Thursday, January 14, 2010

La eterna convulsión haitiana

La historia haitiana es la historia de una eterna convulsión, remontable, como mínimo, al 5 de diciembre de 1492, fecha del arribo de Cristóbal Colón a La Española, isla perteneciente a las Antillas Mayores, habitada en tiempos precolombinos por miembros de las etnias arawak, caribes y taínos y anexada por el Gran Almirante al imperio colonial español.
A comienzos del siglo XVII, el Haití hispanocolonial acusaba un cierto auge del comercio informal a cargo de colonos criollos, contrario al monopolio comercial preconizado por la metrópoli hispana. Dicha situación impelió a Antonio de Osorio, gobernador español de Haití, a ordenar el despoblamiento de las zonas norte y oeste de La Española, con el propósito de frenar las prácticas comerciales contrarias a la política de la Corona hispánica. En las regiones despobladas de la zona oeste se asentaron los bucaneros, franceses dedicados a la caza de reses y cerdos cimarrones, el comercio de pieles y el cultivo de tabaco. Los bucaneros compartían sus asentamientos haitianos con sus compatriotas filibusteros, piratas saqueadores de localidades costeras. La presencia francesa impulsó al gobierno francés a exigir el reconocimiento de la soberanía francesa sobre el oeste haitiano, finalmente otorgado por España en 1697, por el Tratado de Ryswick, que permitió conformar el enclave francés de Saint Domingue en el oeste haitiano.
A mediados del siglo XVIII, Francia había establecido un férreo y cruel sistema esclavista en Haití, cuya población incluía 300.000 esclavos y apenas 12.000 personas libres.
El 14 de agosto de 1769 un sacerdote vudú apellidado Boukman habría oficiado en Bois-Cayman una ceremonia considerada como el punto de partida del largo proceso emancipador haitiano, cuyo máximo protagonista, François Dominique Toussaint-Louverture, dirigió sagazmente la revolución haitiana entre 1793 y 1802, enfrentando a españoles, ingleses y franceses contrarios a la independencia haitiana, hasta su captura, destierro y muerte en Francia.
La lucha independentista fue proseguida por Jean Jacques Dessalines, también conocido como Henri Christophe, quien, en 1803, venció definitivamente a las tropas francesas en la batalla de Vertierres. Al año siguiente, Henri Christophe, evocado por el gran escritor cubano Alejo Carpentier en su novela El reino de este mundo, declaró la independencia haitiana y se autoproclamó emperador de Haití bajo el nombre de Enrique I. En 1822, tropas haitianas invadieron la región oriental de La Española (actualmente República Dominicana), que recobraría su independencia en 1844.
La gran inestabilidad política haitiana proporcionó a los Estados Unidos el pretexto necesario para invadir Haití en 1915 y ejercer un control absoluto sobre la nación antillana hasta 1934.
Durante las décadas de 1930 a 1950, Haití acusó una marcada pugna entre las autoridades mulatas y las masas populares de ascendencia africana. Estas últimas parecieron encontrar su redentor en el presidente negro François Duvalier, elegido en 1957, conocido popularmente como Papa Doc, con tendencias dictatoriales, beneficiado con la ayuda militar y financiera estadounidense y autoproclamado presidente vitalicio en 1964. Su hijo Jean-Claude Duvalier (apodado Bébé Doc) le sucedió en 1971. En enero de 1986 Bébé Doc fue derrocado por una insurrección cívico-castrense, que expulsó del país a los Duvalier e instauró un gobierno militar presidido por el general Henri Namphy.
En enero de 1988 asumió el presidente constitucional Leslie François Manigat, depuesto seis meses después por Namphy, derrocado a su vez por Prosper Avril. Tras el mandato provisional de la presidenta Ertha Pascal Trouillot, depuesta por un golpe de Estado, fue elegido constitucionalmente, en febrero de 1991, el presidente Jean-Bertrand Aristide, depuesto por la grave crisis interna de 2004, que incluyó violentos episodios culminados con la ocupación de Haití por parte de los "Cascos Azules" de la ONU. La inestabilidad política pareció entrar en suspenso en 2006, al ser electo constitucionalmente el actual presidente haitiano, René Préval.
Como se ve, no es ocioso postular una eterna convulsión haitiana. Sobre todo en estos días de enero de 2010, con un Haití azotado por un terremoto de una magnitud de 7 puntos en la escala Richter, que habría segado las vidas de 100 mil haitianos y damnificado a unos tres millones, cerca de un tercio de los actuales 10 millones de la empobrecidísima nación antillana, a cuyo lado parecen juegos de niños las intrigas políticas internas de Haití, país con un 80% de pobres, un 60% de desocupados, casi un 50% de analfabetos, más de 300.000 infectados de SIDA hacia 2001, una esperanza de vida promedio de 51 años y una mortalidad infantil del 76 por mil.
Un viejo refrán asegura que no hay mal que por bien no venga. La catástrofe humanitaria haitiana, iniciada mucho antes del sismo de enero de 2010 e inconmesurablemente potenciada por el mismo, bien pueden concebirse como una señal divina para redefinir seriamente el rumbo del desdichado país caribeño.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home