Friday, October 30, 2009

Referentes

El 30 de octubre de 1983, hace hoy 26 años, don Raúl Alfonsín era electo presidente de la República en los primeros comicios presidenciales celebrados en la Argentina en una década. La nación parecía hallar un alivio a sus terribles padecimientos del decenio anterior. Atrás quedaban años de lucha fratricida y descalabros de variada índole. El nuevo mandatario parecía encarnar la esperanza, ese valor tan vapuleado en estas latitudes.
Ya no está don Raúl. El Señor lo convocó a Su lado hace poco menos de siete meses. Sus compatriotas siguen pugnando por mantenerse a flote en el a menudo embravecido mar argentino.
Ya no está don Raúl. Hay que encontrar nuevos referentes. Hay quienes dicen que la Argentina ya no los tiene. Ojalá que se equivoquen.
En una entrevista periodística concedida poco antes de su muerte, acaecida durante la presidencia de don Raúl, una centenaria y lúcida Alicia Moreau de Justo contraatacaba ante un comentario de su zalamera entrevistadora: “¿Cómo sabe que yo he dado el ejemplo? Soy agnóstica, no olvide. Aún no tengo pruebas. Y la juventud, hoy por hoy, está en otra. No le importan tanto los ejemplos”.
Hoy a ningún argentino, joven o no, parecerían importarle los ejemplos. Salvo los malos. O los presentados (justa o injustamente) como malos. O los malos ejemplos injustamente presentados como encomiables. Ojalá me equivoque de cabo a rabo al suponer eso.
Se podrá argüir que, en más de un aspecto, don Raúl distó de ser un ejemplo. Pero, en más de un aspecto, fue un referente. Que su muerte no sea la muerte de los referentes en estas costas.

Friday, October 23, 2009

El Pizzurno no es para Chatel

En julio de 2009, un pequeño grupo de docentes primarios franceses exasperó a la Administración Sarkozy al avalar el accionar del maestro tolosano Alain Refalo contra las directrices del ministerio de Educación nacional francés. Se trataba de una facción extremadamente minoritaria (alrededor del 1% de los docentes primarios franceses), pero lo suficientemente potente como para enardecer al gobierno central francés. Refalo y sus colegas-seguidores fueron bautizados popularmente como les enseignants désobéisseurs ("los docentes desobedientes"). Según Luc Chatel, ministro de Educación francés, Francia sólo albergaba dos o tres mil docentes de tales características y las autoridades francesas estaban firmemente decididas a sancionarlos según el reglamento.
En nuestro país, los docentes, especialmente los estatales, tienen fama de desobedientes. Su desobediencia es extremadamente peculiar: sólo aceptan una obediencia ciega por parte de los supuestos beneficiarios de sus servicios. En otras palabras, sólo aceptan desobedecer y ser obedecidos sin chistar. Al menos, esa es la fama que tienen. Quizá no siempre merecida.
Durante el larguísimo periodo de vigencia del modelo escolar preconizado por la Generación del 80, situable entre 1880 y 1980, la escuela argentina se rigió por el principio de obediencia (o, al menos, parece haberse regido en la mayoría de los casos). En la escuela todos debían obedecer inexorablemente a alguien. El docente al directivo. El alumno al docente.
En la escuela argentina, el principio de obediencia entró en crisis en la década de 1980, a raíz de la crisis terminal del autoritarismo militar. Hoy en día, dicho principio parece haberse convertido en un recuerdo. Ahora el problema es otro: nadie sabe a quién obedecer. Y a nadie parecería importarle. ¡Pero guay del que me desobedezca!
Los "docentes desobedientes" franceses no pasaban, según Chatel, de dos o tres millares. En la Argentina, ¿hay algún "docente no desobediente"? Nuestros actuales docentes no tienen fama de tales. A Chatel no le sería nada fácil ser ministro de Educación en nuestra patria. El Pizzurno no es para Chatel.

Wednesday, October 21, 2009

¿Irrita el Bicentenario?

"La marcha del mundo me es bastante indiferente", confesó un escritor francés radicado en Irlanda, en una entrevista concedida en febrero de 1989 a una revista parisina, cuyo título he olvidado tan magníficamente como el nombre de su reporteado. "Escucho las noticias en la radio. Sin embargo, hay una cuestión que me irrita profundamente. Es esta historia de Bicentenario. Me parece una falta de respeto a los muertos". El literato galo aludía al bicentenario de la Toma de la Bastilla, objeto de aparatosos festejos por parte del gobierno de la V República.
Veinte años después, la Argentina se acerca a un año de Bicentenario. Me refiero al bicentenario de la Revolución de Mayo, objeto, desde hace ya algunos años, de una intensa actividad académica y propaganda gubernativa.
¿Debería irritarnos nuestro Bicentenario?
La Revolución Francesa fue sangrienta. Decenas de cabezas rodaron en su nombre, cercenadas por la Señora Guillotina. Desde dicha perspectiva, se comprende la irritación del escritor francés. Nuestra Revolución de Mayo fue menos traumática. Proclamar nuestra república (la única hasta la fecha) fue bastante sencillo. Cisneros renunció y la Primera Junta tomó su lugar. La Revolución Francesa llegó al extremo de decapitar públicamente a Luis XVI y María Antonieta, amén de algunos supuestos hijos dilectos de la Revolución (Danton, Robespierre). Fue una revolución que se fagocitó a sus propios vástagos en nombre de una sociedad más justa e igualitaria.
En 1910, el Centenario de la Revolución de Mayo fue objeto de celebraciones fastuosas por parte del gobierno oligárquico de turno. Se llegó a hacer venir desde España, como huésped de honor, a la infanta Isabel de Borbón, tía del monarca hispano Alfonso XIII, irónicamente destinado a ser destronado por la proclamación de una república, la endeble Segunda República española. Un siglo antes, Carlos IV y Fernando VII, antepasados de Alfonso XIII, habían sido obligados a abdicar a favor de José Bonaparte.
Nuestra magna efemérides de 1910 inspiró a Joaquín V.González su hermoso libro El juicio del siglo. Hubo, empero, quienes se indignaron ante la celebración oficial, como los anarquistas, quienes intentaron empañar los festejos con un atentado con bomba en el teatro Colón. Un año antes, la bomba anarquista de Simón Radowitzky había segado la vida del jefe de la Policía Federal, coronel Ramón Falcón. Radowitzky fue confinado en el penal de Ushuaia, la "cárcel del hielo", lejos del fausto del Centenario.
¿A quién irrita el inminente Bicentenario?
A simple vista, a nadie. Pero tampoco parece suscitar emoción alguna.
Aclaro que no soy anti-Bicentenario. Como profesor de Historia he participado activamente en actividades académicas ligadas a la efemérides de 2010. Pero no percibo clima de festejo. Quizá quepa esperarlo el año próximo, en vísperas del 25 de Mayo. Quizá la cosa no pase de los consabidos recursos: actos escolares y oficiales, discursos previsibles, desfiles militares...
Los argentinos no somos un pueblo festivo por naturaleza. Tenemos fama de llorones y prepotentes. Quizá ello dificulte la celebración del Bicentenario. No deseo adelantarme a los hechos. No soy futurólogo. Pero soy argentino y conozco los vicios y defectos de mis compatriotas.

Sunday, October 18, 2009

“Un país acorralado (1955-1966). Arturo Illia y la política nacional”

Ponencia presentada en las Jornadas 2009 “La Argentina hacia el Bicentenario: identidades, cambios y permanencias” (GCBA-IES Nº 1). Ciudad de Buenos Aires, octubre de 2009

Arturo Umberto Illia, hijo de inmigrantes italianos, nacido en Pergamino en 1900, afiliado al radicalismo en 1918 y graduado de médico en la Universidad de Buenos Aires, residió en la ciudad cordobesa de Cruz del Eje entre 1929 y 1963, alternando su labor facultativa con su actividad política.
Entre 1935 y 1952 Illia ocupó diversos cargos gubernativos: senador provincial, vicegobernador de Córdoba y diputado nacional.
En 1962, el derrocamiento del presidente Arturo Frondizi impidió la asunción de Illia como gobernador de Córdoba. Illia pertenecía al radicalismo del pueblo, rama radical contraria al radicalismo frondizista.
En 1963 Illia asumió la Presidencia de la Nación, siendo derrocado por un golpe militar en 1966. Tras su destitución, Illia se trasladó a la localidad bonaerense de Martínez, donde residió alternando con viajes a Córdoba. Continuó una intensa actividad política en el seno de la Unión Cívica Radical, hasta su muerte, en 1983.
Aquí no pretendo ahondar en detalles biográficos, sino alejar la figura de Illia de los estereotipos estigmatizantes o encomiásticos frecuentemente trazados alrededor de su persona, situando a esta última en el complejo contexto político de su tiempo.
El éxito de la insurrección castrense de 1955 inauguró un nuevo patrón de intervención militar en la política argentina. Entre 1930 y 1955, los militares se habían abstenido de participar directamente en la conducción estatal.
Entre 1955 y 1960, los militares modificaron dicho patrón de intervención, desarrollando un estilo tutelar promotor de la marginación política del peronismo y condicionante de la labor gubernativa frondizista.
Hacia 1960, ciertos elementos militares percibían los inconvenientes del estilo tutelar, que obligaba al elemento castrense a contentarse con las limitadas opciones políticas ofrecidas por los partidos políticos considerados “democráticos” por el discurso tutelar y lo exponía a ser acusado de distorsionar las prácticas democráticas y a una profunda fragmentación interna de la institución militar. Esta última alcanzó su punto más crítico entre 1959 y 1963, a raíz de las confrontaciones entre facciones militares opuestas (“azules” y “colorados”). En 1963, los “colorados” (cerradamente antiperonistas) fueron derrotados por los “azules”, supuestamente legalistas y profesionalistas, liderados por el general Juan Carlos Onganía.
El triunfo “azul” impulsó al elemento castrense a percibir las prácticas tutelares como responsables del desprestigio y fragmentación militares, sin por ello limitarse a sus tareas específicas. Bajo la Administración Illia, se sentaron las bases para la articulación definitiva de la Doctrina de Seguridad Nacional, que recomendaba convertir a las Fuerzas Armadas en las únicas responsables del manejo de los asuntos públicos, con la consiguiente exclusión de los partidos políticos y la abolición de los comicios y los mecanismos parlamentarios.
En 1956, el radicalismo sufrió una de sus periódicas divisiones intrapartidarias. El nuevo cisma radical denotaba una incipiente crisis de representatividad, fruto de la proscripción del peronismo y la pérdida de legitimidad de los demás partidos políticos. Los radicales se dividieron entre los radicales del pueblo y los radicales intransigentes. Los radicales del pueblo, de tendencia balbinista, conformaron la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). Los “intransigentes” (o “ucristas”), de tendencia frondizista, constituyeron la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI).
Los ucristas acusaban a los radicales del pueblo de complicidad con la oligarquía. Los radicales del pueblo acusaban a los ucristas de traicionar la tradición y doctrina radicales al alinearse con el peronismo y buscar apoyo comunista para acceder al poder.
Las elecciones constituyentes de 1957 y presidenciales de 1963 presenciaron otro fenómeno sociopolítico de esos años: el votoblanquismo peronista masivo, reacción contra el empecinamiento de los antiperonistas más acérrimos en promover la marginación política del peronismo. Los peronistas se abstendrían de repetir ese procedimiento en los comicios presidenciales de 1958 (por orden expresa de Perón, quien desde su exilio ordenó a sus seguidores votar por Frondizi).
En 1962, en vísperas del derrocamiento de Frondizi, se percibía que el frondizismo no había materializado su objetivo de integrar al peronismo. En marzo de ese año, debían celebrarse elecciones de legisladores, gobernadores y vicegobernadores, en las cuales se autorizó la presentación de candidaturas peronistas.
En dichos comicios, los peronistas se impusieron holgadamente sobre el dividido radicalismo de la época. Los militares obligaron a Frondizi a intervenir las nueve provincias ganadas por el peronismo y, finalmente, derrocaron y recluyeron al presidente.
Según Tulio Halperín Donghi, las “vicisitudes políticas” sucedidas en la Argentina desde 1955 “debilitaron decisivamente el imperio del criterio de legitimidad” dentro del discurso radical, con el consiguiente anquilosamiento del partido. Según Halperín Donghi, la “pérdida de atractivos” de la “fe cívica” radical parece haberse debido a la adaptación del radicalismo a “un sistema semidemocrático” de “criterios limitativos”, inicialmente apoyado con entusiasmo por el radicalismo.
Según Halperín Donghi, la “figura sencilla” de Illia se veía rodeada de una “inesperada majestad”, debida a la “serena convicción” del presidente radical “de haber sido ungido por el pueblo soberano”, cuya sinceridad no permitía olvidar fácilmente que la asunción presidencial del médico de Cruz del Eje era fruto de una manipulación electoral digitada por el poder militar. Junto con el debilitamiento de la fe cívica radical, parecía verificarse el “paulatino desdibujamiento” de la adhesión al marco constitucional por parte de “sectores de menos segura vocación democrática”, que acentuaba el empobrecimiento del “acervo de tradiciones políticas” que otrora permitiesen “a los argentinos vivir en relativa paz en medio de la discordia”.
En 1964-1965, el republicanismo radical percibiría “sus límites en su traumática relación con el movimiento obrero peronista y el propio Perón”. Según César Tcach y Celso Rodríguez, el gobierno de Illia sufrió “dos impugnaciones”: una impugnación “nacional popular” y otra “liberal conservadora”.
La impugnación “nacional popular” tuvo como “eje articulador al sindicalismo peronista (…) y fue respaldada, con distintos matices, por frondizistas, alendistas, demócratas cristianos, nacionalistas, sectores católicos y un amplio abanico de izquierda”. La impugnación “liberal conservadora” fue promovida por los grandes empresarios industriales, partidos conservadores provinciales, los portavoces del ideario de la Revolución Libertadora y gran parte de la prensa.
El estilo político de Illia, aparentemente descontextualizado, no parecía condecirse con las innovaciones experimentadas por la política argentina en la década de 1960: el creciente apoyo estudiantil a las ocupaciones fabriles (que parecía revelar una “incipiente superación del divorcio entre obreros y estudiantes” del primer decenio peronista), la retención por obreros de directivos fabriles como nueva modalidad de confrontación, el respaldo a la lucha gremial fabril por partidos políticos no peronistas y sectores vinculados orgánicamente a la Iglesia Católica. Empero, según Tcach y Rodríguez, no debe exagerarse la imagen anacrónica atribuida a Illia por sus contemporáneos. La muy resistida Ley Nacional de Salario Mínimo, Vital y Móvil, sancionada durante su presidencia, estaba a tono con las corrientes de la época, cronológicamente coincidente con una fase de auge del Estado de Bienestar europeo.
Al empresariado y a la derecha liberal no parece haberles agradado en absoluto la “ampulosa retórica” y sentido social de la economía imputados por Tcach y Rodríguez a dirigentes radicales pro-Illia, como Juan Carlos Pugliese o Raúl Alfonsín. Poco después, la calidad de la democracia propuesta por el gobierno de Illia debería atravesar por la prueba de calidad implícita en el fallido intento de retorno de Perón a la Argentina (la llamada “Operación Retorno”) y las elecciones parlamentarias de marzo de 1965.
La “Operación Retorno” puso a prueba la “voluntad política” del líder exiliado, “sus dificultades para disciplinar al sindicalismo vandorista, la solidez del gobierno nacional y la persistencia del espíritu de la Revolución Libertadora en el ámbito castrense”.
El “largo año” de 1964, como lo denominan Tcach y Rodríguez, terminaría con la derrota oficialista en las elecciones parlamentarias de marzo de 1965, los últimos comicios a celebrarse en ocho años. En dicho contexto, diversos actores políticos y sociales parecen haber desarrollado consensuadamente comportamientos orientados a la desestabilización institucional.
En esos días, el “horizonte de tormenta” cernido sobre la Administración Illia se veía complementado por la protesta estudiantil, para disgusto de ciertos elementos conservadores proclives a concebir la universidad, los sindicatos y los círculos intelectuales, artísticos y literarios como “los objetivos claves del marxismo”.
En dicho contexto, las coaliciones liberal-conservadora y nacional-popular parecían dirigir sus miradas hacia la institución militar, denunciando “la fuerza del pretorianismo en la cultura política argentina”.
La situación económica reinante al terminar 1965 no parecía justificar la “inestabilidad política”, aunque “la lógica de la desestabilización” parecía funcionar “con independencia de los indicadores económicos”.
Según Tcach y Rodríguez, el triunfo del “proceso de militarización de la política”, que “involucró a los principales actos sociales”, halló su “arena de realización” en “una cultura política marcada (…) por el pluralismo negativo”. Este último englobaba “formas de hacer política más interesadas en la derrota del rival que en el propio triunfo”. En dicho contexto, la “cultura política facciosa” parecía combinarse con una “sociedad corporativa, donde la autonomía militar era un fenómeno cada vez más ostensible”, sentando “las bases de un consenso golpista que incluyó al peronismo pero también a sus más acérrimos adversarios”. El desasosiego del “cerco liberal-conservador” parecía vincularse a la nada despreciable posibilidad de un triunfo peronista en los comicios de marzo de 1967, destinados a elegir veinte gobernadores provinciales y 96 diputados nacionales.
La Administración Illia parecía acusar una “indefensión corporativa” imputable a la renuencia de Illia a emplear políticamente los pujantes medios televisivos de la época, abiertamente explotados por la oposición contra el presidente. Illia parece haber intentado justificar su débil apelación al elemento mediático, esgrimiendo su necesidad de marcar un contrapunto con las dictaduras totalitarias conocidas por Illia durante su periplo europeo del decenio de 1930 (y quizá también con el peronismo y el frondizismo, que, como el nazismo alemán y el fascismo italiano, habían sido ávidos usuarios de recursos audiovisuales durante sus presidencias). Sus opositores parecen haberle imputado una visión anticuada de la propaganda política en consonancia con su perfil de político caduco.
La crisis dominicana, producto de la intervención militar estadounidense en la nación caribeña, parece haber puesto a prueba a la Administración Illia. El presidente habría robustecido la indignación militar al negar a Onganía la autorización necesaria para movilizar tropas argentinas hacia la nación antillana, arguyendo que el reducido número de efectivos solicitado por el futuro dictador restaba toda relevancia geopolítica y estratégica al envío de soldados argentinos a suelo dominicano.
La crisis dominicana parece haber estimulado la campaña periodística contra una Administración Illia presuntamente condescendiente con la infiltración comunista, que hacía escasos seis años sentase reales en suelo americano al derrocar al dictador cubano Fulgencio Batista. En dicho contexto, Illia parece haberse enfrentado “como nunca a la bifacialidad del arco político opositor”, ahora ampliado por el peronismo, que denunciaba la presunta “infiltración marxista” en el ámbito universitario.
En el ámbito castrense, la consigna ya no parecía ser el reemplazo del peronismo por un “sistema de partidos trunco”, sino la sustitución de “la política por la administración”. En la órbita militar, el antiperonismo parecía ser desplazado por un generalizado “antipartidismo”, nutrido del principio de guerra interna, fruto de la contrainsurgencia francesa en Argelia y adoptado por los militares argentinos, quienes parecían sostener que su país estaba en guerra contra una “subversión” identificable con los numerosos portavoces peronistas e izquierdistas de ideas presuntamente atentatorias contra el “alma del pueblo” y un metafísico “ser nacional”.
El itinerario del discurso público de Onganía parecía enraizarse en un “proceso agudo de militarización de la política”, como el futuro dictador pareció aseverar al negar, en la conferencia militar americana reunida en 1964 en la academia militar estadounidense de West Point, que los militares estuviesen obligados a obedecer a “autoridades electas” y “partidos políticos” susceptibles de verse impregnados por “ideologías exóticas”.
Illia sería el quinto presidente constitucional derrocado por elementos militares desde 1930. Empero, su destitución no ostentó, según Robert Potash, el carácter improvisado de anteriores golpes de Estado. Otra nota distintiva del derrocamiento de Illia parece haber estribado en el activo compromiso de ciertos elementos civiles con el pronunciamiento castrense.
Los líderes sindicales peronistas parecían promover un pacto militar-sindical para materializar una revolución popular apoyada por el Ejército o facilitar la participación comicial del peronismo. El tiempo demostraría el carácter poco realista de los cálculos de la dirigencia sindical.
La respuesta de Illia a la crisis parecía entremezclar, según Potash, “fatalismo y letargo”. Como el Frondizi de 1962, Illia parece haber preferido abstenerse de autorizar acciones militares para evitar baños de sangre. Se mantuvo fiel a sus propios códigos, sin por ello evitar la consumación de un nuevo golpe militar, cuyo éxito debe imputarse a problemas pretéritos irresueltos y al debilitamiento de la fe democrática de muchos argentinos, que habrían concluido ingenuamente que un militar podía acreditar mayor probidad que un civil a la hora de iniciar en la Argentina “una nueva era de paz interna, crecimiento económico y prestigio internacional”.

Maradona, él mismo

En su artículo Los valores que perdemos y los ídolos que adoramos, publicado en La Nación.com el 18 de octubre de 2009, Mariano Grondona alude al exabrupto proferido en Montevideo por el controversial director técnico de la Selección Nacional de Fútbol, Diego Armando Maradona, tras la trabajosa clasificación argentina para el Mundial de Sudáfrica, definiéndolo como la punta de un iceberg descriptible como una crisis moral expresada "en la simultaneidad de dos procesos íntimamente ligados: en un sentido descendente, la debilidad de aquellos valores que debieran alimentarnos; en un sentido lamentablemente ascendente, el culto de aquellos ídolos con los que se pretende reemplazarlos".
Grondona define al ídolo como "la imagen mentirosa de una deidad" propuesta como "objeto de culto", y al idólatra como quien "la adora como si fuera verdadera", venerando "a un dios falso". Según Grondona, la "divinización de Maradona como un falso dios" puede haber sido originada por una autodivinización, iniciada en 1986 por el propio Maradona, al atribuir este último su famoso gol a los ingleses a "la mano de Dios". Según Grondona, el "comportamiento ulterior" de Maradona "induce a pensar que él se imaginaba no ya como un elegido de Dios, sino como Dios mismo". Según Grondona, Maradona se habría autodefinido como "un dios falso", de cuya exaltación serían tan responsables el propio Maradona como la idolatría de Maradona promovida por muchos de sus compatriotas.
Grondona se pregunta si debemos definir a Maradona como un "tirano mediático" impuesto contra la voluntad de sus connacionales, o, en su defecto, como la encarnación de la "autoexaltación narcisista" y conducta antirreglamentaria atribuibles a muchos argentinos. Grondona también se pregunta si realmente podemos los argentinos atribuir a Maradona "la desmesura de su autoproclamada divinización". Grondona también se pregunta si debemos concebir a Maradona como un "abusador solitario" o una "víctima propiciatoria del inconsciente colectivo de los argentinos".
Hace años que vengo preguntándome por qué tantos argentinos se empecinan en idolatrar a Maradona. Su desempeño en el Mundial de México fue indiscutiblemente meritorio. Pero eso fue hace 23 años. Su performance en el Mundial de Italia fue lamentable. Apenas si contribuyó al poco justificable subcampeonato alcanzado en dicha ocasión por el plantel futbolístico actualmente dirigido, con más pena que gloria, por el ex astro deportivo. Nos hizo pasar un papelón mayúsculo en el Mundial de Estados Unidos, al ingerir una medicación sin consultar al médico del equipo.
Los mass media contribuyeron a alimentar un estupidizante culto maradoniano. Sus sucesivas internaciones de urgencia dieron pábulo a un show mediático indigno del buen periodismo. ¿No había noticias más importantes que cubrir y analizar, amigos periodistas? ¿Acaso Maradona iba a filmarlos para la TV cuando alguno de ustedes amanecía con dos líneas de fiebre? ¿Les hubiera gustado que lo hiciese? Espero que la nueva ley mediática, promulgada días atrás por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, les haga entrar en razón.
¿Algún día dejaremos de idolatrar tontamente a Maradona? ¿Cuándo lo veremos simplemente como a un ciudadano más? ¿Cuándo lo dejaremos ir a tomar un café al bar de la esquina?
¿Algún día podrá Maradona ser él mismo?

Una mujer, una madre

"La madre es para el hombre la encarnación de la Providencia", reza una hermosa frase, estampada por Domingo Faustino Sarmiento en Recuerdos de provincia y seguramente inspirada por el afecto del controversial sanjuanino por su progenitora Paula Albarracín. Algunas décadas después, José Hernández puso en boca de Martín Fierro la siguiente alusión a las mujeres: "Yo alabo al Eterno Padre/No porque las hizo bellas/Sino porque a todas ellas/Les dio corazón de madre".
Conocido es el apego de Carlos Gardel por su madre, doña Berta. En su mocedad, el Zorzal Criollo había conocido a José Betinotti, cuya célebre payada sobre la madre debió tararear alguna vez el Morocho del Abasto: "Pobre mi madre querida/Cuántos disgustos le daba/Cuántas veces escondida/Llorando lo más sentida/En un rincón la encontraba". Hace menos años, otro cantor de nuestros pagos, Pappo, sentenciaba severamente desde el pentagrama: "Nadie se atreva/A tocar a mi vieja/Porque mi vieja/Es lo más grande que hay".
María Eva Duarte de Perón, fallecida de cáncer uterino, jamás fue madre, pero la iconografía peronista se complacía en exhibirla como madre espiritual de todo niño argentino. Durante la década de 1960, en pleno furor feminista, Quino incluyó, entre las viñetas de su inmortal Mafalda, a una Susanita empecinada en una encendida defensa del rol tradicional de la mujer, con especial hincapié en la maternidad.
Durante el Proceso de Reorganización Nacional, las Madres de Plaza de Mayo desafiaron una implacable represión desde su condición maternal, desde su indeseado status de progenitoras de detenidos-desaparecidos. En la Argentina del periodo 1995-2002, inmersa en la prolongadísima debacle del neoliberalismo, muchas madres, cónyuges de desocupados, asumieron valientemente ese rol de sostenes de hogar tradicionalmente confiado al varón. La ex Primera Dama Hilda Chiche González de Duhalde, madre de familia, desempeñó un rol destacado en tan urticante contexto, al promover el status de manzanera, frecuentemente recaído en progenitoras del Gran Buenos Aires sumidas en triste condición. Por estos años, otras madres del conurbano bonaerense combaten valientemente el flagelo del paco. En diciembre de 2007, asumió la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuyo distinguido curriculum vitae incluye la maternidad.
La femineidad no se agota en la maternidad. No todas las mujeres están destinadas a ser madres. Pero la maternidad constituye una parte importante de la condición femenina. En este Día de la Madre, podemos, en cierto modo, equiparar a la femineidad con la maternidad.

Sunday, October 11, 2009

Demasiadas notas, mi querido Mozart

La presidenta de la República, Dra.Cristina Fernández de Kirchner, acaba de promulgar la Ley Nacional de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley No.26.522), en medio de fuertes cuestionamientos y no menos vehementes adhesiones. La extensa normativa parece prometer una importante reestructuración del sistema mediático argentino.
En la Argentina los poderes mediático y político no han tenido una relación fácil. Sojuzgado el segundo por el primero por el primer peronismo y las dictaduras posteriores al derrocamiento de Perón, mimado en exceso el segundo por el primero bajo un menemismo ingenuamente proclive a pensar que las concesiones desenfrenadas podían conducir a la reconciliación nacional... Nunca parece haber habido términos medios en esa relación.
¿Promueven la presidenta Fernández y su flamante ley una relación equilibrada entre los poderes mediático y político? Así parece sostenerlo el senador oficialista Miguel Ángel Pichetto, que, en declaraciones publicadas en el Washington Post, ha calificado la iniciativa como una medida "moderada y democrática", que permitirá que "las empresas tengan una posición adecuada, aunque no dominante". Posición obviamente rechazada, según el afamado medio estadounidense, por una oposición proclive a argüir "que la flamante ley otorgará demasiado poder al gobierno y recortará la libertad de prensa", limitándose a "reemplazar el oligopolio mediático por el monopolio estatal" y permitiendo "la adquisición forzada y poco onerosa de propiedades mediáticas por parte de inversores íntimamente ligados a la presidenta y a su esposo y predecesor Néstor Kirchner".
El malo de la película, al menos en el discurso oficial, tiene nombre y apellido: Grupo Clarín. Cuando yo era niño, Clarín no era otra cosa, para quien les habla, que el diario que el pollero de mi barrio usaba para envolver huevos. La generosa extravagancia menemista lo convirtió en un gigantesco imperio mediático irónicamente pronunciado contra su gran benefactor. Ahora es la bestia negra a combatir con la flamante ley mediática. Triste historia envuelta en un halo oscuro como el petróleo crudo, que no hace sino corroborar el carácter tétrico de la relación entre los poderes mediático y político argentinos.
Ningún bien hacen los bochornosos carteles de la Juventud Radical, que muestran a la Presidenta como la nueva Mirta Legrand y otros disparates por el estilo. Bien decía Confucio que el insulto sólo ofende a su autor. Lo cierto es que la mandataria ha promulgado una normativa que despierta (saludable e insalubremente) grandes inquietudes. De nosotros depende el plasmar en realidades tangibles y beneficiosas sus numerosísimas cláusulas. "Demasiadas notas, mi querido Mozart", decía el emperador austríaco José II al autor de Las bodas de Fígaro. "¿Dónde sobran las notas, Majestad?", replicaba el inmortal Wolfgang Amadeus. Tal vez José II tuviera razón al sostener que la música de Mozart contenía demasiadas notas. Pero ello no nos ha impedido gozar y admirar la música de Mozart durante más de dos siglos. Es de esperar que las abundantísimas disposiciones de la flamante ley mediática argentina tengan un destino similar.

Wednesday, October 07, 2009

Las palizas de Monsieur Jacques

En Juvenilia, Miguel Cané confiesa haber sido expulsado (siendo luego readmitido por intercesión de Marcos Paz, vicepresidente en ejercicio de la presidencia de la República) del Colegio Nacional de Buenos Aires por adherir al pronunciamiento estudiantil contra las malas condiciones de vida impuestas a los internos de la célebre institución educativa, por disposición de un Amadeo Jacques que lo puso de patitas en la calle con tan pocos miramientos como los perceptibles en el iracundo pedagogo francés al hacer llover una feroz golpiza sobre un alumno díscolo.
Casi siglo y medio después, el Buenos Aires ha vuelto a ser epicentro de una revuelta estudiantil, esta vez contra la decisión de la rectora Virginia González Gass de sancionar a doce alumnos momentáneamente alejados de su Colegio en dirección a una marcha política, sin la debida autorización de sus mayores. Sólo que la señora González Gass no gozará del anonimato de su célebre predecesor decimonónico Amadeo Jacques, apenas quebrado años después por un libro de Cané publicado por vez primera en una Argentina mucho menos habitada que la actual y con una nutrida población analfabeta o no hispanófona. Ya está en boca de muchos. Algo previsible en el país y mundo actuales, donde mucho se sabe e ignora a la vez. Los poderosos y diversificados mass media actuales ya la han sindicado como la rectora que sancionó a "los chicos del Buenos Aires".
La señora González Gass ejerce su cargo en un contexto regido por un desdibujamiento sin precedentes de una autoridad otrora receptora de un frecuente temor reverencial. En el "Buenos Aires" del 1860 y tantos, evocado por Cané, a nadie parece haberle horrorizado que un docente francés abofeteara impiadosamente a un súbdito argentino en la patria de este último. Pero la señora González Gass no es francesa. Es una ciudadana argentina al frente de una escuela media argentina. Sin embargo, no parece tener ninguna autoridad efectiva sobre sus jóvenes compatriotas-alumnos. O, si la tiene, se la niegan, implícita o explícitamente, los medios, los estudiantes, quizá hasta el Dios reverenciado en la vecina iglesia de San Ignacio.
No propongo volver a las palizas de Monsieur Jacques. Pero quiero una Argentina razonable. Y así no surgirá jamás. Hay que cambiar de actitud. Todo en su medida y armoniosamente. No debería ser tan difícil.

Sunday, October 04, 2009

Gracias, Negra

Escuché a Mercedes Sosa por primera vez en una grabación, en 1982, a los 12 años, cuando la Negra volvió de su exilio y volvieron a circular sus discos. Fui a dos recitales suyos en el Luna Park. Uno en 1987, con mi abuela materna, que en paz descanse. Otro, en 1993, con mi madre. No la escucho regularmente hace ya muchos años. Pero aún me conmueve recordar su voz sin par. Fue nuestra Edit Piaf, nuestra Ella Fitzgerald, nuestra gran cantante popular.
En la madrugada de hoy se apagó esa voz, que alguna vez había sentenciado, con palabras imitadas y arte inimitable, que, si calla el cantor, calla la vida. Pero sólo se ha apagado en el sentido de que ya no resonará públicamente, salvo en las grabaciones. Nunca se apagará en el alma de quienes crecimos gracias al arte de la Negra y su incitación a pensar y vivir.
La Negra me ayudó a crecer, a salir de la estúpida burbuja procesista de mi infancia. Me ayudó a apreciar la música, compañía infaltable en mi vida desde mi adolescencia. Cambian los gobiernos, los planes y situaciones económicas... Porque, como sentenció la Negra desde el escenario, cambia, todo cambia...
Pero no creo que cambien mis sentimientos por ella, que, de hecho, siguen siendo los mismos que hace muchos años. ¿Qué más puedo decir? Sólo una cosa: Gracias, Negra.