Sunday, August 29, 2010

Escuela tomada Nº 24

¿Qué hace el Newman boy Mauricio Macri con 23 escuelas públicas tomadas? ¿Qué es una escuela tomada? Eso no figuraba en el libreto del Colegio Newman. Desgraciadamente figura en la agenda del actual Jefe de Gobierno porteño, cuyo escritorio de Bolívar 1 se ha convertido en la escuela tomada Nº 24. Tomada no por alumnos, pues la Jefatura de Gobierno no es, strictu sensu, una escuela, sino por la faceta más cruda de la realidad, ese sustantivo tan temido por la clase social de pertenencia de Macri. Y también por muchos argentinos socioeconómicamente menos privilegiados que Macri. Entre los cuales quizá figuren padres de alumnos matriculados en escuelas públicas tomadas, que, posiblemente, estén pensando a qué escuela privada enviarán a sus hijos en 2011. ¿Cuánto cobra la parroquial de la otra cuadra? Nos ahorraríamos el colectivo si está tan cerca. ¿Se podrá conseguir una beca o media beca? ¿Tiene inglés, computación, campo de deportes? ¿Faltan mucho los docentes? Yo al trabajo no puedo faltar. ¿Tomar una mucama? Ni hablar.
Comprensiblemente, muchos padres buscan proteger a sus hijos. Y conciben a la escuela tomada (y, por extensión, a la escuela pública) como un ataque al principio de protección. Razón no les falta. No puede tildarse de protectora a una escuela tomada por sus alumnos, o con altos índices de repitencia, deserción, reingreso y ausentismo docente. Como las escuelas públicas bonaerenses en las que me ha tocado trabajar durante el último año. Pero la protección no es todo. En esta vida, también existe el riesgo, del cual pueden derivar cosas interesantes.

Tuesday, August 24, 2010

Mucho me lo temo

En una entrevista publicada días atrás en la revista Ñ, se pregunta al historiador italiano Carlo Ginzburg qué papel puede otorgarse “a la televisión en la construcción de la verdad”. Ginzburg responde: “Le confieso una cosa: yo detesto la televisión y nunca tuve un televisor. Creo que es un instrumento potentísimo y que contribuye a construir verdad, falsedad, una mezcla de ambas, no hay duda. Como también lo hicieron el cine, las novelas, los libros y lo siguen haciendo. Pero no creo que se pueda aislar el rol de la televisión. Creo que sí, que es un instrumento muy potente, que tiene una facultad hipnótica muy fuerte. Después habría que discutir caso por caso. Yo, incluso por el país en que vivo, veo, sobre todo, los riesgos políticos de la televisión y con mayor razón, del monopolio televisivo”.
¿Es posible, como parece plantear Ginzburg, vivir sin televisor y, en líneas generales, sin medios? Actualmente parece que no. Sin embargo, los medios son recientes, al menos en su expresión de máximo desarrollo. Expresión iniciada, según los investigadores franceses Frédéric Barbier y Catherine Bertho Lavenir, con Denis Diderot y su primera edición de la Enciclopedia Francesa, aparecida en 1751. O sea, hace menos de 300 años. En los últimos decenios, el mundo ha sufrido una verdadera obsesión mediática. ¿Todo el mundo?
No lejos de la Buenos Aires de 2010, mucha gente jamás ha tenido una computadora en su casa y depende del locutorio para tener acceso a Internet. Muchos ni siquiera tienen un teléfono fijo o celular a su nombre. Y muchos no tienen acceso a servicios más esenciales, como el agua potable y el gas de red. Sus penurias no me han permitido evitar una desaforada expansión en la enumeración de mis vías de comunicación contenida en mi curriculum vitae y tarjeta de visita. Y, la verdad, de a ratos me siento un perfecto idiota al escribir mi blog, enviar SMS y chequear mis casillas de correo electrónico. Y a los vigiladores de mi edificio, pronto los tendré aburridos preguntándoles, de lunes a viernes, si ha llegado alguna correspondencia para mi departamento.
Durante años me resistí a usar una PC y comprar un teléfono celular. Ahora duermo al lado de una computadora de escritorio y uso mi celular para enviar SMS, efectuar llamadas de voz, programar alarmas recordatorias, realizar cálculos matemáticos y sacar fotos. Días atrás, me sorprendí a mí mismo considerando la posibilidad de comprar una netbook en cuotas. ¿Qué haría con ella, en nombre de Dios? ¿Andar con un aparato de 2000 pesos en el colectivo? Tendría que contratarle una póliza contra robo en alguna compañía de seguros. Sin embargo, las netbooks se están vendiendo mucho, denunciando el carácter hipnótico de los medios atribuido por Ginzburg a la televisión. Y puede que yo sucumba alguna vez a la tentación. Mucho me lo temo.

Wednesday, August 18, 2010

¿La calle es de todos?

De su primer periplo europeo, efectuado en 1980, mi madre trajo un libro infantil ilustrado, en lengua italiana, destinado a mi hermana, que contaba entonces ocho años y asistía a una escuela primaria estatal con italiano como segundo idioma. Nada recuerdo del itálico volumen. Sólo su título: La strada é de tutti ("La calle es de todos").
"La calle es de todos"... En la Buenos Aires de 2010 debe escribirse esa frase entre sendos signos de interrogación.
Algunos botones de muestra. Empiezo a escribir estas líneas en mi querida confitería Zoe, en Córdoba y Azcuénaga. Se acercan las cuatro de la tarde de un miércoles. Desde mi mesa, contemplo el endemoniado tránsito vehicular de la zona. Colectivos, utilitarios, taxis, vehículos particulares, motocicletas, bicicletas... Por la cercana Plaza Houssay debe haber fanáticos de la patineta y del monopatín. Quienes pueden rehúyen el caos del asfalto en veloces trenes subterráneos. En pocas horas estaré de regreso en mi barrio, en cuyo perímetro e inmediaciones hay que cruzar la calle con una prudencia poco argentina. Bajadas de autopista, avenidas de tránsito pesado o liviano fluido, cruces ferroviarios...
¿La calle es de todos en la Buenos Aires de 2010? ¿Una ciudad de 200 kilómetros cuadrados, poblada por tres millones de almas y con un rodado patentado per capita? ¿Ha de extrañarnos que el ministro Florencio Randazzo pretenda que los colectivos porteños usen GPS? Hay que ordenar de algún modo el caos callejero.
En esta época virtual, el ciberespacio parece ser de todos. Pero no parece claro que ocurra lo mismo con la calle, inventada mucho antes que la Internet. Ya había calles en la Roma de Cicerón y Julio César. Pero no había transportes motorizados en la Ciudad Eterna del siglo I a.C. Cicerón y Julio César iban al Senado en carros tirados por caballos o literas portadas por esclavos. Nuestros senadores van a la Cámara Alta en automóviles oficiales. Su austero predecesor Lisandro De la Torre lo hacía en tranvía. O sea, no contaminaba.

Monday, August 16, 2010

La gente decente viaja en Buquebús

En estos últimos días, el diario La Nación se ha complacido en destinar espacios de su edición on line a denostar subrepticiamente a uno de los más antonomásticos ejemplares de la rica fauna humana porteña: el colectivero. Comandante de a bordo del colectivo. ¡El colectivo! Fruto de la autoreconversión laboral de unos taxistas porteños de finales del decenio de 1920, forzados a azuzar el ingenio para parar la olla ante la competencia del tranvía. Leyó bien, improbable lector mío. Los primeros colectivos fueron taxis ampliados, cuyos conductores fueron impiadosamente tildados de traidores por aquellos taxistas renuentes a salir del formato taxi, por más que la Gran Depresión estuviese a la vuelta de la esquina en el mundo del año 1928. De allí debe provenir el ancestral odio del taxista porteño contra el colectivero de su patria chica, vivamente mantenido hasta la fecha. En 1914, los taxistas parisinos habían detenido el avance alemán en el frente del Marne, convertidos en soldados al volante de sus vehículos requisados por el Ejército francés. Quizá sus colegas porteños pretendiesen, a la luz del ejemplo galo, posar de héroes en las calles de la Reina del Plata catorce años después.
Lo cierto es que el diario La Nación habla mal del colectivo y su conductor. No es de extrañar que lo haga un órgano mediático presuntamente degustado por numerosos usuarios frecuentes de automotores particulares y poco habituados (y, por ende, poco afectos) al transporte público. Cualquier accidente fatal, protagonizado por el colectivero, parece justificar, según el diario de los Mitre, una despiadada filípica contra el colectivero y nuestro nunca bien ponderado jefe de Gobierno comunal, ingeniero Mauricio Macri. Filípica coreada por los indignados visitantes del foro de opinión on line del diario La Nación.
No quiero defender a Macri, ni a los colectiveros. Pero ha habido progresos a lo largo de las décadas. Tengo 40 años de edad y al menos 28 de uso continuo de transporte público, dentro y fuera del país. Recuerdo los colectivos de mi infancia. Esos decrépitos "mundos de 20 asientos" (por decirlo parafraseando el título de una célebre telenovela protagonizada por el desdichado Claudio Levrino). Con chóferes malhumorados que discutían a los gritos con los pasajeros que pretendían pagar el boleto con billetes grandes y pasajeros que se la agarraban con los pibes que no cedían asientos. Seamos justos, ha habido progresos. Se implementó el boleto secundario (costó una Noche de los Lápices, no olvidemos). Se implementaron el pase libre y comodidades para discapacitados. Se agrandaron los coches, se agilizó el expendio de boletos, mejoró la relación entre chóferes y pasajeros, de a poquito se va implementando el boleto electrónico... ¿Cuándo aprenderemos los argentinos a tenernos paciencia? Desde ya, no tendría que haber muertes en accidentes viales. Pero repito, seamos justos, el transporte público es utilizable. Mal que le pese al público bien pensante de La Nación.com, que no necesita colectivos para transportar su 4 x 4 a Punta del Este. La gente decente viaja en Buquebús.

Sunday, August 08, 2010

Todos los días son del niño

Para Carolina Píparo y Juan Ignacio Buzzali no habrá un feliz Día del Niño en 2010. Y no porque ya no sean niños y carezcan, por ende, del derecho de recibir regalos de Reyes y del Día del Niño. Distinta sería hoy su situación si su hijo Isidro Buzzali hubiera nacido normalmente en vísperas del Día del Niño. Hoy los Píparo, los Buzzali y demás apellidos relacionados rivalizarían, en la medida de sus posibilidades, en agasajos al pequeño Isidro. Lamentablemente, no fue así. Isidro nació octomesino y tras haber sido extraído, por cesárea de emergencia, del vientre de una madre baleada en una salidera bancaria de La Plata. Falleció una semana después, con todos sus órganos vitales comprometidos e incapaz de responder a todo estímulo vital artificial. En este Día del Niño, el padre y los familiares de Isidro se han visto obligados, en lo referente al pequeño Isidro, a reemplazar las compras de juguetería por el ocultamiento de la infausta noticia a una Carolina embarcada en una lucha por su vida, la ansiosa espera de los partes médicos sobre su evolución sanitaria, las acciones legales y la no siempre discreta intervención mediática. Ni siquiera tienen el consuelo de llevar flores a la tumba del pequeño Isidro, cuyo cuerpecillo aguarda su autopsia judicial en una morgue.
No tengo hijos, pero el caso de Isidro me incita a instar a los padres a valorar a sus vástagos. Todos los días son del niño. No sólo el segundo domingo de agosto.

Sunday, August 01, 2010

Aparatitos y aparatazos

En sus conversaciones de 1974-1976 con Orlando Barone, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato desaconsejaron la lectura de diarios. Borges negó haber leído nunca un diario, sosteniendo haber seguido el consejo del filósofo y escritor estadounidense decimonónico Ralph Waldo Emerson, quien, según Borges, recomendaba leer libros en vez de diarios. Sábato, por su parte, recomendaba reemplazar los diarios por periódicos de intervención limitada a hechos trascendentales.
Las apreciaciones de Borges y Sábato no sonaban desatinadas en la década de 1970, cuando la correspondencia e información circulaban mucho más lentamente que en la actualidad. No existían el fax, ni el correo electrónico, ni la Internet. El télex y las comunicaciones telefónicas internacionales sonaban a lujo psicodélico. Una carta dactilografiada llamaba la atención. Todavía se enviaban por correo postales turísticas de cartulina. Informarse a fondo sobre la actualidad nacional e internacional implicaba largas horas de lectura de material impreso o abonar onerosas suscripciones en dólares a la versión impresa de revistas extranjeras enviadas a domicilio por correo aéreo.
Actualmente la situación es completamente distinta. Aquí remito a las apreciaciones vertidas por María Gabriela Ensinck en su artículo Infoxicación, publicado en el día de la fecha en La Nacion.com. Según Ensinck, la Humanidad actual vive permanentemente conectada, inmersa en un “mar de datos y con poco tiempo para procesarlos” y acusada del “gran síntoma de estos tiempos”, la infoxicación o intoxicación de información. Ensinck liga la infoxicación a la infomanía o ansiedad por informarse, que parecería olvidar que “más información sólo provoca mayor confusión”, pues “bloquea la capacidad de análisis y procesamiento”.
En sus conversaciones con Barone y Borges, Sábato recomendaba, como ya se ha dicho, limitar la intervención de la prensa escrita a hechos trascendentales. Quizá ello suene a mucho pedir en esta sociedad de la información postulada por Manuel Castells. Sin embargo, ¿qué hechos verdaderamente trascendentales para la Argentina se han producido en los últimos seis meses? Muy pocos: el Bicentenario, el Mundial, la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario, la polémica sobre el aborto no punible… ¿A santo de qué aturdirse con información que no conduce a nada?
La apelación desmedida a los dispositivos telecomunicacionales no ha mejorado la comunicación humana y conducta ciudadana en términos cualitativos. Es común ver peatones cruzando peligrosas bocacalles con el semáforo en su contra y el celular o los miniauriculares pegados a sus orejas, como si deseasen terminar en una cama de hospital (con un televisor, un ordenador portátil y un celular, naturalmente) o un cementerio (uno de los escasos oasis de paz de nuestros tiempos, siempre que el celular de un deudo no suene durante el responso en la capilla).
Sin embargo, ¡cuánto cuesta sustraerse a la tentación de esos “aparatitos y aparatazos” agudamente vaticinados en 1987 por Nelly Fernández Tiscornia! Parecemos haber confiado nuestras vidas a los mismos, como si los seres humanos hubiésemos olvidado que la tecnología es para nosotros y no nosotros para la tecnología.