Tuesday, September 19, 2006

Republicanos demócratas

Consideración preliminar. La política exterior estadounidense (circa 1917-1989). En 1863, el presidente republicano estadounidense Abraham Lincoln proclamaba la libertad de los esclavos en su país, sumido en una sangrienta guerra civil concluida dos años después con la victoria abolicionista y el asesinato de Lincoln a manos de un esclavista. La decisión de Lincoln contrastó con la decisión del presidente demócrata Woodrow Wilson de involucrar a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. La negativa de la sociedad y legisladores estadounidenses a avalar los acuerdos de paz negociados en Versailles por Wilson, Clemenceau y Lloyd George minó la salud de Wilson y explica la derrota electoral demócrata de 1921, preludio de un largo periodo de predominio republicano concluido con la primera elección presidencial del demócrata Franklin D.Roosevelt en 1932. Fue un largo periodo de moral conservadora, xenofobia, crimen organizado, proteccionismo y, desde 1929, de depresión económica, aunque los gobiernos republicanos del decenio de 1920 también redujeron la presencia militar estadounidense en Haití y la República Dominicana (decidida bajo Wilson) y en México (donde Wilson pretendiese perseguir sin cuartel a los revolucionarios liderados por Francisco Villa, aún a riesgo de reeditar la sangrienta guerra mexicano-estadounidense del decenio de 1840) y se limitaron a intervenir discretamente en Nicaragua, a raíz de la rebelión sandinista de 1927.
En 1941, el presidente Roosevelt decidió (a raíz del ataque japonés contra Pearl Harbour) involucrar a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial e instar a los demás países americanos a alinearse con el bloque aliado y contra el Eje. La empecinada neutralidad argentina ante el conflicto (recién levantada hacia fines de la guerra) impulsó al gobierno estadounidense a tildar a las autoridades argentinas de "pronazis" y a imponer duras sanciones económicas a la Argentina.
Roosevelt murió el 12 de abril de 1945, en vísperas de la rendición alemana, del suicidio de Hitler y del ajusticiamiento de Mussolini. Su vicepresidente y correligionario, Harry S.Truman, asumió la primera magistratura estadounidense, autorizó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki y obtuvo la capitulación japonesa. Concluía así la Segunda Guerra Mundial, de seis años de duración, pero al conflicto "caliente" pronto seguiría una "Guerra Fría", destinada a prolongarse durante más de cuatro décadas y a amenazar reiteradamente con calentarse, como ocurriría con motivo de las guerras de Corea y Vietnam, de la ingerencia militar soviética en Hungría, Checoslovaquia y Afganistán (1956, 1968 y 1979) y de la intromisión ideológico-militar soviético-estadounidense en la Cuba castrista. La ingerencia militar estadounidense en Corea y Vietnam jaquearía a las administraciones demócratas de Harry S.Truman y Lyndon B.Johnson, cuyo partido sufriría sendas derrotas electorales ante los candidatos presidenciales republicanos de 1952 y 1968, Dwight D.Eisenhower y Richard Nixon. Durante las dos presdiencias de Eisenhower, los Estados Unidos no se vieron involucrados en ningún conflicto "caliente" internacional de envergadura, aunque la Guerra Fría proseguía y la administración Eisenhower se vio desestabilizada a principios de 1959, con la instauración del régimen castrista en Cuba, cuyo extremo septentrional dista apenas 90 millas del extremo meridional del Estado estadounidense de Florida. El advenimiento del gobierno socialista cubano favoreció la restauración demócrata estadounidense de 1961, de la mano de John Fitzgerald Kennedy.
En lo tocante a política exterior, Kennedy fue probablemente el presidente demócrata más atípico del siglo XX estadounidense. Kennedy (si bien autorizó el desembarco militar estadounidense en Bahía de Cochinos, Cuba) se esforzó por evitar una salida militar ante la "crisis de los misiles" de 1962 (susceptible de desencadenar una Tercera Guerra Mundial) y procuró mejorar las relaciones bilaterales soviético-estadounidenses y reducir la ingerencia militar estadounidense en Vietnam. En el plano interno, Kennedy intentó mejorar la situación de sus conciudadanos de color. Como a Lincoln, su audacia le costó la vida. Muerto Kennedy, el timón de la política exterior estadounidense recayó en su vicepresidente y correligionario, Lyndon B.Johnson, cuya decisión de intensificar las acciones militares estadounidenses en Vietnam generó una oleada de descontento interno, traducida en los hechos en la renuncia de Johnson a la reelección presidencial, el asesinato del aspirante presidencial demócrata Robert Kennedy y la elección y asunción presidenciales del candidato republicano Richard Nixon.
Nixon confió la política exterior estadounidense a Henry Kissinger, quien, tras arduas negociaciones, puso fin a la ingerencia militar estadounidense en Vietnam. Nixon fue el primer presidente estadounidense en visitar la Rusia y China comunistas, aunque su política aperturista se vio opacada por el apoyo estadounidense al derrocamiento del presidente comunista chileno Salvador Allende en septiembre de 1973. El tándem Nixon-Kissinger también intentó mejorar las relaciones estadounidenses con el Cercano y Medio Oriente islámico. El electorado estadounidense veía evidentemente con agrado los esfuerzos de la diplomacia nixoniana, como lo explica la triunfal reelección presidencial de Nixon en 1972, aunque el escándalo Watergate obligó a Nixon a dimitir en 1974. Fue un grave error táctico de la opinión pública estadounidense, que retardó en más de una década el fin de la Guerra Fría y que fue implícitamente reconocido en las honras fúnebres tributadas a Nixon, en 1994, por el presidente demócrata Bill Clinton, en presencia de sus predecesores republicanos Ronald Reagan y George Bush padre y de su antecesor y correligionario James Carter, cuya decisión de boicotear las olimpíadas moscovitas de 1980 (en señal de repudio contra la ingerencia militar soviética en Afganistán) no impidió la restauración republicana de 1981.
Al igual que Nixon, Reagan fue un presidente estadounidense incomprendido, al menos en lo tocante a política exterior. Reagan apoyó la acción militar estadounidense contra el gobierno sandinista nicaragüense, alentó (tras frustradas negociaciones diplomáticas) las acciones militares británicas contra las tropas argentinas desembarcadas en las islas Malvinas en abril de 1982, ordenó el desembarco de fuerzas militares estadounidenses en Granada y el bombardeo aéreo estadounidense contra Libia y apoyó al gobierno militar salvadoreño. Empero, hacia 1985 se percibió un incipiente punto de inflexión en la política exterior estadounidense, debido a la política económica del gobierno chino de Deng Xiaoping y, sobre todo, a la llegada al poder del innovador dirigente soviético Mijail Gorbachov. Los dos colosos del bloque comunista ya no representaban una amenaza seria para el mundo capitalista liderado por los Estados Unidos. Reagan y Gorbachov se reunieron reiteradamente en son de reconciliación (en Ginebra, Moscú, Reykjavik). Empezó a negociarse el desarme nuclear soviético-estadounidense. La necesidad de una nueva política exterior estadounidense también se explicaba en función de una progresiva democratización de una Sudamérica obligada a renegociar su cuantiosa deuda externa.

La dinastía Bush y la era Clinton (circa 1989-2006). 1989 sería un año decisivo. En enero, Reagan cedió electoralmente la presidencia a su vicepresidente y correligionario, George Bush padre, quien pronto se convirtió en el segundo presidente estadounidense en visitar Pekín, ciudad conmocionada, pocos meses después, por una gran rebelión juvenil, duramente reprimida. La Argentina sufría una de las peores crisis económicas de su historia y su ambivalente presidente, Raúl Alfonsín, cedió (anticipada y electoralmente) el poder al cuestionable (aunque innovador) Carlos Menem. Paraguay se liberó de la tiranía de Stroessner. Gorbachov se reunió en Malta con el nuevo presidente estadounidense, gesto interpretado como la capitulación comunista ante el triunfante bloque capitalista liderado por los Estados Unidos, o, visto más positivamente, como el fin de la Guerra Fría. En las últimas semanas de 1989, los gobiernos comunistas del este europeo se desmoronaron como castillos de naipes. El cuestionado dictador rumano Nicolae Ceausescu y su esposa fueron ejecutados por sus propios compatriotas. En Italia, Achille Ochetto, secretario general del Partido Comunista italiano, impulsó exitosamente una profunda revisión de los postulados comunistas itálicos. Un desembarco militar estadounidense depuso rápidamente al dictador panameño Manuel Antonio Noriega y lo deportó a una prisión norteamericana.
En 1990, Chile recobró su democracia y Alemania fue reunificada bajo la égida capitalista, aunque, al mismo tiempo, el dictador iraquí Saddam Hussein hizo invadir Kuwait, aliado y abastecedor petrolero de los Estados Unidos. Empero, el éxito de la Operación Tormenta del Desierto (que pronto liberó a Kuwait de la férula iraquí) no se tradujo en ningún rédito político interno para Bush padre, quien buscó infructuosamente su reelección presidencial. A principios de 1993, la primera magistratura estadounidense recayó en el dirigente demócrata Bill Clinton, reelegido en 1996. Durante su largo mandato, Clinton reforzó la posición de los Estados Unidos como potencia vencedora en la Guerra Fría (pese a los inconvenientes causados por la implementación a escala global de políticas económicas neoliberales y al surgimiento de una China capaz de jaquear a los Estados Unidos y otras potencias económicas mundiales más antiguas que el gigante asiático). Se había disuelto la URSS, cuyo veterano régimen comunista tocó a su fin, sin por ello evitar que la Mancomunidad de Estados Independientes, sucesora de la Unión Soviética, debiese afrontar serios problemas internos, como las dificultades económicas o el surgimiento del terrorismo separatista checheno. La administración Clinton cuestionó el fundamentalismo islámico e intervino militarmente en Somalia, debiendo sufrir en represalia un fallido atentado contra el World Trade Center neoyorquino, atentados con bombas durante las olimpíadas de 1996 o la voladura de las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia. A nivel interno, la administración Clinton redujo los índices de desempleo fomentando la creación de múltiples empleos (estables, aunque generalmente mal pagos) y en 1995 debió afrontar la masacre perpetrada por un terrorista estadounidense en Oklahoma. La firme conducción de Rudolph Giuliani, alcalde demócrata de Nueva York, se vio jaqueada por el bárbaro asesinato de un joven inmigrante africano a manos de la policía neoyorquina. El escándalo Lewinski jaqueó la popularidad de Clinton, y su vicepresidente y correligionario, Al Gore, fue derrotado, de manera dudosa, por su rival republicano George Bush hijo en los comicios presidenciales de 2000.
El 11 de septiembre de 2001, los terribles atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono marcaron un punto de inflexión en la política exterior estadounidense. Quizás apresuradamente, Bush hijo atribuyó la autoría intelectual de los ataques al escurridizo líder fundamentalista islámico saudí Osama bin Laden y acusó al régimen talibán afgano de apañar al dirigente musulmán, quien había residido en Afganistán y ayudado a los afganos a expulsar a los soviéticos de su territorio. El presidente estadounidense (apoyado por el premier laborista británico Anthony Blair) proclamó una cruzada antiterrorista internacional liderada por los Estados Unidos, cuyos efectivos militares, apoyados por el gobierno paquistaní, pronto depusieron al régimen talibán afgano.
El siguiente objetivo de la cruzada antiterrorista estadounidense sería Irak, donde Saddam Hussein se resistía a autorizar la presencia en su país de inspectores de la ONU encargados de comprobar la existencia (o inexistencia) de un arsenal nuclear iraquí. Bush hijo decidió entonces jaquear militarmente a Hussein, aunque sus propósitos fueron cuestionados por gobiernos y particulares de numerosas naciones. En Europa, las intenciones de Bush hijo sólo fueron avaladas por los gobiernos británico, italiano y español, cuyos conciudadanos tendieron a oponerse a la invasión militar de Irak. En Turquía (aliado tradicional de los Estados Unidos), el parlamento y la opinión pública se resistieron a permitir que las tropas estadounidenses atravesasen la frontera terrestre turco-iraquí, quizá temiendo que la operación militar estadounidense incitase a los kurdos turcos e iraquíes a exigir la independencia de los gobiernos de Ankara y Bagdad. La solicitud estadounidense puso en un serio dilema al gobierno turco, pues Turquía, aunque miembro de la OTAN desde 1981, podía ver frustrado su ingreso en la Unión Europea (militarmente condicionada por una OTAN dominada por los Estados Unidos, que pronto admitiría a Rusia) si se negaba a permitir que las tropas terrestres estadounidenses invadiesen Irak desde Turquía. El parlamento turco concedió finalmente la autorización solicitada por el gobierno estadounidense. En abril de 2003, las tropas estadounidenses y sus aliados europeos atravesaron finalmente la frontera terrestre turco-iraquí. Los fundamentalistas islámicos no repudiaron la decisión del gobierno turco sino meses después, a través de la voladura de dos sinagogas sefaradíes pertenecientes a la minúscula colectividad judía de Estambul. Tras semanas de tensa expectativa internacional y avances militares aliados, las fuerzas aliadas ocuparon Bagdad. Hussein se ocultó, siendo posteriormente capturado y procesado. Se organizó un gobierno provisional iraquí tutelado por las fuerzas de ocupación, que debería dictar una nueva Constitución y entregar el poder a un gobierno designado por el electorado iraquí, como de hecho ocurrió. No se hallaron armamentos nucleares en ningún punto del país. Una minoría iraquí pronto desplegó una activa y violenta oposición armada contra la ocupación estadounidense.
En marzo de 2004, el apoyo del gobierno español al operativo militar estadounidense fue repudiado por los fundamentalistas islámicos operantes en España, quienes perpetraron un sangriento atentado contra una terminal ferroviaria de Madrid, en vísperas de las elecciones generales españolas. Multitudes de españoles repudiaron el ataque en las calles de Madrid y otras ciudades hispánicas, y el partido gobernante sufrió un duro revés electoral a manos del socialismo. El nuevo presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ordenó inmediatamente el retiro de las tropas españolas enviadas a Irak, pero Blair (electoralmente confirmado en su cargo, como Bush hijo) se negó a hacer lo propio con las fuerzas británicas, y, tras el sangriento atentado terrorista fundamentalista islámico perpetrado en Londres en agosto de 2005, el premier británico se limitó a anunciar un retiro paulatino de los efectivos militares británicos estacionados en Irak. El siguiente objetivo del fundamentalismo islámico parecía ser Roma, donde el premier italiano Silvio Berlusconi se negaba a retirar las tropas itálicas de Irak, aunque las súplicas del papa Benedicto XVI parecieron disuadir al terrorismo musulmán de atacar la Ciudad Eterna.
Curiosamente, los garfios musulmanes no cayeron sobre Italia, sino sobre Francia, cuyo gobierno había liderado la oposición de gran parte de la Unión Europea a la intervención militar estadounidense en Irak. En el último trimestre de 2005, jóvenes franceses de ascendencia islámica (mayoritariamente argelina) protestaron violentamente contra la discriminación racial y la recesiva política económica practicadas por el gobierno de Chirac, incendiando trece mil automotores pertenecientes a franceses "de pura cepa" domiciliados en París y otras ciudades francesas. Pero a diferencia del Mayo Francés (responsable de la caída de De Gaulle), los franceses "de pura cepa" no alentaron en absoluto la insurrección franco-islámica, sino su represión policial, y organizaron pacíficas manifestaciones de apoyo a su gobierno y al ministro Sarkozy (titular de la cartera de Interior, promotor de políticas de contención de los inmigrantes y probable sucesor del presidente Chirac) y de repudio a la violencia desatada por la comunidad franco-islámica. Tras unas pocas semanas de disturbios, la cuestión quedó en el olvido y ni siquiera el presidente estadounidense (quizá resentido por la negativa francesa a secundarlo en Irak) se mostró particularmente interesado en el asunto. Bush hijo pasaba por un mal momento interno. Su popularidad había decaído a raíz del catastrófico huracán Katrina, desplomado sobre los pauperizados Estados del sur estadounidense. Muchos estadounidenses acusaban a su presidente de no haber hecho lo suficiente para prever los daños materiales causados por la catástrofe ecológica. Mientras tanto, ciento cincuenta mil soldados estadounidenses y miles de soldados italianos y británicos seguían estacionados en Irak, aunque el país ya poseyese su nueva Constitución y un gobierno designado por el electorado iraquí. El presidente iraní despotricaba contra Israel (amigo histórico de los Estados Unidos). ¿Será Irán el próximo blanco de la cruzada antiterrorista liderada por los Estados Unidos? ¿O lo será Corea del Norte, sojuzgada por un dinasta equiparable a Saddam Hussein? ¿O lo serán Cuba y el régimen castrista? ¿O lo será Venezuela, cuyo exótico presidente despotrica contra el hijo del presidente estadounidense que ordenó invadir Panamá, tan geográficamente próximo a Venezuela, en 1989, esa Venezuela tan rica en petróleo como Kuwait e Irak, y vecina geográfica de una Colombia alineada con los Estados Unidos? ¿O lo será la Bolivia de Evo Morales, aparentemente poco amigo del coloso norteamericano? Lo cierto es que la "dinastía Bush" no sólo es un pálido reflejo de su correligionario decimonónico Abraham Lincoln (que abolió la esclavitud en su patria), sino también de sus correligionarios del siglo XX Nixon y Reagan, que guste o no, pusieron punto final a la guerra de Vietnam y a la Guerra Fría. Su política exterior recuerda más bien a la de los demócratas Wilson, Roosevelt, Truman y Johnson, que embarcaron a su país en ambas guerras mundiales, la Guerra Fría y las guerras de Corea y Vietnam. Tal vez no sea descabellado, desde esa perspectiva, catalogar a los Bush de "republicanos demócratas".
Hasta siempre,

Ernesto

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