Sunday, March 14, 2010

Ojalá te equivoques, Lanny

En su polémico relato breve futurista Escuela Argentina, 2020, publicado en lanacion.com el 9 de marzo de 2010, Rolando Hanglin traza humorísticamente un apocalíptico panorama de la escuela secundaria argentina del próximo decenio. Una escuela que no ha alcanzado "180 días de enseñanza anual", pero avanza "laboriosamente hacia unos 110 días efectivos", aunque el tiempo de estudio se vea recortado en "algunas horitas" por "algunas jornadas de reflexión, meditación, toma de las instalaciones y juzgamiento estudiantil a profesores de tendencia fascista". Con programas de estudios de "hasta quince y diecisiete asignaturas", de las que nunca se ha podido "precisar en qué consistían". Imprecisión que parece explicar la existencia de picos de deserción masiva, protagonizados por estudiantes secundarios deseosos de "un buen empleo de asaltante o dealer". Un sistema educativo "dinámico, cambiante, sorpresivo", saludablemente proclive a reemplazar las "vetustas Higiene e Instrucción Cívica o Educación Democrática" por asignaturas supuestamente más aggiornadas, como Educación Sexual y Derechos Humanos. Con docentes que celebran ante sus alumnos sus cambios prenupciales de género (y los de sus cónyuges) y actitudes similares en los educandos. Que tildan de "anotaciones de burócratas circunstanciales" las inscripciones de alumnos transexuales bajo sus nombres originales en documentos oficiales. De "poco open-minded" a los padres renuentes a aceptar cambios de género en sus hijos. Docentes que celebran que la escuela no sea "expulsora sino contenedora" de adolescentes. De adolescentes que pueden llevarse todas las materias de primero, segundo y tercer año "a diciembre, marzo y previas" y, así y todo, pasar a cuarto año, aunque no hayan levantado aplazo alguno, ya que de poco sirve atiborrarse de "conocimientos enciclopédicos, rutinarios y antiguos, acumulados por sabios circunstanciales", como los logaritmos, el Teorema de Tales, la ley de Lavoisier, las leyes de Indias o la Revolución de Mayo, "cosas de otro tiempo, detalles circunstanciales". Adolescentes que pueden hacer, ¡en cuarto año!, un viaje de egresados a Bariloche de dos meses de duración, con el aval de docentes convertidos en "circunstanciales" por el carácter prioritario de la educación sexual, definida por la profesora de Hanglin como "la materia más importante del secundario". Docentes que se consideran autorizados a desautorizar, en presencia de sus alumnos, a sus rectores, esos meros representantes "del sector no docente", esos "aguafiestas", esos "señores que no han tenido oportunidad de elegir su verdadero género" y convertirse en seres "open-minded".
Es de desear que el vaticinio de Hanglin sea errado. Lo cierto es que la actual escuela secundaria argentina está desprestigiada en el imaginario social. Ya nadie reverencia a la maestra normal, a la directora del Liceo Nacional de Señoritas o al profesor del Colegio Nacional, instituciones actualmente extinguidas o semiextinguidas. Ni siquiera se reverencia a la actual escuela media. Ahora el docente (y, en especial, el estatal) es, en el imaginario social, el vago que no quiere trabajar, que está de paro o licencia a cada rato, que obliga a los padres a optar por la escuela privada y a los jóvenes a optar por la universidad privada. Ya ni siquiera se ve a la escuela secundaria como la antesala del mercado laboral y de la enseñanza superior, visión que le permitió transitar con relativa fortuna el azaroso océano educativo del decenio de 1980. Que la ley la haya declarado obligatoria no la ha ayudado, hasta la fecha, a recuperar, aunque sea parcialmente, su perdido prestigio pretérito.
Sin embargo, como señalé días atrás en este espacio, el secundario no es secundario. No es irrelevante. Y no lo digo por ser docente secundario. Lo digo objetivamente. Y, por dicho motivo, digo: ojalá Hanglin se equivoque.

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