Wednesday, March 31, 2010

(Mal)recordando a don Raúl

A comienzos del decenio de 1960, el premier indio Jawaharlal Nehru recomendó al cineasta inglés sir Richard Attenborough abstenerse de endiosar a Mohandas Karamchand Gandhi en su película sobre el Mahatma, estrenada años después. El Pandit tenía sus razones. Deificar a Bapuji había sido, según Nehru, el mejor modo de olvidar sus enseñanzas en la India. Bien decía Jesús de Nazaret que nadie es profeta en su tierra. Por algo el Nazareno, cuyo deceso evoca la cristiandad por estos días, fue acusado de impostor por sus paisanos, quienes exigieron su crucifixión al procurador romano Poncio Pilatos.
Similar error estamos cometiendo los argentinos (y en especial los correligionarios del difunto ex presidente) con la figura de Raúl Alfonsín, cuyo primer aniversario de defunción se cumple por estas fechas.
Lo cometió el vicepresidente Julio Cobos, a cargo de la presidencia de la Nación al fallecer don Raúl, incurriendo en una inaceptable falta de ética política, que habría indignado seguramente a don Raúl, al politizar el sepelio del recién fallecido líder radical e instar a sus correligionarios a hacer lo propio. Lo cometieron los camaradas de ideas del difunto, al secundar a Cobos en su harto inadecuada politización de un funeral de Estado. Lo cometieron los correligionarios del difunto al desaprobar la nueva ley mediática, cubriendo las calles porteñas de afiches partidarios que comparaban a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con la señora Mirta Legrand, con todo el respeto que me merece la veterana conductora televisiva, delatando una bajeza que difícilmente hubiera agradado a don Raúl. Lo cometieron los correligionarios del difunto al negar desde sus bancas parlamentarias el aval necesario para destrabar la cuestión de la deuda externa, tal como negaran el apoyo a la iniciativa gubernamental de acotar la desenfrenada avidez pecuniaria de los violadores de la soberanía alimentaria.
Sin embargo, todos los correligionarios de don Raúl están a la orden del día al evocarse el primer aniversario de fallecimiento del ex presidente, cuya prédica democrática y defensa de nuestra soberanía económica, alegremente violentada por sus sucesores inmediatos, no merecen desdeñarse en absoluto. En este nuevo aniversario de fallecimiento de Jesús, no resulta ocioso evocar sus increpaciones contra los fariseos y doctores de la Ley, definidos por el Nazareno, con esas u otras palabras, como la personificación de la hipocresía. Los correligionarios de don Raúl, entre ellos su propio hijo, están actuando como tales: no como fieles discípulos, sino como los vulgares oportunistas que su maestro jamás habría consentido ver en ellos.

Sunday, March 28, 2010

El siguiente paso

En su nota Para un argentino, ¿no hay nada peor que otro argentino?, publicada hoy en La Nación.com, Mariano Grondona parafrasea la polémica frase de Perón Para un peronista,no hay nada mejor que otro peronista, suavizada por el propio Perón, en vísperas de su defunción, en la sentencia Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino. Citando a Emanuel Kant, Grondona concluye que el odio, "grande o pequeño, siempre daña tanto al odiado como al odiador".
Los argentinos, ¿amamos odiar u odiamos amar? Desaconsejable es, en el caso argentino, pronunciarse a favor de una u otra opción. Lo que sí puede sostenerse, sin temor a equívocos embarazosos, es que amor y odio son, en el caso argentino, sentimientos antitéticos en permanente tensión, desde los albores de una república próxima a celebrar su tan mentado bicentenario. Que nuestra mala autoestima ha sido nuestra peor enemiga.
En una escena de la película El último emperador, de Bernardo Bertolucci, el ex monarca chino Aisin Gioro Pu Yi, acusado de colaboracionismo con el invasor japonés, es duramente increpado por el director de su centro comunista de detención y reeducación política, quien se dirige al otrora Hijo del Cielo en los siguientes términos: "Usted siempre ha creído el mejor de todos. Ahora se cree el peor. En el fondo, es lo mismo. (...) ¿Acaso no soporta ser útil?"
Si Pu Yi hubiese sido argentino, esa frase del multipremiado film de Bertolucci habría reflejado un claro rasgo de nuestra tragicomedia nacional. Los argentinos nos hemos creído, durante mucho tiempo, superiores a los demás pueblos. Cuando las reformas menemistas, posteriormente humanizadas por el duhaldismo-kirchnerismo, nos hicieron percibir, con su crudo realismo, cuán lejos estábamos de lograrlo, empezamos a irnos para la otra punta. Éramos, según nuestro nuevo autoconcepto, los peores de todos. Habíamos vivido en el limbo, ingenuamente aferrados a una autoimagen harto simplista. Allí estaban los horrores procesistas para recordarnos cuán funestas habían sido las consecuencias de un candor posteriormente trocado en cinismo. Cinismo que ahora debe convertirse en modestia. Creerse los mejores es tan inútil como creerse los peores. Ser útil no es insoportable. Será difícil dar el siguiente paso. Pero no podemos no darlo. Si no lo damos, perdemos todos.

Wednesday, March 24, 2010

El valor de la memoria

De la Revolución de Mayo al Bicentenario, larga y accidentada ha sido la trayectoria de la República Argentina. ¿A qué atribuir los accidentes de esa trayectoria? A las antinomias de la Argentina. A esas dicotomías englobadas por Tulio Halperín Donghi bajo la denominación de “denegación recíproca de legitimidad”. Unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, civiles y militares… Todos ellos han pasado no menos de siglo y medio negando tajantemente que el otro pudiera tener razón en algo. Como si sus rótulos ideológicos pudiesen eclipsar su común condición de argentinos. En 2010, la Argentina cumple dos siglos de república, pero también de antinomias.
Cuando la República Argentina cumplió 100 años, Joaquín V.González, le dedicó, en el marco de una fastuosa efemérides oficial, un libro titulado El juicio del siglo, obra maestra de nuestra literatura y verdadero balance de nuestra primera centuria republicana. Si bien ese siglo había sido bastante ajetreado, el balance de González fue bastante optimista. González murió en 1923, un año antes de que Leopoldo Lugones, no contento con producir bellos versos, anunciara en Lima que había sonado, para bien de todos, la hora de la espada.
Las palabras de Lugones resultaron proféticas. Seis años después, las espadas reemplazaron al achacoso, anciano y legítimo presidente Hipólito Yrigoyen por el primer mandatario argentino ilegítimo del siglo XX, el general José Félix Uriburu, que, además de ilegítimo, ya no era joven ni gozaba de buena salud. Un cáncer se lo llevó a la tumba en París, patria adoptiva de los argentinos más encumbrados de la época, poco después de entregar el mando a otra espada, el general Agustín P.Justo, partidario de ese mal endémico de nuestra historia política encarnado en el fraude electoral. Y las espadas resonaron reiteradamente en la Casa Rosada. Lo hicieron en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966… La República Argentina debía ser fuerte, porque toleró bastante bien los taconeos de las botas castrenses. Por lo menos hasta 1976, cuando esas botas le dejaron los huesos a la miseria… Treinta mil desaparecidos, desmantelamiento del aparato productivo, redistribución regresiva del ingreso, una astronómica deuda externa.
A fines de 1983, asumía el presidente Raúl Alfonsín, de cuyo deceso pronto se cumplirá un año. Alfonsín tenía una obsesión: la democracia. A su entender, con la democracia se comía, curaba y educaba. Así y todo, las botas castrenses representaron un quebradero de cabeza para Alfonsín. Las conmociones cívico-militares de Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli y La Tablada recordaron a Alfonsín el costado complejo de la restauración democrática preconizada por el político de Chascomús. Su polémico sucesor Carlos Menem sería menos diplomático. Aceptó indultar a los ex jerarcas militares procesados bajo su predecesor, a quien los uniformados habían arrancado las “leyes del perdón”. Pero, en diciembre de 1990, cuando los carapintadas intentaron contraatacar, Menem ordenó sin titubeos que los cazabombarderos militares leales sobrevolaran el amotinado Regimiento 1 de Patricios amenazando con bombardear Palermo. En los años siguientes se aboliría la odiada conscripción y se admitirían mujeres en las Fuerzas Armadas. El jefe del Ejército, general Martín Balza, sería una figura clave en la remodelación de la imagen militar. El 24 de marzo de 1996, Balza, secundado por los jefes de la Armada y de la Aeronáutica, efectuaría, al cumplirse el vigésimo aniversario del fatídico derrocamiento de la presidenta María Estela Martínez de Perón, un famoso mea culpa militar por las funestas consecuencias del pretérito intervencionismo castrense. Luego, con los años, vendrían la derogación de las leyes del perdón, del indulto menemista y del Código de Justicia Militar y la reapertura de causas judiciales contra ex jerarcas militares procesistas.
Este nuevo aniversario de la remoción de la viuda de Perón coincide con el Bicentenario de la Revolución de Mayo, uno de los numerosos Bicentenarios latinoamericanos del primer tercio del siglo XXI. La Argentina no es el único país latinoamericano con un ignominioso pasado de intervencionismo castrense. Aunque las intervenciones militares latinoamericanas parezcan hoy cosa del pasado, no está de más preservar la memoria, para que nunca vuelvan a acaecer entre nosotros sucesos de tan funesta repercusión como los acaecidos en nuestra patria hace 34 años.

Wednesday, March 17, 2010

La globalización de la violencia

El 17 de marzo de 1992 volaba por los aires la embajada israelí en Buenos Aires, consumándose el primer atentado terrorista perpetrado contra instituciones judías operantes en la Argentina del último decenio del siglo XX. El 18 de julio de 1994 le tocaría el turno a la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Hoy se cumplen dieciocho años del atroz ataque contra la embajada israelí en Buenos Aires, tan impune hasta la fecha como el atentado contra la AMIA.
En la década de 1990, la política interna argentina había perdido gran parte del cáracter violento atribuido a la misma por Vicente Massot al analizar la violencia política argentina del periodo 1806-1980. Sólo los partidos políticos antimenemistas se obstinaban en preconizar esa denegación recíproca de la legitimidad postulada por Tulio Halperín Donghi, debiéndose conformar con una denegación unilateral, pues el presidente Menem no era, por así decirlo, de devolver la pelota. Por eso fue reelecto en 1995, pese a la exógena adversidad socioeconómica reinante. Atrás quedaban las querellas entre unitarios y federales, entre chupandinos y pandilleros, entre crudos y cocidos, entre radicales y conservadores, entre peronistas y antiperonistas, entre la patria peronista y la patria socialista, entre militares y civiles. Al asumir su primera presidencia, Menem había afirmado querer ser el presidente de la Argentina de Perón y Balbín, de Rosas y Sarmiento, de Borges y Marechal. El nuevo mandatario compartía palco con el ex almirante Rojas y otorgaba la Secretaría de Medio Ambiente a María Julia Alsogaray. El Muro de Berlín y los regímenes comunistas del este europeo habían colapsado. Alemania se reunificaba bajo el sello capitalista. Soplaban nuevos vientos. Vientos de globalización. Globalización que también alcanzó la violencia. En ese contexto deben situarse los atentados contra la embajada israelí en Buenos Aires y la AMIA. Seguramente, más de un argentino albergaba sentimientos antisemitas. Pero es dudoso que los albergara hasta el punto de querer dinamitar dos sitios emblemáticos de la populosa colectividad judeo-argentina.
Los atentados contra la embajada israelí en Buenos Aires y la AMIA fueron fruto de la globalización de la violencia, del desdibujamiento de las fronteras internacionales. Seguramente, los artífices de los atentados, asumiendo que no fuesen argentinos, sabían que la Argentina albergaba una de las comunidades judías más numerosas del mundo. Ese desdibujamiento de las fronteras internacionales dificulta dilucidar quién dinamitó la embajada israelí en Buenos Aires y la AMIA, aunque la Internet permita "recorrer" el orbe en cuestión de instantes.

Sunday, March 14, 2010

Ojalá te equivoques, Lanny

En su polémico relato breve futurista Escuela Argentina, 2020, publicado en lanacion.com el 9 de marzo de 2010, Rolando Hanglin traza humorísticamente un apocalíptico panorama de la escuela secundaria argentina del próximo decenio. Una escuela que no ha alcanzado "180 días de enseñanza anual", pero avanza "laboriosamente hacia unos 110 días efectivos", aunque el tiempo de estudio se vea recortado en "algunas horitas" por "algunas jornadas de reflexión, meditación, toma de las instalaciones y juzgamiento estudiantil a profesores de tendencia fascista". Con programas de estudios de "hasta quince y diecisiete asignaturas", de las que nunca se ha podido "precisar en qué consistían". Imprecisión que parece explicar la existencia de picos de deserción masiva, protagonizados por estudiantes secundarios deseosos de "un buen empleo de asaltante o dealer". Un sistema educativo "dinámico, cambiante, sorpresivo", saludablemente proclive a reemplazar las "vetustas Higiene e Instrucción Cívica o Educación Democrática" por asignaturas supuestamente más aggiornadas, como Educación Sexual y Derechos Humanos. Con docentes que celebran ante sus alumnos sus cambios prenupciales de género (y los de sus cónyuges) y actitudes similares en los educandos. Que tildan de "anotaciones de burócratas circunstanciales" las inscripciones de alumnos transexuales bajo sus nombres originales en documentos oficiales. De "poco open-minded" a los padres renuentes a aceptar cambios de género en sus hijos. Docentes que celebran que la escuela no sea "expulsora sino contenedora" de adolescentes. De adolescentes que pueden llevarse todas las materias de primero, segundo y tercer año "a diciembre, marzo y previas" y, así y todo, pasar a cuarto año, aunque no hayan levantado aplazo alguno, ya que de poco sirve atiborrarse de "conocimientos enciclopédicos, rutinarios y antiguos, acumulados por sabios circunstanciales", como los logaritmos, el Teorema de Tales, la ley de Lavoisier, las leyes de Indias o la Revolución de Mayo, "cosas de otro tiempo, detalles circunstanciales". Adolescentes que pueden hacer, ¡en cuarto año!, un viaje de egresados a Bariloche de dos meses de duración, con el aval de docentes convertidos en "circunstanciales" por el carácter prioritario de la educación sexual, definida por la profesora de Hanglin como "la materia más importante del secundario". Docentes que se consideran autorizados a desautorizar, en presencia de sus alumnos, a sus rectores, esos meros representantes "del sector no docente", esos "aguafiestas", esos "señores que no han tenido oportunidad de elegir su verdadero género" y convertirse en seres "open-minded".
Es de desear que el vaticinio de Hanglin sea errado. Lo cierto es que la actual escuela secundaria argentina está desprestigiada en el imaginario social. Ya nadie reverencia a la maestra normal, a la directora del Liceo Nacional de Señoritas o al profesor del Colegio Nacional, instituciones actualmente extinguidas o semiextinguidas. Ni siquiera se reverencia a la actual escuela media. Ahora el docente (y, en especial, el estatal) es, en el imaginario social, el vago que no quiere trabajar, que está de paro o licencia a cada rato, que obliga a los padres a optar por la escuela privada y a los jóvenes a optar por la universidad privada. Ya ni siquiera se ve a la escuela secundaria como la antesala del mercado laboral y de la enseñanza superior, visión que le permitió transitar con relativa fortuna el azaroso océano educativo del decenio de 1980. Que la ley la haya declarado obligatoria no la ha ayudado, hasta la fecha, a recuperar, aunque sea parcialmente, su perdido prestigio pretérito.
Sin embargo, como señalé días atrás en este espacio, el secundario no es secundario. No es irrelevante. Y no lo digo por ser docente secundario. Lo digo objetivamente. Y, por dicho motivo, digo: ojalá Hanglin se equivoque.

Monday, March 08, 2010

¿Puede culparse a una dama?

“Una dama nunca tiene la culpa”, sentencia Hugh Winlove, noveno vizconde de Trimingham, veterano de la guerra anglo-bóer y protagonista de la novela The go-between (El mensajero), publicada por su autor británico Leslie Poles Hartley en 1953 y llevada al cine en 1971.
The go-between evoca en primera persona la adolescencia del inglés Leo Colston, quien, durante el verano boreal de 1900, pasa sus vacaciones escolares en Brandham Hall, la señorial casa de campo de su amigo Marcus Maudsley. En julio de 1900, Leo, hijo único de madre viuda, está por cumplir 13 años. Leo y Marcus son internos de un colegio de pupilos. Leo es de cuna modesta. Ignora la etiqueta de la encumbrada clase social de Marcus. Empero, produce buena impresión en Brandham Hall, particularmente en Marian, la guapa hermana mayor de Marcus. Marcus cae enfermo y Leo, muchacho de constitución frágil, es alejado temporariamente de su amigo para evitar situaciones de contagio.
Para entretener a Leo, momentáneamente privado de su compañero de travesuras, Marian, próxima a desposar por conveniencia a Lord Trimingham, confía a su joven huésped sus frecuentes cartas para Ted Burgess, vecino de los Maudsley y arrendatario rural de Lord Trimingham. Leo descubre que Marian y Ted están embarcados en un amor imposibilitado por las notorias diferencias de status social existentes entre ambos amantes, que justifican el enlace matrimonial entre Marian y Lord Trimingham. Este último será anunciado durante un baile en Brandham Hall, que la madre de Marian hará coincidir con el décimotercer cumpleaños de Leo. En dicha ocasión, la madre de Marian notará la ausencia de su hija. La dama sospecha que Leo apaña a Marian y arrastrará a su joven invitado hasta toparse con su hija flirteando clandestinamente con Ted. Este último se suicidará inmediatamente, generando inconscientemente un trauma psicológico vitalicio en Leo, quien tendrá, a raíz de ello, una vida solitaria y amarga, pletórica de cargos de conciencia.
En 1951, Leo, de 64 años, soltero y sin hijos, intenta hallar explicaciones para sus desdichas en su diario personal de 1900 y las cartas intercambiadas con su madre durante su estadía en Brandham Hall, donde retorna tras más de medio siglo de ausencia. Allí descubre que Marian dio a luz, a principios de 1901, a un niño oficialmente registrado como hijo de Lord Trimingham, desposado por Marian poco después del suicidio de Ted. Empero, el hijo de Marian era, en verdad, hijo de Ted, secreto a voces en el pacato ámbito social de su madre. En 1951, Leo encuentra, en Brandham Hall, a una Marian anciana, privada de sus encantos físicos juveniles y sin otra compañía familiar que la de su nieto Edward, undécimo vizconde de Trimingham y portador de rasgos físicos heredados de Ted. Sus padres y su marido han muerto. Sus hermanos murieron en la Primera Guerra Mundial. Su hijo y su nuera, en la Segunda. Marian comprende a Leo y lo reprende amistosamente por no haber intentado ser feliz. Intenta restituirle su viejo rol de mensajero, confiándole un mensaje de amor para su nieto, renuente a desposar a su agradable pretendiente. Leo se limita a despedirse de su vieja protectora y tomar la silenciosa decisión de reducir sus contactos con Edward a una simple llamada telefónica.
Esa hermosa historia induce a preguntarse, en este Día Internacional de la Mujer, si el noveno vizconde de Trimingham no tendría algo de razón al negar que una dama tuviese la culpa de algo. Seguramente, la tendrá. Pero, como decía sor Juana Inés de la Cruz, no puede haber hombres necios que acusen a la mujer sin razón. Feliz día, mujeres.

Thursday, March 04, 2010

Desmediatizando la Argentina

En un artículo de su autoría, denominado La nueva sensibilidad. Lo “real” es un invento de los medios y publicado en Clarín el 18 de octubre de 1988, Jorge Halperín definió a la realidad como un invento mediático. Tesis prematura si recordamos que los multimedios argentinos de la época distaban de poseer su actual nivel de robustez y diversidad. La TV color argentina sólo contaba con diez años de trayectoria. La TV prepaga (la única TV aparentemente concebible en la actual Argentina) estaba en pañales y al alcance de una minoría socioeconómica privilegiada. No existía la Internet. Clarín era un diario, no un imperio multimediático.
El actual panorama multimediático argentino difiere sustancialmente del analizado por Halperín hace más de dos décadas. Más bien refleja la distinción entre "país mediático" y "país real" trazada días atrás, ante el Congreso, por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La Presidenta tiene razón. Pero, ¿cómo desmediatizar a la ultramediatizada Argentina actual? ¿Cómo se reinstaura el "país real"? La tesis presidencial, ¿no pinta a prédica en el desierto, si consideramos el colosal poderío económico de los actuales multimedios argentinos y, ante todo, su espeluznante grado de injerencia en la cotidianeidad del argentino promedio, obligado a consumir productos multimediáticos mañana, tarde y noche? ¿Cómo revertir esa situación en un país más proclive al chat, al SMS, al e-mail, al blog, a la notebook y al Facebook que a la charla de café, al estudio sistemático de cuestiones realmente relevantes y a la lectura de libros, revistas y diarios serios? ¿Cuántos lectores de Le Monde Diplomatique hay por cada diez lectores de Crónica? Poquitos, ¿no? ¿Qué puede hacer la nueva ley mediática, promulgada meses atrás por la Presidenta, ante un país que parece haber perdido irremediablemente el rumbo, idiotizado por todopoderosos productores full time de basura multimediática? ¿Quién vería Canal 7 si el mismo no televisara el fútbol?
Desmediatizar la Argentina actual será una tarea ciclópea. Pero habrá que emprenderla.