Wednesday, January 24, 2007

Yo no me olvido de Cabezas (versión 2007)

En enero de 1997, durante una plácida estadía en las playas uruguayas, me enteré del asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, perpetrado en el exclusivo balneario bonaerense de Pinamar. Pocos días después, ya de regreso en la capital argentina, me encontré con una sociedad movilizada por el crimen, al cual parecía estar allegado lo más rancio del jet-set menemista. En sendos afiches, figuras como Mercedes Sosa y Adrián Suar posaban para la cámara, junto al lema Yo no me olvido de Cabezas, rápidamente devenido en un clásico slogan. El índice acusador definía al controversial empresario telepostal Alfredo Yabrán como el autor intelectual del homicidio. No pretendo refrescar muchos detalles fácticos. Como es bien sabido, Yabrán cayó rápidamente en desgracia. No pudo participar de la licitación por el Correo Argentino, otorgado en concesión al grupo Macri. A fines de 1997, Clarín informaba en primera plana que el cuestionado magnate había vendido todas sus empresas al Exxel Group. Finalmente, promediando el año siguiente, Yabrán se suicidó para evitar ser arrestado y encarcelado.
En 1997 el país atravesaba una situación difícil. El flanco débil del programa económico menemista había quedado en evidencia con el impacto negativo propinado a la economía argentina por el llamado efecto tequila, producto de la devaluación mexicana de diciembre de 1994. La reforma constitucional de este último año había permitido la cómoda reelección del presidente Carlos Menem en mayo de 1995 (a la que hoy lamento haber contribuido). En julio de 1996, la crisis imperante había impelido al líder riojano a destituir a su muy cuestionado ministro Domingo Cavallo, titular de la cartera de Economía y Obras y Servicios Públicos, que Menem confirió al presidente del Banco Central, doctor Roque Fernández, cuyo tono conciliador no se tradujo en la necesaria revisión de la política económica del gobierno de turno. Se sucedían las quiebras y reestructuraciones de diversas firmas empresariales, con la consiguiente eliminación de numerosas fuentes de trabajo. Durante 1997, la oposición política, aprovechando la confusión reinante, organizaría la tristemente célebre Alianza, cuyos éxitos electorales no harían sino empeorar (casi ad infinitum) la difícil coyuntura imperante.
Atribuir la crisis del menemismo al asesinato de Cabezas es tan ocioso como imputar la caída de los Saadi al asesinato de María Soledad Morales o la eliminación de la conscripción obligatoria al asesinato de Omar Carrasco. La cuestionada dinastía catamarqueña estaba destinada a colapsar en algún momento y la derogación de la ley Ricchieri venía siendo demandada desde hacía mucho tiempo. (En 1987, un año antes de ser eximido de la conscripción, yo mismo había firmado un petitorio contra el servicio militar obligatorio). Ya durante su primer presidencia, Menem había debido escuchar numerosas críticas contra su programa de gobierno. La difícil situación imperante durante su segundo mandato impelía a muchos argentinos a dudar justificadamente de su viabilidad. Pese a su derrota en las elecciones legislativas de 1997 y presidenciales de 1999, el peronismo llegó a la asunción presidencial de Fernando De la Rúa con quince gobernaciones provinciales en su haber y a la caída del inepto mandatario radical con una cómoda mayoría parlamentaria, que le ha permitido controlar hasta la fecha el Poder Ejecutivo Nacional.
Diez años después del asesinato de Cabezas, la Argentina inicia, como hace un decenio, un importante año electoral. No parece avizorarse ningún "caso Cabezas" (o como quiera llamársele), susceptible de promover un veredicto comicial contrario a la buena marcha de la vida nacional. Pero no debe descartarse esa posibilidad. En este verano de 2007, la frase Yo no me olvido de Cabezas debe entenderse en dicho sentido. Recordemos las sabias palabras de Jesús de Nazaret a los Apóstoles: "Os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas". O, como rubricaría Martín Fierro: "Nadie sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo". A una década del asesinato de Cabezas, los argentinos debemos ser tan audaces como pacientes.

Tuesday, January 23, 2007

Amanecer de un año agitado

El 23 de enero de 1989, los argentinos nos desayunamos con la noticia del fallido copamiento izquierdista del regimiento de La Tablada, rápidamente sofocado por efectivos del ejército regular. El argentino promedio, harto de tanto derramamiento inútil de sangre, no podía sino rechazar categóricamente ese anacrónico retorno frustrado al accionar guerrillero del decenio de 1970 (responsable directo de la instauración del execrable régimen procesista).
Seame permitido recordar (sin ninguna connotación ideológica)la visita del presidente Raúl Alfonsín a los soldados hospitalizados a consecuencia de las heridas infligidas por los disparos de armas de fuego intercambiados entre los sediciosos y sus inevitables represores. Cinco meses antes de su precipitada dimisión, el mandatario radical atravesaba por el accidentado tramo final de su traumática presidencia. Las presiones castrenses habían jaqueado miserablemente su voluntad política de procesar judicialmente a los responsables de la última dictadura y sus aberrantes violaciones a los derechos humanos, obligándolo a promulgar, a fines de 1986, las abyectas leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Como sus pares uruguayo Julio María Sanguinetti y chileno Patricio Aylwin, Alfonsín se había visto obligado a moderar sus expectativas al respecto. Entre abril de 1987 y diciembre de 1988, el político chascomusense había debido capear sendos planteos militares (Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli). En la memoria de Alfonsín, aún debía estar fresco el triste recuerdo de Villa Martelli al recibir, en esa tórrida mañana estival, la noticia del alzamiento de La Tablada, descendiente directo del frustrado asalto guerrillero al regimiento Domingo Viejobueno de Monte Chingolo, último episodio violento protagonizado por elementos civiles antes del derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón, del cual acababa de cumplirse el décimotercer aniversario. La lejanía cronológica de los orígenes revolucionarios de su partido impelía a Alfonsín a rechazar de plano la posibilidad de un conato susceptible de desestabilizar seriamente a su gobierno, ya de por sí jaqueado por el serio retroceso electoral padecido por el radicalismo en septiembre de 1987 (a manos de la "renovación peronista" dirigida por Antonio Cafiero) y por una adversa coyuntura macroeconómica (que preludiaba la fatídica crisis hiperinflacionaria responsable de la anticipada transmisión del mando presidencial al doctor Carlos Menem). En 1966, Alfonsín había debido desocupar precipitadamente su despacho de diputado nacional, debido a la destitución presidencial de su correligionario Arturo Illia. No debía querer exponerse nuevamente a ese riesgo.
Para Alfonsín y la Argentina, el episodio de La Tablada marcaba el inicio de un año agitado, durante el cual la capacidad de supervivencia de nuestra patria debería afrontar una dura prueba. El país seguiría en marcha, aunque al altísimo costo social impuesto por una política gubernamental innovadora, pero despiadada. En lo que a mí respecta, fue el año de emisión de mi primer voto y de mi consiguiente ingreso formal en la palestra cívica argentina.
Análogamente, este enero de 2007 marca el inicio de otro año agitado, susceptible de verse zarandeado por los vaivenes propios de un año electoral clave y extremadamente dependiente, para su estabilidad, de la perdurabilidad de la actual bonanza macroeconómica. También dependeremos mucho del grado de templanza ostentado por nuestro actual mandatario, cuyo punto débil es, desgraciadamente, la serenidad de espíritu, indispensable para asumir sus altísimas responsabilidades presidenciales. Sus ocasionales gestos grandilocuentes pueden costarnos caro y propiciar el retorno de un modus operandi político-gubernativo y socioeconómico menos agradable. Nuestra actual democracia es fuerte. Nuestra república, en cambio, ostenta alarmantes signos de debilidad. Fortalecer la república (necesidad ya subrayada por Luis Alberto Romero en 1997) sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra nación. Bueno sería irse poniendo al día. Lamentablemente eso pinta poco viable en las actuales circunstancias.

Friday, January 19, 2007

Cuídese, Dr.Kirchner

El presidente Néstor Kirchner no siempre prioriza bien. Algunas de sus decisiones de gobierno rinden buenos frutos: concretamente, las relacionadas con la recuperación económica iniciada en 2003. Pero no siempre es así.
¿Cuesta mucho entender, Sr.Presidente, que en la Argentina de 2007 es más prioritario asegurar la actual estabilidad socioeconómica (tan trabajosamente obtenida)que averiguar qué hizo el gobierno de turno en 1975? ¿Que definir el destino del Mercosur es más prioritario que dirimir con Uruguay la cuestión de las papeleras de Fray Bentos, ya casi totalmente construidas? ¿Es necesario que Ud.se enfrente con sus correligionarios Italo Luder, Antonio Cafiero y Carlos Ruckauf por decisiones de gobierno tomadas hace más de treinta años, por muy malas consecuencias que hayan podido tener? ¿Es necesario sacar de su discreto retiro madrileño a la viuda del fundador de su movimiento, hoy septuagenaria y políticamente neutral hace más de dos decenios?
¿Es necesario aparecer en la cadena oficial por la momentánea desaparición del señor Gerez? ¿No cree Ud.que ese medio se ideó para instancias más solemnes y relevantes?
Ud.tal vez sea reelecto en 2007. Pero para ganar elecciones y sostenerse en el poder ningún gobernante puede darse el lujo de quedar en entredicho.
Como su conciudadano, me permito sugerirle humildemente que se cuide. Cuídese, Dr.Kirchner. Su país lo necesita. Tal como necesita quien suscribe, pese a ocupar una posición singularmente menos relevante que la suya.

Wednesday, January 10, 2007

Columna estival (I)

El radiotaxi traquetea sobre el hirviente adoquinado de San Telmo, propiciando los refunfuños del conductor, quien ya se ve ante el ingente costo de un cambio de caño de escape. Ese empedrado fue recortado un siglo atrás por presos sentenciados a trabajos forzados en Martín García, también artífices de un pan dulce actualmente elaborado en una prolija panadería por manos felizmente libres, a metros de las casa otrora devenidas en decoroso presidio de cuatro presidentes de la República. Por esos adoquines (actualmente transitados por extasiados turistas) transitaban otrora los tranvías evocados por mis padres y abuelos y que, presuntamente actualizados, prometen reaparecer rápidamente en Puerto Madero.
En la Reina del Plata aprieta el calor y quien puede permitírselo huye transitoriamente hacia mejores lares. Muchachos en musculosa recorren las calles del Sur intercambiando ruidosos comentarios en su jerigonza personal o se pasan entre sí una botella de cerveza helada. Los colectivos (ornamento perenne de las calles porteñas desde 1928) atruenan a la altura de la Plaza Dorrego. Las ancianas se quejan del calor y afirman que el ventilador les hace mal. Las madres de familia hacen sus compras en compañía de vástagos aburridos por su forzoso ocio vacacional, mientras otros niños recorren bulliciosamente la Gran Aldea a bordo de los micros de las colonias de verano.
Es el verano porteño de Piazzolla, el invierno del ingeniero Alsogaray vuelto estío glorioso por el sol rioplatense, preludio de un nuevo año de la cuatro veces centenaria Santa María del Buen Ayre, de la Cabeza de Goliat de Martínez Estrada, de la ciudad eterna como el agua y el aire del soneto borgiano. Es el verano porteño. Como todo en esta urbe polifacética, debe sobrellevarse con dignidad.

Monday, January 08, 2007

Sepa el pueblo votar (II)

Entre mis dieciséis y dieciocho años (1986-1988) fui marcadamente "antipolítico". Concebía a los políticos como viles estafadores proclives a medrar miserablemente con la buena fe de su conciudadano promedio. Promovía a voz en cuello el voto en blanco o por candidatos irrelevantes.
El 14 de mayo de 1989 emití mi primer voto. Mi padre me acompañó a mi centro de votación y alabó mi primer acto cívico serio. Entonces comprendí que mi voto podía contribuir a alterar positivamente el devenir histórico. Y me hice el firme propósito (mantenido hasta la fecha) de no votar jamás en blanco. Si podía tener una opinión, ¿por qué no expresarla mediante mi voto? Algunos años después, también decidí abstenerme de votar a candidatos irrelevantes e incapaces de tener en sus manos la herramienta transformadora invariablemente implícita en la posesión del poder político.
En este 2007 muchos argentinos emitirán su primer voto, como lo hiciese quien suscribe dieciocho años atrás. A la luz de mi experiencia me permito aconsejarles que no voten en blanco, que no voten como quien cumplimenta una simple formalidad administrativa, que no caigan en la puerilidad de votar candidatos insignificantes o de alejarse premeditadamente más de 500 kilómetros de su centro de votación para ser legalmente eximidos de la obligación del sufragio, como si esto último beneficiase a alguien. Bien decía Sarmiento: "Quien no se interesa por la política tiene un castigo, que consiste en aguantar la política que hagan los demás". Pensemos y opinemos. Votar es expresar nuestro punto de vista y vigorizar nuestra democracia, otrora tan vapuleada.

Sunday, January 07, 2007

Sepa el pueblo votar

La Argentina fue uno de los primeros países con una ley electoral. En 1821, Bernardino Rivadavia, a la sazón ministro de Gobierno bonaerense, promulgó una ley de sufragio universal masculino y optativo, cuya implementación se vio frustrada por la difícil situación interna de la Argentina del decenio de 1820, la guerra del Brasil, la instauración de la prolongada dictadura rosista y la compleja situación interna de la Argentina posrosista. La batalla de Pavón marcó un punto de inflexión. La ley rivadaviana permitió ungir a los cuatro presidentes encargados de coordinar el primer gran proceso de transformación de la Argentina independiente (Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca). Sin embargo, la implementación de la normativa se vio jaqueada por los vicios de la política criolla. Los comicios resultantes abundaron en situaciones de fraude electoral y violencia política. La aplicación de la legislación electoral se vio obstaculizada por la corrupción política, el carácter optativo del sufragio y la renuencia de los numerosísimos inmigrantes europeos de la época a acatar la disposición legal que los obligaba a naturalizarse para poder votar, mantenida hasta la década de 1990. Roca (dirigente progresista en otros aspectos) contribuyó a deteriorar la praxis electoral al erigirse en un Gran Elector proclive a arrogarse la potestad de digitar la siguiente elección presidencial. Su talento para la manipulación política (que le valió el mote de "el Zorro")le permitió designar virtualmente a sus dos sucesores presidenciales (Miguel Ángel Juárez Celman y Manuel Quintana)y sobrevivir airosamente a la caída de Juárez Celman y de otro protegé de Roca, Luis Sáenz Peña). Los días de Roca como Gran Elector concluyeron abruptamente en 1906, con el fallecimiento del presidente Quintana, cuyo sucesor José Figueroa Alcorta eludió astutamente el contralor político del Zorro.
Durante el primer decenio del siglo XX argentino, creció ostensiblemente la ingerencia del radicalismo yrigoyenista. Hipólito Yrigoyen había cofundado el radicalismo con su tío Leandro Alem (de quien posteriormente se distanció) y devenido progresivamente en el dirigente radical por antonomasia. Yrigoyen creía necesario depurar los procedimientos electorales y así se lo sugirió a Roque Sáenz Peña, convertido en 1910 en el sucesor presidencial de Figueroa Alcorta. Dos años después, el presidente Sáenz Peña promulgaba una nueva ley electoral (conocida como "ley Sáenz Peña") que establecía el sufragio universal masculino y obligatorio y la depuración de los padrones electorales. El resultado fue una inmediata y asombrosa depuración de los actos comiciales. En 1914 moría Roca, cuyos herederos impulsaron infructuosamente la conformación de un partido conservador unificado y capaz de contrarrestar el avance radical. En los intachables comicios presidenciales de 1916, Yrigoyen se convirtió en el primer mandatario proveniente de las filas del radicalismo. En 1922 (en otras elecciones igualmente impolutas) otro radical, Marcelo T.de Alvear, se convirtió en en el sucesor presidencial de Yrigoyen. En los irreprochables comicios presidenciales de 1928, este último volvió a ser elegido presidente. No sólo se trató de comicios limpios, sino también concurridos. En los comicios presidenciales de 1916, Yrigoyen obtuvo 325.000 sufragios; en 1928 cosechó 840.000. Esos guarismos eran verdaderamente notables en un país poco poblado y lleno de mujeres e inmigrantes privados del derecho de voto.
El derrocamiento de Yrigoyen (consumado el 6 de septiembre de 1930) condujo a la reintroducción del inescrupuloso modus operandi político oligárquico preconizado desde 1880. La dictadura del general José Félix Uriburu intentó silenciar electoralmente al radicalismo. Sus sucesores Agustín P.Justo y Roberto M.Ortiz fueron ungidos en comicios fraudulentos. La intención del presidente Ortiz de combatir el fraude electoral se vio frustrada por su precaria salud, que lo obligó a delegar la presidencia en su vicepresidente Ramón Castillo, partidario del fraude derrocado por el golpe militar del 4 de junio de 1943.
En 1946 Juan Domingo Perón fue consagrado presidente de la Nación en comicios nuevamente intachables, que le otorgaron un millón y medio de votos, cifra nada desdeñable para la época. La promulgación de la ley de sufragio femenino (sancionada en 1947) ampliaría notablemente el número de electores empadronados. La reforma constitucional de 1949 autorizó la reelección presidencial inmediata, vetada por el texto constitucional sancionado en 1853. En las elecciones presidenciales de 1951, Perón fue reelecto por 4 millones de votos. La segunda elección presidencial de Perón no fue fraudulenta, aunque los políticos no peronistas fueron hostilizados por elementos oficialistas.
Los responsables del derrocamiento de Perón (consumado el 16 de septiembre de 1955)preconizaron un acallamiento del peronismo análogo al silenciamiento del radicalismo impulsado por la dirigencia conservadora de la Década Infame. Aunque el radicalismo podía beneficiarse electoralmente de la momentánea marginación del peronismo, el derrocamiento de Perón no impidió una nueva escisión del radicalismo, análoga a la experimentada por el partido de Alem en el decenio de 1920. En las elecciones presidenciales de 1958 se presentaron dos candidatos radicales, portavoces de distintas ramas del mismo partido. Arturo Frondizi, candidato presidencial de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), recibió (a instancias de Perón, exiliado en Caracas) los votos de los peronistas, que, sumados a los sufragios emitidos por los ucristas, le permitieron derrotar cómodamente a su rival Ricardo Balbín, candidato presidencial de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). En 1962 Frondizi fue depuesto por un golpe militar y, en comicios abundantes en votos en blanco emitidos por los peronistas, Arturo Illia, candidato de la UCRP, fue ungido presidente de la República, siendo destituido por el golpe militar de 1966.
La dictadura del general Juan Carlos Onganía preconizó infructuosamente una drástica despolitización de la sociedad argentina, cuya inviabilidad parece haber percibido el general Alejandro Agustín Lanusse, último mandatario del régimen de facto instaurado en 1966. Lanusse promovió la apertura política y en 1973 entregó solemnemente el poder a un gobierno peronista elegido en comicios intachables, pese a sus escasas simpatías por el peronismo.
El derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón (consumado el 24 de marzo de 1976) instauró un régimen militar encarnizadamente empecinado en despolitizar a todo precio a la sociedad argentina. El resultado fue nuevamente negativo. En 1982, la inviabilidad de la despolitización fue públicamente reconocida por el dictador Reynaldo Bignone, quien rehabilitó oficialmente los partidos políticos y autorizó elecciones presidenciales, intachablemente celebradas en octubre de 1983, en medio de una fervorosa atmósfera social.
Desde entonces, el electorado argentino ha ungido sucesivamente a sus gobernantes en elecciones inmaculadas, aunque invariablemente precedidas por choques entre los distintos elementos intervinientes en los procesos comiciales. 2007 será un año electoral de peso. Se podrá argüir que la democracia no termina en las urnas. Pero sin elecciones no hay política, y sin política, no hay democracia. La libertad de elección constituye un pilar fundamental de la democracia. Los argentinos no debemos olvidar esa noción fundamental.