Monday, November 20, 2006

Jornadas de Historia de España (Cuarta Parte)

Décimoséptima ponencia

Título: Influencia de los hispanojudíos sobresalientes en la vida cotidiana y en los logros de la comunidad durante el medioevo
Expositora: Susana Likerman de Portnoy (Fundación para la Historia de España)

En la Babilonia del siglo VIII se proclamó al Pentateuco como el único texto sagrado del judaísmo. Por esos años se desató una verdadera fiebre nacionalista entre los judíos de la Diáspora, quienes coincidieron con los musulmanes en el estudio del hebreo y árabe. Los califas de los siglos VIII y IX protegieron a los judíos españoles, quienes ocuparon altos cargos en las cortes califales de España. En Córdoba se creó una escuela filológica judía alejada del discurso judeo-babilónico. Los judíos españoles devinieron virtualmente en los máximos líderes espirituales de sus correligionarios europeos. Las escuelas talmúdicas españolas y marroquíes florecieron bajo los califas, quienes también protegieron a los judíos italianos, aunque no a los judíos del sur de Francia. Los judíos españoles del siglo XI aún conservaban esa privilegiada posición, pese al pogrom desatado circa 1013 por la invasión almorávide.
El pensamiento filosófico de Maimónides (1135-1204), máxima figura intelectual judeo-hispánica medieval, ejerció una innegable impronta sobre la intelligentsia cristiana europea de su tiempo y el pensamiento judío de siglos posteriores . Maimónides no fue ajeno a las vejaciones soportadas por sus correligionarios y sus consejos de tolerancia seguían siendo impartidos por la dirigencia sefaradí del siglo XV, aunque su racionalismo fue cuestionado por ciertos judíos místicos castellanos, coterráneos del misticismo judío, del principal libro de la Cábala y de esa coexistencia entre racionalistas y misticistas extendida hasta la actualidad. Empero, ningún judío actual niega la validez del pensamiento de Maimónides.

Décimooctava ponencia

Título: Don Ricardo Wall y Devreux: el ministro irlandés
Expositor: Diego Téllez Alarcia (Universidad de La Rioja, España)


El irlandés Ricardo Wall y Devreux, ministro y embajador de Felipe V, fue una polifacética figura diplomática, militar y gubernativa. Wall era hijo de irlandeses forzados a abandonar su patria a raíz de la represión del pueblo irlandés decretada tras la entronización del monarca inglés Guillermo de Orange. Wall llega a España desde Francia y, como muchos europeos errantes de su tiempo, logra ubicarse en el aparato estatal español, gracias a una carta de recomendación remitida por la duquesa de La Vendôme al cardenal Alberoni, influyente ministro de Felipe V, quien lo eleva al rango de secretario de Estado.
La historiografía española decimonónica no simpatizaría con ese mercenario extranjero, injustamente tildado de negligente y oportunista por el conde Fernán Núñez, panegirista de Carlos III. El origen irlandés de Wall no podía agradar al inglés Coax, quien, conmovido por la anglofilia española posterior a la caída de Napoleón I, acusa equívocamente a Wall, típico anglófobo irlandés, de promover la ocupación hispánica del enclave inglés de Jamaica. Tampoco debemos suponer que el regalista Wall haya albergado una visceral antipatía por esos jesuitas apoyados por Ensenada (cuya destitución puede, empero, atribuirse parcialmente a la influencia de Wall), que promoviese la expulsión de los jesuitas afincados en los dominios hispano-americanos (preconizada por Campomanes y otros colaboradores de Carlos III) o que compartiese las tendencias masónicas erróneamente imputadas a su protegido Almada.

Décimonovena ponencia

Título: Francia y la restauración absolutista en España (1823)
Expositor: Braz Augusto Aquino Brancato (Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul, Brasil)

En 1820, Fernando VII aceptó jurar la Constitución española de 1812, en un marco político dividido en dos bandos no monolíticos (absolutistas y liberales), estos últimos divididos en moderados y extremistas. A Fernando VII se lo conoce por su duplicidad y torpe reacción ante la revuelta constitucionalista de 1820. Fernando VII siempre quiso ser un monarca absoluto, pese a esa propagación del ideario liberal en España e Italia que tanto inquietaba a las monarquías nucleadas en la Santa Alianza. Entre 1818 y 1821, la problemática liberal fue animadamente analizada en los congresos europeos reunidos en Aquisgrán, Verona y otras ciudades del Viejo Mundo. En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se conservan numerosas cartas sobre el particular remitidas por Fernando VII al rey francés Luis XVIII y otros monarcas europeos. Las potencias absolutistas acordaron sofocar los movimientos liberales, aunque no todos sus dirigentes apoyaban la intervención militar en España. El gobierno francés, su supuesto partidario, promovía una mediación destinada a lograr que las autoridades españolas aceptasen la necesidad de impulsar ciertas reformas político-institucionales en suelo hispano. La situación hispánica fue deplorada por Prusia, Gran Bretaña y otros miembros de la Santa Alianza, que, tras ensayar infructuosamente una solución diplomática, decidieron la intervención militar en una España consiguientemente invadida por las tropas francesas conocidas como los "Cien Mil Hijos de San Luis". La ambivalencia de Fernando VII no contribuía a mejorar la situación interna española. Con la invasión francesa se inicia una década habitualmente concebida como un periodo de plena restauración absolutista y gloria para Fernando VII, cuyo hermano Carlos María Isidro le imputaba, empero, una excesiva indulgencia hacia los liberales. En sus cartas al zar ruso Alejandro I y otros gobernantes europeos, Fernando VII acusa a sus enemigos internos de tratar de invalidar sus decisiones de gobierno y preconiza una intervención militar en Portugal, reino regido, desde 1826, por una Constitución liberal.

Vigésima ponencia

Título: Proyección cultural de España e interpretaciones de la crisis después del desastre de Cuba
Expositora: Ana Leonor Romero (UBA)

Desde el siglo XVI, España evidenció una cierta preocupación por la organización americana, perceptible hasta muy avanzado el siglo XIX y relacionada con las profundas mutaciones de la economía-mundo. La sociedad civil española decimonónica sugería ampliar el área geográfica del intercambio comercial hispanoamericano, propuesta condicionada por la renuencia del gobierno español a reconocer plenamente la independencia de varias repúblicas americanas y la hispanofobia de ciertos elementos sociales hispanoamericanos. Esa situación se revirtió progresivamente durante el último tercio del siglo XIX, debido al reconocimiento de la independencia hispanoamericana por parte de las autoridades hispánicas, a la nutrida inmigración española hacia América, al discurso liberal del gobierno español finisecular, a efemérides como el cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón, a la propuesta de reformular la vida política hispana y la imagen de España ante América planteada por un ámbito político-cultural español dominado por el Ateneo de Madrid. Dicha reformulación implicaba ese estrechamiento de los vínculos político-institucionales hispanoamericanos preconizado por la Unión Iberoamericana y el reemplazo de la leyenda negra de una España conquistadora de América por la imagen de una nación española concebida como colonizadora del Nuevo Mundo.
En 1898, España sufre el duro revés conocido como "la crisis del 98". Cuba (último baluarte hispanocolonial de América) proclama su independencia, apoyada por unos Estados Unidos inmersos en la carrera imperialista, que infligen rápidamente a España una humillante derrota militar. La guerra de Cuba promueve el surgimiento de un "regeneracionismo" hispanoamericano y el desplazamiento de la idea del dominio hispanocolonial por una noción de unidad hispanoamericana supuestamente destinada a ejercer una innegable influencia sobre la política internacional.

Fin de la transcripción

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