Sunday, November 11, 2007

Perfume de mujer (III)

El 11 de noviembre de 1951, hace hoy 56 años, la mujer argentina sufragó por primera vez en una elección nacional. Su incorporación al padrón electoral de su patria motivó que el presidente Juan Domingo Perón (reelecto gracias a la reforma constitucional de 1949) viese convertido su millón y medio de votos de 1946 (exclusivamente masculinos)en los cuatro millones de sufragios (emitidos por votantes de ambos sexos) que avalaron su segundo acceso al Sillón de Rivadavia. La instauración del voto femenino permitió que Ricardo Balbín obtuviese 2.4 millones de sufragios en los comicios presidenciales de 1951, crecimiento indudablemente notable respecto de los 325.000 votos obtenidos en 1916 por Hipólito Yrigoyen (reinstalado en la Casa Rosada por los 840.000 votos obtenidos por el caudillo radical en 1928),los 460.000 sufragios obtenidos por Marcelo Torcuato de Alvear en 1922 y el millón doscientos mil votos obtenido por la Unión Democrática en 1946, todos ellos enteramente varoniles. La mujer argentina daba así un paso trascendental hacia su incorporación a la vida cívica de su tierra natal.
Los golpes de Estado de 1955, 1962, 1966 y 1976 impidieron que la mujer argentina ejerciese regularmente, durante largos decenios, su derecho al sufragio, alcanzado tras décadas de penosa lucha. Todos los 11 de septiembre, los sucesivos regímenes de facto invocaban el nombre de Sarmiento sin recordar que este último había implementado, en 1864, siendo gobernador de San Juan, el voto femenino en su provincia natal, casi seis decenios antes de su implementación en la supuestamente más evolucionada democracia estadounidense, cuya presunta ejemplaridad palidece ante la prematura ley rivadaviana de sufragio universal de 1821. En la muestra fotográfica Votos argentinos, exhibida por estos días a orillas del canal de Puerto Madero, me conmovió ver la imagen de una ancianísima sanjuanina aguardando su turno para votar en 1934. La muestra también incluye la clásica y patética imagen de María Eva Duarte de Perón ejerciendo (por primera y única vez) su derecho cívico desde su lecho de enferma. Mi madre recién pudo empezar a votar regularmente en 1983, cuando mi progenitora ya contaba 46 años. Triste situación contrastable con el privilegio gozado, en lo referente a ese punto, por las mujeres argentinas de la generación de mi hermana, que vota regularmente desde 1991, cuando esta última recién tenía 19 años.
Por todo ello yo recomiendo que mis conciudadanas no se avergüencen de sufragar. Y, mucho menos, de enorgullecerse al percibir que la mujer argentina (privada durante generaciones del derecho a elegir gobernantes) posee ahora el derecho a ser elegida para gobernar, como lo demuestran claramente la reciente elección presidencial de la senadora nacional Cristina Fernández de Kirchner y la nada desdeñable performance comicial de la doctora Elisa Carrió, distinguida con el segundo lugar del ranking comicial de las elecciones nacionales del 28 de octubre del año en curso. El voto es sagrado. Y el voto femenino (cuya implementación en nuestra patria demandó largas décadas de dura polémica) quizá lo sea, por dicho motivo, aún más.

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