Sunday, March 28, 2010

El siguiente paso

En su nota Para un argentino, ¿no hay nada peor que otro argentino?, publicada hoy en La Nación.com, Mariano Grondona parafrasea la polémica frase de Perón Para un peronista,no hay nada mejor que otro peronista, suavizada por el propio Perón, en vísperas de su defunción, en la sentencia Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino. Citando a Emanuel Kant, Grondona concluye que el odio, "grande o pequeño, siempre daña tanto al odiado como al odiador".
Los argentinos, ¿amamos odiar u odiamos amar? Desaconsejable es, en el caso argentino, pronunciarse a favor de una u otra opción. Lo que sí puede sostenerse, sin temor a equívocos embarazosos, es que amor y odio son, en el caso argentino, sentimientos antitéticos en permanente tensión, desde los albores de una república próxima a celebrar su tan mentado bicentenario. Que nuestra mala autoestima ha sido nuestra peor enemiga.
En una escena de la película El último emperador, de Bernardo Bertolucci, el ex monarca chino Aisin Gioro Pu Yi, acusado de colaboracionismo con el invasor japonés, es duramente increpado por el director de su centro comunista de detención y reeducación política, quien se dirige al otrora Hijo del Cielo en los siguientes términos: "Usted siempre ha creído el mejor de todos. Ahora se cree el peor. En el fondo, es lo mismo. (...) ¿Acaso no soporta ser útil?"
Si Pu Yi hubiese sido argentino, esa frase del multipremiado film de Bertolucci habría reflejado un claro rasgo de nuestra tragicomedia nacional. Los argentinos nos hemos creído, durante mucho tiempo, superiores a los demás pueblos. Cuando las reformas menemistas, posteriormente humanizadas por el duhaldismo-kirchnerismo, nos hicieron percibir, con su crudo realismo, cuán lejos estábamos de lograrlo, empezamos a irnos para la otra punta. Éramos, según nuestro nuevo autoconcepto, los peores de todos. Habíamos vivido en el limbo, ingenuamente aferrados a una autoimagen harto simplista. Allí estaban los horrores procesistas para recordarnos cuán funestas habían sido las consecuencias de un candor posteriormente trocado en cinismo. Cinismo que ahora debe convertirse en modestia. Creerse los mejores es tan inútil como creerse los peores. Ser útil no es insoportable. Será difícil dar el siguiente paso. Pero no podemos no darlo. Si no lo damos, perdemos todos.

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