Sunday, September 10, 2006

¿Adelante radicales?

El 1º de julio de 1896, horas antes de su suicidio, un abatido Leandro Alem vaticinaba sombríamente ante unos pocos amigos: "Los radicales conservadores se irán con don Bernardo (de Irigoyen); otros radicales se harán socialistas y anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se arreglará con Roque Sáenz Peña; y los intransigentes nos iremos a la m..." (1). Alem no andaba muy desencaminado. En 1898, Bernardo de Irigoyen asumía la gobernación bonaerense con apoyo de elementos conservadores. El radicalismo bonaerense, dirigido por Hipólito Yrigoyen, conformaba, gracias a su sólida organización, la principal fuerza radical del país. En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña promulgaba la ley electoral bautizada con su apellido, fruto, en parte, de la prédica yrigoyenista y del diálogo entre Sáenz Peña e Yrigoyen. La implementación de los postulados de la Ley Sáenz Peña posibilitaría la primera asunción presidencial de Yrigoyen, formalizada el 12 de octubre de 1916.
La historia del radicalismo es tan accidentada como la historia argentina en su conjunto. Salvo Marcelo T.de Alvear y el Yrigoyen de la primera presidencia, ningún mandatario radical concluyó su mandato. El Yrigoyen de la segunda presidencia, Arturo Frondizi y Arturo Illia fueron víctimas del golpismo militar. En 1940, Roberto Ortiz, jaqueado por su mala salud, debió delegar la primera magistratura en su vicepresidente conservador Ramón Castillo. En 1989 y 2001, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, jaqueados por una difícil coyuntura socioeconómica, debieron abandonar anticipadamente la presidencia.
Las consecuencias de la caída de De la Rúa fueron nefastas para el radicalismo. Fraccionó al radicalismo de manera bastante análoga a la vaticinada por Alem. Las divisiones no eran ajenas al radicalismo. Entre 1924 y 1931, el radicalismo había estado dividido entre la facción "personalista" (yrigoyenista) y la facción "antipersonalista" (antiyrigoyenista). Entre 1957 y 1962, el radicalismo había estado dividido en dos partidos: la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP, liderada por Ricardo Balbín) y la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI, liderada por Arturo Frondizi). Entre 1972 y 1981, el Movimiento de Renovación y Cambio, dirigido por Raúl Alfonsín, disputó el liderazgo sobre la UCR a Ricardo Balbín, cuyo fallecimiento aceleró la apoteósica consagración de la figura de Alfonsín. Sin embargo, el radicalismo supo remontar esas divisiones, aunque la aparición del peronismo lo relegase a un segundo término en la escena política nacional.
El fraccionamiento del radicalismo post-Alianza no presagia exactamente lo mismo. Muchos antiguos simpatizantes de la UCR apoyan actualmente al ARI de Elisa Carrió y a Recrear de Ricardo López Murphy. Pese a su origen radical, Carrió y López Murphy no se autodefinen actualmente como radicales, ni "ortodoxos" ni "heterodoxos". Ciertas figuras supuestamente radicales (como el gobernador Cobos o los intendentes bonaerenses del Grupo Olavarría) no ocultan sus simpatías por el kirchnerismo. Se ha llegado a mencionar a Cobos como compañero de fórmula de Kirchner para las elecciones presidenciales de 2007. Ello no sería enteramente novedoso. Ciertos seguidores tempranos de Perón eran radicales tardoyrigoyenistas del grupo Forja (liderado por Arturo Jauretche). Hortensio Quijano, primer vicepresidente de Perón, también era de origen radical. En vísperas de las elecciones presidenciales de octubre de 1973, se rumoreaba que Balbín podía ser compañero de fórmula de Perón.
La UCR "propiamente dicha" ha quedado reducida a una mínima expresión. Margarita Stolbizer, presidente de su comité Nacional, ha denunciado la desorientación del radicalismo post-Alianza y los "coqueteos" de ciertos elementos radicales con el kirchnerismo. Pero el radicalismo "ortodoxo" parece incapaz de recobrar puntería. En un reciente artículo de su autoría, Torcuato Di Tella ha sentenciado que el radicalismo ya no es necesario (2). Su actual postración parece corroborar el sombrío vaticinio de Alem, citado líneas arriba, y se ve agravada por su carácter aparentemente insuperable, inimputable al radicalismo jaqueado de otras épocas.
Lejos estoy actualmente de simpatizar con el radicalismo. Sin embargo, no puedo olvidar cómo en 1983 mi conciencia política nació imprevistamente ante el impresionante crecimiento de la masa de seguidores de Alfonsín. Nació de una manera pueril y simplista, propia de mi tierna edad de esa época, pero nació. Me cuesta creer que, a menos de un cuarto de siglo de aquella apoteosis, aquel radicalismo, quizá el único radicalismo de masas de toda su historia, sea sólo una curiosidad del ayer. Los primeros versos de la marcha radical ("Adelante radicales/Adelante sin cesar") suenan actualmente a burla. El radicalismo no ha sabido reciclarse. O se recicló mal. Los cantos de sirena del neoliberalismo pronto sepultaron a una coalición interpartidaria que, mejor coordinada, habría producido mejores frutos. En el actual espacio político argentino, no parece haber lugar para el radicalismo. Puede que ya nunca vuelva a haberlo.

Citas:

(1) Cf.GÁLVEZ, Manuel. Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio. Buenos Aires, Club de Lectores, 1975, p.121
(2) Cf.DI TELLA, Torcuato. Las transformaciones del escenario político. ¿Bipolaridad o juego a cuatro puntas? En: Debate, Año 4, Nº 165, pp.38-41. Buenos Aires, 11/05/2006

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