Saturday, January 16, 2010

Néstor el Ambivalente

La estrategia política de Néstor Kirchner es menos progresista que la propuesta socioeconómica del ex presidente y su conyugal sucesora. A Carlos Menem y Eduardo Duhalde podrán reprochárseles muchas cosas. Pero no puede acusárseles de haber tratado injustamente a sus colaboradores. Un caso emblemático es el de Carlos Ruckauf, quien, tras haber ocupado durante años cargos públicos secundarios, escaló posiciones al amparo de Menem y Duhalde. Menem y Duhalde dejaban crecer a sus colaboradores, de quienes sólo se desprendían en casos extremos, como Menem con Domingo Cavallo. Kirchner no deja crecer a sus colaboradores: los ahoga. Su esposa no ha sido la excepción. Kirchner no quiere colaboradores, sino subordinados. Confunde colaboración con subordinación. Un caso patético ha sido el del prometedor Sergio Massa, obligado por Kirchner a abandonar una intendencia municipal para presidir el gabinete cristinista y postularse para una modesta concejalía comunal en unos comicios signados por la primera derrota electoral relevante del kirchnerismo-cristinismo. Kirchner interrumpió, de manera innecesaria e injusta, el cursus honorum de Massa, destinado por voluntad popular a encabezar un municipio y posiblemente destinado, en el largo plazo, a la gobernación bonaerense y la Casa Rosada. En las elecciones legislativas de junio de 2009, el kirchnerismo-cristinismo perdió por carecer de una estrategia política flexible y generadora de figuras de recambio, falla grave en dirigentes políticos preciados de sí mismos, y por suponer que el electorado sólo consideraría, al sufragar, los innegables logros socioeconómicos de la gestión presidencial kirchnerista-cristinista, como si el ser humano fuese un vulgar homo economicus, cuando sabido es que es mucho más que eso.
Sí, a Néstor Kirchner bien podemos llamarlo Néstor el Ambivalente. Y esa ambivalencia no le hace bien a nadie. En Kirchner coexisten la modorra autocelebratoria postulada por Paula Sibilia con la mala autoestima argentina y sus nefastas consecuencias. No soy antikirchnerista ni anticristinista. Voté por el kirchnerismo-cristinismo en las elecciones presidenciales de 2003, los comicios legislativos de 2005 y 2009 y el ballotage porteño de 2007. Creí en él. Aún tengo motivos para creer en él. Me gustaría seguir creyendo. Y por eso me duele la enojosa (y evitable) ambivalencia de Néstor Kirchner.

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