descollaban las figuras de Ricardo Balbín y Arturo Frondizi. Durante sus últimos años, Perón procuró mejorar sus relaciones con Balbín, cuyo peso político no podía negarse. Raúl Alfonsín debió, durante su presidencia, afrontar la competencia con la llamada "renovación peronista", donde descollaban las figuras de Antonio Cafiero y José Manuel De la Sota. Alfonsín, por su parte, fue el principal opositor del presidente Carlos Menem, cuya política económica repudió y a quien obligó a pactar los términos de la gobernabilidad en el llamado Pacto de Olivos. El presidente Kirchner, en cambio, no parecería tener opositores. Ello es grave, pues, en una democracia, la oposición oficia de contrapeso del poder del partido gobernante y debe poder sustituirlo en caso de mala gestión gubernativa. Kirchner se acerca a su tercer aniversario presidencial con un índice de aprobación muy alto (e innegablemente merecido), pero no queda en claro qué otro partido o figura podría ocupar eventualmente su lugar. ¿Qué sucedería si el presidente Kirchner es reelecto en 2007 y su segunda presidencia deja que desear, si no existen partidos y/o figuras alternativas realmente fiables? El principal desafío de la actual política argentina consiste en generar una oposición sólida y coherente, digna de ser considerada como opción de gobierno. El fantasma del 2001 puede tener una triste razón de ser si no aparecen figuras de recambio potables y preferentemente provenientes de distintas agrupaciones políticas. De todos depende.
Hasta siempre.

Ernesto


La valentía de Spielberg

En su película Munich, actualmente en cartelera, el cineasta judeo-estadounidense Steven Spielberg desnuda valientemente las grandezas y miserias del pueblo judío en el añoso y candente contexto del conflicto palestino-israelí. No se limita a relatar fácticamente los trágicos sucesos de las olimpíadas de 1972 (paradójicamente celebradas en la misma ciudad donde Hitler, genocida máximo del pueblo judío, inició su carrera política y donde Chamberlain, Daladier y Mussolini confiaron al Führer los destinos del oeste europeo, tal como Stalin le confiaría en Moscú los destinos de la Europa oriental, sentando así las bases de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto). Pinta de cuerpo entero a un pueblo que, tras haber padecido los horrores de la Inquisición, los pogroms y la Shoah, se creyó increíblemente con derecho, tras proclamar el Estado moderno de Israel, a creerse superior a los palestinos. Recuerda la existencia de judíos con capacidad de autocrítica y cargos de conciencia, como el héroe de la película de Spielberg, quien, tras haber liquidado (por encargo del gobierno israelí) a seis de los once palestinos responsables de la matanza de otros tantos israelíes, se interroga amargamente acerca del por qué de tanto estéril derramamiento de sangre y se indigna, con justicia, contra la ingratitud y estrechez de miras de los gobernantes de su patria.
Más de tres décadas después de la matanza de Munich, el conflicto palestino-israelí sigue careciendo de solución de continuidad y enlodando injustamente el buen nombre del pueblo judío. Los métodos de los fundamentalistas judíos, valientemente denunciados por su correligionario Spielberg, son éticamente injustificables. Su discurso costó la vida del extinto premier israelí Yitzhak Rabin, quien, temiendo seguramente alguna represalia por parte suya, vaciló, en 1993, en estrechar la mano del difunto presidente palestino Yasser Arafat, al firmar el acuerdo de Washington en presencia del ex presidente estadounidense Bill Clinton. Los temores de Rabin estaban bien fundados: los disparos de un fanático judeo-israelí acabaron con los días del infortunado premier en 1995.
Recientemente, un ataque cerebral frustró la incipiente labor pacificadora del premier israelí Ariel Sharon, quien había decidido dejar atrás su largo pasado de judío fundamentalista y buscar soluciones menos traumáticas para el conflicto palestino-israelí. Muerto Sharon, dicho conflicto difícilmente alcance, a la brevedad, una solución pacífica a largo plazo.La película de Spielberg incita valientemente al pueblo judío y gobierno israelí a la autocrítica y al cambio de actitud frente a la temática palestino-israelí. Quizá Munich sea una voz en el desierto. Pero es la voz de un judío, que recuerda valerosamente a los fundamentalistas judíos que la muerte o supervivencia de sus ancestros no los autoriza a hacer a los goyem lo que los judíos siempre odiaron (con justa razón) que los no-judíos les hicieran a los israelitas.
Recientemente, Israel y el grupo terrorista musulmán Hezbollah añadieron rápidamente un nuevo eslabón a esa odiosa y absurda cadena. En vísperas de Roschaschaná, esa puede ser una buena consigna.
Hasta siempre,

Ernesto

Republicanos demócratas

Consideración preliminar. La política exterior estadounidense (circa 1917-1989). En 1863, el presidente republicano estadounidense Abraham Lincoln proclamaba la libertad de los esclavos en su país, sumido en una sangrienta guerra civil concluida dos años después con la victoria abolicionista y el asesinato de Lincoln a manos de un esclavista. La decisión de Lincoln contrastó con la decisión del presidente demócrata Woodrow Wilson de involucrar a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. La negativa de la sociedad y legisladores estadounidenses a avalar los acuerdos de paz negociados en Versailles por Wilson, Clemenceau y Lloyd George minó la salud de Wilson y explica la derrota electoral demócrata de 1921, preludio de un largo periodo de predominio republicano concluido con la primera elección presidencial del demócrata Franklin D.Roosevelt en 1932. Fue un largo periodo de moral conservadora, xenofobia, crimen organizado, proteccionismo y, desde 1929, de depresión económica, aunque los gobiernos republicanos del decenio de 1920 también redujeron la presencia militar estadounidense en Haití y la República Dominicana (decidida bajo Wilson) y en México (donde Wilson pretendiese perseguir sin cuartel a los revolucionarios liderados por Francisco Villa, aún a riesgo de reeditar la sangrienta guerra mexicano-estadounidense del decenio de 1840) y se limitaron a intervenir discretamente en Nicaragua, a raíz de la rebelión sandinista de 1927.
En 1941, el presidente Roosevelt decidió (a raíz del ataque japonés contra Pearl Harbour) involucrar a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial e instar a los demás países americanos a alinearse con el bloque aliado y contra el Eje. La empecinada neutralidad argentina ante el conflicto (recién levantada hacia fines de la guerra) impulsó al gobierno estadounidense a tildar a las autoridades argentinas de "pronazis" y a imponer duras sanciones económicas a la Argentina.
Roosevelt murió el 12 de abril de 1945, en vísperas de la rendición alemana, del suicidio de Hitler y del ajusticiamiento de Mussolini. Su vicepresidente y correligionario, Harry S.Truman, asumió la primera magistratura estadounidense, autorizó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki y obtuvo la capitulación japonesa. Concluía así la Segunda Guerra Mundial, de seis años de duración, pero al conflicto "caliente" pronto seguiría una "Guerra Fría", destinada a prolongarse durante más de cuatro décadas y a amenazar reiteradamente con calentarse, como ocurriría con motivo de las guerras de Corea y Vietnam, de la ingerencia militar soviética en Hungría, Checoslovaquia y Afganistán (1956, 1968 y 1979) y de la intromisión ideológico-militar soviético-estadounidense en la Cuba castrista. La ingerencia militar estadounidense en Corea y Vietnam jaquearía a las administraciones demócratas de Harry S.Truman y Lyndon B.Johnson, cuyo partido sufriría sendas derrotas electorales ante los candidatos presidenciales republicanos de 1952 y 1968, Dwight D.Eisenhower y Richard Nixon. Durante las dos presdiencias de Eisenhower, los Estados Unidos no se vieron involucrados en ningún conflicto "caliente" internacional de envergadura, aunque la Guerra Fría proseguía y la administración Eisenhower se vio desestabilizada a principios de 1959, con la instauración del régimen castrista en Cuba, cuyo extremo septentrional dista apenas 90 millas del extremo meridional del Estado estadounidense de Florida. El advenimiento del gobierno socialista cubano favoreció la restauración demócrata estadounidense de 1961, de la mano de John Fitzgerald Kennedy.
En lo tocante a política exterior, Kennedy fue probablemente el presidente demócrata más atípico del siglo XX estadounidense. Kennedy (si bien autorizó el desembarco militar estadounidense en Bahía de Cochinos, Cuba) se esforzó por evitar una salida militar ante la "crisis de los misiles" de 1962 (susceptible de desencadenar una Tercera Guerra Mundial) y procuró mejorar las relaciones bilaterales soviético-estadounidenses y reducir la ingerencia militar estadounidense en Vietnam. En el plano interno, Kennedy intentó mejorar la situación de sus conciudadanos de color. Como a Lincoln, su audacia le costó la vida. Muerto Kennedy, el timón de la política exterior estadounidense recayó en su vicepresidente y correligionario, Lyndon B.Johnson, cuya decisión de intensificar las acciones militares estadounidenses en Vietnam generó una oleada de descontento interno, traducida en los hechos en la renuncia de Johnson a la reelección presidencial, el asesinato del aspirante presidencial demócrata Robert Kennedy y la elección y asunción presidenciales del candidato republicano Richard Nixon.
Nixon confió la política exterior estadounidense a Henry Kissinger, quien, tras arduas negociaciones, puso fin a la ingerencia militar estadounidense en Vietnam. Nixon fue el primer presidente estadounidense en visitar la Rusia y China comunistas, aunque su política aperturista se vio opacada por el apoyo estadounidense al derrocamiento del presidente comunista chileno Salvador Allende en septiembre de 1973. El tándem Nixon-Kissinger también intentó mejorar las relaciones estadounidenses con el Cercano y Medio Oriente islámico. El electorado estadounidense veía evidentemente con agrado los esfuerzos de la diplomacia nixoniana, como lo explica la triunfal reelección presidencial de Nixon en 1972, aunque el escándalo Watergate obligó a Nixon a dimitir en 1974. Fue un grave error táctico de la opinión pública estadounidense, que retardó en más de una década el fin de la Guerra Fría y que fue implícitamente reconocido en las honras fúnebres tributadas a Nixon, en 1994, por el presidente demócrata Bill Clinton, en presencia de sus predecesores republicanos Ronald Reagan y George Bush padre y de su antecesor y correligionario James Carter, cuya decisión de boicotear las olimpíadas moscovitas de 1980 (en señal de repudio contra la ingerencia militar soviética en Afganistán) no impidió la restauración republicana de 1981.
Al igual que Nixon, Reagan fue un presidente estadounidense incomprendido, al menos en lo tocante a política exterior. Reagan apoyó la acción militar estadounidense contra el gobierno sandinista nicaragüense, alentó (tras frustradas negociaciones diplomáticas) las acciones militares británicas contra las tropas argentinas desembarcadas en las islas Malvinas en abril de 1982, ordenó el desembarco de fuerzas militares estadounidenses en Granada y el bombardeo aéreo estadounidense contra Libia y apoyó al gobierno militar salvadoreño. Empero, hacia 1985 se percibió un incipiente punto de inflexión en la política exterior estadounidense, debido a la política económica del gobierno chino de Deng Xiaoping y, sobre todo, a la llegada al poder del innovador dirigente soviético Mijail Gorbachov. Los dos colosos del bloque comunista ya no representaban una amenaza seria para el mundo capitalista liderado por los Estados Unidos. Reagan y Gorbachov se reunieron reiteradamente en son de reconciliación (en Ginebra, Moscú, Reykjavik). Empezó a negociarse el desarme nuclear soviético-estadounidense. La necesidad de una nueva política exterior estadounidense también se explicaba en función de una progresiva democratización de una Sudamérica obligada a renegociar su cuantiosa deuda externa.

La dinastía Bush y la era Clinton (circa 1989-2006). 1989 sería un año decisivo. En enero, Reagan cedió electoralmente la presidencia a su vicepresidente y correligionario, George Bush padre, quien pronto se convirtió en el segundo presidente estadounidense en visitar Pekín, ciudad conmocionada, pocos meses después, por una gran rebelión juvenil, duramente reprimida. La Argentina sufría una de las peores crisis económicas de su historia y su ambivalente presidente, Raúl Alfonsín, cedió (anticipada y electoralmente) el poder al cuestionable (aunque innovador) Carlos Menem. Paraguay se liberó de la tiranía de Stroessner. Gorbachov se reunió en Malta con el nuevo presidente estadounidense, gesto interpretado como la capitulación comunista ante el triunfante bloque capitalista liderado por los Estados Unidos, o, visto más positivamente, como el fin de la Guerra Fría. En las últimas semanas de 1989, los gobiernos comunistas del este europeo se desmoronaron como castillos de naipes. El cuestionado dictador rumano Nicolae Ceausescu y su esposa fueron ejecutados por sus propios compatriotas. En Italia, Achille Ochetto, secretario general del Partido Comunista italiano, impulsó exitosamente una profunda revisión de los postulados comunistas itálicos. Un desembarco militar estadounidense depuso rápidamente al dictador panameño Manuel Antonio Noriega y lo deportó a una prisión norteamericana.
En 1990, Chile recobró su democracia y Alemania fue reunificada bajo la égida capitalista, aunque, al mismo tiempo, el dictador iraquí Saddam Hussein hizo invadir Kuwait, aliado y abastecedor petrolero de los Estados Unidos. Empero, el éxito de la Operación Tormenta del Desierto (que pronto liberó a Kuwait de la férula iraquí) no se tradujo en ningún rédito político interno para Bush padre, quien buscó infructuosamente su reelección presidencial. A principios de 1993, la primera magistratura estadounidense recayó en el dirigente demócrata Bill Clinton, reelegido en 1996. Durante su largo mandato, Clinton reforzó la posición de los Estados Unidos como potencia vencedora en la Guerra Fría (pese a los inconvenientes causados por la implementación a escala global de políticas económicas neoliberales y al surgimiento de una China capaz de jaquear a los Estados Unidos y otras potencias económicas mundiales más antiguas que el gigante asiático). Se había disuelto la URSS, cuyo veterano régimen comunista tocó a su fin, sin por ello evitar que la Mancomunidad de Estados Independientes, sucesora de la Unión Soviética, debiese afrontar serios problemas internos, como las dificultades económicas o el surgimiento del terrorismo separatista checheno. La administración Clinton cuestionó el fundamentalismo islámico e intervino militarmente en Somalia, debiendo sufrir en represalia un fallido atentado contra el World Trade Center neoyorquino, atentados con bombas durante las olimpíadas de 1996 o la voladura de las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia. A nivel interno, la administración Clinton redujo los índices de desempleo fomentando la creación de múltiples empleos (estables, aunque generalmente mal pagos) y en 1995 debió afrontar la masacre perpetrada por un terrorista estadounidense en Oklahoma. La firme conducción de Rudolph Giuliani, alcalde demócrata de Nueva York, se vio jaqueada por el bárbaro asesinato de un joven inmigrante africano a manos de la policía neoyorquina. El escándalo Lewinski jaqueó la popularidad de Clinton, y su vicepresidente y correligionario, Al Gore, fue derrotado, de manera dudosa, por su rival republicano George Bush hijo en los comicios presidenciales de 2000.
El 11 de septiembre de 2001, los terribles atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono marcaron un punto de inflexión en la política exterior estadounidense. Quizás apresuradamente, Bush hijo atribuyó la autoría intelectual de los ataques al escurridizo líder fundamentalista islámico saudí Osama bin Laden y acusó al régimen talibán afgano de apañar al dirigente musulmán, quien había residido en Afganistán y ayudado a los afganos a expulsar a los soviéticos de su territorio. El presidente estadounidense (apoyado por el premier laborista británico Anthony Blair) proclamó una cruzada antiterrorista internacional liderada por los Estados Unidos, cuyos efectivos militares, apoyados por el gobierno paquistaní, pronto depusieron al régimen talibán afgano.
El siguiente objetivo de la cruzada antiterrorista estadounidense sería Irak, donde Saddam Hussein se resistía a autorizar la presencia en su país de inspectores de la ONU encargados de comprobar la existencia (o inexistencia) de un arsenal nuclear iraquí. Bush hijo decidió entonces jaquear militarmente a Hussein, aunque sus propósitos fueron cuestionados por gobiernos y particulares de numerosas naciones. En Europa, las intenciones de Bush hijo sólo fueron avaladas por los gobiernos británico, italiano y español, cuyos conciudadanos tendieron a oponerse a la invasión militar de Irak. En Turquía (aliado tradicional de los Estados Unidos), el parlamento y la opinión pública se resistieron a permitir que las tropas estadounidenses atravesasen la frontera terrestre turco-iraquí, quizá temiendo que la operación militar estadounidense incitase a los kurdos turcos e iraquíes a exigir la independencia de los gobiernos de Ankara y Bagdad. La solicitud estadounidense puso en un serio dilema al gobierno turco, pues Turquía, aunque miembro de la OTAN desde 1981, podía ver frustrado su ingreso en la Unión Europea (militarmente condicionada por una OTAN dominada por los Estados Unidos, que pronto admitiría a Rusia) si se negaba a permitir que las tropas terrestres estadounidenses invadiesen Irak desde Turquía. El parlamento turco concedió finalmente la autorización solicitada por el gobierno estadounidense. En abril de 2003, las tropas estadounidenses y sus aliados europeos atravesaron finalmente la frontera terrestre turco-iraquí. Los fundamentalistas islámicos no repudiaron la decisión del gobierno turco sino meses después, a través de la voladura de dos sinagogas sefaradíes pertenecientes a la minúscula colectividad judía de Estambul. Tras semanas de tensa expectativa internacional y avances militares aliados, las fuerzas aliadas ocuparon Bagdad. Hussein se ocultó, siendo posteriormente capturado y procesado. Se organizó un gobierno provisional iraquí tutelado por las fuerzas de ocupación, que debería dictar una nueva Constitución y entregar el poder a un gobierno designado por el electorado iraquí, como de hecho ocurrió. No se hallaron armamentos nucleares en ningún punto del país. Una minoría iraquí pronto desplegó una activa y violenta oposición armada contra la ocupación estadounidense.
En marzo de 2004, el apoyo del gobierno español al operativo militar estadounidense fue repudiado por los fundamentalistas islámicos operantes en España, quienes perpetraron un sangriento atentado contra una terminal ferroviaria de Madrid, en vísperas de las elecciones generales españolas. Multitudes de españoles repudiaron el ataque en las calles de Madrid y otras ciudades hispánicas, y el partido gobernante sufrió un duro revés electoral a manos del socialismo. El nuevo presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ordenó inmediatamente el retiro de las tropas españolas enviadas a Irak, pero Blair (electoralmente confirmado en su cargo, como Bush hijo) se negó a hacer lo propio con las fuerzas británicas, y, tras el sangriento atentado terrorista fundamentalista islámico perpetrado en Londres en agosto de 2005, el premier británico se limitó a anunciar un retiro paulatino de los efectivos militares británicos estacionados en Irak. El siguiente objetivo del fundamentalismo islámico parecía ser Roma, donde el premier italiano Silvio Berlusconi se negaba a retirar las tropas itálicas de Irak, aunque las súplicas del papa Benedicto XVI parecieron disuadir al terrorismo musulmán de atacar la Ciudad Eterna.
Curiosamente, los garfios musulmanes no cayeron sobre Italia, sino sobre Francia, cuyo gobierno había liderado la oposición de gran parte de la Unión Europea a la intervención militar estadounidense en Irak. En el último trimestre de 2005, jóvenes franceses de ascendencia islámica (mayoritariamente argelina) protestaron violentamente contra la discriminación racial y la recesiva política económica practicadas por el gobierno de Chirac, incendiando trece mil automotores pertenecientes a franceses "de pura cepa" domiciliados en París y otras ciudades francesas. Pero a diferencia del Mayo Francés (responsable de la caída de De Gaulle), los franceses "de pura cepa" no alentaron en absoluto la insurrección franco-islámica, sino su represión policial, y organizaron pacíficas manifestaciones de apoyo a su gobierno y al ministro Sarkozy (titular de la cartera de Interior, promotor de políticas de contención de los inmigrantes y probable sucesor del presidente Chirac) y de repudio a la violencia desatada por la comunidad franco-islámica. Tras unas pocas semanas de disturbios, la cuestión quedó en el olvido y ni siquiera el presidente estadounidense (quizá resentido por la negativa francesa a secundarlo en Irak) se mostró particularmente interesado en el asunto. Bush hijo pasaba por un mal momento interno. Su popularidad había decaído a raíz del catastrófico huracán Katrina, desplomado sobre los pauperizados Estados del sur estadounidense. Muchos estadounidenses acusaban a su presidente de no haber hecho lo suficiente para prever los daños materiales causados por la catástrofe ecológica. Mientras tanto, ciento cincuenta mil soldados estadounidenses y miles de soldados italianos y británicos seguían estacionados en Irak, aunque el país ya poseyese su nueva Constitución y un gobierno designado por el electorado iraquí. El presidente iraní despotricaba contra Israel (amigo histórico de los Estados Unidos). ¿Será Irán el próximo blanco de la cruzada antiterrorista liderada por los Estados Unidos? ¿O lo será Corea del Norte, sojuzgada por un dinasta equiparable a Saddam Hussein? ¿O lo serán Cuba y el régimen castrista? ¿O lo será Venezuela, cuyo exótico presidente despotrica contra el hijo del presidente estadounidense que ordenó invadir Panamá, tan geográficamente próximo a Venezuela, en 1989, esa Venezuela tan rica en petróleo como Kuwait e Irak, y vecina geográfica de una Colombia alineada con los Estados Unidos? ¿O lo será la Bolivia de Evo Morales, aparentemente poco amigo del coloso norteamericano? Lo cierto es que la "dinastía Bush" no sólo es un pálido reflejo de su correligionario decimonónico Abraham Lincoln (que abolió la esclavitud en su patria), sino también de sus correligionarios del siglo XX Nixon y Reagan, que guste o no, pusieron punto final a la guerra de Vietnam y a la Guerra Fría. Su política exterior recuerda más bien a la de los demócratas Wilson, Roosevelt, Truman y Johnson, que embarcaron a su país en ambas guerras mundiales, la Guerra Fría y las guerras de Corea y Vietnam. Tal vez no sea descabellado, desde esa perspectiva, catalogar a los Bush de "republicanos demócratas".
Hasta siempre,

Ernesto

Sunday, September 10, 2006

¿Adelante radicales?

El 1º de julio de 1896, horas antes de su suicidio, un abatido Leandro Alem vaticinaba sombríamente ante unos pocos amigos: "Los radicales conservadores se irán con don Bernardo (de Irigoyen); otros radicales se harán socialistas y anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se arreglará con Roque Sáenz Peña; y los intransigentes nos iremos a la m..." (1). Alem no andaba muy desencaminado. En 1898, Bernardo de Irigoyen asumía la gobernación bonaerense con apoyo de elementos conservadores. El radicalismo bonaerense, dirigido por Hipólito Yrigoyen, conformaba, gracias a su sólida organización, la principal fuerza radical del país. En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña promulgaba la ley electoral bautizada con su apellido, fruto, en parte, de la prédica yrigoyenista y del diálogo entre Sáenz Peña e Yrigoyen. La implementación de los postulados de la Ley Sáenz Peña posibilitaría la primera asunción presidencial de Yrigoyen, formalizada el 12 de octubre de 1916.
La historia del radicalismo es tan accidentada como la historia argentina en su conjunto. Salvo Marcelo T.de Alvear y el Yrigoyen de la primera presidencia, ningún mandatario radical concluyó su mandato. El Yrigoyen de la segunda presidencia, Arturo Frondizi y Arturo Illia fueron víctimas del golpismo militar. En 1940, Roberto Ortiz, jaqueado por su mala salud, debió delegar la primera magistratura en su vicepresidente conservador Ramón Castillo. En 1989 y 2001, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, jaqueados por una difícil coyuntura socioeconómica, debieron abandonar anticipadamente la presidencia.
Las consecuencias de la caída de De la Rúa fueron nefastas para el radicalismo. Fraccionó al radicalismo de manera bastante análoga a la vaticinada por Alem. Las divisiones no eran ajenas al radicalismo. Entre 1924 y 1931, el radicalismo había estado dividido entre la facción "personalista" (yrigoyenista) y la facción "antipersonalista" (antiyrigoyenista). Entre 1957 y 1962, el radicalismo había estado dividido en dos partidos: la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP, liderada por Ricardo Balbín) y la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI, liderada por Arturo Frondizi). Entre 1972 y 1981, el Movimiento de Renovación y Cambio, dirigido por Raúl Alfonsín, disputó el liderazgo sobre la UCR a Ricardo Balbín, cuyo fallecimiento aceleró la apoteósica consagración de la figura de Alfonsín. Sin embargo, el radicalismo supo remontar esas divisiones, aunque la aparición del peronismo lo relegase a un segundo término en la escena política nacional.
El fraccionamiento del radicalismo post-Alianza no presagia exactamente lo mismo. Muchos antiguos simpatizantes de la UCR apoyan actualmente al ARI de Elisa Carrió y a Recrear de Ricardo López Murphy. Pese a su origen radical, Carrió y López Murphy no se autodefinen actualmente como radicales, ni "ortodoxos" ni "heterodoxos". Ciertas figuras supuestamente radicales (como el gobernador Cobos o los intendentes bonaerenses del Grupo Olavarría) no ocultan sus simpatías por el kirchnerismo. Se ha llegado a mencionar a Cobos como compañero de fórmula de Kirchner para las elecciones presidenciales de 2007. Ello no sería enteramente novedoso. Ciertos seguidores tempranos de Perón eran radicales tardoyrigoyenistas del grupo Forja (liderado por Arturo Jauretche). Hortensio Quijano, primer vicepresidente de Perón, también era de origen radical. En vísperas de las elecciones presidenciales de octubre de 1973, se rumoreaba que Balbín podía ser compañero de fórmula de Perón.
La UCR "propiamente dicha" ha quedado reducida a una mínima expresión. Margarita Stolbizer, presidente de su comité Nacional, ha denunciado la desorientación del radicalismo post-Alianza y los "coqueteos" de ciertos elementos radicales con el kirchnerismo. Pero el radicalismo "ortodoxo" parece incapaz de recobrar puntería. En un reciente artículo de su autoría, Torcuato Di Tella ha sentenciado que el radicalismo ya no es necesario (2). Su actual postración parece corroborar el sombrío vaticinio de Alem, citado líneas arriba, y se ve agravada por su carácter aparentemente insuperable, inimputable al radicalismo jaqueado de otras épocas.
Lejos estoy actualmente de simpatizar con el radicalismo. Sin embargo, no puedo olvidar cómo en 1983 mi conciencia política nació imprevistamente ante el impresionante crecimiento de la masa de seguidores de Alfonsín. Nació de una manera pueril y simplista, propia de mi tierna edad de esa época, pero nació. Me cuesta creer que, a menos de un cuarto de siglo de aquella apoteosis, aquel radicalismo, quizá el único radicalismo de masas de toda su historia, sea sólo una curiosidad del ayer. Los primeros versos de la marcha radical ("Adelante radicales/Adelante sin cesar") suenan actualmente a burla. El radicalismo no ha sabido reciclarse. O se recicló mal. Los cantos de sirena del neoliberalismo pronto sepultaron a una coalición interpartidaria que, mejor coordinada, habría producido mejores frutos. En el actual espacio político argentino, no parece haber lugar para el radicalismo. Puede que ya nunca vuelva a haberlo.

Citas:

(1) Cf.GÁLVEZ, Manuel. Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio. Buenos Aires, Club de Lectores, 1975, p.121
(2) Cf.DI TELLA, Torcuato. Las transformaciones del escenario político. ¿Bipolaridad o juego a cuatro puntas? En: Debate, Año 4, Nº 165, pp.38-41. Buenos Aires, 11/05/2006

Tuesday, September 05, 2006

Desde 1983, el radicalismo ha experimentado una progresiva disminución en su prestigio y número de votantes y seguidores. En 1983, Raúl Alfonsín obtuvo el 53% de los votos y el primer lugar en las elecciones presidenciales. Empero, la errática política socioeconómica alfonsinista privó al radicalismo de numerosas gobernaciones provinciales y bancas legislativas nacionales disputadas en los comicios de 1987. La crítica coyuntura socioeconómica reinante en ese momento condujo a la derrota del candidato presidencial radical de 1989, Eduardo Angeloz, cuyo 37% de sufragios se reveló insuficiente para derrotar a su rival peronista Carlos Menem, aunque lo hiciese acreedor a un aceptable segundo puesto en el ranking electoral. En 1995, el éxito del "reeleccionismo" menemista y del frepasismo relegó al candidato presidencial radical Horacio Massacessi al tercer puesto en el ranking electoral y a un modesto 16% de votos.
El desprestigio del menemismo y la alianza radical-frepasista permitieron que el radicalismo cerrara el siglo XX con un cierto resurgimiento y la asunción presidencial de Fernando De la Rúa. Empero, la crítica coyuntura socioeconómica imperante y la errática política socioeconómica delarruista condujeron a la derrota aliancista en los comicios legislativos y a la caída de De la Rúa (esta última acompañada de un violento resurgimiento de ese "pueblo de la plaza pública" postulado por Bartolomé Mitre y silenciado por el ultrapragmatismo menemista-aliancista, aparentemente incompatible con el principio de movilización ciudadana).
La caída de De la Rúa tuvo consecuencias funestas a nivel político. La Alianza y el Frepaso colapsaron. Muchos radicales abandonaron la UCR y se sumaron al ARI o a Recrear. La fragmentación político-partidaria también alcanzó al peronismo. En las elecciones de mayo de 2003, el peronismo presentó tres candidatos presidenciales (Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá), sin que ninguno superase el 25% de los sufragios. La fuga de votos radicales hacia el ARI o Recrear redujo la cosecha de votos de la UCR a un ridículo 2%.
Tres años después, el peronismo evidencia una franca recuperación bajo el liderazgo de Kirchner. El radicalismo, en cambio, no parece capaz de desacelerar su descomposición. A la brutal fragmentación de 2002, que dividió al radicalismo en tres partidos (UCR, ARI, Recrear), se suma la actual fragmentación de la UCR en :

a) una UCR liderada por Roberto Iglesias y partidaria (hasta ayer) de una alianza electoral con el ARI, Recrear y/o el socialismo y ahora aparentemente partidaria de la candidatura presidencial del ex ministro Roberto Lavagna, esta última derivada de un eventual acuerdo electoral de Lavagna con alfonsinistas y ex duhaldistas;

b) una UCR "kirchnerista", encabezada por cinco gobernadores y quince intendentes radicales y partidaria de una alianza electoral con el kirchnerismo, con vistas a la reelección presidencial de Kirchner

El contrapeso de esa virtual atomización del radicalismo podría radicar en un mayor apoyo del radicalismo a la candidatura presidencial de Lavagna. O, tal vez, en una "municipalización" del radicalismo, que controla unos 400 municipios a nivel nacional. El radicalismo, al fin y al cabo, nació en las calles. Su génesis remota puede hallarse en el meeting organizado en el Jardín Florida por la Unión Cívica, en 1889, contra el gobierno del presidente Miguel Ángel Juárez Celman. Dos años después, nacía la Unión Cívica Radical, creada por el bloque cívico liderado por Leandro Alem y contrario al acuerdo electoral celebrado entre Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca, con miras a las elecciones presidenciales de 1892. Bajo la jefatura de Alem, el radicalismo fue un partido callejero y de barricada: las revoluciones radicales de 1893 fueron una prueba palmaria de ello. Tras la muerte de Alem, en julio de 1896, el radicalismo perdió sus matices callejeros. A ello contribuyeron sucesivamente la personalidad enigmática de su nuevo jefe, Hipólito Yrigoyen (poco amigo de las exhibiciones públicas), el silencio impuesto al radicalismo por la dirigencia conservadora de la Década Infame, el surgimiento del peronismo (con el consiguiente relegamiento del radicalismo) y la personalidad poco carismática de los dirigentes radicales del periodo 1955-1976. Bajo el liderazgo de Raúl Alfonsín, el radicalismo callejero resurgió monumental y efímeramente. El radicalismo actual se parece más al radicalismo inmediatamente posterior a la muerte de Alem, aquejado por divisiones aparentemente insuperables y falta de apoyo. Sin embargo, este último supo plasmarse en el principal partido político argentino de la primera mitad del siglo XX. Quizá este nuevo siglo traiga aparejadas nuevas formas de hacer política en la Argentina y que el resurgimiento del radicalismo esté supeditado a su adopción por parte de sus dirigentes y militantes, como parecería estar sucediendo por estos días.
Hasta siempre,

Ernesto