Sunday, February 28, 2010

El secundario no es secundario

Mis abuelos paternos solían evocar orgullosamente el ingreso de mi padre en el Colegio Nacional de Adrogué, prestigiosa escuela media del decenio de 1950. No era de extrañar. Hasta entonces ningún miembro de mi familia paterna había cursado estudios secundarios. Mis abuelos eran inmigrantes o hijos de inmigrantes. Habían tenido una infancia dura. No habían podido ir mucho tiempo a la escuela. Mi abuelo había empezado a trabajar a los ocho años, como repartidor de panadería. Debía llevar dinero a su casa, imposible de mantener con el solo aporte de los magros jornales portuarios de mi bisabuelo, a veces abonados con vales de economato. Muchos años después, mi abuelo pudo, con gran esfuerzo, abrir su propia panadería. Mi abuela, hija de madre sirvienta, quiso para mi padre una vida menos sacrificada que la de sus mayores. Su escasa instrucción formal no le impidió cifrar en la educación una mejor calidad de vida. Y no se equivocó. Mi padre obtuvo los grados de bachiller en el Colegio Nacional de Adrogué y médico en la Universidad de Buenos Aires. Y vivió mejor que mis abuelos y bisabuelos.
Los sueños de mi abuela pintan actualmente irrealizables. O, al menos, más difíciles de materializar que en la Argentina de épocas pretéritas. Se ha atribuido dicho retroceso al impacto negativo de las políticas socioeconómicas neoliberales de las administraciones procesista, menemista y delarruista, parcialmente morigerado por las políticas socioeconómicas alternativas de las administraciones duhaldista, kirchnerista y cristinista. No es mi intención, al menos de momento, dilucidar esa cuestión. Pretendo, por ahora, señalar que los altibajos de la evolución histórica nacional no deben ser utilizados como excusa para menospreciar cínicamente la educación. Y, cuando digo educación, aludo principalmente a la tan despreciada enseñanza media.
Mérito de la administración kirchnerista fue declarar obligatoria la enseñanza secundaria en la Argentina. Ya sé que del dicho al hecho hay mucho trecho. Pero la distancia a recorrer no nos excusa de recorrerla. En 1884, la primera administración roquista declaró obligatoria la enseñanza primaria en nuestra patria, al promulgar la célebre Ley 1420. Medio siglo después, la Argentina aún albergaba adultos analfabetos, semiiletrados, autodidactas, alfabetizados durante la conscripción, con estudios primarios incompletos o cursados en la adultez. Pero ya se estaba lejos del 71% de analfabetos acusado por el censo poblacional de 1869. Se había recorrido, al menos en parte, el largo trecho comprendido entre el dicho y el hecho. Lo mismo cabe hacer ahora con la enseñanza secundaria, cuya cursada completa, absolutamente irreductible a una mera formalidad administrativa, constituye la menor exigencia educativa posible planteable a los niños y adolescentes actualmente residentes en suelo argentino. Materializar dicha realidad será difícil, por no existir, al menos de momento, un sustrato sociocultural firme. Pero no debemos renunciar a concretar esa realidad. La Generación del 80 hizo bien en promover la enseñanza primaria obligatoria en la Argentina. La Argentina del Bicentenario hace bien en preconizar la obligatoriedad de la educación secundaria. Ahorrémosnos risitas cínicas. El secundario no es secundario.

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