Monday, November 05, 2007

Bien ganancial

En noviembre de 1951, la enfermedad mortal de su segunda consorte, María Eva Duarte, frustró el sueño del general Juan Domingo Perón de compartir la fórmula presidencial con su esposa, que el polémico líder recién logró materializar con un pie en la tumba, al regresar a la Casa Rosada con su tercer cónyuge, María Estela Martínez, como vicepresidenta. A más de tres decenios del derrocamiento de esta última, la Argentina se dispone a presenciar la asunción presidencial de la sucesora y consorte de su actual mandatario saliente. Ese hecho revela que el peronismo, a más de sesenta años de su advenimiento, parece seguir conceptuando la cúspide del poder político como un bien ganancial, transformando a nuestra patria en una suerte de monarquía republicana, hereditaria y electiva. Como sucedía (salvando las distancias) en el Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo titular Maximiliano de Habsburgo legó la corona imperial (secundado por los encumbrados electores legales del emperador)a su nieto, el rey Carlos I de España. Con el agravante de que la senadora Cristina Fernández no ha recibido el poder presidencial de manos de un selecto órgano estatal (como le sucediese al ex presidente Eduardo Duhalde al ser elevado al Sillón de Rivadavia sin otro caudal de sufragios que 262 votos emitidos por la Asamblea Legislativa federal), sino de manos de ocho millones de votantes.
No es la primera vez que la Argentina asiste a una sucesión presidencial nepotista. En 1886 el presidente saliente Julio Argentino Roca colocó la banda presidencial a su concuñado Miguel Ángel Juárez Celman, depuesto en 1890 por la Revolución del Parque. En 1974 María Estela Martínez heredó la primera magistratura nacional de su esposo Juan Domingo Perón, siendo derrocada por un golpe militar en 1976. No creo que Cristina Fernández no pueda concluir su presidencia. Pero su consagración presidencial implica una nueva situación de sucesión nepotista, antecedente indudablemente cuestionable en términos ético-políticos. La tendencia nepotista del peronismo no se ha limitado al Poder Ejecutivo Nacional. La sucesión nepotista de los Saadi y los Juárez, que causó mucho daño a Catamarca y Santiago del Estero, concluyó en sendas intervenciones federales y, en el caso catamarqueño, en reiteradas derrotas electorales del peronismo. No pretendo equiparar a Cristina Fernández con la viuda de Perón (seguramente mucho menos idónea que nuestra futura mandataria). Tampoco intento compararla con la inescrupulosa dinastía Saadi. Pero no puedo sino desaprobar su elección. El ex presidente estadounidense Bill Clinton concluyó su mandato a principios de 2001. Su esposa ha tenido el buen tino de esperar seis años para aspirar a suceder al actual primer mandatario de su patria. Este último, a su vez, recién lanzó su candidatura presidencial ocho años después de la finalización del mandato presidencial de su señor padre. La actual Argentina recuerda en ese sentido a la India, cuyo premier Jawaharlal Nehru fue sucedido en su cargo por su hija Indira Gandhi y, a la muerte de esta última, por su nieto Rajiv, cuyo asesinato puso fin a 43 años de sucesiones nepotistas en el máximo cargo del Poder Ejecutivo Nacional indio.
Ese tipo de situaciones me indujo, en los recientes comicios presidenciales argentinos, a abstenerme de votar por la senadora Cristina Fernández. Creo haber actuado correctamente. El tiempo me dará o no la razón.

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