Sunday, December 03, 2006

Democracia, divino tesoro

En la calurosa mañana del 3 de diciembre de 1990, quien suscribe, a la sazón de veinte cándidos abriles, avanzaba sobre el centro porteño a bordo de un colectivo, cuya radio informaba sobre un levantamiento militar en el Regimiento 1 de Patricios, con asiento en Palermo. ¿Una intentona golpista? Parecía increíble que los amotinados de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli no se hubiesen conformado con las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final arrancadas a Alfonsín y el indulto obtenido de Menem. Parecía increíble que ciertos militares quisieran impeler a la minúscula extrema izquierda argentina a reeditar el episodio de La Tablada. Pero así era, nomás. Liquidé rápidamente mis asuntos en el centro y me refugié preventivamente en mi casa de La Boca, inquieto ante los sucesivos partes periodísticos, que daban cuenta de los disparos de armas de fuego intercambiados entre los facciosos y el ejército regular. En horas de la tarde, sendas aeronaves militares sobrevolaban ruidosamente mi zona de residencia. La radio informó que el presidente Menem había ordenado el bombardeo aéreo de la unidad castrense amotinada.
Los rebeldes se rindieron. A diferencia de lo sucedido en Semana Santa, se había podido liquidar el asunto en pocas horas y sin conmociones estremecedoras a nivel social, castrense e internacional. Entre las víctimas fatales del levantamiento figuraba el amotinado coronel Luis Enrique Baraldini, quien, como expresase hace hoy un año vía e-mail, había firmado mi constancia de excepción al servicio militar en mi primer DNI de votante. Pocos días después, la revista Gente publicaba la versión castellana de un artículo del estadounidense Robert Potash (reconocido estudioso de la problemática cívico-militar argentina del siglo XX), quien definía el levantamiento del Regimiento 1 de Patricios como el fin de los "carapintadas", los polémicos militares responsables (junto a sus líderes Aldo Rico y Mohammed Alí Seineldín) de los levantamientos de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli.
En vísperas de su joven séptimo aniversario, se había impuesto una dura prueba a la democracia instaurada en 1983. Dieciséis años después, esta última parece amenazada por el errático discurso hegemonizante del matrimonio presidencial y sus cuestionables ambiciones de poder, que imponen un injusto ostracismo político a ciertos correligionarios honestos y competentes, como José Manuel de la Sota o Florencio Randazzo. Si el despliegue del ejército regular pudo detener a los amotinados de 1990, bien puede el electorado llamar al orden al presidente Kirchner y su señora esposa. Lamentablemente, ello no promete ser así. Dieciséis años atrás, unos pocos efectivos militares derrotaron rápidamente a sus sediciosos colegas. Actualmente, la fuerza de millones de votos parecería incapaz de poner coto al voraz apetito de ciertos dirigentes civiles.

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