Thursday, July 09, 2009

Viviendo sin efemérides

Días atrás, hice notar a mis alumnos de una escuela media estatal del conurbano bonaerense que la emergencia sanitaria, decretada por el gobierno provincial a raíz de la pandemia de influenza porcina, los privaría del acto escolar del Día de la Independencia. Mis alumnos me dijeron que no solían tener actos patrios. Su respuesta no me extrañó, pues yo ya tenía referencias similares sobre el particular, transmitidas por mis colegas. Deseaba, empero, confirmarlo personalmente. Y, confieso, me dolió, haciéndome sentirme miembro de la última generación de argentinos con experiencia de efemérides.
Recuerdo las efemérides de mi infancia, cronológicamente coincidentes con la execrable dictadura procesista. Acuden a mi memoria el bicentenario del nacimiento del general San Martín y el cuarto centenario de la segunda fundación de la ciudad de Buenos Aires.
Durante mis años de estudiante secundario, cronológicamente coincidentes con la presidencia de Alfonsín y los primerísimos tiempos del menemato, las efemérides empezaron, a raíz de la promulgación de la nueva ley de feriados, a ser desplazadas por los días no laborables y fines de semana largos. Quienes podían permitírselo empezaron a concebir las fechas patrias como una buena excusa para una escapada a Mar del Plata o Pinamar. Otros, menos pudientes, como un pretexto para dormir hasta tarde. El centenario del fallecimiento de Sarmiento fue, en términos de efemérides, la pálida sombra de las efemérides de otros tiempos, como ese Año del Libertador decretado en 1950 por el primer gobierno peronista, a raíz del centenario del fallecimiento del Gran Capitán, y ocasionalmente conmemorado por mi madre, cuyos cuadernos escolares de esa época ostentan reiteradas alusiones obligatorias al magno evento.
Durante el desdichado periodo macroeconómico de 1995-2002, muchos argentinos, obligados a sobrevivir a cualquier precio, renunciaron a las ocasiones festivas. Con la reactivación económica, iniciada en 2003 y actualmente mantenida pese al adverso contexto macroeconómico declarado en otras latitudes, no retornó, desgraciadamente, el espíritu efemeridal de la Patria Vieja, sino el espíritu de jarana derivado de nuestra generosa legislación sobre días no laborables.
La Argentina se acerca a una década de Bicentenarios. En el decenio de 2010, nuestro país asistirá al segundo centenario de la Revolución de Mayo y de la Declaración de Independencia. El primer Bicentenario Patrio de la próxima década ya ha motivado una copiosa producción intelectual y cierto número de propaganda oficial alusiva. Pero, a nivel social, aún no se percibe un clima efemeridal. Para complicar las cosas, el bicentenario de la Revolución de Mayo se superpondrá con un Mundial de Fútbol. A simple vista, ello no debería ser un obstáculo. Al fin y al cabo, la Argentina de 1978 pudo conmemorar el bicentenario del nacimiento del Libertador y, al mismo tiempo, ser anfitriona y vencedora del Mundial de dicho año, con Martínez de Hoz en el Palacio de Hacienda y una ESMA devenida en centro de detención a escasa distancia del Estadio Mundialista de River Plate. Pero en esos tiempos había clima efemeridal, hoy aparentemente conceptuado, equívocamente, como cosa de gobiernos de facto. Falacia. No hay efemérides más gloriosa que la celebrada con un gobierno legítimo en el poder e innegables señales de mejoría en los indicadores socioeconómicos. Como sucederá, Dios no quiera lo contrario, en la Argentina de la segunda década del siglo XXI y tercer milenio. En ello deberíamos reflexionar los argentinos en este Día de la Independencia del año pre-Bicentenario de 2009.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home