Wednesday, November 21, 2007

De Trieste a San Marino. Un mosaico adriático

A continuación puede leerse una síntesis no textual de la conferencia "De Trieste a San Marino. Un mosaico adriático", pronunciada por la Lic.Susana Spiegler, especialista en Historia del Arte, en la sede central de la Dante Alighieri, sita en Tucumán 1646, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el día 20 de noviembre de 2007.

Lic.Susana Spiegler: Entre Trieste y San Marino coexisten vestigios de distintas épocas históricas (los imperios romano y austro-húngaro, el Renacimiento).
Trieste es una ciudad con una fisonomía particular. Encrucijada de pueblos antiguos y puerto austro-húngaro, Trieste, que fascinó a James Joyce, rezuma una sensación de bienestar y melancolía. En ella podemos recorrer el "Barrio Teresiano", que debe su nombre a María Teresa, la famosa emperatriz austríaca dieciochesca. En ella coexisten pacíficamente una iglesia neoclásica católica y una iglesia ortodoxa griega. Como ciudad portuaria, Trieste se ha visto jaqueada, desde circa 1960, por la preferencia por Génova.
En su núcleo medieval, Trieste alberga la basílica de san Justo, patrono de la ciudad, fruto de la unión de dos basílicas paleocristianas, cuya capilla conjuga los estilos adriático y bizantino. Se trata de una basílica románica, tenuemente iluminada, decorada con antiquísimos frescos, de trazos ingenuos, con imágenes relativas a la Virgen María y la rica historia eclesiástica tridentina.
Un tranvía a cremallera permite recorrer cómodamente la urbe, donde se sitúan numerosas grutas, entre las que descuella la llamada "gruta gigante", de 100 metros de profundidad, abierta al público. La cercanía geográfica con la ex Yugoslavia explica el uso indistinto de las lenguas italiana y eslovena.
En Trieste también se destaca el castillo erigido por Maximiliano de Habsburgo, gobernador general del reino lombardo-véneto, en honor de su esposa Carlota de Bélgica. Dotado de un parque en terrazas, el castillo, cantado por Giousuè Carducci, testimonia en suelo italiano los gustos de la corte vienesa de Francisco José. Allí pueden visitarse los aposentos que Carlota y Maximiliano dedicaban al estudio de la lengua castellana, hablada en el áspero México decimonónico, donde Napoleón III pretendía instaurar un imperio regido por Maximiliano. El castillo alberga el romancero español utilizado por la augusta pareja como libro de texto. También cobija un cuadro que refleja la partida de Carlota y Maximiliano hacia su infausto destino mexicano. Una de las habitaciones del castillo ostenta ornamentaciones japonesas. La biblioteca del castillo alberga 7000 volúmenes y manuscritos renacentistas.
Alejándonos de Trieste llegamos a Ravena, capital del agónico imperio romano occidental del siglo V, ciudad bizantina y sede imperial romano-germánica. Sus mosaicos testimonian la primera etapa dorada del arte bizantino (siglos V y VI). Su "baptisterio neoniano" y el mausoleo de Gala Placidia denotan una cierta inspiración romana. En la iglesia de san Vitale pueden admirarse los célebres mosaicos con las imágenes de Teodora, Justiniano y su cortejo, sustitutivas de las clásicas figuras de Jesús y los Apóstoles. No podemos dejar de mencionar el mausoleo de Dante Alighieri, quien escribiera en Ravena gran parte de su inmortal Divina Comedia.
Ferrara, plasmada en el siglo XX en la pintura metafísica de Giorgio De Chirico, es un invaluable testimonio de la Italia renacentista. El castillo de la familia Del Este nos recuerda el poderío de esta última durante los siglos XIII y XIV. Ferrara denota una suntuosidad condenada en su época por Girolamo Savonarola, enemigo del lujo de las cortes renacentistas. Ferrara también acusa la fusión entre el damero y la ciudad medieval y alberga unas 20.000 piezas de cerámica greco-etrusca.
En la catedral de Ferrara, edificio de estilo gótico-lombardo con un acceso custodiado por estatuas medievales de animales, pueden admirarse frescos profanos de pintores ferrarenses del siglo XIV, cultores del estilo desusadamente severo promovido por Corso Del Este.
Mantua nos recuerda el poderío de los Gonzaga, cuyo palacio ducal (con sus más de 500 habitaciones, patios, corredores, plazas y salas) sólo ha sido superado, en lo referente a su tamaño físico, por el Vaticano. Allí se estrenaron las primeras óperas de Monteverdi. En la vegetación circundante se destaca la presencia de nenúfares japoneses. Siguiendo nuestro recorrido llegamos a Pesaro, ciudad natal de Rossini y antiguo dominio del duque de Urbino.
Urbino, terruño del inmortal Rafael Sanzio, es una ciudad de aspecto armonioso, que, según se cree, Federico de Montefeltro convirtió en una Atenas italiana. Es de destacar la presencia de torres cónicas de ladrillos elaborados con la excelente arcilla de la región. Se supone que Federico de Montefeltro dotó a Urbino de la primer corte moderna, instalada en un palacio decorado por artistas como Piero della Francesca o Paolo Uccello. El estilo de la construcción denota la impronta de Filippo Brunelleschi y León Battista Alberdi.
En Rimini, ciudad natal del inolvidable Federico Fellini, se yerguen el castillo de los Malatesta (inmortalizado por Dante), el panteón de Segismondo Pandolfo Malatesta y el Gran Hotel incluido entre las imágenes de Amarcord.
Cerca de Rimini puede visitarse la pequeñísima república independiente de San Marino, habitada desde la Prehistoria, convertida en nación soberana por Marino circa 390, codiciada por los señores y papas del siglo X, presuntamente codiciada por Napoleón I, asolada por piratas sarracenos y normandos, protectora de Garibaldi y de seres humanos azotados por la Segunda Guerra Mundial. Así concluye nuestro bello periplo adriático.

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