Friday, December 29, 2006

Infeliz Año Nuevo

El 1º de enero de 2002, la Asamblea Legislativa otorgó interinamente la investidura presidencial a Eduardo Duhalde, quien asumió inmediatamente la primera magistratura en medio de circunstancias dramáticas. El modelo socioeconómico neoliberal (impulsado desde 1989)hacía agua por los cuatro costados y su superación no podía seguir postergándose. La economía estaba paralizada y la desocupación era aterradora. El descontento social resultante se había traducido en la caída de dos presidentes de la Nación en apenas ocho días. El electorado parecía momentáneamente incapaz de ungir un gobierno coherente, con la consiguiente delegación temporaria de la facultad electiva en el Poder Legislativo Nacional.
Aquel no era un Año Nuevo feliz. Decenas de familias se habían empobrecido con la prolongadísima crisis del paradigma neoliberal, iniciada con la devaluación mexicana de 1994 y agravada por la terca negativa del gobierno argentino a revisar su política socioeconómica y la resistencia del elector promedio a consagrar un elenco gubernamental dispuesto a hacerlo. Muchos argentinos no lograban una inserción laboral acorde con su capacidad innata y nivel formativo, que intentaban (o proyectaban) obtener en otras naciones de la Tierra. Por las calles porteñas pululaban los cartoneros. Los ahorristas exigían indignadamente la devolución de sus depósitos atrapados en el "corralito". Muchos argentinos pugnaban por efectuar la irrisoria extracción bancaria semanal autorizada por el gobierno. Millares de argentinos debían cubrir sus gastos cotidianos con sus flamantes tarjetas de débito o bonos estatales. Desesperados comerciantes aceptaban las más heterogéneas modalidades de pago, con tal de subsistir.
Cinco años después, los argentinos, libres hace tiempo de la férula neoliberal, gozan de una situación socioeconómica más estable y parecen estar en situación de pasar una Nochevieja más alegre. Sin embargo, no debemos dormirnos en los laureles. La actual bonanza económica bien puede terminar en algún momento. Hay graves asuntos a atender diariamente. La democracia sigue siendo más fuerte que la república. Sin por ello privarnos de una Nochevieja jubilosa, no está de más que los argentinos recordemos nuestra triste cena de Año Nuevo de hace apenas un lustro.

Sunday, December 24, 2006

Nuestro único enemigo

Faltan pocas horas para la Nochebuena. Tengo mi living atravesado por una mesa para once comensales, la colección de pesebres latinoamericanos de mi madre dispuesta sobre la máquina de coser de mi bisabuela Elena Alvite (abuela materna de mi padre, fallecida en la Navidad de 1975, tres meses antes de mi sexto cumpleaños). Tengo regalos navideños esparcidos a los pies del árbol ritual. Parece extraño que otro año esté por concluir.
Un año tiene muchos meses: doce, nada menos. En ellos puede pasar de todo. O bien puede no ocurrir nada particularmente relevante. Lo cierto es que los años pasan inexorablemente. Por algo los antiguos griegos representaban al tiempo (Kronos)como una bestia devoradora. En esta última década Kronos se llevó consigo a mis tres tíos abuelos paternos vivientes, a mi abuelastro-padrino, a mi abuela materna, a mi abuelo paterno, a un primo político de mi madre y a la abuela materna de mi cuñado. Con todos ellos compartí más de una vez la llamada magia de la Navidad. Mi abuela paterna es una morta civile, privada de la razón por una demencia senil y recluida en un hogar de ancianos. Mis padres ya no son jóvenes. Mi madre frisa los setenta años. Mi padre pronto cobrará su primera jubilación. Tengo edad suficiente para oficiar de padre sustituto de mis cuatro primos segundos huérfanos de padre. Llevo tres años y medio disimulando mis canas con ayuda de la tintura capilar regularmente aplicada por mi peluquero.
El paso del tiempo no perdona. Por algo Charles Chaplin (fallecido en la Navidad de 1977) sentenció: My only enemy is time (Mi único enemigo es el tiempo). El carácter sombrío de la Navidad radica en la sombra de un Kronos agazapado en pos de su siguiente víctima.

Sunday, December 17, 2006

El renacimiento de una nación

El 19 y 20 de diciembre de 2001 la Argentina ardía. A casi siete años del "efecto Tequila", su primer cimbronazo, colapsaba ignominiosamente el paradigma socioeconómico neoliberal, situación agravada por una profunda crisis político-institucional. Se hizo añicos la apatía social del decenio anterior. Reapareció dramáticamente lo que Bartolomé Mitre denominó "el pueblo de la plaza pública".
Difícil es olvidar esas aciagas jornadas. ¿Qué pito tocaba yo en ese asunto? Yo era (ni más ni menos) ese "ciudadano común de la democracia" postulado por el nunca bien ponderado por Jorge Luis Borges, el "que lo mira por TV" postulado por el cántico popular. Refugiado en la seguridad de mi hogar, me salvaba de ser alcanzado por las balas de goma disparadas por la Policía Montada contra los indignados manifestantes congregados en Plaza de Mayo, que yo contemplaba angustiosamente en una pantalla televisiva también atravesada por un harapiento cacerolazo rosarino, mientras intentaba tranquilizar telefónicamente a mi octogenario abuelo, actualmente alejado de este mundo.
En 1989 había presenciado la bochornosa partida anticipada del presidente Raúl Alfonsín, quien despertase mi conciencia política en 1983 y a cuyo correligionario Eduardo Angeloz, políticamente finiquitado pocos años después, dedicase mi primer voto pocas semanas antes de la dimisión del mandatario radical. Doce años después, yo presenciaba la caída de su copartidario Fernando De la Rúa, uno de los políticos argentinos otrora más respetados por quien suscribe. Mis votos de 1991, 1992 y 1999 habían contribuido a crearle diputado, senador y presidente. Como también lo hicieran mis votos de 1994 y 1995 en favor de la reelección del presidente Carlos Menem, cuya cuestionable política socioeconómica había contribuido a implementar la fatídica Alianza y ungir el desastroso gobierno delarruista, situación también propiciada por mis votos de 1997 y 1999.
No pretendo ser mejor o peor votante que mi conciudadano promedio. No exijo políticos impolutos, siendo que yo mismo tampoco soy inobjetable. En mis dieciséis años de votante sólo debo haber votado un candidato presuntamente intachable: me refiero al veterano dirigente demoprogresista Rafael Martínez Raymonda (de irrisorio caudal electoral e ingenuamente votado por quien suscribe en los comicios legislativos de 1993, en que emití mi único voto en favor de los candidatos minoritarios, a quienes posteriormente me juramenté no votar, por no representar el sentimiento del ciudadano promedio).
A cinco años de la ignominiosa caída del presidente De la Rúa, observo con inquietud que el panorama político-institucional argentino se ha estabilizado menos que el panorama socioeconómico. Ayer la Universidad de Buenos Aires, tras un doloroso proceso, logró ungir a su nuevo rector en el mismo Congreso que presenciase, un quinquenio atrás, la traumática salida del poder de los ex presidentes De la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá. Reaparecieron obligadamente en escena los mismos efectivos de seguridad actualmente acusados de excesos en la represión del virulento movimiento opositor de diciembre de 2001. Las fuerzas del orden (entonces al servicio de un gobierno obsoleto)debieron proteger, armas en mano, un proceso perfectamente realizable de manera pacífica y coherente. Ese dramático episodio recuerda que ciertos argentinos aún sucumben a la tentación de tratar de resolver los principales problemas nacionales por la fuerza, como lo intentasen los gobiernos de facto del siglo XX argentino y el terrorismo civil del periodo 1970-1975, este último responsable de la implementación del "terrorismo de Estado" preconizado por el feroz régimen militar instaurado en marzo de 1976. Afortunadamente, el actual argentino promedio rechaza ese desaconsejable atajo. Bueno sería que esa cordura perdurase. A cinco años de esas fatídicas jornadas de diciembre de 2001, es lo mejor que podemos desear para nuestra castigada patria.

Saturday, December 16, 2006

Cuidemos a nuestros herederos

La película estadounidense Juegos de guerra (1983) constituyó una advertencia pionera sobre el empleo indebido de las nuevas tecnologías por parte de los más jóvenes. A causa de su manía por los videojuegos, David, su protagonista central, muchacho de diecisiete años, descuida rubros más esenciales de su cotidianeidad (escolaridad, vida social y familiar, actividad física). En las postrimerías de la Guerra Fría, David ingresa vía módem en los sistemas de defensa nuclear del Pentágono, exponiendo a su patria a un conflicto atómico con la Unión Soviética. Localizado y detenido por el FBI, David, acompañado de su única amiga, logra eludir a sus poderosos captores y evitar la hecatombe nuclear con ayuda de un cínico ingeniero en sistemas, devastado por la muerte de su pequeño hijo. Durante su huida, David, fatigado por su largo periplo, se sienta con su amiga en un prado, cuestionando amargamente en voz alta su desmedida afición al videogame y las lamentables consecuencias de su hobby. Su amiga procura consolarlo, haciéndole notar que el asunto tiene solución. Un beso entre ambos jóvenes parece marcar el inicio de una nueva etapa en la vida de David.
No rechazo los avances tecnológicos. Mi modesto website no existiría de no haberse inventado el ordenador personal. Rechazo su empleo indiscriminado y frívolo, al cual se exponen particularmente los más jóvenes e inexpertos. Los adultos debemos advertir ese riesgo. Entre nuestros herederos puede haber muchos David.

Friday, December 08, 2006

Yo voté por Alfonsín

Tras la derrota en Malvinas, la Argentina inició su transición hacia su actual democracia. Tras la asunción del dictador Reynaldo Bignone, el panorama nacional comenzó a cambiar y, con ello, mi horizonte mental. El sucesor de Galtieri rehabilitó los partidos políticos (silenciados desde la destitución de Isabel)y anunció elecciones para el 30 de octubre de 1983. Tras un sexenio de asfixiante silenciamiento, se reanudaba la actividad política.
Con el peronismo desacreditado por su contribución a la instauración de la abominable dictadura procesista, recaía nuevamente sobre el radicalismo la tarea de liderar la nueva etapa. Poco podía esperarse del poco carismático Italo Argentino Luder, frecuentemente acusado de haber promovido la "guerra sucia" durante su breve presidencia interina de 1975 y desprestigiado por su cuestionable entorno, encabezado por Herminio Iglesias. Aún faltaban algunos años para la "renovación peronista" de 1986-1987.
El radicalismo, en cambio, ostentaba ciertas innovaciones atractivas. La muerte de Balbín había permitido instaurar un nuevo estilo de conducción dentro del partido de Alem, encarnado en la figura de Raúl Alfonsín. Fogoso orador y auténtico líder, el político de Chascomús no podía sino despertar la conciencia política de muchos argentinos, anestesiada por el desacreditado régimen militar.
Por entonces yo sólo tenía doce o trece años. Mi ingreso en la escuela primaria había coincidido cronológicamente con el derrocamiento de la viuda de Perón y mi infancia había discurrido bajo el signo del absurdo apoliticismo impulsado a sangre y fuego por el régimen militar. A diferencia de mi padre y abuelo, no había vivido mi niñez en una Argentina politizada. La instalación de un comité radical a metros de mi hogar paterno, con la efigie de Alfonsín estampada sobre sus cristales, me hizo simpatizar inesperadamente con el líder radical. Por entonces concurría a una escuela privada, mayoritariamente frecuentada por chicos provenientes de familias judías con simpatías por el futuro presidente. Durante los meses siguientes, Alfonsín eclipsó progresivamente al desvaído peronismo de la época, congregando multitudes galvanizadas por su magnífica oratoria.
En vísperas de la elección presidencial, tres docentes de mi escuela decidieron hacer participar a sus alumnos en un simulacro electoral. Huelga decir que voté por Alfonsín, abrumadoramente votado por los educandos involucrados en el experimento cívico.
Actualmente Alfonsín ronda los 80 años de edad y mis simpatías por él se han diluido progresivamente con el correr del tiempo. Sin embargo, no negaré que me emocioné al seguir por TV su solemne asunción presidencial, de la cual hoy se cumplen 23 años. Alfonsín tuvo una presidencia muy zarandeada a nivel político-institucional y socioeconómico. En 1999, con motivo de su grave accidente automovilístico, le escribí una nota de aliento y la deposité en la urna ad-hoc instalada por sus correligionarios en el Hospital Italiano. Pocas semanas después recibí una nota de agradecimiento, firmada por su esposa.
Cuando emití mi primer voto "en serio", en mayo de 1989, decidí apoyar al candidato presidencial de la UCR, absteniéndome de emitir el "voto castigo" emitido por muchos sufragantes resentidos ante la difícil situación económica reinante, atribuida por muchas personas a una mala política económica implementada por el gobierno radical. Hace ya seis años que no voto a un dirigente radical y dudo hacerlo en las elecciones presidenciales de 2007. Empero, Alfonsín despertó mi conciencia política. Lo menos que puedo hacer es reconocerlo.

Tuesday, December 05, 2006

El fútbol y yo

Durante largos años fui "antifútbol". Criarme a cuatro cuadras de la Bombonera no me hizo simpatizar con Boca Juniors hasta hace escasos cinco o seis meses, cinco años después de dejar de vivir en La Boca (aunque no en la zona sur de la Capital Federal). Mi abuelo paterno vivió 46 de sus 85 años en Lanús, de cuyo club atlético y plantel futbolístico fue socio y simpatizante vitalicio. Teniendo yo unos siete años, acompañé a mis padres, hermana y abuelos paternos a ver un partido en cancha de Lanús. A los nueve años, alentaba a Independiente (con gran beneplácito de mi padre, que una noche me llevó a la cancha de Independiente). Incluso ilustré una carátula de cuaderno escolar con el dibujo de un chico vestido con los colores de Independiente y una botella de Coca-Cola en la mano. Sin embargo, lo hacía, ante todo para complacer a mi progenitor (¿qué niño no imita algo de su padre?), pues por entonces no era futbolero. En el verano de 1992, acompañé a mis padres y hermana (con quienes vacacionaba en Villa Gesell) a Mar del Plata, en cuyo monumental estadio mundialista presenciamos un "superclásico" estival entre Boca y River, en deferencia al fanatismo por Boca a la sazón experimentado por mi hermana, quien posteriormente lo superó. En 1993-1994, compartía cándidamente las simpatías de mi padrino por Argentinos Juniors, aunque sin volverme realmente "futbolero". En 1995 acompañé una noche al hijo de mi madrina, apasionado simpatizante de River, a presenciar in situ una actuación de su equipo favorito en cancha de Vélez. Durante mi breve periodo de residencia en Núñez (1998) decidí alentar a River, aunque más por "seguro de vida" que por afición al soccer.
Recuerdo vagamente el mundial de fútbol de 1978, disputado a mis ocho años de edad, indignándome años después por su execrable intencionalidad política. Recuerdo vagamente el triunfo argentino en el Campeonato Mundial Juvenil de Fútbol disputado en Japón en 1979, con un jovencísimo Diego Armando Maradona incluido en nuestro plantel. Durante el mundial de fútbol de 1982, debí guardar cama unos diez días, matizando mi aburrimiento con carcajadas provocadas por los desopilantes cánticos mundialistas puestos por Caloi en boca de su inefable Clemente. Sin embargo, nuestro país estaba recuperándose del mal trago de Malvinas y no era momento para fútbol. Durante el mundial de fútbol de 1986, suscitaba las bromas de mis compañeros del secundario con mi reticencia a seguir por TV las brillantes actuaciones del seleccionado argentino de la época (aunque vi la final y me alegré con la victoria de nuestro plantel). Durante los mundiales de 1994 y 2002 me limité a seguir las mediocres actuaciones de nuestros representantes, impulsado por una suerte de "mandato patriótico". Durante el mundial de 1998, prefería (en vez de ver los partidos) practicar, recluido en mi habitación, los ejercicios de meditación de tipo hindú prescritos por el doctor Alberto Lóizaga, mi extravagante psicoterapeuta de la época. Realizaba uno de ellos mientras mi padre y un amigo suyo presenciaban en TV la eliminación del equipo argentino en el mundial de Francia. Concluidas mi meditación y el partido, me dirigí a ambos exclamando desafiantemente: "Se terminó el mundial".
Así llegamos al mundial de 2006. Conociendo mis escasas simpatías por el soccer, me dispuse a seguir la actuación del equipo argentino más por compromiso que por deseo . No entendía cómo mis compatriotas podían embelesarse con un seleccionado desplazado por el campo de juego con una rigidez digna de una figurilla de metegol. El equipo argentino quedó fuera de la Copa del Mundo.
Era de esperar que me olvidase del fútbol. Pero no fue así. Durante la última semana del mundial de 2006 se produjo en mí una impredecible metamorfosis. Me volví futbolero, así de golpe. Caí enfermo y debí guardar cama durante tres días. Para no aburrirme, seguí por TV los últimos partidos de la Copa del Mundo. Y después la Copa Libertadores, la Copa Sudamericana, el Torneo Apertura, la Primera B...¡hasta la Primera D! Me convertí en un decidido simpatizante de Boca. Hoy ornamentan mi habitación un reloj y un gran banderín con los colores xeneixes y mi llave de casa cuelga de una minipelota con los colores de Boca. Me compré las remeras de Boca y la Selección Nacional. Simpaticé repentinamente con unos cuantos equipos más. Ni yo me la creía.
El fútbol es una hermosa adicción. Y aunque se diga que las adicciones son malas, bienvenida sea.

Sunday, December 03, 2006

Democracia, divino tesoro

En la calurosa mañana del 3 de diciembre de 1990, quien suscribe, a la sazón de veinte cándidos abriles, avanzaba sobre el centro porteño a bordo de un colectivo, cuya radio informaba sobre un levantamiento militar en el Regimiento 1 de Patricios, con asiento en Palermo. ¿Una intentona golpista? Parecía increíble que los amotinados de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli no se hubiesen conformado con las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final arrancadas a Alfonsín y el indulto obtenido de Menem. Parecía increíble que ciertos militares quisieran impeler a la minúscula extrema izquierda argentina a reeditar el episodio de La Tablada. Pero así era, nomás. Liquidé rápidamente mis asuntos en el centro y me refugié preventivamente en mi casa de La Boca, inquieto ante los sucesivos partes periodísticos, que daban cuenta de los disparos de armas de fuego intercambiados entre los facciosos y el ejército regular. En horas de la tarde, sendas aeronaves militares sobrevolaban ruidosamente mi zona de residencia. La radio informó que el presidente Menem había ordenado el bombardeo aéreo de la unidad castrense amotinada.
Los rebeldes se rindieron. A diferencia de lo sucedido en Semana Santa, se había podido liquidar el asunto en pocas horas y sin conmociones estremecedoras a nivel social, castrense e internacional. Entre las víctimas fatales del levantamiento figuraba el amotinado coronel Luis Enrique Baraldini, quien, como expresase hace hoy un año vía e-mail, había firmado mi constancia de excepción al servicio militar en mi primer DNI de votante. Pocos días después, la revista Gente publicaba la versión castellana de un artículo del estadounidense Robert Potash (reconocido estudioso de la problemática cívico-militar argentina del siglo XX), quien definía el levantamiento del Regimiento 1 de Patricios como el fin de los "carapintadas", los polémicos militares responsables (junto a sus líderes Aldo Rico y Mohammed Alí Seineldín) de los levantamientos de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli.
En vísperas de su joven séptimo aniversario, se había impuesto una dura prueba a la democracia instaurada en 1983. Dieciséis años después, esta última parece amenazada por el errático discurso hegemonizante del matrimonio presidencial y sus cuestionables ambiciones de poder, que imponen un injusto ostracismo político a ciertos correligionarios honestos y competentes, como José Manuel de la Sota o Florencio Randazzo. Si el despliegue del ejército regular pudo detener a los amotinados de 1990, bien puede el electorado llamar al orden al presidente Kirchner y su señora esposa. Lamentablemente, ello no promete ser así. Dieciséis años atrás, unos pocos efectivos militares derrotaron rápidamente a sus sediciosos colegas. Actualmente, la fuerza de millones de votos parecería incapaz de poner coto al voraz apetito de ciertos dirigentes civiles.