Monday, June 01, 2009

Maldición regia

En 1580, Felipe II de España, de la rama hispana de los Habsburgo, ciñó la corona portuguesa. Sesenta años después, la lusitana diadema volvía a estar en manos portuguesas. En 1700, se extinguía la vertiente española de los Austria, al fallecer sin descendientes carnales el inepto Carlos II. Tras la sangrienta guerra de la sucesión española, rematada en 1713 con la paz de Utrecht, el duque Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV, aseguraba sobre su testa la corona hispánica, bajo el nombre de Felipe V. Había nacido la rama española de los Borbones.
Durante su poco afortunado reinado, Carlos IV de España íntentó reacercar mutuamente a las familias reales española y portuguesa, al casar a su hija Carlota Joaquina con el infante don Pedro, heredero del monarca portugués Juan VI. En 1808, otro francés, el emperador Napoleón I, invadió España, envió a Carlos IV y Fernando VII a una cárcel de lujo y pretendió sentar a su hermano José en el trono hispano. Le salió el tiro por la culata. En 1815, tras su frustrado regreso al poder, el Gran Corso fue sentenciado a terminar sus días como prisionero de sus archienemigos ingleses, en un islote atlántico.
Fernando VII pudo sentarse finalmente en el trono español. Durante su reinado, su hermana y su cuñado se convirtieron en emperatriz y emperador de Brasil. Nada menos. No tan bien la pasó don Fernando, que, a diferencia de su imperial hermano político, parecía destinado a morir sin herederos. Y, para colmo, con un imperio colonial en descomposición.
Fernando VII enviudó tres veces sin haber tenido hijos varones, falta gravísima en el monarca de la muy machista España, donde una infanta no pasaba de reina consorte. Reina a secas, ni hablar. En 1829, en un intento desesperado por engendrar el apetecido heredero, Fernando desposó a su sobrina italiana y cuarta consorte, princesa de la familia Farnesio, en cuyos brazos expiró cuatro años después, ¡con dos hijas mujeres, producto de su matrimonio de emergencia, y ningún hijo varón! ¿Una reina a secas, en España?, saltó el ambicioso Carlos María Isidro, hermano de Fernando, herido en su varonil orgullo por la perspectiva de ver a su sobrina Isabel en el trono. Así estallaron las guerras carlistas, libradas entre los partidarios de Carlos María Isidro y los defensores de la pequeña Isabel. Otro tiro por la culata, esta vez para un Borbón español. Napoleón I debe haber reído gozosamente su venganza desde su parisino sepulcro de Los Inválidos. Isabel asumió finalmente la disputada corona de su padre, bajo el nombre de Isabel II. Tampoco a ella le fueron fáciles las cosas. En 1868, la entronización de los Saboya en España le obligó a refugiarse en Francia e implorar la protección de Napoleón III, sobrino del verdugo de su padre y abuelo. Para presunto deleite de su huésped, Napoleón III fue tan desafortunado como su augusto tío. La guerra franco-prusiana y la proclamación de la Tercera República Francesa dieron por tierra con el Segundo Imperio. En España, el rey intruso Amadeo I fue volteado por los instauradores de la efímera Primera República Española, rápidamente desplazada por la restauración borbónica. Victoria pírrica para Isabel II: ya no habría más reinas a secas en España.
Alfonso XII, hijo de Isabel II, dejó este mundo en 1885, a los 28 años, con el futuro Alfonso XIII en el vientre materno. Pero a este último las cosas no le serían tan fáciles. Durante su minoría de edad, Alfonso XIII asistió a la disolución definitiva del imperio hispanocolonial. Fenecía ya el siglo XIX cuando Cuba, Filipinas y Puerto Rico pasaron a manos estadounidenses. En 1923, el golpe militar del general Primo de Rivera convirtió a Alfonso XIII en un auténtico rey de naipes, cuyo castillo de barajas sería violentísimamente barrido por la proclamación de la Segunda República Española.
En 1931, los Borbones españoles vivían nuevamente en el exilio, en la Roma de Mussolini. En 1936, Il Duce pareció hallar su hispánico clon en la persona del general Francisco Franco. Tras tres años de guerra civil, el Caudillo se convertía en rey sin corona de España. Hasta se dio el lujo de negar los derechos al trono al conde Juan de Barcelona, hijo de Alfonso XIII. A su muerte, debía sucederlo el príncipe Juan Carlos, nieto de Alfonso XIII, y no el vástago de este último, como estrictamente hubiera correspondido. En 1969, ya decrépito, el Generalísimo lo proclamó oficialmente su sucesor a título de rey. Seis años después, moría Franco. Y, hasta el día de hoy, Juan Carlos es rey. Tejero no fue su Primo de Rivera. Para él no parecería haber maldición regia.
Sí la hubo para los Borbones franceses, cuya restauración de 1815 se desmoronó cuando la revolución francesa de 1830 instaló en el trono francés al príncipe Luis Felipe, de la casa de Orleans, que ya en el siglo XVII soñaban con arrebatar la corona francesa a los Borbones galos. Sí la hubo para los Orleans, barridos del poder por la revolución francesa de 1848. Sí la hubo para los Bonaparte, definitivamente eliminados de la escena pública francesa por la proclamación definitiva de la República en Francia. Sí parecería haberla para los Braganza, familia política de dos remotos antepasados del actual monarca español. En Portugal ya no hay rey. El imperio brasileño de los Braganza colapsó bajo el peso de la República.
Y, como si ello fuera poco, el príncipe brasileño Pedro Luis Orleans-Braganza, descendiente del emperador brasileño Pedro II, parece figurar entre las víctimas fatales de la colosal catástrofe sufrida horas atrás por la aviación comercial francesa, a raíz de la misteriosa desaparición de una aeronave de la aerolínea gala Air France, entre cuyos 216 ocupantes figuraba Su Alteza.

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