Sunday, November 25, 2007

Haciendo las paces

En 1843, el nunca bien ponderado Domingo Faustino Sarmiento, a la sazón desterrado en la nación transandina, preconizó, enojado con el polémico don Juan Manuel de Rosas, la ocupación chilena del Estrecho de Magallanes. Más de medio siglo después (el 12 de octubre de 1898, para ser más precisos), el discutido teniente general Julio Argentino Roca iniciaba su segundo mandato presidencial con el diferendo limítrofe argentino-chileno amenazando con derivar hacia un conflicto armado. Esto último impelió a ambos países a intensificar sus preparativos militares. En 1901 Roca promulgaba la célebre ley de servicio militar obligatorio. En vísperas de la segunda Navidad del siglo XX el choque entre ambos países parecía inevitable. El arbitraje de la Corona británica evitó el enfrentamiento.
Setenta y siete años después, argentinos y chilenos, verdugueados por abominables dictaduras, nos aprestábamos a celebrar la Navidad de 1978, onomástico del Príncipe de la Paz, con un estallido de hostilidades en el inhóspito istmo bioceánico. La intervención del flamante papa Juan Pablo II evitó nuevamente una guerra tan absurda como la promovida cuatro años después, por una dictadura en bancarrota, en el gélido archipiélago malvínico. El vicario de Cristo en la Tierra permitió que el Cono Sur pudiese conmemorar pacíficamente el natalicio del Redentor.
En vísperas de la Navidad de 1983, al asumir el presidente Raúl Alfonsín, la Argentina le decía adiós a los gobiernos de facto. Casi un cuarto de siglo después, Dios sea loado, seguimos teniendo gobiernos falibles, pero legítimos. Una de las primeras medidas de la administración alfonsinista fue la decisión de plebiscitar el diferendo limítrofe. El 25 de noviembre de 1984 (hace hoy 23 años), el electorado argentino se pronunció mayoritariamente a favor de la paz con Chile, sellada meses después en un acuerdo limítrofe firmado ante Su Santidad. Tener que ceder territorios (harto exiguos en el caso del Beagle) parecía una concesión irrisoria ante la posibilidad de jaquear merecidamente al aborrecible fantasma de la guerra.
En vísperas de la Navidad de 2007, Argentina y Chile se aprestan a evocar nuevamente el advenimiento del Mesías, esta vez en paz recíproca y con gobiernos legítimos. Nuestra patria celebrará la Natividad tras haber presenciado la asunción de su quinto mandatario consecutivo honestamente elegido desde la restauración democrática de 1983 y de su segundo presidente de sexo femenino. Tal como la Virgen María ayudó (hace más de dos mil años) a traer al mundo al Divino Cordero, la senadora Cristina Fernández de Kirchner, políticamente prohijada en una región geográfica otrora en litigio, personificará la consagración de la emancipación de la mujer argentina, oriunda de un suelo enraizadamente machista. Haber hecho la paz con Chile demuestra cabalmente (junto con otros hechos innegables, como la creciente integración interamericana) que en estas latitudes pueden soplar vientos constructivos, y no sólo ráfagas huracanadas capaces de derribar gigantes de pies de barro. Perseverar en dicha senda constituye una misión irrecusable para los habitantes de los confines meridionales del orbe. Dios quiera que nada nos distraiga de esa senda. Bastante nos costó alejarnos del camino equivocado.
Por dicho motivo, hoy, 25 de noviembre de 2007, he querido evocar, aun a costa de la presente digresión, cómo, hace hoy 23 años, el votante argentino expresó, a través del sacrosanto sufragio, su deseo de enterrar el hacha de la guerra, recurso de la brutalidad.

Wednesday, November 21, 2007

De Trieste a San Marino. Un mosaico adriático

A continuación puede leerse una síntesis no textual de la conferencia "De Trieste a San Marino. Un mosaico adriático", pronunciada por la Lic.Susana Spiegler, especialista en Historia del Arte, en la sede central de la Dante Alighieri, sita en Tucumán 1646, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el día 20 de noviembre de 2007.

Lic.Susana Spiegler: Entre Trieste y San Marino coexisten vestigios de distintas épocas históricas (los imperios romano y austro-húngaro, el Renacimiento).
Trieste es una ciudad con una fisonomía particular. Encrucijada de pueblos antiguos y puerto austro-húngaro, Trieste, que fascinó a James Joyce, rezuma una sensación de bienestar y melancolía. En ella podemos recorrer el "Barrio Teresiano", que debe su nombre a María Teresa, la famosa emperatriz austríaca dieciochesca. En ella coexisten pacíficamente una iglesia neoclásica católica y una iglesia ortodoxa griega. Como ciudad portuaria, Trieste se ha visto jaqueada, desde circa 1960, por la preferencia por Génova.
En su núcleo medieval, Trieste alberga la basílica de san Justo, patrono de la ciudad, fruto de la unión de dos basílicas paleocristianas, cuya capilla conjuga los estilos adriático y bizantino. Se trata de una basílica románica, tenuemente iluminada, decorada con antiquísimos frescos, de trazos ingenuos, con imágenes relativas a la Virgen María y la rica historia eclesiástica tridentina.
Un tranvía a cremallera permite recorrer cómodamente la urbe, donde se sitúan numerosas grutas, entre las que descuella la llamada "gruta gigante", de 100 metros de profundidad, abierta al público. La cercanía geográfica con la ex Yugoslavia explica el uso indistinto de las lenguas italiana y eslovena.
En Trieste también se destaca el castillo erigido por Maximiliano de Habsburgo, gobernador general del reino lombardo-véneto, en honor de su esposa Carlota de Bélgica. Dotado de un parque en terrazas, el castillo, cantado por Giousuè Carducci, testimonia en suelo italiano los gustos de la corte vienesa de Francisco José. Allí pueden visitarse los aposentos que Carlota y Maximiliano dedicaban al estudio de la lengua castellana, hablada en el áspero México decimonónico, donde Napoleón III pretendía instaurar un imperio regido por Maximiliano. El castillo alberga el romancero español utilizado por la augusta pareja como libro de texto. También cobija un cuadro que refleja la partida de Carlota y Maximiliano hacia su infausto destino mexicano. Una de las habitaciones del castillo ostenta ornamentaciones japonesas. La biblioteca del castillo alberga 7000 volúmenes y manuscritos renacentistas.
Alejándonos de Trieste llegamos a Ravena, capital del agónico imperio romano occidental del siglo V, ciudad bizantina y sede imperial romano-germánica. Sus mosaicos testimonian la primera etapa dorada del arte bizantino (siglos V y VI). Su "baptisterio neoniano" y el mausoleo de Gala Placidia denotan una cierta inspiración romana. En la iglesia de san Vitale pueden admirarse los célebres mosaicos con las imágenes de Teodora, Justiniano y su cortejo, sustitutivas de las clásicas figuras de Jesús y los Apóstoles. No podemos dejar de mencionar el mausoleo de Dante Alighieri, quien escribiera en Ravena gran parte de su inmortal Divina Comedia.
Ferrara, plasmada en el siglo XX en la pintura metafísica de Giorgio De Chirico, es un invaluable testimonio de la Italia renacentista. El castillo de la familia Del Este nos recuerda el poderío de esta última durante los siglos XIII y XIV. Ferrara denota una suntuosidad condenada en su época por Girolamo Savonarola, enemigo del lujo de las cortes renacentistas. Ferrara también acusa la fusión entre el damero y la ciudad medieval y alberga unas 20.000 piezas de cerámica greco-etrusca.
En la catedral de Ferrara, edificio de estilo gótico-lombardo con un acceso custodiado por estatuas medievales de animales, pueden admirarse frescos profanos de pintores ferrarenses del siglo XIV, cultores del estilo desusadamente severo promovido por Corso Del Este.
Mantua nos recuerda el poderío de los Gonzaga, cuyo palacio ducal (con sus más de 500 habitaciones, patios, corredores, plazas y salas) sólo ha sido superado, en lo referente a su tamaño físico, por el Vaticano. Allí se estrenaron las primeras óperas de Monteverdi. En la vegetación circundante se destaca la presencia de nenúfares japoneses. Siguiendo nuestro recorrido llegamos a Pesaro, ciudad natal de Rossini y antiguo dominio del duque de Urbino.
Urbino, terruño del inmortal Rafael Sanzio, es una ciudad de aspecto armonioso, que, según se cree, Federico de Montefeltro convirtió en una Atenas italiana. Es de destacar la presencia de torres cónicas de ladrillos elaborados con la excelente arcilla de la región. Se supone que Federico de Montefeltro dotó a Urbino de la primer corte moderna, instalada en un palacio decorado por artistas como Piero della Francesca o Paolo Uccello. El estilo de la construcción denota la impronta de Filippo Brunelleschi y León Battista Alberdi.
En Rimini, ciudad natal del inolvidable Federico Fellini, se yerguen el castillo de los Malatesta (inmortalizado por Dante), el panteón de Segismondo Pandolfo Malatesta y el Gran Hotel incluido entre las imágenes de Amarcord.
Cerca de Rimini puede visitarse la pequeñísima república independiente de San Marino, habitada desde la Prehistoria, convertida en nación soberana por Marino circa 390, codiciada por los señores y papas del siglo X, presuntamente codiciada por Napoleón I, asolada por piratas sarracenos y normandos, protectora de Garibaldi y de seres humanos azotados por la Segunda Guerra Mundial. Así concluye nuestro bello periplo adriático.

Wednesday, November 14, 2007

El exilio de la Argentina

El 17 de noviembre de 1972 (hace hoy 35 años), el ex presidente Juan Domingo Perón concretaba su regreso provisional a la Argentina (su retorno definitivo tendría lugar el 20 de junio del año siguiente), poniendo fin a su largo destierro, iniciado con su derrocamiento en septiembre de 1955. A diferencia de otras encumbradas figuras de nuestra historia, Perón se resistía a morir lejos de su patria, donde expiraría el 1º de julio de 1974, habiendo recuperado el grado militar y cargo público detentados por el "Primer Trabajador" hasta su deposición. En ese sentido, Perón no correría la suerte de Mariano Moreno (arrojado sin vida al mar a la altura de la costa brasileña, ante la imposibilidad de transportar su cadáver a bordo de los barcos sin cámara frigorífica de la época), de Bernardino Rivadavia (expulsado de nuestro territorio por el gobierno de Viamonte y fallecido en Cádiz), del general José de San Martín (que se negó a interrumpir su ostracismo semivoluntario al interpretar que Lavalle pretendía convertirlo en "verdugo de mis conciudadanos"), de Juan Manuel de Rosas (expirado en su granja inglesa, octogenario, tras un cuarto de siglo de exilio), de Juan Bautista Alberdi (que tras su efímero retorno a su patria moriría en la pobreza en un hospital parisino).
El tema del destierro es una problemática urticante de la historia argentina. El régimen rosista obligó a sus adversarios ideológicos a refugiarse en Chile y Uruguay. Más de un opositor al primer gobierno peronista buscó refugio en la Banda Oriental. Perón y no pocos seguidores suyos también conocieron las estrecheces del exilio. La Noche de los Bastones Largos obligó a más de un argentino talentoso a refugiarse en centros académicos latinoamericanos, estadounidenses y europeos. El terror del Proceso de Reorganización Nacional sentenció al destierro a dos millones de argentinos. Quienes permanecieron en el país durante los "años de plomo" se vieron condenados al exilio en su propia patria, como recordando la célebre sentencia de Martín Fierro ("El primer cuidao del hombre es defender el pellejo"). El neoliberalismo noventista impulsó a más de un argentino al exilio económico, del cual no pocos siguen sin volver, pese al innegable mejoramiento experimentado por la situación socioeconómica de nuestra patria en el último quinquenio.
¿Seguirá habiendo argentinos exiliados en el futuro? Desgraciadamente puede que sí. Para los argentinos, el desarraigo parece ser una segunda piel. Ello no es de extrañar en un país mayoritariamente habitado por descendientes de inmigrantes que, como mi bisabuelo, cambiaron su tierra natal por esta castigada república sudamericana, en busca de los horizontes promisorios que les negaban sus patrias. Nos cuesta defender nuestro sitio bajo el sol de nuestra tierra. Mucho más cuesta hacerlo en tierra extraña.

Sunday, November 11, 2007

Perfume de mujer (III)

El 11 de noviembre de 1951, hace hoy 56 años, la mujer argentina sufragó por primera vez en una elección nacional. Su incorporación al padrón electoral de su patria motivó que el presidente Juan Domingo Perón (reelecto gracias a la reforma constitucional de 1949) viese convertido su millón y medio de votos de 1946 (exclusivamente masculinos)en los cuatro millones de sufragios (emitidos por votantes de ambos sexos) que avalaron su segundo acceso al Sillón de Rivadavia. La instauración del voto femenino permitió que Ricardo Balbín obtuviese 2.4 millones de sufragios en los comicios presidenciales de 1951, crecimiento indudablemente notable respecto de los 325.000 votos obtenidos en 1916 por Hipólito Yrigoyen (reinstalado en la Casa Rosada por los 840.000 votos obtenidos por el caudillo radical en 1928),los 460.000 sufragios obtenidos por Marcelo Torcuato de Alvear en 1922 y el millón doscientos mil votos obtenido por la Unión Democrática en 1946, todos ellos enteramente varoniles. La mujer argentina daba así un paso trascendental hacia su incorporación a la vida cívica de su tierra natal.
Los golpes de Estado de 1955, 1962, 1966 y 1976 impidieron que la mujer argentina ejerciese regularmente, durante largos decenios, su derecho al sufragio, alcanzado tras décadas de penosa lucha. Todos los 11 de septiembre, los sucesivos regímenes de facto invocaban el nombre de Sarmiento sin recordar que este último había implementado, en 1864, siendo gobernador de San Juan, el voto femenino en su provincia natal, casi seis decenios antes de su implementación en la supuestamente más evolucionada democracia estadounidense, cuya presunta ejemplaridad palidece ante la prematura ley rivadaviana de sufragio universal de 1821. En la muestra fotográfica Votos argentinos, exhibida por estos días a orillas del canal de Puerto Madero, me conmovió ver la imagen de una ancianísima sanjuanina aguardando su turno para votar en 1934. La muestra también incluye la clásica y patética imagen de María Eva Duarte de Perón ejerciendo (por primera y única vez) su derecho cívico desde su lecho de enferma. Mi madre recién pudo empezar a votar regularmente en 1983, cuando mi progenitora ya contaba 46 años. Triste situación contrastable con el privilegio gozado, en lo referente a ese punto, por las mujeres argentinas de la generación de mi hermana, que vota regularmente desde 1991, cuando esta última recién tenía 19 años.
Por todo ello yo recomiendo que mis conciudadanas no se avergüencen de sufragar. Y, mucho menos, de enorgullecerse al percibir que la mujer argentina (privada durante generaciones del derecho a elegir gobernantes) posee ahora el derecho a ser elegida para gobernar, como lo demuestran claramente la reciente elección presidencial de la senadora nacional Cristina Fernández de Kirchner y la nada desdeñable performance comicial de la doctora Elisa Carrió, distinguida con el segundo lugar del ranking comicial de las elecciones nacionales del 28 de octubre del año en curso. El voto es sagrado. Y el voto femenino (cuya implementación en nuestra patria demandó largas décadas de dura polémica) quizá lo sea, por dicho motivo, aún más.

Monday, November 05, 2007

Bien ganancial

En noviembre de 1951, la enfermedad mortal de su segunda consorte, María Eva Duarte, frustró el sueño del general Juan Domingo Perón de compartir la fórmula presidencial con su esposa, que el polémico líder recién logró materializar con un pie en la tumba, al regresar a la Casa Rosada con su tercer cónyuge, María Estela Martínez, como vicepresidenta. A más de tres decenios del derrocamiento de esta última, la Argentina se dispone a presenciar la asunción presidencial de la sucesora y consorte de su actual mandatario saliente. Ese hecho revela que el peronismo, a más de sesenta años de su advenimiento, parece seguir conceptuando la cúspide del poder político como un bien ganancial, transformando a nuestra patria en una suerte de monarquía republicana, hereditaria y electiva. Como sucedía (salvando las distancias) en el Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo titular Maximiliano de Habsburgo legó la corona imperial (secundado por los encumbrados electores legales del emperador)a su nieto, el rey Carlos I de España. Con el agravante de que la senadora Cristina Fernández no ha recibido el poder presidencial de manos de un selecto órgano estatal (como le sucediese al ex presidente Eduardo Duhalde al ser elevado al Sillón de Rivadavia sin otro caudal de sufragios que 262 votos emitidos por la Asamblea Legislativa federal), sino de manos de ocho millones de votantes.
No es la primera vez que la Argentina asiste a una sucesión presidencial nepotista. En 1886 el presidente saliente Julio Argentino Roca colocó la banda presidencial a su concuñado Miguel Ángel Juárez Celman, depuesto en 1890 por la Revolución del Parque. En 1974 María Estela Martínez heredó la primera magistratura nacional de su esposo Juan Domingo Perón, siendo derrocada por un golpe militar en 1976. No creo que Cristina Fernández no pueda concluir su presidencia. Pero su consagración presidencial implica una nueva situación de sucesión nepotista, antecedente indudablemente cuestionable en términos ético-políticos. La tendencia nepotista del peronismo no se ha limitado al Poder Ejecutivo Nacional. La sucesión nepotista de los Saadi y los Juárez, que causó mucho daño a Catamarca y Santiago del Estero, concluyó en sendas intervenciones federales y, en el caso catamarqueño, en reiteradas derrotas electorales del peronismo. No pretendo equiparar a Cristina Fernández con la viuda de Perón (seguramente mucho menos idónea que nuestra futura mandataria). Tampoco intento compararla con la inescrupulosa dinastía Saadi. Pero no puedo sino desaprobar su elección. El ex presidente estadounidense Bill Clinton concluyó su mandato a principios de 2001. Su esposa ha tenido el buen tino de esperar seis años para aspirar a suceder al actual primer mandatario de su patria. Este último, a su vez, recién lanzó su candidatura presidencial ocho años después de la finalización del mandato presidencial de su señor padre. La actual Argentina recuerda en ese sentido a la India, cuyo premier Jawaharlal Nehru fue sucedido en su cargo por su hija Indira Gandhi y, a la muerte de esta última, por su nieto Rajiv, cuyo asesinato puso fin a 43 años de sucesiones nepotistas en el máximo cargo del Poder Ejecutivo Nacional indio.
Ese tipo de situaciones me indujo, en los recientes comicios presidenciales argentinos, a abstenerme de votar por la senadora Cristina Fernández. Creo haber actuado correctamente. El tiempo me dará o no la razón.