Saturday, November 25, 2006

Argenchile

En el plebiscito del 25 de noviembre de 1984, el grueso del electorado argentino se pronunció a favor de una solución pacífica del centenario diferendo límitrofe argentino-chileno sobre el canal de Beagle. Semanas después, en el Vaticano, los cancilleres argentino y chileno firmaban el acuerdo límitrofe ante Juan Pablo II. A fines de 1978, poco después de su nominación, el papa Wojtyla había enviado al cardenal Antonio Samoré como mediador ante las dictaduras argentina y chilena, estúpidamente empecinadas en lanzar una guerra fratricida, análoga a esa "guerra antisubversiva" responsable de la desaparición física de millares de argentinos inocentes. En 1978, el dictador argentino Jorge Rafael Videla había intentado consolidar su insostenible imagen con un costoso campeonato mundial de fútbol, cuya final se disputase cerca de esa Escuela de Mecánica de la Armada poblada de "subversivos" situados por sus sicarios entre la vida y la muerte y de un conurbano bonaerense pauperizado y desindustrializado por la política socioeconómica del mal llamado "Proceso de Reorganización Nacional", análoga a la lanzada por la fratricida dictadura pinochetista allende los Andes.
El diferendo resuelto en 1984 era de larga data. En su muy cuestionable biografía de Juan Manuel de Rosas, Manuel Gálvez acusa al exiliado Domingo Faustino Sarmiento de haber preconizado la ocupación chilena de las tierras magallánicas, en abierto desafío a la política exterior de una dictadura rosista a la sazón jaqueada por la coalición entre el unitarismo y el poder político-militar anglo-francés. En 1895, al asumir la presidencia, José Evaristo Uriburu se topó con la amenaza del rearme chileno, de un conflicto armado entre ambas naciones y de la intempestiva conducta del representante chileno en Buenos Aires, con su consiguiente decisión de reforzar preventivamente las defensas militares argentinas, continuada desde 1898 por el presidente Julio Argentino Roca y su ministro Pablo Riccheri, quienes en 1901 instauraron preventivamente la detestada conscripción obligatoria, felizmente abolida en 1995. El laudo arbitral de la Corona británica impidió la guerra, aunque fuese rechazado por un gobierno argentino actualmente aún enfrentado con las autoridades inglesas por la irresuelta cuestión malvínica, debiéndose finalmente apelar al imprevisto arbitraje papal.
En 1984 yo tenía apenas catorce años. Aún me faltaba un lustro para emitir mi primer sufragio. Dos años antes, había participado ingenuamente del fervor patriótico desatado por la estúpida aventura malvinense impulsada por la abominable dictadura procesista y la indignación popular provocada por la derrota militar argentina en el remoto archipiélago meridional y la ineptitud y pusilanimidad del gobierno de facto instaurado en 1976. Mi pueril simpatía por el presidente Raúl Alfonsín me impelía a apoyar la iniciativa gubernamental de acabar pacíficamente con el fastidioso diferendo. Recuerdo nebulosamente las enjundiosas intervenciones públicas del canciller Dante Caputo (que apenas podía entender mi mente adolescente) y la indignación de la ex presidente María Estela Martínez de Perón ante la supuesta beligerancia del polémico dirigente peronista Vicente Leónidas Saadi.
Ciertos argentinos aún prorrumpen ocasionalmente en invectivas contra los chilenos: que no nos quieren, que desean arrebatarnos la Patagonia y otras expresiones similares. Durante mi viaje a Santa Cruz y Tierra del Fuego, en febrero de 1994, navegué por el canal de Beagle desde el puerto de Ushuaia. Pocos días antes, en Calafate, un cordobés, que venía de recorrer Tierra del Fuego, me había comentado indignadamente: "Cuando recorra el Beagle, usted verá la base aeronaval chilena de Puerto Williams. ¡Sobre la orilla argentina no hay ni un vigilante!" El cordobés tenía razón, pero, casi trece años después, ningún efectivo militar chileno ha osado, en honor a la verdad, hollar inescrupulosamente nuestra ribera del bellísimo canal fueguino.
Tales expresiones pintan netamente anacrónicas en una Argentina actualmente enlazada con un democratizado Chile por el Mercosur. La constitución de un "Argenchile" debería ser la actual prioridad de la diplomacia argentino-chilena. Hora es ya de zanjar diferencias anticuadas, absurdas y peligrosas.

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