Saturday, April 26, 2008

¡O tempora, o mores!

Entre 1993 y 1996, quien suscribe contaba entre 23 y 26 años de edad y ocupaba un modesto cargo administrativo en una pequeña mutual. Por entonces Internet estaba en pañales. No había estallado el furor por los celulares, ese admíniculo diabólico actualmente portado hasta por los habitantes de la villa 31 de Retiro. Al locutorio se iba a hablar por teléfono o enviar un fax.
Por las mañanas, antes de mi horario laboral, solía comprar La Nacióno The Buenos Aires Herald al canillita de la cuadra de mi oficina y leerlo en un simpático barcito situado a metros de mi lugar de trabajo, mientras degustaba un buen café, que, confieso, sigue siendo uno de mis vicios. Actualmente leo La Nación en su edición on line (La Nación.com), generalmente en mi casa. O bien en un locutorio, con el tarifario de la PC pisándome los talones como el reloj tarifario del taxi (por suerte, a menor costo). Internet también me permite hacer otras cosas interesantes en el terreno informativo-periodístico. Ingresar en la página web del New York Timespara informarme sobre los avatares de la economía estadounidense. O, en los últimos días de diciembre, ingresar en la página web de la revista Time para saber a quién designó el popular semanario yanqui como persona del año próximo a concluir. En otras épocas, yo accedía a este último gracias a los ejemplares de Time traídos por mi padre de sus frecuentes viajes laborales al exterior, obtenidos mediante suscripción del Banco de Boston o comprados en los kioscos de la calle Florida. Así supe que Deng Xiaoping era el man of the year escogido por Time para el año 1985 y obtuve información adicional sobre el ataque aéreo estadounidense de 1986 contra Libia. La devaluación de 2002 y la tiranía ciberespacial me han condenado a conformarme con la edición on line de Time. En vísperas de las elecciones españolas del 9 de marzo último pasado, la Red también me permitía acceder a los websitesem> del diario madrileño El país para interiorizarme sobre los avatares de la economía y política hispanas. Al acercarse los comicios itálicos del 13 de abril del año en curso, quien suscribe se las ingeniaba para descifrar el rudimentario italiano utilizado en las encuestas de intención de votos publicadas en la página web del diario milanés L'Espresso.
Anteayer un discreto punguista me despojó de mi teléfono celular en el Ferrocarril Roca, durante una de mis visitas a mi agonizante abuela Elena, interna de un geriátrico de Temperley, a quien el Alzheimer mantiene felizmente alejada de las diabólicas tecnologías actuales. Ayer, viernes, no pude dar de baja la línea robada, ni habilitar una nueva, porque mi guapa vendedora de Claro (ex CTI Móvil) se había quedado sin sistema. Hoy es sábado. ¡Por primera vez en casi dos años tengo un fin de semana sin celular! ¡Sin ese aparatito demoníaco que me resistí denodadamente a adquirir hasta bien avanzado el invierno del anteaño! Pero la tregua durará poco. El lunes deberé reanudar los trámites de contratación de mi nuevo celular. Ese aparato que en 1990 sólo tenían los ejecutivos y que hoy ostenta con naturalidad un niño matriculado en el quinto grado de una escuela primaria.
Extraño, extraño mi infancia sin celulares, ni faxes, ni PCs, ni notebooks, ni laptops, ni palmtops... ¡Qué digo! ¡Si en esa época había que esperar veinte años para lograr que ENTEL te instalase una línea telefónica o tres meses para repararla! ¡Rogarle a Dios y María Santísima para lograr que los carteros de ENCOTEL no se hiciesen los marmotas a la hora de repartir cartas y telegramas o que no abriesen las encomiendas para apropiarse de su contenido! En los cuales el télex era un lujo psicodélico sin otros clientes posibles que las multinacionales, no como ahora que un locutorio de Ciudadela tiene fax e Internet. Extraño mi adolescencia de lector de la versión impresa de Clarín. Extraño, extraño, extraño...
Pero es inútil. Sé que esos bellos tiempos no volverán.