Wednesday, January 27, 2010

Tiempos A.C.I

En un delicioso artículo publicado en un blog de La Nacion.com, Gastón Roitberg, Secretario de Redacción Multimedia de La Nación, analiza, bajo el título ¿Te conectás a Internet en las vacaciones?, el impacto de las nuevas tecnologías sobre el tiempo ocioso con el que muchos se gratifican en esta época del año. Escribe Roitberg: "Las vacaciones son el símbolo del descanso y la portación de tecnología puede resultar incompatible con ese espíritu de desenchufe. (...) el principal obstáculo sigue siendo la tecnología como factor distorsivo en el descanso. Estar conectado a Internet, en mi caso, supone: chequear las casillas de mail personales y de trabajo, chequear las portadas de los sitios informativos, consultar el lector de RSS, abrir el TweetDeck, Skype y otras aplicaciones. Es decir que abro casi las mismas aplicaciones y sitios que cuando estoy trabajando. ¿Es eso descanso?La pregunta de hoy la contesto con un “sí”. Me conecto a Internet en las vacaciones y de qué sirve hacer un esfuerzo para recordar cómo eran los veranos sin la web, computadoras y teléfonos inteligentes. La realidad es que ya están entre nosotros. En aquellos tiempos A.C.I (antes de la conexión a Internet) no tenía celular, iba a la cabina telefónica para comunicarme con amigos y familia y el contacto con el trabajo se suspendía por dos o tres semanas."
Tiempos A.C.I... Linda expresión. Considerando mi edad actual (cumplo 40 en abril), puedo decir que los viví, y que, en cierto modo, los añoro, aunque no todo haya sido maravilloso en aquellos años. Y que, en cierto modo, lamento haber depuesto mis fuertes resistencias de antaño a los raudos avances tecnológicos de las últimas décadas. Hasta los 36 años viví sin celular, haciendo caso omiso a las sugerencias-presión de familiares y amigos. Hoy lo uso como teléfono, mensajero de texto, despertador, planificador, cronómetro, cámara fotográfica y sabe Dios para qué más. Hoy no concibo la vida sin e-mails, webpages y mi blog, aunque a este último bien pueda no leerlo ni mi abuelita, que en paz descanse. Atrás han quedado los tiempos en que remitía a mi tía abuela de París cartas y tarjetas postales manuscritas escritas en mi elegante y anacrónica letra caligráfica inglesa. En que gozaba jugando inocentemente al siglo XIX.
Pero ya ven, diría parafraseando el poema apócrifo de Borges, tengo 39 años y sé que estoy encaneciendo. Una de dos: o tiño mis canas, o combato el oxidamiento de mis neuronas. Ahora bien: ¿es la Web la mejor forma de evitarlo?

Hiena de papel

Según el sinólogo estadounidense Ross Terrill, Mao tsé-tung solía definir a su cuarta consorte, la polémica Chiang Ching, bautizada por Terrill como Madame Mao, como un "tigre de papel" destinado a caer al suelo al primer golpe. El Gran Timonel no se equivocaba. Pese a su innegable peso político, Chiang Ching fue arrestada y procesada poco después del deceso de su controversial cónyuge. Fue encarcelada durante once años. Recibió una pena capital mantenida en suspenso durante un bienio y posteriormente conmutada por una sentencia de prisión perpetua. Finalmente fue indultada. Recluida en una villa de los suburbios de Beijing, septuagenaria, hipoacúsica, cancerosa y olvidada, Chiang Ching se suicidó en junio de 1991. El "tigre de papel" había demostrado ser tan endeble en los hechos como en el vaticinio de un Mao afectivamente alejado, en el ocaso de su larga vida, de su última esposa, bautizada por la feminista francesa Françoise d'Eaubonne como la Emperatriz Roja.
La República Argentina, mucho más joven que China, no ha albergado dirigentes de la talla de Mao tsé-tung o Deng Xiaoping. Pero sí ha albergado, como el gigante asiático, esa cultura autoritaria e improductiva postulada por José Ignacio García Hamilton, actualmente relegada, pero aún latente.
Por estos días, la opinión pública argentina se ha visto conmocionada por la trágica defunción de la joven Yamila González y su primogénita nonata Ludmila Ceballos, fruto de un accidente automovilístico coprotagonizado por el popular boxeador Rodrigo La Hiena Barrios, triste recordatorio de los excesos (voluntarios o no) de su colega Carlos Monzón, cuyo prolongado declive final se inició en una Mar del Plata actualmente devenida en epicentro de un dramático punto de inflexión de la trayectoria personal y profesional del nuevo huésped célebre del penal de Batán.
La viuda de Mao demostró albergar el tigre de papel atribuido por el Gran Timonel a la Emperatriz Roja. La Hiena Barrios, modestísimo émulo sudamericano de Chiang Ching, ha demostrado dramáticamente, como Madame Mao al ser arrestada, el carácter figurado de su apodo. Rodrigo Barrios podrá haber demostrado sobre el ring la fiereza de una hiena. Pero el horrible fallecimiento de Yamila González y Ludmila Ceballos ha demostrado que la Hiena es, en los hechos, tan vulnerable como la viuda de Mao. Es, guste o no, una hiena de papel de este polémico sur del planeta.

Saturday, January 16, 2010

Néstor el Ambivalente

La estrategia política de Néstor Kirchner es menos progresista que la propuesta socioeconómica del ex presidente y su conyugal sucesora. A Carlos Menem y Eduardo Duhalde podrán reprochárseles muchas cosas. Pero no puede acusárseles de haber tratado injustamente a sus colaboradores. Un caso emblemático es el de Carlos Ruckauf, quien, tras haber ocupado durante años cargos públicos secundarios, escaló posiciones al amparo de Menem y Duhalde. Menem y Duhalde dejaban crecer a sus colaboradores, de quienes sólo se desprendían en casos extremos, como Menem con Domingo Cavallo. Kirchner no deja crecer a sus colaboradores: los ahoga. Su esposa no ha sido la excepción. Kirchner no quiere colaboradores, sino subordinados. Confunde colaboración con subordinación. Un caso patético ha sido el del prometedor Sergio Massa, obligado por Kirchner a abandonar una intendencia municipal para presidir el gabinete cristinista y postularse para una modesta concejalía comunal en unos comicios signados por la primera derrota electoral relevante del kirchnerismo-cristinismo. Kirchner interrumpió, de manera innecesaria e injusta, el cursus honorum de Massa, destinado por voluntad popular a encabezar un municipio y posiblemente destinado, en el largo plazo, a la gobernación bonaerense y la Casa Rosada. En las elecciones legislativas de junio de 2009, el kirchnerismo-cristinismo perdió por carecer de una estrategia política flexible y generadora de figuras de recambio, falla grave en dirigentes políticos preciados de sí mismos, y por suponer que el electorado sólo consideraría, al sufragar, los innegables logros socioeconómicos de la gestión presidencial kirchnerista-cristinista, como si el ser humano fuese un vulgar homo economicus, cuando sabido es que es mucho más que eso.
Sí, a Néstor Kirchner bien podemos llamarlo Néstor el Ambivalente. Y esa ambivalencia no le hace bien a nadie. En Kirchner coexisten la modorra autocelebratoria postulada por Paula Sibilia con la mala autoestima argentina y sus nefastas consecuencias. No soy antikirchnerista ni anticristinista. Voté por el kirchnerismo-cristinismo en las elecciones presidenciales de 2003, los comicios legislativos de 2005 y 2009 y el ballotage porteño de 2007. Creí en él. Aún tengo motivos para creer en él. Me gustaría seguir creyendo. Y por eso me duele la enojosa (y evitable) ambivalencia de Néstor Kirchner.

Thursday, January 14, 2010

La eterna convulsión haitiana

La historia haitiana es la historia de una eterna convulsión, remontable, como mínimo, al 5 de diciembre de 1492, fecha del arribo de Cristóbal Colón a La Española, isla perteneciente a las Antillas Mayores, habitada en tiempos precolombinos por miembros de las etnias arawak, caribes y taínos y anexada por el Gran Almirante al imperio colonial español.
A comienzos del siglo XVII, el Haití hispanocolonial acusaba un cierto auge del comercio informal a cargo de colonos criollos, contrario al monopolio comercial preconizado por la metrópoli hispana. Dicha situación impelió a Antonio de Osorio, gobernador español de Haití, a ordenar el despoblamiento de las zonas norte y oeste de La Española, con el propósito de frenar las prácticas comerciales contrarias a la política de la Corona hispánica. En las regiones despobladas de la zona oeste se asentaron los bucaneros, franceses dedicados a la caza de reses y cerdos cimarrones, el comercio de pieles y el cultivo de tabaco. Los bucaneros compartían sus asentamientos haitianos con sus compatriotas filibusteros, piratas saqueadores de localidades costeras. La presencia francesa impulsó al gobierno francés a exigir el reconocimiento de la soberanía francesa sobre el oeste haitiano, finalmente otorgado por España en 1697, por el Tratado de Ryswick, que permitió conformar el enclave francés de Saint Domingue en el oeste haitiano.
A mediados del siglo XVIII, Francia había establecido un férreo y cruel sistema esclavista en Haití, cuya población incluía 300.000 esclavos y apenas 12.000 personas libres.
El 14 de agosto de 1769 un sacerdote vudú apellidado Boukman habría oficiado en Bois-Cayman una ceremonia considerada como el punto de partida del largo proceso emancipador haitiano, cuyo máximo protagonista, François Dominique Toussaint-Louverture, dirigió sagazmente la revolución haitiana entre 1793 y 1802, enfrentando a españoles, ingleses y franceses contrarios a la independencia haitiana, hasta su captura, destierro y muerte en Francia.
La lucha independentista fue proseguida por Jean Jacques Dessalines, también conocido como Henri Christophe, quien, en 1803, venció definitivamente a las tropas francesas en la batalla de Vertierres. Al año siguiente, Henri Christophe, evocado por el gran escritor cubano Alejo Carpentier en su novela El reino de este mundo, declaró la independencia haitiana y se autoproclamó emperador de Haití bajo el nombre de Enrique I. En 1822, tropas haitianas invadieron la región oriental de La Española (actualmente República Dominicana), que recobraría su independencia en 1844.
La gran inestabilidad política haitiana proporcionó a los Estados Unidos el pretexto necesario para invadir Haití en 1915 y ejercer un control absoluto sobre la nación antillana hasta 1934.
Durante las décadas de 1930 a 1950, Haití acusó una marcada pugna entre las autoridades mulatas y las masas populares de ascendencia africana. Estas últimas parecieron encontrar su redentor en el presidente negro François Duvalier, elegido en 1957, conocido popularmente como Papa Doc, con tendencias dictatoriales, beneficiado con la ayuda militar y financiera estadounidense y autoproclamado presidente vitalicio en 1964. Su hijo Jean-Claude Duvalier (apodado Bébé Doc) le sucedió en 1971. En enero de 1986 Bébé Doc fue derrocado por una insurrección cívico-castrense, que expulsó del país a los Duvalier e instauró un gobierno militar presidido por el general Henri Namphy.
En enero de 1988 asumió el presidente constitucional Leslie François Manigat, depuesto seis meses después por Namphy, derrocado a su vez por Prosper Avril. Tras el mandato provisional de la presidenta Ertha Pascal Trouillot, depuesta por un golpe de Estado, fue elegido constitucionalmente, en febrero de 1991, el presidente Jean-Bertrand Aristide, depuesto por la grave crisis interna de 2004, que incluyó violentos episodios culminados con la ocupación de Haití por parte de los "Cascos Azules" de la ONU. La inestabilidad política pareció entrar en suspenso en 2006, al ser electo constitucionalmente el actual presidente haitiano, René Préval.
Como se ve, no es ocioso postular una eterna convulsión haitiana. Sobre todo en estos días de enero de 2010, con un Haití azotado por un terremoto de una magnitud de 7 puntos en la escala Richter, que habría segado las vidas de 100 mil haitianos y damnificado a unos tres millones, cerca de un tercio de los actuales 10 millones de la empobrecidísima nación antillana, a cuyo lado parecen juegos de niños las intrigas políticas internas de Haití, país con un 80% de pobres, un 60% de desocupados, casi un 50% de analfabetos, más de 300.000 infectados de SIDA hacia 2001, una esperanza de vida promedio de 51 años y una mortalidad infantil del 76 por mil.
Un viejo refrán asegura que no hay mal que por bien no venga. La catástrofe humanitaria haitiana, iniciada mucho antes del sismo de enero de 2010 e inconmesurablemente potenciada por el mismo, bien pueden concebirse como una señal divina para redefinir seriamente el rumbo del desdichado país caribeño.

Tuesday, January 12, 2010

Fin de una metáfora

En su libro sobre el general José de San Martín, titulado El Libertador cabalga, Agustín Pérez Pardella denomina efecto Bolívar a las consecuencias acarreadas a la gesta emancipadora sanmartiniana por la injerencia bolivariana en el proceso independentista sudamericano de principios del siglo XIX.
Leí por primera vez El Libertador cabalga en 1997, a los 27 años de edad, con el libro de Pérez Pardella recién desembarcado en las librerías porteñas. No pude sino sonreírme ante la expresión efecto Bolívar. Por esos años, el tristemente célebre efecto tequila, producto de la fatídica devaluación mexicana de diciembre de 1994, había instaurado la costumbre de acuñar expresiones sarcásticas, con el nombre de alguna danza, bebida alcohólica o comestible invariablemente precedido del sustantivo efecto, para aludir al impacto negativo de las convulsiones de la economía-mundo. Las devaluaciones mexicana, rusa, brasileña y argentina y la crisis bursátil del sudeste asiático generarían sucesivamente expresiones como efecto tequila, efecto vodka, efecto caipirinha, efecto tango o efecto arroz. En 2008, se desataría la actual recesión económica internacional, cuyo origen estadounidense impelería a Marcelo Zlotogwiazda a postular un efecto hot-dog y a la presidenta Cristina Fernández a preconizar un efecto jazz ante las Naciones Unidas.
En 1997, la expresión efecto Bolívar me hizo, como decía, sonreír, pues no parecía una expresión particularmente aplicable al contexto histórico analizado por Pérez Pardella. Sí parece aplicable, lamento decir, al complejo cuadro situacional atravesado, por estos días, por la pomposamente rebautizada República Bolivariana de Venezuela, cuyo actual presidente, general Hugo Chávez, proclive a compararse con el Libertador venezolano, ha debido efectuar una severa concesión a su amado "socialismo del siglo XXI", al verse obligado al devaluar ese "bolívar fuerte" caro a los sentimientos de su creador.
La expresión efecto Bolívar parece haber dejado de ser una simpática frase metafórica proveniente de la pluma de Pérez Pardella para designar la diferida inmersión de Venezuela en las turbulentas aguas surcadas durante el último bienio por la nave de la economía-mundo. Dicho de manera más simple, la expresión efecto Bolívar parece haber dejado de ser una metáfora.

Sunday, January 10, 2010

Considerémoslo

Por estos días, la empresa Telefónica de Argentina ha emplazado afiches callejeros con la imagen de dos caracoles terrestres contemplando, en la pantalla de un teléfono celular, la imagen de una caracola desnuda, aparentemente enviada por bluetooth, cuyo destinatario comenta a su interlocutor: "Mirá la foto que me mandó la babosa: ¡sin caparazón!" A simple vista, la escena no debería preocuparnos seriamente. Sí debería hacerlo, empero, si consideramos el creciente empleo de telefonía móvil por parte del vulnerable público infantojuvenil.
En 2009, las jóvenes estudiantes secundarias estadounidenses Jessie Logan y Hope Witsell se suicidaron por cuestiones afines al sexting o acoso sexual por telefonía móvil. Se habían expuesto, sin ser adolescentes particularmente problemáticas, a la vergüenza pública, debido a la amplia difusión por telefonía móvil de sus autorretratos fotográficos sin ropas. Como buenas adolescentes, les empezaban a atraer físicamente los muchachos y les horrorizaba el ridículo. El caso de Witsell es particularmente patético. Se suicidó contando apenas 13 años de edad. Sus padres y superiores jerárquicos escolares, extrañados ante su desusada conducta, ensayaron diversos recursos para reencauzar a la muchacha, como las consultas con consejeros espirituales y trabajadores sociales o el bloqueo de líneas telefónicas y del acceso a Internet. Todo parecía indicar que Hope se reencauzaría de alguna u otra forma. Esa suposición cayó por tierra en la noche del 12 al 13 de septiembre de 2009, cuando la madre de Hope halló a su hija estrangulada por suicidio en su habitación, tras haber sancionado a su hija por su inapropiada conducta, de común acuerdo con el padre de la adolescente. En su diario íntimo, la precoz suicida acababa de escribir: No doy más. (…) Intentaré estrangularme. Espero que funcione.
Como verán, no debemos tomar a la ligera el mencionado afiche callejero Telefónica de Argentina. Como docente secundario, insto a mis colegas, a los padres de mis alumnos y adultos en general a reforzar la guardia en lo referente a tales cuestiones, por el bien de los actuales niños y adolescentes. La Argentina ya ha albergado un Cromañón. Bien puede albergar una versión vernácula de Jessie Logan y Hope Witsell.

Talleyrand y la Gloriosa Revolución

En 1688, la Gloriosa Revolución instauró definitivamente ese régimen parlamentarista ininterrumpidamente vigente hasta la fecha en Inglaterra, poniendo punto final a los ensayos de monarquía absolutista en la convulsionada Albión de los siglos XVI y XVII.
Sesenta y seis años después, nacía el político y diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, superlativa personificación del ultrapragmatismo. Empujado sin vocación presbiteral hacia el sacerdocio católico y status obispal por su aristocrática familia, el sibarítico Talleyrand hizo caso omiso de la ascesis cristiana mediante su tendencia sensualista y fue excomulgado por el Papa por su apoyo a la Revolución Francesa en su fase de menores simpatías hacia la institución eclesiástica. Sus desinteligencias con la Santa Sede no le impidieron participar en la redacción del célebre Concordato celebrado con el Vaticano por el Consulado napoleónico, artífice del derrocamiento de un Directorio que amparase paradójicamente la fase inicial de la carrera diplomática de un Talleyrand decantado hacia el terreno de las relaciones internacionales al ser cesanteado por la cúpula eclesiástica. Talleyrand continuaría su carrera diplomática con un Napoleón convertido en emperador, distanciándose posteriormente del Gran Corso, tras cuya caída Talleyrand prestaría servicios diplomáticos al monarca borbónico Luis XVIII tan despreocupadamente como los prestaría posteriormente al rey Luis Felipe, miembro de esa casa de Orleans ya enzarzada en disputas de poder con los Borbones franceses durante la minoría de edad de Luis XIV, pese al avuncular parentesco entre Gastón de Orleans y el Rey Sol. El versátil Talleyrand recién se alejaría de la escena pública en 1834, a los 80 años de edad y cuatro años antes de fallecer.
En Francia no había, ni hay, como en Inglaterra desde el siglo XVII, un régimen parlamentario capaz de controlar eficazmente el poder de la Corona. Desde el reinado de Luis XIV, Francia optó por un régimen personalista, mantenido hasta la fecha por gobiernos monárquicos y republicanos.
La Argentina podría haber optado, desde su Declaración de Independencia, por el prudente parlamentarismo inglés. Para su desgracia, optó empecinadamente por un afrancesado presidencialismo personalista destinado a causar, bajo regímenes constitucionales y dictatoriales, tremendos estragos en su estructura institucional, que, a diferencia de Chile o Uruguay, nunca se preocupó seriamente por consolidar.
Días atrás, la presidenta Cristina Fernández decretó en acuerdo de ministros la destitución del presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), licenciado Martín Redrado, renuente a autorizar el empleo de reservas de la entidad bancaria a su cargo para cancelar deudas internacionales por valor de 6500 millones de dólares, arguyendo que la autorización pertinente debe contar con aprobación parlamentaria. El decreto de la presidenta Fernández, desaprobado por un fallo judicial, recuerda tristemente el controversial decreto suscrito por el presidente José Figueroa Alcorta y su gabinete el 25 de enero de 1908, que dispuso dar por finalizadas las sesiones parlamentarias extraordinarias y declarar vigente el Presupuesto Nacional demorado en carpeta por el Congreso Nacional, clausurado militarmente por orden presidencial.
Tanto la presidenta Fernández como el licenciado Redrado tienen un común parecido con Talleyrand. Ambos son pragmáticos. Su apoyo al neoliberalismo menemista no ha impedido a la presidenta Fernández autoproclamarse como su más acérrima enemiga y desestimar la atendible crítica al nepotismo para suceder a su esposo en la primera magistratura nacional. El licenciado Redrado ha servido indistintamente a Menem y a los Kirchner. Sí, ambos son pragmáticos, sin que ello me impela a negar sus méritos funcionariales. Y el pragmatismo es tan loable como cuestionable. Hasta la fecha, la Argentina ha albergado émulos de Talleyrand. Ahora necesita producir su Gloriosa Revolución. Los nuevos legisladores antikirchneristas pueden desempeñar un rol relevante en ese terreno, sin decapitar a los Kirchner en la plaza pública, a la manera de Carlos I de Inglaterra. Como ese sagaz Parlamento inglés que, a fines del siglo XVII, puso, apoyado por burgueses y pequeños aristócratas rurales, punto final a las veleidades absolutistas de los Tudor y los Estuardo, que costarían, en el caso francés, las cabezas de Luis XVI y María Antonieta. Para fortuna del matrimonio Kirchner, la Argentina del siglo XXI no vota con guillotinas. Para su desgracia, la urna es, sin ser letal, un arma política tan poderosa como el cadalso del Terror de Maximilien Robespierre, su más ilustre victimario y víctima.

Wednesday, January 06, 2010

La muerte, curiosa parte de la vida

Durante largos años no pensé seriamente en la muerte. Me faltaban estímulos externos. Sólo dos defunciones familiares pueblan mis recuerdos de infancia, adolescencia y adultez temprana: el fallecimiento de mi bisabuela paterna Elena Alvite, ocurrido en vísperas de la Navidad de 1976, tres meses y medio antes de mi séptimo cumpleaños, y el deceso de mi tío abuelo materno Antonio Russian, acaecido en julio de 1983. No asistí a sus sepelios. Quizá mis padres decidieran no llevarme al funeral de mi bisabuela en función de mi corta edad de la época. Al fallecer mi tío abuelo, me hallaba en Mar del Plata, donde pasaba mis vacaciones escolares invernales en compañía de mi madre y mi hermana. Esa escasez de estímulos externos motivó que la muerte ocupase un lugar secundario en mi vida durante mucho tiempo.
Esa situación empezó a revertirse, en mi caso personal, en noviembre de 1996, al sucumbir mi tío abuelo paterno Guillermo Vázquez, alias "el Negro", a un fulminante cáncer esofágico con ramificación pulmonar, cuyo diagnóstico tardío impidió prolongar su vida durante más de cuatro meses. Su hermano mayor, mi abuelo paterno Alfredo Vázquez, nacido en 1918, vivía por entonces conmigo. En un caluroso atardecer dominical, me dirigí hacia la casa de velatorios de Lanús afectada al sepelio del Negro, incómodamente apiñado con mis padres y abuelos paternos en el no muy amplio vehículo de mi padre, tarea dificultada por las anchas cajas torácicas de mis abuelos y mis larguiruchas extremidades superiores. Entré tres veces a la salita destinada al velatorio de los restos mortales de mi tío abuelo, a contemplar el nuevo occiso familiar, pese a las cariñosas incitaciones en sentido contrario de mi madre. Al día siguiente, el cuerpo de mi tío abuelo era sepultado en el cementerio municipal de Lanús.
Ese fue mi primer contacto grosso con la muerte. El segundo llegó en agosto de 1998, al fallecer Ernesto Pena, mi abuelastro materno y padrino, tras una larga enfermedad. Mi tocayo había quedado hemipléjico a raíz de un derrame cerebral sufrido en mayo de 1995. No lo velamos, pero, respetando la voluntad del nuevo difunto, apuntador televisivo jubilado, sepultamos su cuerpo en su panteón sindical del cementerio de Chacarita, cerca de su ex apuntado Gianni Lunadei, quien acababa de poner punto final a su vida por mano propia.
Su viuda, mi abuela materna Blanca Boismené, falleció en mayo de 2000, a raíz de una cardiopatía severa. Moría cuatro meses después del fallecimiento de mi tío abuelo paterno Ernesto Vázquez, fruto de un cáncer pulmonar contraído hacía dos años y medio y acaecido hallándome yo en San Clemente del Tuyú. A mi abuela tampoco la velamos, pero, respetando una voluntad de la nueva difunta, expresada el año anterior ante un anuncio periodístico, invertimos parte del dinero heredado por mi abuela de mi abuelastro en adquirir un lote a perpetuidad en el cementerio privado La Arbolada de Escobar, con derecho a tres sepulturas para cadáveres indivisos y otras tantas para occisos cremados, que mi abuela compartiría, con el correr de los años, con sus consuegros, fallecidos respectivamente en 2003 y 2009. El siguiente habitante de la parcela familiar fue mi abuelo paterno Alfredo Vázquez, sabio como pocos y pacíficamente apartado de este mundo en septiembre de 2003. Su viuda, mi abuela paterna Elena Romay, fallecida en enero de 2009, sería menos afortunada. Moriría tras siete años de deterioro psicofísico progresivo y cinco de internación geriátrica.
Pero aquí detengo mi "inventario fúnebre". Aquí pretendo señalar (a la luz del duelo popular por el fallecimiento de Sandro) que la muerte no es la antítesis de la vida, como suele suponerse. Es una curiosa parte de la vida. Bien decía Jorge Luis Borges que morir es una costumbre que sabe tener la gente.
En este mundo hiperacelerado, las más de las veces innecesariamente, no parece haber mucho espacio para pensar en la muerte. Hoy en día parece absurdo que nuestros bisabuelos hayan debido observar un año de luto riguroso y otro de medio luto a raíz de las defunciones familiares de sus infancias. O que los faraones egipcios se hiciesen erigir monumentales pirámides para usar como sepulcros. O que las familias de prosapia del Buenos Aires del 1900 se hiciesen erigir mausoleos en la Recoleta, que hoy en día languidecen ante la falta de descendientes dispuestos a cuidar de las tumbas de sus encumbrados tatarabuelos. Hasta parece absurdo el duelo preconizado por los psicoanalistas, ese potable sustituto del anacrónico luto. Los horarios de velatorio de las funerarias parecen de farmacia de turno. Los anuncios fúnebres y recordatorios de papel prensa parecen anacrónicos en estos tiempos de diarios on line. El temor a los robos impulsa a reemplazar las vistosas placas de bronce de antaño por discretas plaquetas de acero o mármol. La motorización de los rodados fúnebres han desterrado para siempre los coches funerarios de tracción a sangre. Quienes pueden pagarlo no llevan a sus difuntos a cementerios públicos o de colectividad. Los pulcros cementerios privados de los suburbios reemplazan a los atestados y sucios cementerios municipales, mercantilizando la muerte. La preocupación por lo accesorio impide reflexionar sobre el aspecto profundo de la muerte, curiosa parte de la vida.

Tuesday, January 05, 2010

Sandro, suicida lento y perdonable

En sus célebres conversaciones de 1974-1976 con Orlando Barone, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato discreparon sobre la temática del suicidio. Borges dijo aprobarlo y describió a su padre como un individuo que, aquejado por una hemiplejia, se negara a medicarse y alimentarse y optara por apagarse progresivamente. Aludió a su abuelo, el célebre coronel Francisco Borges, como un hombre que se había hecho matar ante todo un regimiento, vistiendo un poncho blanco para hacerse más visible ante su ejecutor. Mencionó a un escritor japonés (posiblemente Yukio Mishima, espectacularmente autoinmolado hacía pocos años), que, al hacerse el harakiri ante "todo el mundo", fuese "capaz de morir como el último de los Samurai". La postura prosuicida de Borges no fue compartida por Sábato, quien definió al suicidio como un acto "condenable por varios motivos" y comprensiblemente condenado por "todas las religiones superiores", postura refrendada por el propio Sábato en una entrevista concedida años después a la revista Viva.
Mientras escribo estas líneas, decenas de acongojados individuos de ambos sexos colman, pese a la estival canícula imperante, las inmediaciones del Congreso Nacional para asistir al sepelio de Roberto Sánchez, más conocido como Sandro, fallecido ayer en la capital mendocina, a los 64 años, tras una carrera artística de casi medio siglo, una precocísima, rapidísima y solidísima conversión en un mito viviente y una larga batalla contra los estragos del alcohol y del tabaco. Por tercera vez en menos de un año, el Salón de los Pasos Perdidos vuelve a ser testigo de una enorme expresión de dolor popular. La primera fue en abril de 2009, al expirar el ex presidente Raúl Alfonsín, quien recibió numerosas visitas en su capilla ardiente, pese a imperar condiciones climáticas externas tan enemigas de la larga espera callejera como las que acompañan el sepelio del Gitano. La segunda fue seis meses después, al fallecer otro enorme ídolo popular en la persona de Mercedes Sosa. La tercera es hoy, 5 de enero de 2010, al írsenos Sandro.
Sandro, nunca te admiré particularmente. Pero quiero que sepas que comprendo el dolor suscitado por tu partida. Y que, si bien fuiste un suicida lento, podemos perdonarte. Todos pecamos y debemos pagar las consecuencias de nuestras acciones indebidas.

Sunday, January 03, 2010

Oh, tiempos...

Oh, tiempos...
Oh, tiempos en que el teléfono se descomponía, tardaban meses en repararlo o años en instalarlo, los cospeles se atascaban en las ranuras de las alcancías, y, cuando funcionaba, servía para hablar, no como ahora, que además de descomponerse de vez en cuando, lo reparan o instalan enseguida, y, además de servir para hablar, filma, fotografía, te despierta, te recuerda que es hora de salir para el dentista, te permite escuchar la radio o el MP3, enviar faxes, mensajes de texto, fotos o videos, sacar cuentas y sabe Dios qué más.
Oh, tiempos en que el colectivo tenía 20 asientos, viajabas colgado y el boleto te lo vendía un colectivero con cara de pocos amigos...
Oh, tiempos en que una tarjeta de Navidad para la prima radicada en España se enviaba en un sobre y sabe Dios si la recibía, no como ahora que el saludo atraviesa raudamente el Atlántico en cuestión de segundos por e-mail...
Oh, tiempos en que el SMS se llamaba radiomensaje o telegrama...
Oh, tiempos en que en el MP3 y el CD se llamaban disco de vinilo o cassette...
Oh, tiempos en que la PC se llamaba máquina de escribir...
Oh, tiempos de taxi sin radiollamado ni reloj digital...
Oh, tiempos, que sólo pueden volver si un Armaggedón nos obliga a empezar de cero...
Oh, tiempos... Oh, tiempos...

Friday, January 01, 2010

2010, ¿qué nos deparás?

Primer día de un año, lustro y decenio nuevos. Pavada de estreno. ¿Qué suerte nos depararán? Difícil saberlo. Pero yo no me dedico al tarot, ni tengo la bola mágica. No soy futurólogo.
2010 ha nacido con una carga pesada. La recesión declarada hace dos años ha causado estragos en economías supuestamente poderosas. Y sabido es que una mecha encendida puede diezmar la economía-mundo postulada por Immanuel Wallerstein. Nuestra economía parece haber zafado de una buena, pero... ¿hasta cuándo podrá hacerlo? No somos Nigeria, pero tampoco Alemania.
Este será, para la Argentina, año de Bicentenario y Mundial. ¿Bicentenario? ¿Bicentenario de qué? ¡El centenario de la Patria!, exclamaron muchos en 1910, según Ernesto Sábato y su novela Sobre héroes y tumbas. ¿De la Patria de quién?, continúa Sábato en el mismo texto. Esa pregunta parece conservarse vigente cien años después. La globalización parece haber convertido al concepto de Patria en cosa del ayer. Pero, momentito, ¡2010, como decía hace instantes, también es año de Mundial!
¿La Patria es el Mundial? Qué ironía. Tener que exaltar lo global desde lo local.
En fin, como decía, no soy astrólogo. Sí soy operómano. ¡En el 2010 reabre el Colón! Toquemos madera, por las dudas.