Wednesday, March 24, 2010

El valor de la memoria

De la Revolución de Mayo al Bicentenario, larga y accidentada ha sido la trayectoria de la República Argentina. ¿A qué atribuir los accidentes de esa trayectoria? A las antinomias de la Argentina. A esas dicotomías englobadas por Tulio Halperín Donghi bajo la denominación de “denegación recíproca de legitimidad”. Unitarios y federales, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, civiles y militares… Todos ellos han pasado no menos de siglo y medio negando tajantemente que el otro pudiera tener razón en algo. Como si sus rótulos ideológicos pudiesen eclipsar su común condición de argentinos. En 2010, la Argentina cumple dos siglos de república, pero también de antinomias.
Cuando la República Argentina cumplió 100 años, Joaquín V.González, le dedicó, en el marco de una fastuosa efemérides oficial, un libro titulado El juicio del siglo, obra maestra de nuestra literatura y verdadero balance de nuestra primera centuria republicana. Si bien ese siglo había sido bastante ajetreado, el balance de González fue bastante optimista. González murió en 1923, un año antes de que Leopoldo Lugones, no contento con producir bellos versos, anunciara en Lima que había sonado, para bien de todos, la hora de la espada.
Las palabras de Lugones resultaron proféticas. Seis años después, las espadas reemplazaron al achacoso, anciano y legítimo presidente Hipólito Yrigoyen por el primer mandatario argentino ilegítimo del siglo XX, el general José Félix Uriburu, que, además de ilegítimo, ya no era joven ni gozaba de buena salud. Un cáncer se lo llevó a la tumba en París, patria adoptiva de los argentinos más encumbrados de la época, poco después de entregar el mando a otra espada, el general Agustín P.Justo, partidario de ese mal endémico de nuestra historia política encarnado en el fraude electoral. Y las espadas resonaron reiteradamente en la Casa Rosada. Lo hicieron en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966… La República Argentina debía ser fuerte, porque toleró bastante bien los taconeos de las botas castrenses. Por lo menos hasta 1976, cuando esas botas le dejaron los huesos a la miseria… Treinta mil desaparecidos, desmantelamiento del aparato productivo, redistribución regresiva del ingreso, una astronómica deuda externa.
A fines de 1983, asumía el presidente Raúl Alfonsín, de cuyo deceso pronto se cumplirá un año. Alfonsín tenía una obsesión: la democracia. A su entender, con la democracia se comía, curaba y educaba. Así y todo, las botas castrenses representaron un quebradero de cabeza para Alfonsín. Las conmociones cívico-militares de Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli y La Tablada recordaron a Alfonsín el costado complejo de la restauración democrática preconizada por el político de Chascomús. Su polémico sucesor Carlos Menem sería menos diplomático. Aceptó indultar a los ex jerarcas militares procesados bajo su predecesor, a quien los uniformados habían arrancado las “leyes del perdón”. Pero, en diciembre de 1990, cuando los carapintadas intentaron contraatacar, Menem ordenó sin titubeos que los cazabombarderos militares leales sobrevolaran el amotinado Regimiento 1 de Patricios amenazando con bombardear Palermo. En los años siguientes se aboliría la odiada conscripción y se admitirían mujeres en las Fuerzas Armadas. El jefe del Ejército, general Martín Balza, sería una figura clave en la remodelación de la imagen militar. El 24 de marzo de 1996, Balza, secundado por los jefes de la Armada y de la Aeronáutica, efectuaría, al cumplirse el vigésimo aniversario del fatídico derrocamiento de la presidenta María Estela Martínez de Perón, un famoso mea culpa militar por las funestas consecuencias del pretérito intervencionismo castrense. Luego, con los años, vendrían la derogación de las leyes del perdón, del indulto menemista y del Código de Justicia Militar y la reapertura de causas judiciales contra ex jerarcas militares procesistas.
Este nuevo aniversario de la remoción de la viuda de Perón coincide con el Bicentenario de la Revolución de Mayo, uno de los numerosos Bicentenarios latinoamericanos del primer tercio del siglo XXI. La Argentina no es el único país latinoamericano con un ignominioso pasado de intervencionismo castrense. Aunque las intervenciones militares latinoamericanas parezcan hoy cosa del pasado, no está de más preservar la memoria, para que nunca vuelvan a acaecer entre nosotros sucesos de tan funesta repercusión como los acaecidos en nuestra patria hace 34 años.

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