Sunday, December 30, 2007

Barco a la deriva

El 30 de diciembre de 2004 (hace hoy tres años), el local bailable porteño República de Cromañón fue arrasado por un pavoroso incendio, con un saldo de 194 víctimas fatales, mayoritariamente jóvenes. Pronto se demostró que el local siniestrado había infringido (como la mayoría de los locales bailables porteños) las normas comunales de seguridad de seguridad para los locales de su ramo, con la presunta connivencia de los inspectores del Gobierno de la Ciudad. Fue el principio del fin de la gestión el entonces Jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, reelecto hacía poco más de un año. Interpelado por la Legislatura porteña,Ibarra fue destituido a principios de 2006. Ello no le impediría permanecer en la órbita comunal como diputado de la Ciudad. El vencedor de Domingo Cavallo y Mauricio Macri sufría así una derrota morigerada.
Cromañón constituye un ejemplo de modalidad atípica de destitución de autoridades medianamente legítimas en la Argentina. A Ibarra no lo desplazó un pronunciamiento cívico-militar (como a Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas y Miguel Ángel Juárez Celman), ni un golpe militar (como a Hipólito Yrigoyen, Ramón Castillo, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Illia y María Estela Martínez de Perón), ni un pronunciamiento popular (como a Fernando De la Rúa). Se inauguraba sí otro estilo de desplazamiento de figuras gubernamentales.
La caída de Ibarra y su causal aparentemente fútil revelan la precariedad de las instituciones republicanas en la Argentina, pese al casi cuarto de siglo de vigencia ininterrumpida de nuestra actual democracia. Pero una democracia ininterrumpida no es necesariamente sinónimo de república consolidada. La Argentina actual tiene una democracia fuerte, pero también una república débil, jaqueada por la terca persistencia de un personalismo político cuasi-bicentenario, remontable, como mínimo, a la era rosista. Esto último ha impedido consolidar en nuestra patria el sólido andamiaje institucional instaurado circa 1830 en Chile, que el interregno pinochetista apenas desestabilizó. Desde esa perspectiva, Cromañón fue mucho más que un simple accidente. Reveló la endeblez de nuestra república, la existencia de una distorsión aparentemente irreversible de nuestros sistemas de valores, la debilidad de nuestros vínculos comunitarios, la persistencia de nuestra visión histórica cortoplacista, egoísta y hedonista. Quizás aún necesitemos largos años para revertir debidamente ese complejo cuadro de situación. Y quizá necesitemos aún más tiempo para ello si no nos decididimos de buenas a primeras a rectificar tan desagradable rumbo. Y quizá no lo rectifiquemos nunca, corriendo, por ende, el riesgo de hacer encallar la nave de nuestra historia. Como el barco de E la nave va, la inolvidable película de Federico Fellini, sorprendido en alta mar por el estallido de la Primera Guerra Mundial, Cromañón nos recordó la existencia de una Argentina equiparable a un navío a la deriva.

Sunday, December 23, 2007

Navidad trágica

En vísperas de la Navidad de 2001, los argentinos no teníamos motivos de jolgorio. La economía no lograba superar su prolongado estancamiento, iniciado en 1995 con el "efecto tequila". El default era inminente. La desocupación batía récords históricos. El gobierno de turno (iniciado como un gobierno de coalición) ya ni siquiera era un gobierno. Su inoperancia era aterradora. Nuestro país vivía horas sombrías.
En los días 19 y 20 de diciembre, la situación estalló. Un pueblo hastiado ganó las calles y no vaciló en apelar a la violencia para manifestar su hartazgo. Durante doce años, la Argentina había pagado un costo insufrible por un saludable cambio de mentalidad y estructura. Había llegado la hora de innovar sin expoliar.
La Navidad de 2001 no fue una feliz Navidad, tal como las Pascuas de 1987, empañadas por el primer pronunciamiento carapintada, no habían sido unas felices Pascuas, pese a lo sostenido por el presidente Raúl Alfonsín desde los balcones de la Casa Rosada, cuando un histórico Domingo de Resurrección declinó a la par del alzamiento castrense. En apenas dos semanas el Sillón de Rivadavia tuvo cinco ocupantes (Fernando De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Caamaño y Eduardo Duhalde), teóricamente suficientes para veinte años de estabilidad institucional.
Quien suscribe, atrincherado ante un televisor sintonizado en su departamento, intentaba tranquilizar a Alfredo, su lúcido abuelo paterno, de 83 años, actualmente extinto, quien telefoneó a su nieto de 31 abriles en procura de sosiego, alarmado ante los dramáticos sucesos documentados por los mass media-basura heredados de la década menemista. Por la memoria de Alfredo debían desfilar los golpes y pronunciamientos militares del siglo XX argentino, de los que mi abuelo fuese testigo. Pero en diciembre de 2001 no había militares derrocando gobiernos constitucionales y proscribiendo partidos políticos. Había un pueblo expulsando a un gobierno avalado hacía poco más de dos años por más de siete millones de votos emitidos en comicios intachables. Según una fuente periodística, Antonio De la Rúa, durante una angustiosa reunión en la Casa Rosada, había equiparado la inminente caída de su padre con el derrocamiento de su correligionario Arturo Illia, siendo refutado en los siguientes: "A Illia lo volteó Onganía, Antonito. ¿No ves que a nosotros nos está volteando el pueblo?"
Sí, la Navidad de 2001 no fue una feliz Navidad. Difícil que lo fuese en medio de la gravísima situación socioeconómico y político-institucional a la sazón cernida sobre la república. Difícil comprar regalos y manjares en hogares azotados por la desocupación y subocupación. Difícil comprarlos con las extracciones bancarias limitadas a 250 pesos semanales y los ahorros atrapados en el tristemente célebre "corralito". Difícil comprárselos alegremente a comerciantes constreñidos a aceptar el pago en patacones, lecops, las flamantes tarjetas de débito, dólares o euros, asediados por el fantasma de la bancarrota, asistidos por empleados amenazados por el espectro de una cesantía insuperable o por hijos momentáneamente imposibilitados de conseguir empleos más convencionales e impelidos a considerar seriamente la posibilidad de emigrar en busca de mejores horizontes. Difícil brindar con alegría con el Congreso Nacional atacado por hordas enfurecidas y un Rodríguez Saá consiguiente impelido a dar por finalizada su efímera presidencia. No, aquella no fue una feliz Navidad.
Seis años después, la situación es muy distinta. La economía crece a buen ritmo desde hace casi cinco años, ininterrumpidamente. El neoliberalismo parece haberse convertido en cosa del pasado. La gente tiene trabajo, dinero para consumir y motivos para celebrar. La Navidad de 2007 promete ser una feliz Navidad. La pregunta cruel es: ¿hasta cuándo durará esa buena tendencia? El tiempo dirá.

Wednesday, December 19, 2007

La esperanza nunca es vana

En los días 19 y 20 de diciembre de 2001, muchos argentinos se pronunciaron contra los abusos del modelo socioeconómico neoliberal, cuyo cuestionamiento recordó el rechazo definitivo del golpismo militar (verificado durante la Semana Santa de 1987). Al recusar el golpismo y el neoliberalismo, muchos argentinos demostraron ser capaces de discernir cuándo convenía cerrar cada ciclo histórico.
El pronunciamiento popular de diciembre de 2001 marcó el final de una etapa. La política superó el estado de relativa hibernación que pareciera asignársele hacía doce años. Parecía haber resurgido el espíritu de las revoluciones de 1890, 1893 y 1905, de la Semana Trágica, del 17 de Octubre, del Cordobazo. Muchos argentinos volvían a ganar la calle, ya no en respuesta a la convocatoria de líderes congregantes, sino de motu propio, revelando un insospechado grado de madurez cívica.
A seis años de esas indelebles jornadas, la esperanza sigue animando (con sorprendente perdurabilidad) el espíritu de un pueblo otrora sumido en el pesimismo o la indiferencia. La ingenuidad es desaconsejable. Pero, como bien escribiera décadas atrás el nunca bien ponderado Jorge Luis Borges, la esperanza nunca es vana. En vísperas de una nueva conmemoración del natalicio de Jesús de Nazaret (que a casi dos milenios de su muerte sigue siendo una luz de esperanza para millones de seres humanos), conviene recordar cómo, en la castigada Argentina de hace apenas un sexenio, resurgió la confianza en el futuro de nuestra patria.

Sunday, December 16, 2007

Columna light (III)

¿La telenovela política de este fin de año? La remake de El camionero y la dama. Hace apenas seis días que Cristina Fernández se calzó la banda presidencial y el guarango de Hugo Moyano ya insinuó que no se la haría tan fácil. Convengamos que nuestra flamante presidenta no tiene un carácter particularmente apacible. En su discurso inaugural, la señora advirtió que no regalará nada. Con ella en la Rosada los docentes deberán enseñar, los estudiantes deberán estudiar, los empresarios deberán ser honestos y los sindicalistas no deberán tomar para el churrete a la nueva inquilina de Balcarce 50. La relación con Uruguay seguirá siendo buena, pero no puede ser que el gobierno de Montevideo permita que Botnia envenene la atmósfera de Fray Bentos y Gualeguaychú con olor a huevo podrido, aunque los habitués de Punta del Este abarroten los Buquebús con sus poderosas 4 x 4. La nueva ocupante del Sillón de Rivadavia es una típica mujer de nuestro tiempo: de armas tomar. Los hombres de la actualidad pintan mal barajados. Ha sonado, para bien o mal, la hora de las féminas. En las elecciones del 28 de octubre, siete de cada diez votantes sufragaron por candidatos presidenciales de sexo femenino, situación que haría las delicias de la finada Simone de Beauvoir. Ya terminó la hora de las Cenicientas: el zapato de cristal calzó a la perfección y empieza la hora de las princesas. Los hombres, chochos de la vida: ya no se les exige que sean los supermachos de otros tiempos. Pueden ir a jugar al Fútbol 5 mientras sus mujeres trabajan todo el día y, cuando vuelven a sus hogares, sus solícitos cónyuges las esperan con la casa impecable y la cena lista.
El siglo XXI promete ser un siglo interesante. Mujeres que mandan, hombres que las dejan hacer. La mujer afgana quema su burka en la cara del talibán caído en desgracia. Su congéner iraní hace notar que el ayatolá murió hace tiempo y que sus compatriotas varones no pueden seguir tratándola como la cortesana de un sultán del siglo VIII. ¿Y por casa cómo andamos? Bien, gracias, no podemos ser menos, estamos por estrenar el año 2008, no el año 1930. Ya se acabó la hora de las amas de casa full time, de las maestras normales, de las esposas sumisas, de las monjas de clausura. Este es el tiempo de las presidentas, de las gobernadoras, de las ministras, de las gerentes de multinacional. Con sus blancos tailleurs cruzados por sus colores patrios, Cristina Fernández y Michelle Bachelet demuestran quién lleva puestos los pantalones. Los Moyano, como es lógico, se sienten ofuscados. Los Antonini Wilson (con sus valijas repletas de dólares ingenuamente exhibidos ante los aduaneros) demuestran que el varón actual puede llegar a estar más perdido que turco en la neblina. No es para menos. Su compañera está pasándole una abultada factura en concepto de siglos de sojuzgamiento. ¿Se la podrán pasar sus compañeros de acá a un tiempo? Parece dudoso: los intereses prometen ser dignos del FMI. Mejor prepararse: las féminas cacharon la manija sin asco.

Friday, December 14, 2007

Columna light (II)

2007 cierra con cambios. En la Casa Rosada, la pingüina desplaza al pingüino. En la Capital Federal, el carilindo ex presidente de Boca reemplaza la kipá de la calvicie de su judaico predecesor. En Buenos Aires, el ingeniero agrónomo cede el sillón de Dardo Rocha al motonauta frustrado devenido en exitoso dirigente político. En Santa Fe, la patria socialista desplaza a la patria peronista. En Lanús, Manolo Quindimil ve pulverizarse su imagen de intendente vitalicio: ya puede ir a concluir alegremente sus días en un centro de jubilados y pensionados de Gerli. Sergio Massa reemplaza los expedientes del ANSES por las lodosas aguas del Delta. Antes de los cuarenta años, un profesional exitoso asume la nada envidiable titularidad del Palacio de Hacienda. Y la lista podría prolongarse. Pero, como diría el nunca bien ponderado Bernardo Neustadt, la dejamos allí.
2007 cierra con cambios. Los cambios suelen (inicialmente) suscitar una cierta desconfianza. ¿Por qué cambios? ¿No estaban bien las cosas como estaban? Puede que sí, pero el cambio es el motor de la Historia. ¿Se imaginan el mundo actual sin computadoras y telefonía celular? ¿Quién iría hoy a cazar mamuts para el almuerzo, a cruzar el Atlántico en una carabela, a volar en un dirigible? ¿Internet y notebooks? Muy bueno. ¿Y por qué no comida y casa para toda la Humanidad? ¿Por qué no una cura para el SIDA y el Alzheimer? ¿Y si no hubiera más guerras? ¿Por qué no esos cambios? Tal vez pida demasiado. Pero es evidente que aún faltan ciertos cambios.
Pero bueno, prometí columnas light y ya estoy rumbeando para el lado de la fatigosa seriedad. Hay que ir haciendo la lista de compras de fin de año. Agarre el changuito, señora, señorita. Camine y pregunte, como aconsejaba la inolvidable Lita de Lazzari. ¿Leche, queso, fruta, yogur? Muy bueno. Y no olvide la sidra, la fresitas, el champán, el ananá-fizz, el pan dulce, el turrón, las garrapiñadas, las nueces, las almendras, etcétera. Niños y niñas de mi patria: a escribir las cartitas para Papá Noel y los Reyes Magos. Pero eso sí, moderación, que después llega la cuenta de Visa y a vuestros progenitores les agarra la taquicardia al ver la factura de su tarjeta de crédito. No olviden el agua y el pastito para los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar. Platónicos adolescentes: olvídense de los Reyes. Ya están grandecitos para pretender que estacionen sus cabalgaduras en las puertas de vuestras casas. ¿Quieren huir del tedioso rito familiar tras el consabido brindis de las doce? Muy bien, pero no salgan a correr picadas en sus motos si se van de mambo con el chupi. Es la única forma de asegurarse la Navidad de 2008.

Wednesday, December 12, 2007

Columna light (I)

Columna light. Sí, damas y caballeros. Leyeron bien. Estamos en diciembre, hace calor, estoy cansado de hilvanar pensamientos serios. Es época de dar alguna tregua a las neuronas. El ocio también es una necesidad humana, incluso para quienes podemos atribuirnos el pomposo rótulo de "intelectuales". Si Ernest Hemingway podía bajarse 62 margaritas al hilo en Cuba, entre capítulo y capítulo de El viejo y el mar, bien puedo yo dejarme por un tiempo de abrumar esta pantalla de vocablos pedantes. Que bien pueden no interesar un rábano al ciudadano promedio, que, obviamente, no está leyendo esta página. Está (como diría el difunto Richard Nixon) sorbiendo cerveza y comiendo sus pretzels, al mejor estilo Homero Simpson. Estos son tiempos light, damas y caballeros. Hoy no se da la vuelta al mundo en tres años, como Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano allá por 1520. Hoy se la da en dos días a bordo de un Airbus para 840 pasajeros, principescamente atendido por bellas azafatas. Hoy no se cruzan los Andes a lomo de burro, como el general San Martín en 1817. Se los cruza a bordo de un avión de Lan Chile, solícitamente asistido por guapísimas aeromozas chilenas. Los incontables discos de pasta de Gardel hoy caben cómodamente en dos MP3. Mientras disfrutamos de un buen café en el bar de la esquina, la pantalla de TV pone una saludable distancia entre los horrores del mundo y los televidentes. En Argelia habrán volado por los aires dos edificios de las Naciones Unidas. En Pakistán habrán suspendido las garantías constitucionales. La guerrilla colombiana no dará tregua. Cada vez asaltarán más jubilados en el Gran Buenos Aires. Todo queda dentro de la caja boba, mientras nos atienden como a duques unas bellas camareras.
Se dirá que estamos alienados. Los filósofos de café, acorralados por los fanáticos del chateo, del celular y del SMS, voraces consumidores de créditos para banalidades. Los estudiantes secundarios, colgados al MP3 de Divididos mientras un abnegado pedagogo intenta adentrarlos en los misterios del álgebra, de los Habsburgo y de Jorge Luis Borges. Colas de media cuadra para ver Beowulf y dos gatos locos para ver una película franco-iraní en el Arteplex Centro. Millares de teleespectadores pegados a la pantalla que vomita Patinando por un sueño y unos pocos intelectualoides intentando descifrar a Marx o Max Weber. "Pobrecito, Don Culturoso/Se quedó solo con su librito", decía el difunto Roberto Galán allá por 1988. Estos son tiempos light. Hay que vender mucho best-seller norteamericano para financiar la reedición de las obras completas de Cortázar. Estos son tiempos light. Quienes la vamos de intelectuales no lo queremos entender. Así nos estamos quedando: a solas con nuestras miserias.

Tuesday, December 11, 2007

Héroes necesarios

El 11 de diciembre de 1890, hace hoy 107 años, Carlos Gardel veía la luz en su Toulouse natal. Hijo de madre soltera y pobre, moriría convertido en una leyenda. Iniciado como cantante en ambientes modestos, Gardel dejaría este mundo como una estrella admirada en ambas márgenes del Atlántico. Su trágica defunción daría origen a un mito. A lo largo de las décadas posteriores a su deceso, sus grabaciones se escucharían innumerables veces, se referirían reiteradamente sus detalles biográficos y su figura (impecablemente ataviada y engominada) se reproduciría hasta el hartazgo. Gardel sería el que "cada día canta mejor", el "Mudo", el "Morocho del Abasto", el "Zorzal criollo".
No fue el "m'hijo el dotor" soñado por tantos inmigrantes. Ello no le impidió ser ovacionado en plazas tan disímiles como Nueva York, París o Puerto Rico. Sus inciertos inicios profesionales no obstaculizaron su arrolladora consagración.
Su muerte lo elevó al altar argentino de santos laicos, paralelo al panteón de los héroes de la historiografía oficial, estos últimos coexistentes junto a los ídolos del argentino promedio. La pedantería del culto al prócer cohabitó con la sencillez del tributo rendido a figuras reverenciadas por el hombre de pueblo. A Gardel no se lo homenajeó desde palcos oficiales poblados de militares enfundados en uniformes de gala y obispos embutidos en severas sotanas. Se lo recordó como a un hijo de la calle catapultado hacia el reconocimiento internacional.
En la Argentina actual, el culto a las figuras históricas tradicionales se ve opacado por el homenaje a personalidades más cercanas al sentimiento popular. En los kioscos del microcentro porteño no se venden imágenes de San Martín, Belgrano o Sarmiento, aunque estos últimos aún sean motivo de análisis intelectuales y solemnes homenajes rituales. Los turistas adquieren postales con las imágenes de Gardel, de Evita, del Che Guevara y de Maradona. Esos son los héroes argentinos actualmente exportados al resto del orbe.
Se podrá aducir que esos son héroes negativos. ¿Pero acaso San Martín no engañaba a su mujer? ¿Acaso Sarmiento no fue un presidente separado? ¿Acaso Gardel no fue un bon vivant, como también lo sería, decenios después, Diego Armando Maradona? ¿Acaso el Che no sumó su talento al cuestionable régimen castrista? Ello no ha impedido su veneración por parte del argentino promedio y/o sus sucesivos gobernantes. Como bien decía Napoleón, incluso el Sol tiene sus manchas.
En 1979, Marlon Brando sostuvo que los héroes, aunque fuesen negativos, eran necesarios. La Humanidad ya experimentaba una cierta sed de figuras homenajeables en un antiguo Egipto propenso a divinizar a sus faraones, en una antigua Roma y un México precolombino proclives a endiosar a sus emperadores, en la Europa de los monarcas de origen supuestamente divino, en un bloque comunista regido por el culto a la personalidad de sus gobernantes. La Argentina no es ajena a esa tendencia. También tiene sus héroes, aunque no todos los argentinos acepten conceptuarlos como tales. Gardel es uno de ellos.

Monday, December 10, 2007

Perfume de mujer (IV)

Hoy, 10 de diciembre de 2007, la actual democracia argentina celebra sus veinticuatro años de vigencia ininterrumpida con la asunción de nuestro segundo presidente de sexo femenino. Durante el próximo cuatrienio, Cristina Fernández de Kirchner ocupará el Sillón de Rivadavia, bautizado en honor del personaje histórico que no incluyó a la mujer entre los beneficiarios de su ley de sufragio universal de 1821, en contraste con la ley de voto femenino promulgada en 1864 por el entonces gobernador sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento. Surgida de la ley Sáenz Peña (normativa electoral promulgada en 1912 por un presidente que tampoco atinó a establecer el sufragio femenino a nivel nacional, reglamentado 35 años después), nuestra flamante mandataria marca, con su asunción, un hito importante en la accidentada historia política de la mujer de nuestra patria.
Sin embargo, la mujer argentina aún debe superar, en el plano político, el mal de la "portación de apellido" (presente en figuras como Encarnación Ezcurra de Rosas, Alicia Moreau de Justo, María Eva Duarte de Perón, María Estela Martínez de Perón, María Julia Alsogaray, Hilda González de Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner) y sobresalir por mérito propio (como Adelina d'Alessio de Viola, Florentina Gómez Miranda, Elisa Carrió y Margarita Stolbizer). El fenómeno de la "portación de apellido" revela claramente cómo el enraizado machismo de la sociedad argentina obliga a la mujer de nuestra patria a subordinar su consolidación política a su vínculo con un encumbrado compañero de ruta. La asunción presidencial de la señora de Kirchner no debe inducirnos a pensar que la mujer argentina ha logrado realizarse plenamente en el terreno político, aún predominantemente masculino. Quizá aún deban transcurrir largos años para revertir plenamente dicha situación.

Monday, December 03, 2007

La muerte del golpismo

El 3 de diciembre de 1990, hace hoy 17 años, el coronel Luis Enrique Baraldini, jefe del Regimiento 1 de Patricios, perecía en un infructuoso alzamiento castrense. Con ello se ponía fin a sesenta años de golpismo. Por cuarta vez desde las épicas jornadas de la Semana Santa de 1987, el argentino promedio rechazaba ese añejo (e inescrupuloso) modus operandipolítico. En enero de 1989, Baraldini había firmado mi excepción al servicio militar en mi primer DNI de votante, que pocos meses después ostentaría su primer constancia electoral. El documento, emitido en 1987, albergaba pocos espacios para las firmas de los presidentes de mesa, como si el Registro Nacional de las Personas temiese nuevas interrupciones del sistema constitucional (como las registradas en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976) y que mi primera credencial cívica registrase tan pocas visitas a los centros de votación como la libreta cívica de mi madre y las libretas de enrolamiento de mi padre y mi abuelo, que no se posaron junto a ninguna urna entre las elecciones presidenciales de septiembre de 1973 y los comicios presidenciales de 1983. Si ese era el temor del emisor de mi DNI, el mismo era infundado. Si Baraldini pretendía hacerme correr la misma suerte que a mis mayores, le salió el tiro por la culata. El polémico militar murió tras haber estampado su firma en un DNI destinado a agotar, en menos de una década, sus espacios para constancias electorales. De no haber perecido, de haber podido seguir ejerciendo su profesión, la supresión de la conscripción obligatoria lo habría privado, pocos años después, de la posibilidad de seguir firmando constancias de excepción o cumplimiento del servicio de armas, de ordenar o consentir vejámenes perpetrados sobre conscriptos, como los que, en 1994, segaron la vida de Omar Carrasco y propiciaron la derogación de la ley Ricchieri. En 1996 debí entregar al Registro Nacional de las Personas mi primer DNI de votante (con la firma del finado Baraldini incluida, se sobreentiende), canjeando la rúbrica de un sedicioso por una credencial cívica generosamente dotada de recuadros destinados a albergar las firmas de los ejerzores de la nunca bien ponderada ocupación de presidente de mesa.
Con Baraldini murió la Argentina de los Uriburu, de los Aramburu, de los azules, de los colorados, de los Onganía, de los Videla, de los Galtieri, de los Rico y de los Seineldín. Su defunción fortaleció la Argentina del pueblo soberano, cansado de tanto atropello a la vida institucional de su patria. A 17 años de su muerte, no puedo sino recordar esa realidad sagrada, por fortuna aún vigente.