Wednesday, January 10, 2007

Columna estival (I)

El radiotaxi traquetea sobre el hirviente adoquinado de San Telmo, propiciando los refunfuños del conductor, quien ya se ve ante el ingente costo de un cambio de caño de escape. Ese empedrado fue recortado un siglo atrás por presos sentenciados a trabajos forzados en Martín García, también artífices de un pan dulce actualmente elaborado en una prolija panadería por manos felizmente libres, a metros de las casa otrora devenidas en decoroso presidio de cuatro presidentes de la República. Por esos adoquines (actualmente transitados por extasiados turistas) transitaban otrora los tranvías evocados por mis padres y abuelos y que, presuntamente actualizados, prometen reaparecer rápidamente en Puerto Madero.
En la Reina del Plata aprieta el calor y quien puede permitírselo huye transitoriamente hacia mejores lares. Muchachos en musculosa recorren las calles del Sur intercambiando ruidosos comentarios en su jerigonza personal o se pasan entre sí una botella de cerveza helada. Los colectivos (ornamento perenne de las calles porteñas desde 1928) atruenan a la altura de la Plaza Dorrego. Las ancianas se quejan del calor y afirman que el ventilador les hace mal. Las madres de familia hacen sus compras en compañía de vástagos aburridos por su forzoso ocio vacacional, mientras otros niños recorren bulliciosamente la Gran Aldea a bordo de los micros de las colonias de verano.
Es el verano porteño de Piazzolla, el invierno del ingeniero Alsogaray vuelto estío glorioso por el sol rioplatense, preludio de un nuevo año de la cuatro veces centenaria Santa María del Buen Ayre, de la Cabeza de Goliat de Martínez Estrada, de la ciudad eterna como el agua y el aire del soneto borgiano. Es el verano porteño. Como todo en esta urbe polifacética, debe sobrellevarse con dignidad.

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