Wednesday, July 29, 2009

No glorifiquemos lo efímero

A usted que corre tras el éxito
ejecutivo de película,
hombre agresivo y enérgico
con ambiciones políticas

A usted que es un hombre práctico
y reside en un piso céntrico,
regando flores de plástico
y pendiente del teléfono


(...)

Antes que les den el pésame
a sus deudos, entre lágrimas,
por su irreparable pérdida
y lo archiven bajo una lápida


Joan Manuel Serrat
A usted

En uno de sus Cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez compone el delicioso personaje de María dos Prazeres, añosa ex prostituta brasileña radicada en Barcelona. El Gabo abre su relato con su sabrosa descripción de un encuentro de María dos Prazeres con un joven y atildado vendedor de parcelas de cementerio privado. La singular anciana sudamericana está pagando a plazos su futura sepultura. Mientras tanto, la meretriz jubilada ameniza el crepúsculo de su existencia con amistosas cenas hogareñas compartidas con un aristócrata catalán. Honrando el adagio romano, María dos Prazeres aprovecha sus días, en un mundo donde el tiempo vital se mide, de manera simultánea y paradójica, en décadas y horas. Y, a la par, planifica su vida eterna, dejando atrás la precariedad de su pasada existencia.
Allá por 1998, yo solía pasearme entre las añosas tumbas del cementerio de la Recoleta, el cementerio de la oligarquía pre-neoliberal. Pasaba una y otra vez ante sepulcros de nombres inscritos en las páginas de nuestra historia. Ya tenía en mi haber alguna experiencia de cementerios. En 1996 había ayudado a cargar el féretro de un tío abuelo paterno mío en el cementerio municipal de Lanús. En 1998 haría lo propio con el átaud de mi abuelastro y padrino, padrastro de mi madre y apuntador retirado, que había pedido ser sepultado en el panteón de la Sociedad Argentina de Actores en el cementerio de Chacarita, el cementerio de las clases populares hasta el día de la fecha, habitado por ídolos como Carlos Gardel, el hijo inmigrante de madre soltera, migrante y planchadora, superador por mérito propio de su pobreza y anonimato.
Mi abuela materna, fallecida dos años después en pleno uso de sus facultades mentales, hojeaba una tarde una de sus amadas revistas ilustradas en la vivienda que compartía con quien suscribe y otros miembros de su familia. Descubrió una publicidad de un cementerio privado de Pilar. Mi abuela ya era octogenaria y su salud física se había resentido considerablemente. Como estaba muy lúcida, sabía que su fin se acercaba. Como su segundo marido le había dejado unos pesos, quiso darse un último gusto. Pidió a mi madre que la sepultase en el cementerio privado anunciado en la revista. Mi abuela falleció en mayo de 2000. Mi madre satisfizo su última voluntad. El cementerio nos asignó una parcela con derecho a tres sepulturas para cadáveres enteros y otras tantas para occisos cremados. Hoy yacen allí los restos de mis dos abuelas y mi abuelo paterno.
En su delicioso libro Elogio de la lentitud, el sueco Öwe Wikstrom, pastor y teólogo protestante, psicoterapeuta, relata su viaje a Budapest, donde reparte su tiempo entre el dictado de un curso, la visita a un amigo hospitalizado y partidas de ajedrez disputadas con un anciano habitué de baños termales, que ha sufrido en carne propia las persecuciones políticas lanzadas por los regímenes autoritarios europeos del siglo XX. La estadía de Wikstrom en la capital húngara también incluye una visita al cementerio judío de Budapest, que inspira al autor un intento de resaltar por escrito la importancia de visitar los cementerios. Y yo agregaría: los hospitales y hogares de ancianos. Aún están frescas en mi memoria mis visitas, prolongadas durante cinco años, a mi abuela paterna, fallecida hace seis meses, tras siete años de decadencia psicofísica progresiva, un lustro de internación geriátrica y casi un año de semipostración y alimentación por sonda.
Los muertos tienen todo el tiempo del mundo. No así los vivos, sometidos a un ritmo que no siempre atinan a reducir, aun pudiendo hacerlo. Parecen olvidar que, nos apuremos o no, llegamos finalmente a cadáveres, por muchos nonagenarios y centenarios que esté produciendo la medicina actual.
Practiquemos la lentitud y la gradualidad. Constituyen una excelentísima terapia. No aceleremos innecesariamente la máquina. No glorifiquemos lo efímero. Exaltemos lo perdurable y transmisible. Como las novelas de Dostoievski, que, en la valija llevada por Wikstrom a San Petersburgo, conviven con toda su deliciosa perdurabilidad y transmisibilidad con el carácter dudosamente perdurable y transmisible del ordenador portátil del intelectual escandinavo. Perdurabilidad y transmisibilidad también rezumadas por el espíritu franciscano en la patria chica del pobrecito de Asís, también recorrida por Wikstrom, a ocho siglos de la muerte de San Francisco. ¿Quién se acordará en el siglo XXIX de los celulares del siglo XXI, que comparten este mundo con el milenario pensamiento mosaico, budista, cristiano y mahometano, con las añosísimas tragedias de Shakespeare, cantatas de Bach, sinfonías de Beethoven y óperas de Verdi y Wagner?

Tuesday, July 28, 2009

El hombre que no está solo y espera

El presidente constitucional hondureño José Manuel Zelaya Rosales se ha convertido en una suerte de león enjaulado en el reducidísimo perímetro de un paso fronterizo binacional, que se pasea inquietantemente por su jaula esperando que su terco guardián se digne a levantar su cautiverio. Pone un pie en suelo hondureño y otro en suelo nicaragüense, para tratar de hacer cambiar de parecer a su porfiado carcelero, renuente a restituir el mando a su legítimo titular de turno, avalado por representantes del mundo entero.
Sin embargo, pasan horas y días y Zelaya sigue confinado entre Nicaragua y Honduras. Al otro lado de la frontera, lo esperan su esposa, hija, suegra, madre y miles de seguidores. Aunque también un cancerbero dispuesto a encarcelarlo en su propia casa.
Con el aval de la ONU, la OEA, la Unión Europea, el Mercosur, el ALBA ¡hasta la Casa Blanca! en el bolsillo, Zelaya se ha convertido en el hombre que no está solo y espera. Presidentes de todos los colores se han pronunciado a su favor. Mientras tanto, los hondureños viven exiliados en su propia patria, por evitable capricho de sus ilegítimos gobernantes y los grupos de elite aliados al gobierno de facto.

Sunday, July 26, 2009

Eterna presencia

El 26 de julio de 1952, hace hoy 57 años, María Eva Duarte de Perón, más conocida como Evita, Jefa Espiritual de la Nación, entraba en la inmortalidad. Millares de apesadumbrados argentinos desafiaron inclemencias climáticas y abarrotaron las calles porteñas para rendirle su adiós. A los 33 años, una atípica Primera Dama argentina dejaba el mundo.
Adorada por muchos y aborrecida por no pocos, Evita legaba a sus congéneres su otrora escamoteado status de ciudadanas, por el cual luchasen distintas mujeres argentinas durante medio siglo. Aunque ciegamente fiel a su encumbrado consorte, al cual exigía sumisión incondicional por parte de las demás mujeres, Evita había demostrado que la mujer argentina podía aspirar a algo más que la oscuridad del hogar. La ley de sufragio femenino, promulgada por su cónyuge, otorgó a las mujeres argentinas el derecho de elegir a sus gobernantes y ser elegidas para cargos estatales. Más de veinte años después, el fallecimiento de Perón dejaba la presidencia de la República en manos de su tercera esposa, mala mandataria, pero, a la par, primer presidente argentino de sexo femenino, interrumpiendo así una sesquicentenaria e ininterrumpida tradición de mandatarios varones. Hace año y medio, la asunción de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner demostró nuevamente la posibilidad de instalar a una mujer en el Sillón de Rivadavia.
Proveniente de un hogar humilde, Evita demostró no haber olvidado que había nacido en la pobreza, consagrando tiempo y energías a socorrer a los más necesitados desde su célebre Fundación. Por algo la lloraron tanto los humildes, de quienes se la proclamó abanderada.
La célebre Gira del Arco Iris permitió que, por primera vez en la historia argentina, nuestro país estuviese representado en la escena internacional por una mujer joven, alejada de la pacatería tradicionalmente impuesta a las esposas de nuestros presidentes. La niña de Junín, hija ilegítima, vestida a la moda parisina y cubierta de joyas, fue recibida por figuras de la talla del Generalísimo Francisco Franco y del Papa Pío XII.
El 26 de julio de 1952 moría Evita y nacía su mito. En 1955 su marido fue derrocado por un violento golpe militar, cuyos artífices se empeñarían inútilmente en negar hasta la misma existencia de Evita y Perón, llegando al extremo de hacer sepultar a la singular Primera Dama en un cementerio italiano, bajo nombre falso, durante 15 años. Los guerrilleros peronistas del decenio de 1970 la identificaron con su causa ("Evita montonera", "Evita hay una sola"). Heroína de ópera rock, personificada en el cine y teatro argentinos por distintas actrices, objeto de estudios académicos o ícono cultural, Evita sigue presente, nos guste o no.

Monday, July 20, 2009

Columna light de invierno (III)

Hoy se celebra el Día del Amigo. ¡Puff! Todos los días son del amigo. ¿O sólo somos amigos de Fulano y Mengano los 20 de julio? Hace frío y la gripe A merodea. ¿Quién está para festejos? Son todos negocios. Pero ya se sabe: en estos tiempos, la manija la tiene el marketing, no los sentimientos. ¿Quién piensa en los 30 mil desaparecidos el 24 de marzo, en las Malvinas el 2 de abril, en Jesús en Semana Santa y Navidad, en la Revolución de Mayo el 25 de Mayo, en Belgrano el 20 de junio, en la Independencia el 9 de julio, en San Martín el 17 de agosto, en Sarmiento el 11 de septiembre, en Colón y los pueblos originarios el 12 de octubre...? Si se han vuelto excusas para no hacer nada, para rascarse el ombligo, para mamarse y comer a reventar...
Sinceramente, me revienta el Día del Amigo. Del amigo hay que acordarse siempre. Sobre todo del amigo sincero que nos da una mano franca, postulado por José Martí, quien aconsejaba cultivar para él una rosa blanca, en junio como en enero. ¿Pero quién tiene tiempo hoy para cultivar rosas blancas? Ni tiempo de fabricarlas en papel crêpe tenemos. Pero sí de empeñar al amigo más fiel, como en el tango. O de contestar innumerables estupideces enviadas por SMS.
En estos tiempos sólo parecería contar lo baladí, como decía Borges. La huevada, por decirlo más modernamente. Nadie se acuerda de las Malvinas. Sin embargo, allí están, ocupadas por Su Graciosa Majestad hace casi 180 años. Los españoles comparten la soberanía sobre Gibraltar con el Reino Unido. Gran Bretaña restituyó Hong Kong a China. Su primo norteamericano, el Canal a Panamá. A los argentinos, las Malvinas parecen importarles menos que Tinelli. Días atrás, el canciller Taiana renovó nuestro reclamo de soberanía ante las Naciones Unidas. Debemos saberlo yo y otros tres gatos locos. Lo que importa es llevar a los chicos a ver la nueva de Harry Potter... que es inglés.

Saturday, July 18, 2009

Todos somos AMIA

Recuerdo esa mañana del 18 de julio de 1994. Tenía 24 años. Trabajaba en una mutual. Mi empleador tenía sus oficinas en Lavalle al 1600. O sea, cerca de otra mutual: la AMIA.
Mi dador de empleo me había enviado a una fotocopiadora situada a dos cuadras de mi lugar de trabajo. Al cruzar Lavalle, escuché, a lo lejos, una explosión. Al regresar de la fotocopiadora, mi empleador me mandó a distribuir material de su mutual en distintos puntos geográficos de la ciudad. La hora del almuerzo me sorprendió en un local gastronómico de las inmediaciones del Hospital Rivadavia, cuyo televisor captaba las espeluznantes imágenes televisadas desde el lugar de la tragedia. Al día siguiente, mi empleador me hizo llevar una nota de repudio a una oficina habilitada a tales efectos por la AMIA. Era de no creer.
Corría julio de 1994. Sólo faltaban cinco meses para que el gobierno mexicano, al devaluar su moneda, iniciase el primero de una seguidilla de efectos económicos globales (efectos tequila, arroz, vodka, caipirinha y tango, sumados a la devaluación turca), destinados a impactar duramente sobre la vida socioeconómica y equilibrio psicomoral de muchos pueblos, entre ellos el argentino. En pocos años, el pueblo argentino, mediante su dramático pronunciamiento de diciembre de 2001, ingresaría en el siglo XXI y tercer milenio, dejando atrás un penosísimo periodo, iniciado en 1930 y caracterizado, entre otras cosas, por la apelación despiadada a las fórmulas golpista y neoliberal.
En la angustiosa década de 1990, los atentados contra la embajada israelí y la AMIA simbolizaron esos flagelos desde el seno de la populosa comunidad judeo-argentina. Hoy, 18 de julio de 2009, la colectividad israelita de nuestra patria conmemora el 15º aniversario del ataque contra su ente mutual, en una Argentina amenazada de recesión y acechada por la influenza porcina. En la Alemania hitleriana, bastaba con no ser judío o antinazi para no ser enviado a campos de concentración, aunque no para no ser enviado al campo de batalla. En la Argentina de 1995-2002, cualquier individuo en situación de producir podía perder indefinidamente su fuente de trabajo, independientemente de su edad, credo religioso o convicciones políticas. En la Argentina de 2009, cualquier individuo puede contraer la gripe A, sin importar su edad, status socioeconómico, filiación confesional o tendencia política.
La actual sede de la AMIA se encuentra rodeada de pequeños árboles, plantados en memoria de las 85 víctimas fatales del atentado de 1994. La AMIA funciona en el barrio porteño de Once, nuevamente enlutado, en diciembre de 2004, por una nueva tragedia, la de Cromañón, que segó la vida de 194 personas. Los arbolitos de la AMIA y las zapatillas de Cromañón simbolizan en el mismo barrio la tragedia humana. Judíos y jóvenes poseen un historial común de persecución y marginación. Lo ostenta todo habitante de la Argentina. En la Argentina todos somos AMIA.

Wednesday, July 15, 2009

Columna light de invierno (II)

Hay que pasar el invierno, sentenció hace medio siglo un ingeniero-capitán de estos pagos, de cuyo nombre no quiero acordarme, como diría Cervantes. Bien se ve que por entonces no había gripe A, ni dengue. Había golpistas, eso sí. Hoy los golpes son de otra índole. Al menos en estas latitudes. No así en una nación centroamericana muy nombrada por estos días. Y no precisamente por sus bananas. ¡Qué falta de tacto! Cuando nuestros milicos mandaron a Yrigoyen, Alvear, Perón y Frondizi a Martín García, por lo menos les dieron tiempo de vestirse. Al pobre Zelaya lo sacaron de la cama a las cinco y media de la madrugada, en piyama, con hora y media de sueño sobre sus espaldas, y lo mandaron a Costa Rica. Desde entonces, Mel anda yirando por el mapa, buscando la forma de aterrizar en Tegucigalpa.
La increíble historia de Zelaya ha contribuído, en mi avidez de noticias interesantes, a romper la monotonía mediática de un invierno argentino aburrido, donde las únicas noticias parecen ser los casos de gripe A. No niego la gravedad de nada. Pero pasan las horas y cada vez me cuesta más llenar este espacio. Y como no tengo ganas de escribir en serio, ironizo sobre cuestiones imposibles de ironizar. Mientras tanto, espero con ansiedad cada capítulo de la novela hondureña. Porque una historia así, en estos tiempos, parece novelesca. ¿No habían terminado los golpes de Estado en Latinoamérica?
Tras una campaña electoral insulsa (e Insulza), la Argentina mediática, la más fácil de conocer, exhibe impertérrita su ya añosa y superficial monotonía. ¡Ah, los buenos tiempos que Clarín servía para informarnos o envolver huevos en la pollería! ¡Ah, los buenos tiempos que La Nación servía para informarnos o juntar la suciedad del gato! ¡Ah, los buenos tiempos que Canal 13 tenía eminencias como Roberto Maidana y Sergio Villaruel y servía para informarnos! ¡Para algo útil! Hoy no se puede confiar ni en Mariano Grondona, que ha puesto su septuagenaria seriedad al servicio de las señoras gordas. Los medios extranjeros terminan resultándonos más interesantes, pero, ¿cuándo hablan de la Argentina? Y a veces ni en ellos podemos confiar. ¿De qué hablaba ayer Le Figaro en su edición on line? ¡De la gripe A en la Argentina! Si para eso están TN, C5N, Crónica y América TV. ¿De qué tienen que hablar nuestros medios? ¿De las piernas de Carla Bruni?

Sunday, July 12, 2009

Columna light de invierno (I)

De vez en cuando, como ustedes habrán notado, improbables lectores míos, reemplazo, en este deleznable medio, mis aburridas peroratas por comentarios pretendidamente informales sobre la cotidianeidad humana. Es que a veces, por mucho que exprima mis poco dotadas neuronas, no encuentro nada serio para decir. Olvidémosnos, pues, un poco de la seriedad. All work and no play makes Johnny a dull boy, sentencia un proverbio inglés. 100% de trabajo y 0% de juego convierten a Juancito en un chico aburrido. No me llamo Juan y ya no soy un chico. Pero ya lo dice Pablo Neruda en su autobiografía: el niño que no juega no es niño, pero el adulto que nunca juega perdió para siempre al niño que llevaba dentro y le hará mucha falta. Der Mensch ist nur da ganz Mensch, wo er spielt, sentenció Schiller. El hombre sólo es hombre cuando juega. Pero basta de citas plurilingües.
2009 está exigiendo humor. No es un año fácil. Los fantasmas del dengue y de la recesión internacional amagaron con amargárnoslo durante su primer cuatrimestre. La gripe A está condicionándole las vacaciones de invierno a millones de niños y adolescentes argentinos y a sus acompañantes adultos. El frío arrecia. Al gobierno K no le están resultando fáciles las cosas este año. Lo mismo al gobierno M en Capital y al gobierno S en provincia. Siete de cada electores votaron en su contra el 28 de junio. Evidentemente, ser feliz exige algo más que una reactivación económica o una escuela recién pintada.
Un cierto desasosiego parece recorrer el alma argentina en su pre-Bicentenario.
¿Qué es ser argentino en estos tiempos? Es evidente que ya no podemos contestar esa pregunta con el patriotismo de opereta à la Billiken convertido durante décadas en el maná de muchos argentinos. Tampoco con el patriotismo procesista de Mundial de Fútbol y Malvinas. Sé que el patriotismo es algo más que una enorme bandera nacional izada en el imponente mástil de la Casa Rosada, iluminada por poderosos reflectores nocturnos, por mucho que me emocione verla flamear desde el colectivo. ¿Qué es ese "algo más"? Tal vez la respuesta más atinada la brindase Jorge Luis Borges en su Oda escrita en 1966, compuesta en ocasión del sesquicentenario de la Declaración de Independencia: "Nadie es la Patria, pero todos lo somos".
Todos somos la Patria, pero, ¿quién se siente patriota en la Argentina de 2009? Décadas de evitable neoliberalismo supraterritorial han diluído nuestra identidad patriótica. Llevamos a nuestros niños a ver las muy inglesas películas de Harry Potter y no a la embajada inglesa a exigir la restitución de las Malvinas. Les pagamos profesores de tap y no de tango. Les servimos hamburguesas de McDonald's en vez de choripanes de la Costanera Sur. Cacao caliente en vez del mate de leche que me cebaba mi abuela Elena, que dejó este mundo meses atrás. Llega el Mundial y somos todos argentinos. Usamos la bandera hasta en el papel higiénico. ¿Y después? Meta Cartoon Network y MTV. ¿García Ferré? ¿Y a ese quién lo conoce? ¿Una chacarera? ¿Qué es eso? ¿Una nueva marca de cerveza? ¿Oferta de la semana en Carrefour o Vea? ¿Cuántos Membership Rewards de mi gold card American Express necesito para aprovisionarme de la misma para todo el año?
Sume y sume. Dejemos el Bicentenario para nuestra benemérita Presidenta y un puñado de intelectuales y ancianos melancólicos, estúpidamente empecinados en ver Madame Butterfly en Film & Arts en vez de publicar photologs por los cuatro puntos cardinales. Mire qué linda foto se sacó mi nena con su Movistar, profe. ¿Y usted insiste en mostrarle el retrato de la familia de Carlos IV, pintado por Goya? ¿Quién los conoce?
En fin, dejemos que la influenza porcina agote en Pharmacity los stocks de alcohol de gel y barbijos descartables. Lo importante es que no falte el blue tooth en el nuevo modelo de Personal pregonado en el Alto Avellaneda. Los locutorios no son para gente como uno, aunque uno viva en el Bajo Flores, viaje de parado en el Sarmiento y limpie casas a 10 pesos la hora. Y yo que me crié entre teléfonos-alcancía de ENTEL con cospeles atascados en la ranura... ¡Maldito Menem! Asesinó a sangre fría la santa ingenuidad de mis años mozos.

Thursday, July 09, 2009

Viviendo sin efemérides

Días atrás, hice notar a mis alumnos de una escuela media estatal del conurbano bonaerense que la emergencia sanitaria, decretada por el gobierno provincial a raíz de la pandemia de influenza porcina, los privaría del acto escolar del Día de la Independencia. Mis alumnos me dijeron que no solían tener actos patrios. Su respuesta no me extrañó, pues yo ya tenía referencias similares sobre el particular, transmitidas por mis colegas. Deseaba, empero, confirmarlo personalmente. Y, confieso, me dolió, haciéndome sentirme miembro de la última generación de argentinos con experiencia de efemérides.
Recuerdo las efemérides de mi infancia, cronológicamente coincidentes con la execrable dictadura procesista. Acuden a mi memoria el bicentenario del nacimiento del general San Martín y el cuarto centenario de la segunda fundación de la ciudad de Buenos Aires.
Durante mis años de estudiante secundario, cronológicamente coincidentes con la presidencia de Alfonsín y los primerísimos tiempos del menemato, las efemérides empezaron, a raíz de la promulgación de la nueva ley de feriados, a ser desplazadas por los días no laborables y fines de semana largos. Quienes podían permitírselo empezaron a concebir las fechas patrias como una buena excusa para una escapada a Mar del Plata o Pinamar. Otros, menos pudientes, como un pretexto para dormir hasta tarde. El centenario del fallecimiento de Sarmiento fue, en términos de efemérides, la pálida sombra de las efemérides de otros tiempos, como ese Año del Libertador decretado en 1950 por el primer gobierno peronista, a raíz del centenario del fallecimiento del Gran Capitán, y ocasionalmente conmemorado por mi madre, cuyos cuadernos escolares de esa época ostentan reiteradas alusiones obligatorias al magno evento.
Durante el desdichado periodo macroeconómico de 1995-2002, muchos argentinos, obligados a sobrevivir a cualquier precio, renunciaron a las ocasiones festivas. Con la reactivación económica, iniciada en 2003 y actualmente mantenida pese al adverso contexto macroeconómico declarado en otras latitudes, no retornó, desgraciadamente, el espíritu efemeridal de la Patria Vieja, sino el espíritu de jarana derivado de nuestra generosa legislación sobre días no laborables.
La Argentina se acerca a una década de Bicentenarios. En el decenio de 2010, nuestro país asistirá al segundo centenario de la Revolución de Mayo y de la Declaración de Independencia. El primer Bicentenario Patrio de la próxima década ya ha motivado una copiosa producción intelectual y cierto número de propaganda oficial alusiva. Pero, a nivel social, aún no se percibe un clima efemeridal. Para complicar las cosas, el bicentenario de la Revolución de Mayo se superpondrá con un Mundial de Fútbol. A simple vista, ello no debería ser un obstáculo. Al fin y al cabo, la Argentina de 1978 pudo conmemorar el bicentenario del nacimiento del Libertador y, al mismo tiempo, ser anfitriona y vencedora del Mundial de dicho año, con Martínez de Hoz en el Palacio de Hacienda y una ESMA devenida en centro de detención a escasa distancia del Estadio Mundialista de River Plate. Pero en esos tiempos había clima efemeridal, hoy aparentemente conceptuado, equívocamente, como cosa de gobiernos de facto. Falacia. No hay efemérides más gloriosa que la celebrada con un gobierno legítimo en el poder e innegables señales de mejoría en los indicadores socioeconómicos. Como sucederá, Dios no quiera lo contrario, en la Argentina de la segunda década del siglo XXI y tercer milenio. En ello deberíamos reflexionar los argentinos en este Día de la Independencia del año pre-Bicentenario de 2009.

Tuesday, July 07, 2009

Aborto saludable

Durante la Semana Santa de 1987, seguí, con 17 años recién cumplidos, la célebre rebelión militar de la Pascua de ese año, liderada por el teniente coronel Aldo Rico. Hacía pocos años, la Argentina había cerrado, tras la durísima experiencia procesista, el capítulo histórico golpista iniciado en 1930. El primer pronunciamiento carapintada fue inmediatamente conceptuado de rebrote golpista y masivamente repudiado como tal por los más eclécticos sectores sociales. La situación argentina trascendió las fronteras de un mundo aún carente de Internet. En ese crítico contexto, el primer gobierno argentino posgolpista fue respaldado por presidentes tan disímiles como el estadounidense Ronald Reagan (presunto golpista), el español Felipe González (cuya patria, sojuzgada durante 36 años por una dictadura anacrónica, repeliese exitosamente una intentona golpista hacía pocos años), el brasileño José Sarney (primer mandatario posgolpista de su patria, como su par uruguayo Julio María Sanguinetti, también solidarizado en dicha ocasión con su colega argentino) o el cubano Fidel Castro (frecuentemente tildado de dictador). La rebelión cedió.
Por estos días se ha suscitado una situación similar en Honduras, a raíz del derrocamiento de su presidente Manuel Zelaya. Sólo que Alfonsín, a diferencia de Zelaya, no fue derrocado y muy pocos preconizaron su deposición. Muchos hondureños han respaldado claramente la defenestración de Zelaya, pese a su enérgico rechazo por parte de muchos de sus compatriotas y de la comunidad internacional.
El apoyo interno al pseudo-presidente Roberto Micheletti demuestra una triste realidad: en Latinoamérica aún quedan golpistas o, al menos, terreno fértil para su reaparición. Felizmente, el renacimiento del golpismo parece abortable. En un mundo frecuentemente proclive a condenar el aborto, resultamente aconsejable la operación abortiva puesta en marcha a favor de la democracia hondureña. Abortar el rebrote golpista hondureño permitirá fortalecer las defensas políticas de la región.

Friday, July 03, 2009

“Grandezas y miserias de la vida cívica argentina. Roberto Ortiz y la república… ¿imposible?”

Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Instituto de Enseñanza Superior Nº 1 “Dra.Alicia Moreau de Justo”
Profesorado en Historia
Equipo de Trabajo “El Bicentenario de la República”
Coordinadora: Prof.Francisca Beatriz La Greca
Asunto: Jornadas “La Argentina hacia el Bicentenario: identidades, cambios y permanencias”
Exposición verbal “Grandezas y miserias de la vida cívica argentina. Roberto Ortiz y la república… ¿imposible?”


Datos del expositor:

Nombre y apellido: Prof.Ernesto Sebastián Vázquez
e-mail: esvazquez@maderonet.net.ar
Carrera: Historia
Institución: Instituto de Enseñanza Superior Nº 1 “Dra.Alicia Moreau de Justo” (GCBA)


Roberto Ortiz nació en 1886. Asumió la presidencia de la Nación en 1938, tras haber sido forzado por los conservadores a postularse en comicios fraudulentos. Por cuestiones de salud se vio obligado a delegar el mando en su vicepresidente Ramón Castillo, conservador, partidario del fraude electoral y derrocado por un golpe militar en 1943. Ortiz renunció a su cargo en 1942, falleciendo ese mismo año.
El trayecto vital de Ortiz coincidió cronológicamente con un periodo de excepcional relevancia de la historia nacional y mundial.
En el plano internacional, la vida de Ortiz coincidió con el clima de desorientación ideológica imperante entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Gran Depresión. Dicha situación reflejaba el debilitamiento infligido por la Gran Guerra a la fe depositada por el mundo prebélico en los avances de la civilización liberal y capitalista.
El mundo del decenio de 1930 avanzaba inexorablemente hacia la Segunda Guerra Mundial. Esta última amenazaba con abarcar todo el planeta. A la Argentina no le resultaría tan sencillo sustraerse al clima generado por la inminente conflagración. La Segunda Guerra Mundial constituiría el choque principal entre las incompatibles cosmovisiones político-ideológicas del periodo de entreguerras. El avance hacia la nueva contienda planetaria se vio acelerado por el cataclismo económico internacional iniciado con el colapso bursátil sufrido en 1929 por Wall Street, cuya evocación no resulta ociosa en el actual contexto global. Esa hecatombe económico-financiera asestó un duro golpe a las democracias liberales y allanó la consagración de los regímenes autoritarios, entre los cuales descolló, en primer término, la dictadura hitleriana.
Entre la caída de Juan Manuel de Rosas y el derrocamiento de Castillo, los elementos más politizados de la sociedad argentina promovieron tres modelos de república. La pronunciada lucha facciosa de ese vasto periodo consistió en una puja entre dichos modelos. La Generación del 80 promovía la “república posible”, infructuosamente promovida por el Bernardino Rivadavia del decenio de 1820 y preconizada por la Generación del 37 y el texto constitucional sancionado en 1853. Los promotores de la “república posible” sugerían ceñirse escrupulosamente a dicho texto. Los promotores de la “república posible” se verían corporizados, entre 1880 y 1912, en la oligarquía agroexportadora.
En la década de 1890, la Argentina asistió al advenimiento de sus primeros partidos políticos modernos. En 1891, Leandro Alem y sus seguidores rechazaron el Acuerdo Mitre-Roca (encarnación del espíritu de la “república posible”) y fundaron la Unión Cívica Radical (UCR) . Cinco años después, Juan B.Justo fundó el Partido Socialista, partido de procedencia de Alfredo Palacios, convertido en 1904 en el primer diputado socialista de América. Los primeros partidos políticos de la Argentina moderna opondrían la figura de la “república verdadera” al modelo de “república posible” promovido por la oligarquía de filiación roquista .
Entre 1880 y 1907 , el general Julio Argentino Roca fue el árbitro indiscutido y primer “Gran Elector” de la política argentina. Si bien las candidaturas presidenciales eran avaladas por las “convenciones de notables” afines a Roca y el electorado , los candidatos a la primera magistratura federal contaban con el aval implícito del “Zorro” . En 1886, Roca, cuyo primer periodo en la Casa Rosada concluía ese año, había logrado transferir la investidura presidencial a su concuñado Miguel Ángel Juárez Celman, de quien se distanciaría posteriormente en términos políticos y personales. En 1892, Roca, en connivencia con Mitre y el presidente Carlos Pellegrini, había apadrinado exitosamente la candidatura presidencial de Luis Sáenz Peña , a cuya dimisión contribuyeron indudablemente los fallidos pronunciamientos revolucionarios radicales de 1893. La asunción presidencial del roquista José Evaristo Uriburu padre allanó la reposición de Roca en el Sillón de Rivadavia . La última actuación de Roca como “Gran Elector” tendría lugar en 1904, cuando el “Zorro” logró ser sucedido en la presidencia de la Nación por su ahijado político Manuel Quintana. Curiosamente, Hipólito Yrigoyen, quien parecía ver en la figura del “Gran Elector” un engendro diabólico del “Régimen” , oficiaría como tal en 1922, al lograr ser sucedido en la presidencia de la Nación por su correligionario Marcelo Torcuato de Alvear. En la década de 1930, el rol de “Gran Elector” recaería en el presidente Agustín Pedro Justo , quien lograría imponer, mediante fraude electoral, a Roberto Ortiz y Ramón Castillo en la presidencia y vicepresidencia de la Nación.
El radicalismo fue el partido de pertenencia de Ortiz, quien se sumó a las filas radicales a temprana edad . En 1904, Ortiz, a la sazón estudiante universitario, repudiaría, junto con sus condiscípulos radicales, la convención de notables destinada a avalar el binomio presidencial Quintana-Figueroa Alcorta, apadrinado por Roca. Al año siguiente, Ortiz tendría una modesta participación en el fallido pronunciamiento revolucionario radical contra el presidente Quintana .
Entre 1916 y 1930, los radicales, promotores de la “república posible”, desempeñaron el gobierno nacional, encabezados por Yrigoyen y Alvear, los dos primeros presidentes elegidos al amparo de la Ley Sáenz Peña. Las elecciones presidenciales de Yrigoyen y Alvear figuran entre los comicios presidenciales más correctos del siglo XX argentino. Antes de llegar al poder, los radicales habían acusado a los conservadores de promover el “gobierno de notables” en detrimento del “gobierno de las leyes” exigido por los radicales. Con estos últimos en el gobierno, los conservadores acusarían a los radicales de propiciar el “gobierno de los hombres” en perjuicio del “gobierno de las leyes”. El fortalecimiento institucional se vio frustrado por la persistencia de la lógica facciosa. Nos hallamos así ante esa “recíproca denegación de legitimidad” postulada por Tulio Halperín Donghi como un mal recurrente de la vida política argentina.
La reforma electoral de 1912 implicó un cambio sustancial en las prácticas comiciales y la concepción del funcionamiento institucional. La aceptación casi unánime del nuevo régimen electoral y el triunfo radical ofuscaron a los conservadores, quienes, ante la nueva situación, intentaron invalidar el principio de soberanía popular y acusar a los yrigoyenistas de desplazar la razón por el número.
El triunfo radical pareció debilitar la fe depositada, al empezar el siglo XX, en la capacidad de la ley para reformar las costumbres. Ese cuadro de situación impulsaría a los conservadores a concebir al radicalismo como un nuevo capítulo de la lucha entre civilización y barbarie.
En la década de 1920, el radicalismo se dividió en dos facciones: la personalista (yrigoyenista y promotora de la lealtad al líder) y la antipersonalista (antiyrigoyenista y defensora de la fidelidad a la organización). El derrocamiento de Yrigoyen jaqueó duramente a un radicalismo dividido, desorientado y prematuramente lanzado a la disputa por la herencia de un líder ya senil.
El derrocamiento de Yrigoyen marca el inicio de la llamada “república imposible”, mantenida hasta la defenestración de Castillo. Se la llama así por haber imposibilitado el normal funcionamiento de las instituciones republicanas durante la denominada “Década Infame” .
Bajo el liderazgo de Alvear, ciertos elementos radicales iniciaron, al empezar la década de 1930, la dificultosa transición entre la lealtad al líder y la fidelidad a la organización. La generosa propuesta alvearista para reunificar el radicalismo disgustó a muchos antipersonalistas, quienes advirtieron al ex presidente que no participarían en la reorganización intrapartidaria sin la eliminación de figuras solidarizadas, en su momento, con la segunda administración yrigoyenista. Los radicales de la Década Infame se enzarzarían en diversas pujas internas, que no deben malinterpretarse como cismas intrapartidarios. Una de ellas fue la desinteligencia entre “restauradores” y “renovadores”. Los primeros promovían la continuidad de los cargos intrapartidarios. Los segundos, también llamados “legalistas”, defendían la incorporación al radicalismo de “hombres nuevos” sin compromisos con el gobierno yrigoyenista.
El principio de representatividad del sistema de partidos pareció debilitarse, al empezar la década de 1930, ante el avance de las propuestas autoritarias. Pero dichas propuestas no lograron desarticular la apelación a la democracia como el mejor régimen posible.
En dicho contexto, los radicales se preguntaban si debían participar (o no) en las fraudulentas elecciones convocadas por la dirigencia conservadora de la Década Infame. A quienes sugerían hacerlo, se les conoce como “concurrencistas”; a quienes sostenían lo contrario, como “abstencionistas”. El conservadurismo de la Década Infame condicionaba duramente la supervivencia política del radicalismo. Muchos radicales se preguntaban si debían o no aceptar tales condicionamientos. También se preguntaban si debían o no sellar alianzas interpartidarias. A quienes rechazaban esa posibilidad, se les conoce como “intransigentes”. A quienes sostenían lo contrario, se les conoce como “unionistas”. Los primeros imputarían a los segundos la derrota electoral sufrida en 1946 por la Unión Democrática, cuyo ecléctico abanico político-ideológico y binomio presidencial incluirían elementos radicales. Los “intransigentes” asumirían la conducción del radicalismo en 1948.
Durante la Década Infame, los radicales “intransigentes” acusarían a ciertos correligionarios suyos de promover la “colaboración” del radicalismo con la dirigencia conservadora. En aras de la claridad conceptual, conviene, empero, recordar los conceptos de “intransigencia” y “colaboración” promovidos por Alvear, quien en 1941 sostendría que los radicales debían limitar su intransigencia a su conducta intrapartidaria y abstenerse de concebir desdeñosamente el estudio de los problemas nacionales como una mera colaboración con el gobierno de turno.
Roberto Ortiz parecía sintetizar el pensamiento político de su tiempo. Había sido radical antipersonalista en la década de 1920 y ocupado un cargo ministerial durante la presidencia de Alvear. Era un neto concurrencista, como lo demuestra su aceptación de la candidatura presidencial para los comicios de 1937. Su incorporación al gabinete justista lo perfila como un “colaboracionista”. Era un claro “unionista”, como lo demuestra su aceptación de un compañero de fórmula no radical. Sin embargo, no comparto en absoluto la patética imagen de Ortiz promovida por Félix Luna. Tras su aparente sumisión a un discurso y praxis políticas harto cuestionables, se escondía el político enérgico que, pese a su endeble salud física, pretendía depurar las prácticas electorales, como lo demuestran su decisión de decretar la intervención federal contra dos baluartes del llamado “fraude patriótico”, enquistados en la Catamarca natal de su vicepresidente y el Buenos Aires de Manuel Fresco.
Aunque forzado a consentirlas para asegurarse su acceso a la presidencia, Ortiz debía seguramente repudiar en su fuero íntimo las violaciones perpetradas por la dirigencia conservadora de la Década Infame contra ciertas cláusulas esenciales de la Ley Sáenz Peña. La normativa comicial de 1912 penaba los atropellos contra el carácter individual del voto, el hábito de ampararse en las potestades propias de un funcionario público para coartar la libertad de sufragio , una conducta análoga en las personas particulares, la falsificación, destrucción, sustracción y modificación de la documentación electoral por parte de funcionarios o particulares , la apelación a “dicterios, amenazas, injurias o cualquier otro género de demostraciones violentas” para tratar de “coartar la voluntad del sufragante” , la compraventa de votos y los intentos de falsear “la verdad en el curso de la operación electoral”.
Al inaugurar las sesiones parlamentarias regulares de 1939, Ortiz afirmó haber instado “a los partidos políticos y a las masas independientes, que me honran con su adhesión” a dotar “a las grandes organismos populares de responsabilidad y jerarquía cívica, convirtiéndolos en poderosos instrumentos del progreso nacional y no en simples conglomerados de votantes” . En su alocución, el presidente sugirió apelar, con dicho propósito, al escrupuloso respeto por “los derechos políticos, la libertad de opinión y la pureza del sufragio” . El primer mandatario también instó a los “poderes federales” a abstenerse de ceñirse exclusivamente “a la observancia de algunas formas externas, cuando se desconocen las causas de una crisis profunda de moral y de jerarquización políticosocial”. Esas severas apreciaciones no podían sino disgustar a la inescrupulosa dirigencia conservadora de la Década Infame.
Al inaugurar las sesiones parlamentarias regulares de 1940, Ortiz justificó la intervención a Buenos Aires en los siguientes términos, negando que el mero “restablecimiento de la libertad electoral” pudiese salvar a la Nación de los males políticos y sociales que debemos prevenir”. En dicha ocasión, Ortiz definió a la “libertad y garantías constitucionales” como la “condición previa para crear el clima y el medio” para extirpar de “vicios políticos (…) impropios de un pueblo celoso de su dignidad y libre albedrío”. En probable alusión a los baluartes provinciales del “fraude patriótico”, el presidente negó que el “régimen autonómico consagrado en la Constitución” constituyese una “norma institucional aislada y absoluta” y sostuvo que las provincias debían observar los “principios fundamentales del sistema” y, muy particularmente, la “forma representativa de gobierno”, basada en la “pureza del sufragio”. Ortiz confiaba en la capacidad educadora de la práctica electoral, que pretendía auxiliar con leyes que obligasen a los partidos políticos a transformarse en estructuras menos facciosas y más orgánicas. Ortiz negaba que la lentitud del desarrollo social y de la regeneración partidaria permitiese postergar la apertura electoral. Cada avance de su política comicial demolería las bases de la coalición que le llevase a la presidencia y permitía gobernar.
La destrucción de las máquinas de fraude electoral provocaría inevitablemente la reacción de los vigorosos elementos conservadores y antipersonalistas del Interior. A Alvear y los miembros del Comité Nacional del radicalismo no podía sino entusiasmarles el advenimiento de Ortiz. Este último parecía encarnar la única salida posible para un radicalismo frustrado por el fracaso de su política abstencionista.
El proyecto de Ortiz se veía severamente condicionado por la necesidad de la dirigencia radical de mantener un perfil opositor y la previsible hostilidad conservadora ante la apertura electoral promovida por el presidente y apoyada por la opinión pública. El conservadurismo intentó explotar en beneficio propio el célebre episodio de compraventas de tierras para el Ejército conocido como el “escándalo de El Palomar”, al cual los conservadores intentarían ligar al primer mandatario, quien había suscrito el decreto de autorización de compra junto con su ministro de Guerra, general Carlos Márquez. Este último y el Ejército constituían piezas fundamentales en la política presidencial. Para desgracia de Ortiz, los oficiales más poderosos del Ejército respondían fielmente a Justo, a quien Ortiz debía en cierto modo la presidencia. El ex presidente aspiraba a convertirse en el candidato radical en las elecciones presidenciales de 1943. Justo veía en Ortiz un político débil y manipulable, aunque ni Ortiz ni Castillo ajustarían sus políticas a los deseos de Justo.
El escándalo de El Palomar impelió a Ortiz a presentar su renuncia, efectivizada dos años después, tras una larga licencia por enfermedad. Lo hacía en un contexto aparentemente signado por un lamentable abandono de las perspectivas y tradicionales nacionales y fehacientemente caracterizado por esa internacionalización de la política interna argentina imputable al desencadenamiento de la guerra civil española y la segunda conflagración mundial. Ortiz era consciente de dicha situación. Al inaugurar las sesiones parlamentarias regulares de 1939, en el marco de la finalización del conflicto hispano y en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en una probable alusión a la admiración de Fresco por Hitler, Franco y Mussolini , el primer mandatario sostuvo: “Ahora no parecerá una paradoja si afirmo que nuestro problema político más urgente (en esta hora peligrosa del mundo) es argentinizar de nuevo la política nacional, limpiándola de ideologías internacionales, de idolatrías a jefes políticos y regímenes extranjeros, que repugnan a nuestra tradición cívica y a nuestra psicología. (…)” . En dicha ocasión, Ortiz instó a los argentinos a acentuar y conservar su “concepto de argentinidad con un sagrado egoísmo” y apartarse “de la pasión creada por el choque de los viejos antagonismos, que se producen en el continente europeo” . En su dimisión, Ortiz definió a la paz, la normalidad institucional y la política de juego limpio como las condiciones previas para una “obra de gobierno constructiva y perdurable” . Ortiz parecía deseoso de “denunciar al pueblo argentino que trabaja, sufre y lucha en los campos y ciudades por la grandeza de la patria, la torpe finalidad política que se oculta en la investigación del negociado y que determina mi actitud (…)” .
El Congreso rechazó la renuncia de Ortiz, pero su delicada salud le obligó a retirarse de la vida pública y delegar el mando en Castillo, cuyos deseos de exclusivismo conservador se verían limitados por su sujeción al fraude, la improbable pasividad del radicalismo, la fuerte injerencia de Justo en el Ejército y la oposición del propio Ortiz. Desde su “forzado retiro”, este último emitió un manifiesto, publicado en febrero de 1941. En dicho documento, dirigido al “pueblo argentino”, Ortiz negó que las “realidades vivas” y los “enormes problemas económicos y sociales de un pueblo” pudiesen ahogarse con “la fuerza” o con “soluciones artificiales, ajenas al sentimiento colectivo”, preconizando, en consecuencia, el respeto por las “normas constitucionales” y la sanción de leyes susceptibles de optimizar el funcionamiento del “sistema democrático de gobierno” .
En dicha ocasión, Ortiz sostuvo que esas directivas parecían estar siendo ignoradas por quienes vivían, “política y socialmente, de espaldas al pueblo y sin contacto alguno con sus necesidades, dolores y esperanzas” . Según Ortiz, ciertos políticos parecían reducir los “problemas nacionales” al usufructo de las “posiciones que el pueblo no les otorga o les niega”. Ortiz negaba comprender cómo podía apelarse a instrumentos legales “para legitimar situaciones de violencia y conquista del fraude”. Y agregaba: “(…) Desde mi sitial de primer magistrado de la Nación (…), entrego al pueblo de mi patria mis anhelos de pacificación institucional, de verdad republicana y de engrandecimiento nacional”.
Ortiz, perfectamente consciente de los enormes escollos impuestos a su supresión, creía posible abolir la “república imposible”. De allí mi decisión de escribir, al titular la presente ponencia, el adjetivo imposible entre sendos signos de interrogación. No pretendo negar su existencia. Sí pretendo negar, junto con Ortiz, la imposibilidad de suprimirla. El derrocamiento de Castillo, verdadero golpe de gracia contra la “república imposible”, corrobora dicha impresión.
Causas ajenas a su voluntad obligaron a Ortiz suspender la ejecución de su programa. Ello no impide ver en Ortiz el fin de una etapa. Fue el último presidente argentino elegido en comicios fraudulentos. Los golpistas de 1955 y 1962 condicionarían en duros términos la supervivencia de los dos grandes partidos políticos de la Argentina del siglo XX. A partir de 1966, el llamado “partido militar” pretendería silenciar la política misma. Los golpistas de 1976 llegarían a niveles cuasi-genocidas en su intento de despolitizar la sociedad. La existencia de la política se vería jaqueada con similar contundencia por el violento pronunciamiento cívico de 2001. Afortunadamente, nada de ello no ha impedido la vigorosa pervivencia de la restauración democrática iniciada en 1983.
Tales apreciaciones no resultan anacrónicas en el contexto actual. La Argentina atraviesa actualmente el tramo final de una década signada por una trabajosa reconfiguración de su vida socioeconómica y política. Por estos días, el equilibrio socioeconómico de nuestra patria parece verse amenazado por la posibilidad de una nueva crisis económico-financiera a escala global. Los argentinos nos acercamos a una década de Bicentenarios, obligados a redefinirnos en términos axiológicos . Como bien señalan ciertos autores, la democracia no se reduce al sufragio. Razón no falta a quienes imputan procederes turbios a la actual dirigencia política. Pero ello no permite promover una peligrosa “anti-política”. Como en tiempos de Ortiz, el voto constituye un verdadero maná para las endebles instituciones republicanas argentinas.

Bibliografía:

*LUNA, Félix, Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1990

*Anales de la Legislación Argentina. Complemento. Años 1889-1919. Buenos Aires, Editorial La Ley, 1954

*FERNÁNDEZ LALANNE, Pedro. Los Uriburu. Buenos Aires, Emecé, 1989

*LUNA, Félix. Ortiz. Reportaje a la Argentina opulenta. Buenos Aires, Sudamericana, 1978

*HALPERÍN DONGHI, Tulio. La larga agonía de la Argentina peronista. Buenos Aires, Ariel, 1998

*Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados. Buenos Aires, Imprenta del Congreso Nacional, Año 1939, t.I

*HALPERÍN DONGHI, T. La República imposible (1930-1945). En: Biblioteca del Pensamiento Argentino. Buenos Aires, Ariel, 2004, t.V

*WALTER, Richard J. La Provincia de Buenos Aires en la Política Argentina, 1912-1943. Buenos Aires, Emecé, 1987

*MARTÍNEZ CANCLINI, Gustavo. Educación, única garantía social. Buenos Aires, lanacion.com, 2008

*CARAMÉS, Diego y D’IORIO, Gabriel. Los intelectuales y el fantasma de la ciudadanía. En: Revista El río sin orillas, Año 1, Nº 1. Buenos Aires, 2007, pp.72-80

*MERKLEN, Denis. Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática. Argentina, 1983-2003. Buenos Aires, Gorla, 2005

Buenos Aires, octubre de 2008