Tuesday, September 05, 2006

Desde 1983, el radicalismo ha experimentado una progresiva disminución en su prestigio y número de votantes y seguidores. En 1983, Raúl Alfonsín obtuvo el 53% de los votos y el primer lugar en las elecciones presidenciales. Empero, la errática política socioeconómica alfonsinista privó al radicalismo de numerosas gobernaciones provinciales y bancas legislativas nacionales disputadas en los comicios de 1987. La crítica coyuntura socioeconómica reinante en ese momento condujo a la derrota del candidato presidencial radical de 1989, Eduardo Angeloz, cuyo 37% de sufragios se reveló insuficiente para derrotar a su rival peronista Carlos Menem, aunque lo hiciese acreedor a un aceptable segundo puesto en el ranking electoral. En 1995, el éxito del "reeleccionismo" menemista y del frepasismo relegó al candidato presidencial radical Horacio Massacessi al tercer puesto en el ranking electoral y a un modesto 16% de votos.
El desprestigio del menemismo y la alianza radical-frepasista permitieron que el radicalismo cerrara el siglo XX con un cierto resurgimiento y la asunción presidencial de Fernando De la Rúa. Empero, la crítica coyuntura socioeconómica imperante y la errática política socioeconómica delarruista condujeron a la derrota aliancista en los comicios legislativos y a la caída de De la Rúa (esta última acompañada de un violento resurgimiento de ese "pueblo de la plaza pública" postulado por Bartolomé Mitre y silenciado por el ultrapragmatismo menemista-aliancista, aparentemente incompatible con el principio de movilización ciudadana).
La caída de De la Rúa tuvo consecuencias funestas a nivel político. La Alianza y el Frepaso colapsaron. Muchos radicales abandonaron la UCR y se sumaron al ARI o a Recrear. La fragmentación político-partidaria también alcanzó al peronismo. En las elecciones de mayo de 2003, el peronismo presentó tres candidatos presidenciales (Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá), sin que ninguno superase el 25% de los sufragios. La fuga de votos radicales hacia el ARI o Recrear redujo la cosecha de votos de la UCR a un ridículo 2%.
Tres años después, el peronismo evidencia una franca recuperación bajo el liderazgo de Kirchner. El radicalismo, en cambio, no parece capaz de desacelerar su descomposición. A la brutal fragmentación de 2002, que dividió al radicalismo en tres partidos (UCR, ARI, Recrear), se suma la actual fragmentación de la UCR en :

a) una UCR liderada por Roberto Iglesias y partidaria (hasta ayer) de una alianza electoral con el ARI, Recrear y/o el socialismo y ahora aparentemente partidaria de la candidatura presidencial del ex ministro Roberto Lavagna, esta última derivada de un eventual acuerdo electoral de Lavagna con alfonsinistas y ex duhaldistas;

b) una UCR "kirchnerista", encabezada por cinco gobernadores y quince intendentes radicales y partidaria de una alianza electoral con el kirchnerismo, con vistas a la reelección presidencial de Kirchner

El contrapeso de esa virtual atomización del radicalismo podría radicar en un mayor apoyo del radicalismo a la candidatura presidencial de Lavagna. O, tal vez, en una "municipalización" del radicalismo, que controla unos 400 municipios a nivel nacional. El radicalismo, al fin y al cabo, nació en las calles. Su génesis remota puede hallarse en el meeting organizado en el Jardín Florida por la Unión Cívica, en 1889, contra el gobierno del presidente Miguel Ángel Juárez Celman. Dos años después, nacía la Unión Cívica Radical, creada por el bloque cívico liderado por Leandro Alem y contrario al acuerdo electoral celebrado entre Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca, con miras a las elecciones presidenciales de 1892. Bajo la jefatura de Alem, el radicalismo fue un partido callejero y de barricada: las revoluciones radicales de 1893 fueron una prueba palmaria de ello. Tras la muerte de Alem, en julio de 1896, el radicalismo perdió sus matices callejeros. A ello contribuyeron sucesivamente la personalidad enigmática de su nuevo jefe, Hipólito Yrigoyen (poco amigo de las exhibiciones públicas), el silencio impuesto al radicalismo por la dirigencia conservadora de la Década Infame, el surgimiento del peronismo (con el consiguiente relegamiento del radicalismo) y la personalidad poco carismática de los dirigentes radicales del periodo 1955-1976. Bajo el liderazgo de Raúl Alfonsín, el radicalismo callejero resurgió monumental y efímeramente. El radicalismo actual se parece más al radicalismo inmediatamente posterior a la muerte de Alem, aquejado por divisiones aparentemente insuperables y falta de apoyo. Sin embargo, este último supo plasmarse en el principal partido político argentino de la primera mitad del siglo XX. Quizá este nuevo siglo traiga aparejadas nuevas formas de hacer política en la Argentina y que el resurgimiento del radicalismo esté supeditado a su adopción por parte de sus dirigentes y militantes, como parecería estar sucediendo por estos días.
Hasta siempre,

Ernesto

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