Monday, December 03, 2007

La muerte del golpismo

El 3 de diciembre de 1990, hace hoy 17 años, el coronel Luis Enrique Baraldini, jefe del Regimiento 1 de Patricios, perecía en un infructuoso alzamiento castrense. Con ello se ponía fin a sesenta años de golpismo. Por cuarta vez desde las épicas jornadas de la Semana Santa de 1987, el argentino promedio rechazaba ese añejo (e inescrupuloso) modus operandipolítico. En enero de 1989, Baraldini había firmado mi excepción al servicio militar en mi primer DNI de votante, que pocos meses después ostentaría su primer constancia electoral. El documento, emitido en 1987, albergaba pocos espacios para las firmas de los presidentes de mesa, como si el Registro Nacional de las Personas temiese nuevas interrupciones del sistema constitucional (como las registradas en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976) y que mi primera credencial cívica registrase tan pocas visitas a los centros de votación como la libreta cívica de mi madre y las libretas de enrolamiento de mi padre y mi abuelo, que no se posaron junto a ninguna urna entre las elecciones presidenciales de septiembre de 1973 y los comicios presidenciales de 1983. Si ese era el temor del emisor de mi DNI, el mismo era infundado. Si Baraldini pretendía hacerme correr la misma suerte que a mis mayores, le salió el tiro por la culata. El polémico militar murió tras haber estampado su firma en un DNI destinado a agotar, en menos de una década, sus espacios para constancias electorales. De no haber perecido, de haber podido seguir ejerciendo su profesión, la supresión de la conscripción obligatoria lo habría privado, pocos años después, de la posibilidad de seguir firmando constancias de excepción o cumplimiento del servicio de armas, de ordenar o consentir vejámenes perpetrados sobre conscriptos, como los que, en 1994, segaron la vida de Omar Carrasco y propiciaron la derogación de la ley Ricchieri. En 1996 debí entregar al Registro Nacional de las Personas mi primer DNI de votante (con la firma del finado Baraldini incluida, se sobreentiende), canjeando la rúbrica de un sedicioso por una credencial cívica generosamente dotada de recuadros destinados a albergar las firmas de los ejerzores de la nunca bien ponderada ocupación de presidente de mesa.
Con Baraldini murió la Argentina de los Uriburu, de los Aramburu, de los azules, de los colorados, de los Onganía, de los Videla, de los Galtieri, de los Rico y de los Seineldín. Su defunción fortaleció la Argentina del pueblo soberano, cansado de tanto atropello a la vida institucional de su patria. A 17 años de su muerte, no puedo sino recordar esa realidad sagrada, por fortuna aún vigente.

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