Tuesday, December 11, 2007

Héroes necesarios

El 11 de diciembre de 1890, hace hoy 107 años, Carlos Gardel veía la luz en su Toulouse natal. Hijo de madre soltera y pobre, moriría convertido en una leyenda. Iniciado como cantante en ambientes modestos, Gardel dejaría este mundo como una estrella admirada en ambas márgenes del Atlántico. Su trágica defunción daría origen a un mito. A lo largo de las décadas posteriores a su deceso, sus grabaciones se escucharían innumerables veces, se referirían reiteradamente sus detalles biográficos y su figura (impecablemente ataviada y engominada) se reproduciría hasta el hartazgo. Gardel sería el que "cada día canta mejor", el "Mudo", el "Morocho del Abasto", el "Zorzal criollo".
No fue el "m'hijo el dotor" soñado por tantos inmigrantes. Ello no le impidió ser ovacionado en plazas tan disímiles como Nueva York, París o Puerto Rico. Sus inciertos inicios profesionales no obstaculizaron su arrolladora consagración.
Su muerte lo elevó al altar argentino de santos laicos, paralelo al panteón de los héroes de la historiografía oficial, estos últimos coexistentes junto a los ídolos del argentino promedio. La pedantería del culto al prócer cohabitó con la sencillez del tributo rendido a figuras reverenciadas por el hombre de pueblo. A Gardel no se lo homenajeó desde palcos oficiales poblados de militares enfundados en uniformes de gala y obispos embutidos en severas sotanas. Se lo recordó como a un hijo de la calle catapultado hacia el reconocimiento internacional.
En la Argentina actual, el culto a las figuras históricas tradicionales se ve opacado por el homenaje a personalidades más cercanas al sentimiento popular. En los kioscos del microcentro porteño no se venden imágenes de San Martín, Belgrano o Sarmiento, aunque estos últimos aún sean motivo de análisis intelectuales y solemnes homenajes rituales. Los turistas adquieren postales con las imágenes de Gardel, de Evita, del Che Guevara y de Maradona. Esos son los héroes argentinos actualmente exportados al resto del orbe.
Se podrá aducir que esos son héroes negativos. ¿Pero acaso San Martín no engañaba a su mujer? ¿Acaso Sarmiento no fue un presidente separado? ¿Acaso Gardel no fue un bon vivant, como también lo sería, decenios después, Diego Armando Maradona? ¿Acaso el Che no sumó su talento al cuestionable régimen castrista? Ello no ha impedido su veneración por parte del argentino promedio y/o sus sucesivos gobernantes. Como bien decía Napoleón, incluso el Sol tiene sus manchas.
En 1979, Marlon Brando sostuvo que los héroes, aunque fuesen negativos, eran necesarios. La Humanidad ya experimentaba una cierta sed de figuras homenajeables en un antiguo Egipto propenso a divinizar a sus faraones, en una antigua Roma y un México precolombino proclives a endiosar a sus emperadores, en la Europa de los monarcas de origen supuestamente divino, en un bloque comunista regido por el culto a la personalidad de sus gobernantes. La Argentina no es ajena a esa tendencia. También tiene sus héroes, aunque no todos los argentinos acepten conceptuarlos como tales. Gardel es uno de ellos.

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