Wednesday, January 27, 2010

Tiempos A.C.I

En un delicioso artículo publicado en un blog de La Nacion.com, Gastón Roitberg, Secretario de Redacción Multimedia de La Nación, analiza, bajo el título ¿Te conectás a Internet en las vacaciones?, el impacto de las nuevas tecnologías sobre el tiempo ocioso con el que muchos se gratifican en esta época del año. Escribe Roitberg: "Las vacaciones son el símbolo del descanso y la portación de tecnología puede resultar incompatible con ese espíritu de desenchufe. (...) el principal obstáculo sigue siendo la tecnología como factor distorsivo en el descanso. Estar conectado a Internet, en mi caso, supone: chequear las casillas de mail personales y de trabajo, chequear las portadas de los sitios informativos, consultar el lector de RSS, abrir el TweetDeck, Skype y otras aplicaciones. Es decir que abro casi las mismas aplicaciones y sitios que cuando estoy trabajando. ¿Es eso descanso?La pregunta de hoy la contesto con un “sí”. Me conecto a Internet en las vacaciones y de qué sirve hacer un esfuerzo para recordar cómo eran los veranos sin la web, computadoras y teléfonos inteligentes. La realidad es que ya están entre nosotros. En aquellos tiempos A.C.I (antes de la conexión a Internet) no tenía celular, iba a la cabina telefónica para comunicarme con amigos y familia y el contacto con el trabajo se suspendía por dos o tres semanas."
Tiempos A.C.I... Linda expresión. Considerando mi edad actual (cumplo 40 en abril), puedo decir que los viví, y que, en cierto modo, los añoro, aunque no todo haya sido maravilloso en aquellos años. Y que, en cierto modo, lamento haber depuesto mis fuertes resistencias de antaño a los raudos avances tecnológicos de las últimas décadas. Hasta los 36 años viví sin celular, haciendo caso omiso a las sugerencias-presión de familiares y amigos. Hoy lo uso como teléfono, mensajero de texto, despertador, planificador, cronómetro, cámara fotográfica y sabe Dios para qué más. Hoy no concibo la vida sin e-mails, webpages y mi blog, aunque a este último bien pueda no leerlo ni mi abuelita, que en paz descanse. Atrás han quedado los tiempos en que remitía a mi tía abuela de París cartas y tarjetas postales manuscritas escritas en mi elegante y anacrónica letra caligráfica inglesa. En que gozaba jugando inocentemente al siglo XIX.
Pero ya ven, diría parafraseando el poema apócrifo de Borges, tengo 39 años y sé que estoy encaneciendo. Una de dos: o tiño mis canas, o combato el oxidamiento de mis neuronas. Ahora bien: ¿es la Web la mejor forma de evitarlo?

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