Tuesday, December 05, 2006

El fútbol y yo

Durante largos años fui "antifútbol". Criarme a cuatro cuadras de la Bombonera no me hizo simpatizar con Boca Juniors hasta hace escasos cinco o seis meses, cinco años después de dejar de vivir en La Boca (aunque no en la zona sur de la Capital Federal). Mi abuelo paterno vivió 46 de sus 85 años en Lanús, de cuyo club atlético y plantel futbolístico fue socio y simpatizante vitalicio. Teniendo yo unos siete años, acompañé a mis padres, hermana y abuelos paternos a ver un partido en cancha de Lanús. A los nueve años, alentaba a Independiente (con gran beneplácito de mi padre, que una noche me llevó a la cancha de Independiente). Incluso ilustré una carátula de cuaderno escolar con el dibujo de un chico vestido con los colores de Independiente y una botella de Coca-Cola en la mano. Sin embargo, lo hacía, ante todo para complacer a mi progenitor (¿qué niño no imita algo de su padre?), pues por entonces no era futbolero. En el verano de 1992, acompañé a mis padres y hermana (con quienes vacacionaba en Villa Gesell) a Mar del Plata, en cuyo monumental estadio mundialista presenciamos un "superclásico" estival entre Boca y River, en deferencia al fanatismo por Boca a la sazón experimentado por mi hermana, quien posteriormente lo superó. En 1993-1994, compartía cándidamente las simpatías de mi padrino por Argentinos Juniors, aunque sin volverme realmente "futbolero". En 1995 acompañé una noche al hijo de mi madrina, apasionado simpatizante de River, a presenciar in situ una actuación de su equipo favorito en cancha de Vélez. Durante mi breve periodo de residencia en Núñez (1998) decidí alentar a River, aunque más por "seguro de vida" que por afición al soccer.
Recuerdo vagamente el mundial de fútbol de 1978, disputado a mis ocho años de edad, indignándome años después por su execrable intencionalidad política. Recuerdo vagamente el triunfo argentino en el Campeonato Mundial Juvenil de Fútbol disputado en Japón en 1979, con un jovencísimo Diego Armando Maradona incluido en nuestro plantel. Durante el mundial de fútbol de 1982, debí guardar cama unos diez días, matizando mi aburrimiento con carcajadas provocadas por los desopilantes cánticos mundialistas puestos por Caloi en boca de su inefable Clemente. Sin embargo, nuestro país estaba recuperándose del mal trago de Malvinas y no era momento para fútbol. Durante el mundial de fútbol de 1986, suscitaba las bromas de mis compañeros del secundario con mi reticencia a seguir por TV las brillantes actuaciones del seleccionado argentino de la época (aunque vi la final y me alegré con la victoria de nuestro plantel). Durante los mundiales de 1994 y 2002 me limité a seguir las mediocres actuaciones de nuestros representantes, impulsado por una suerte de "mandato patriótico". Durante el mundial de 1998, prefería (en vez de ver los partidos) practicar, recluido en mi habitación, los ejercicios de meditación de tipo hindú prescritos por el doctor Alberto Lóizaga, mi extravagante psicoterapeuta de la época. Realizaba uno de ellos mientras mi padre y un amigo suyo presenciaban en TV la eliminación del equipo argentino en el mundial de Francia. Concluidas mi meditación y el partido, me dirigí a ambos exclamando desafiantemente: "Se terminó el mundial".
Así llegamos al mundial de 2006. Conociendo mis escasas simpatías por el soccer, me dispuse a seguir la actuación del equipo argentino más por compromiso que por deseo . No entendía cómo mis compatriotas podían embelesarse con un seleccionado desplazado por el campo de juego con una rigidez digna de una figurilla de metegol. El equipo argentino quedó fuera de la Copa del Mundo.
Era de esperar que me olvidase del fútbol. Pero no fue así. Durante la última semana del mundial de 2006 se produjo en mí una impredecible metamorfosis. Me volví futbolero, así de golpe. Caí enfermo y debí guardar cama durante tres días. Para no aburrirme, seguí por TV los últimos partidos de la Copa del Mundo. Y después la Copa Libertadores, la Copa Sudamericana, el Torneo Apertura, la Primera B...¡hasta la Primera D! Me convertí en un decidido simpatizante de Boca. Hoy ornamentan mi habitación un reloj y un gran banderín con los colores xeneixes y mi llave de casa cuelga de una minipelota con los colores de Boca. Me compré las remeras de Boca y la Selección Nacional. Simpaticé repentinamente con unos cuantos equipos más. Ni yo me la creía.
El fútbol es una hermosa adicción. Y aunque se diga que las adicciones son malas, bienvenida sea.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home