Monday, March 08, 2010

¿Puede culparse a una dama?

“Una dama nunca tiene la culpa”, sentencia Hugh Winlove, noveno vizconde de Trimingham, veterano de la guerra anglo-bóer y protagonista de la novela The go-between (El mensajero), publicada por su autor británico Leslie Poles Hartley en 1953 y llevada al cine en 1971.
The go-between evoca en primera persona la adolescencia del inglés Leo Colston, quien, durante el verano boreal de 1900, pasa sus vacaciones escolares en Brandham Hall, la señorial casa de campo de su amigo Marcus Maudsley. En julio de 1900, Leo, hijo único de madre viuda, está por cumplir 13 años. Leo y Marcus son internos de un colegio de pupilos. Leo es de cuna modesta. Ignora la etiqueta de la encumbrada clase social de Marcus. Empero, produce buena impresión en Brandham Hall, particularmente en Marian, la guapa hermana mayor de Marcus. Marcus cae enfermo y Leo, muchacho de constitución frágil, es alejado temporariamente de su amigo para evitar situaciones de contagio.
Para entretener a Leo, momentáneamente privado de su compañero de travesuras, Marian, próxima a desposar por conveniencia a Lord Trimingham, confía a su joven huésped sus frecuentes cartas para Ted Burgess, vecino de los Maudsley y arrendatario rural de Lord Trimingham. Leo descubre que Marian y Ted están embarcados en un amor imposibilitado por las notorias diferencias de status social existentes entre ambos amantes, que justifican el enlace matrimonial entre Marian y Lord Trimingham. Este último será anunciado durante un baile en Brandham Hall, que la madre de Marian hará coincidir con el décimotercer cumpleaños de Leo. En dicha ocasión, la madre de Marian notará la ausencia de su hija. La dama sospecha que Leo apaña a Marian y arrastrará a su joven invitado hasta toparse con su hija flirteando clandestinamente con Ted. Este último se suicidará inmediatamente, generando inconscientemente un trauma psicológico vitalicio en Leo, quien tendrá, a raíz de ello, una vida solitaria y amarga, pletórica de cargos de conciencia.
En 1951, Leo, de 64 años, soltero y sin hijos, intenta hallar explicaciones para sus desdichas en su diario personal de 1900 y las cartas intercambiadas con su madre durante su estadía en Brandham Hall, donde retorna tras más de medio siglo de ausencia. Allí descubre que Marian dio a luz, a principios de 1901, a un niño oficialmente registrado como hijo de Lord Trimingham, desposado por Marian poco después del suicidio de Ted. Empero, el hijo de Marian era, en verdad, hijo de Ted, secreto a voces en el pacato ámbito social de su madre. En 1951, Leo encuentra, en Brandham Hall, a una Marian anciana, privada de sus encantos físicos juveniles y sin otra compañía familiar que la de su nieto Edward, undécimo vizconde de Trimingham y portador de rasgos físicos heredados de Ted. Sus padres y su marido han muerto. Sus hermanos murieron en la Primera Guerra Mundial. Su hijo y su nuera, en la Segunda. Marian comprende a Leo y lo reprende amistosamente por no haber intentado ser feliz. Intenta restituirle su viejo rol de mensajero, confiándole un mensaje de amor para su nieto, renuente a desposar a su agradable pretendiente. Leo se limita a despedirse de su vieja protectora y tomar la silenciosa decisión de reducir sus contactos con Edward a una simple llamada telefónica.
Esa hermosa historia induce a preguntarse, en este Día Internacional de la Mujer, si el noveno vizconde de Trimingham no tendría algo de razón al negar que una dama tuviese la culpa de algo. Seguramente, la tendrá. Pero, como decía sor Juana Inés de la Cruz, no puede haber hombres necios que acusen a la mujer sin razón. Feliz día, mujeres.

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